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8 de septiembre de 2013

Colombia ejemplifica la posibilidad de unión de los diversos de abajo por la vida y la dignidad humana

 El rol político de los movimientos sociales

Por José Luis Ropero de la Hoz (Rebelión)
Un derecho fundamental de todo ciudadano es la libertad de asociación, facultad engranada a la libertad de expresión y locomoción. Si falta uno de estos elementos, cualquier discurso resultará vacuo y cualquier ley, injusta o ineficaz.
Pretender que un movimiento social prescinda de plantear una posición política es desconocer que los grandes sucesos, conmociones y transformaciones de una nación, siempre tienen una amplísima base popular. El ejemplo clásico está en las luchas por la independencia, incluso desde la Revolución de los Comuneros, primera muestra articulada de una conciencia nacional colombiana (o neogranadina por aquellas épocas), donde los diferentes gentilicios, ya se sentían compatriotas.

También fueron movimientos políticos los que a principios del siglo XX emprendieron los comerciantes y asalariados del banano en las plantaciones del Magdalena, cuando sólo ellos sentaron posición de soberanía frente a la explotación del extranjero y la corrupción de las autoridades; o qué decir de los maestros del Caribe emprendiendo la Marcha del Hambre en 1966, todos estos movimientos sociales fueron propuestas políticas nacidas desde la base del pueblo, defendidas hombro a hombro por los trabajadores y reprimidas por la dirigencia oficial.
Hoy en Colombia confluyen los más diversos sectores de la sociedad, contrario a lo expresado en la prensa pagada por el presupuesto nacional, agricultores, mineros, transportadores, estudiantes, madres comunitarias y maestros, están unidos por mucho más que un subsidio o un aumento salarial, los enlaza el deseo de vivir en un país justo y soberano.
Varios son los pliegos de peticiones que a todo pulmón y con gran sustentación se defienden en este país, desde la plaza pública hasta las universidades; lo sorprendente es que las exigencias de los diferentes grupos sociales son complementarias entre sí, o qué decir de lo planteado por la Mesa de Interlocución Agraria Nacional:
  1. Exigimos la implementación de medidas y acciones frente a la crisis de la producción agropecuaria.
  2. Exigimos acceso a la propiedad de la tierra.
  3. Exigimos reconocimiento a la territorialidad campesina.
  4. Exigimos la participación efectiva de las comunidades y los mineros pequeños y tradicionales en la formulación y desarrollo de la política minera.
  5. Exigimos se adopten medidas y se cumplan las garantías reales para el ejercicio de los derechos políticos de la población rural.
  6. Exigimos inversión social en la población rural y urbana en educación, salud, vivienda, servicios públicos y vías.

Mientras tanto el gobierno nacional se atreve a expresar sin vergüenza que en este país no hay ningún paro; ¿será que por repetir mil veces una mentira esta se convertirá en verdad?
Claro, las amenazas no se hacen esperar para quienes expresan con orgullo su apoyo a las causas del bien común, como las anunciadas por la banda mercenaria “Los Rastrojos”, en contra de connotados dirigentes comunitarios, sindicales y políticos.
Es por esto sociedad colombiana, que se hace necesario comprender que los asuntos públicos nos competen a todos y que el simple hecho de exigir la prevalencia del interés general, implica manifestar una posición política; como es política también la decisión de no hacer nada.
(*) José Luis Ropero de la Hoz es Director del Instituto Ecojugando
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"Todos somos campesinos"


Por Elizabeth Jiménez (El Espectador)
“Todos somos campesinos” podría ser una frase de cajón, mediática u oportunista, en un paro agrario. Pero en Colombia, por sus raíces y antecedentes históricos, cobra total vigencia y credibilidad.
Hacia los años 40, el 70% de la población colombiana vivía en el campo y sólo el 30% comenzaba a poblar las ciudades. Esa proporción se invirtió de manera exacta hacia los años 90. Hace poco más de un siglo, en 1905, sólo había 100 mil habitantes en Bogotá. Ahora son cerca de nueve millones. Fue precisamente la precariedad agraria la que llevó a los campesinos a poblar otras zonas y a dejar el azadón por el palustre, el campo por la ciudad.

La mayoría de los colombianos que ahora pueblan las grandes ciudades, son de ascendencia campesina. Sus bisabuelos y abuelos vivieron en el campo, muchos trabajado la tierra, pescando o pastoreando animales. Basta con escuchar las conversaciones espontáneas y las arengas en las manifestaciones desde hace dos semanas, en apoyo al paro campesino, donde han brillado por su ausencia las pancartas de grupos políticos u organizaciones determinadas. Ha habido una mezcla evidente de ciudadanos de diferentes estratos sociales, vestimentas, edades, tendencias, gritando las mismas consignas “Colombia, afirma, su herencia campesina”; “Amigo, soldado, su abuela está en el campo”; “Queremos chicha, queremos maíz, multinacionales fuera del país”.

Marchas, ‘plantones’, ‘cacerolazos’ nocturnos o rituales chamánicos con velas y silencio (como el que se realizó hace dos días en Bogotá) han congregado desde dos mil hasta cien mil personas en diferentes lugares de Colombia, de forma pacífica y sin que nadie oculte su rostro. Estos eventos distan en forma, tamaño e intención de los actos vandálicos protagonizados por unos cuantos encapuchados que se han enfrentado a la fuerza pública, con actos de violencia de parte y parte, que no consiguen opacar el apoyo masivo y pacífico del ciudadano común desde dentro y fuera del país, de manera virtual o presencial, demostrando la cohesión de la sociedad colombiana en apoyo al campesinado colombiano.
En los encuentros, que se han extendido por horas, se ha destacado la abundante presencia de niños y jóvenes luciendo ruanas, bailando música campesina y cantando arengas, lo que ha confirmado que a pesar de las alocuciones presidenciales de los primeros días, los ciudadanos no lograron convencerse de que el paro no existe. Por el contrario, se volcaron a las calles a demostrar que el tema alimentario les concierne a todos y que los campesinos no están solos.

Internet o “los infiltrados” (Ver video)
La columna “Tener una semilla es un delito”, del colaborador de este diario, Dharmadeva, publicada hace unos días, ha sido compartida por más de 64 mil personas. El primer plantón, que citó a las personas al mediodía del pasado domingo 25 de agosto, fue convocado apenas unas horas antes, a través de las redes sociales. La gente “corrió” a agolparse en cercanías de la casa presidencial, recorrió la carrera octava y se congregó en la Plaza de Bolívar. El ‘cacerolazo nocturno’ del día siguiente, el 26, fue promovido a través de Facebook y Twitter y fue de allí de donde los grandes medios lo replicaron. Al principio iba a ser sólo en Bogotá, Cali y Medellín, y resultó haciéndose en quince ciudades grandes, medianas y pequeñas de todo el país, con las plazas principales a reventar, con todos los participantes golpeando, con cucharas metálicas o de madera y sin pausa, desde ollas viejas, hasta elegantes sartenes de teflón. Entre las seis de la tarde y las diez de la noche no se presentó ningún brote de violencia en todo el país.
Sin embargo, desde el 29 de agosto se acentuaron algunos enfrentamientos, especialmente en áreas urbanas; han resultado heridos campesinos, ciudadanos comunes, periodistas y policías. Mientras el Gobierno firmó acuerdos con los campesinos en Nariño el domingo 3 de septiembre, en Neiva y Florencia hubo fuertes disturbios al día siguiente. Durante los primeros brotes de violencia, en la primera semana del paro, murió un joven a la entrada de Ciudad Bolívar y en Boyacá, un policía. Estos hechos, rechazados por la comunidad y expuestos con todo el despliegue por los medios televisivos del país, son apenas una parte frente a los videos divulgados por los mismos ciudadanos colombianos a través de Youtube y compartidos masivamente en las redes sociales. En ellos quedaron en evidencia los supuestos abusos de la policía en Medellín con reporteros que cubren el tema y los del Esmad (policía antidisturbios) con los campesinos, especialmente de Boyacá. Había tantas pruebas audiovisuales que el director de la Policía Nacional, Rodolfo Palomino, se vio abocado a ofrecer excusas por estos abusos y aseguró que investigaría a los agentes implicados.
El apoyo cívico ha sido tal y las razones del paro tan evidentes, que el mismo vicepresidente de la República, Angelino Garzón, no temió pronunciarse frente al país: “La gente en Colombia se está cansando de vivir miserablemente”.

Sin embargo, en Colombia ha sido una constante preguntarse “qué” y no “por qué”. Esto lo analizó claramente el columnista de El Espectador William Ospina hace unas semanas con respecto a los campesinos del Catatumbo. “Aquí se pregunta ¿Quién está detrás del bloqueo de esas vías?, en vez de preguntarse ¿por qué las están bloqueando? Cuando en otros países están tratando de identificar las causas, en Colombia están tratando de encontrar un culpable”.

El fiscal general de la Nación y el presidente aseguraron que las marchas están infiltradas por agentes armados ilegales. Las investigaciones ya están en marcha. Sin embargo, para muchos ciudadanos comunes este argumento resulta un chivo expiatorio, como lo argumenta una señora mayor, de clase media, bogotana, entrevistada en el corto documental Mi tierra no se vende, uno de los más sensibles e íntimos que se han compartido por Youtube sobre el paro. El periodista le pregunta: “Señora, el presidente dice que el paro está lleno de infiltrados, ¿usted es una infiltrada?”. A lo que ella responde entre risas: “¡Sí, el paro está infiltrado de gente con dignidad! No como ellos, que están vendido el país”.

En medio de la crisis social y política resulta desconcertante ver los primeros anuncios televisivos promoviendo las próximas elecciones, que serán en un año, lo que da validez a argumentos de analistas y dirigentes para insistir en el tema de los infiltrados, como lo sostiene el presidente del Senado, Juan Fernando Cristo : “La inmensa mayoría de las peticiones de los campesinos son justas y válidas, pero tampoco podemos desconocer que hay políticos oportunistas pescando en el río revuelto de la justa protesta social. Detrás del vandalismo y las acciones delincuenciales que han surgido paralelas al paro hay sectores interesados en crear un clima que le genere dificultades al gobierno”.

El antropólogo y analista Alfredo Molano, que ha contado la historia reciente de Colombia a través de sus columnas y libros, al presenciar los primeros bloqueos de los campesinos en el Cauca, comentó: “Los gobiernos, con el incumplimiento sistemático y deliberado de los acuerdos que firman con los campesinos y con el cumplimiento estricto de los acuerdos que firman con EE. UU., Europa, Corea, han obligado a la gente a las vías de hecho, a enfrentarse con las fuerzas armadas, para luego argumentar con cinismo que los labriegos están siendo utilizados por la guerrilla. Desprecian a la gente al mostrarla como una masa estúpida, ignorante y maleable, susceptible siempre de ser manejada por los agentes del mal, y por eso son capaces de firmar los TLC pensando sólo en los intereses de los “agentes del bien”.

¿Prosperidad para quién?
El eslogan de este gobierno, “Prosperidad para todos”, cada día se desdibuja más. La implementación desde gobiernos anteriores de políticas de globalización se ha venido en contra de todo el campesinado a pesar de tener unas de las tierras más fértiles del mundo. En los años 80 los cafeteros le dieron riqueza al país, con sus propias maneras asociativas de negociar. Sólo tres décadas después esa prosperidad se vino abajo. Fueron ellos quienes comenzaron toda esta movilización por la dignidad del campo desde hace unos meses. Hace apenas un año nadie hubiera imaginado que se verían por las carreteras de Colombia vallas publicitarias puestas por los mismos agricultores, invitando a la gente a que no consuma papa, pollo o arroz importado. Poco previsible con todos los beneficios con los que ‘pintaban’ el TLC y mucho menos pronosticable dada la abundancia y la calidad de estos productos nacionales.

Las denuncias y foros para precisar el alcance de un hecho registrado en el documental 9.70, de la joven realizadora Victoria Solano, visto multitudinariamente por Youtube, en el que se muestra a agentes de la policía obligando a unos campesinos arrojar 62 toneladas de semillas de arroz en Campo alegre, Huila, encendió la polémica. El ICA (Instituto Colombiano Agropecuario) argumentó que realizó el decomiso y destrucción porque “gran parte de las semillas de arroz (producto de semilla modificada y no nativa) estaban contaminadas y empacadas en costales de harina y fertilizantes, lo que podría significar un riesgo fitosanitario”.
La presión alrededor de este debate fue tal, que este miércoles 4 de septiembre el presidente Santos y los voceros de los campesinos de los departamentos de Boyacá, Nariño y Cundinamarca lograron avanzar en la mesa de diálogos: “el Gobierno Nacional se compromete a no aplicar la resolución 970 de 2010 a las semillas nacionales y a trabajar en una mesa técnica el tema de semillas con delegados de la presente mesa, en la estructuración de una nueva propuesta sobre semillas certificadas que no afecten al productor agropecuario”. Sin embargo, la petición del sector agropecuario al gobierno de renegociar el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y la Unión Europea, sigue en vilo.

Los agricultores esperan que este acuerdo se cumpla, pues el incumplimiento de la palabra del Gobierno con base en acuerdos pactados en marzo fue lo que provocó que comenzara este paro, que hoy cumple 19 días. Eso lo afirmaron, a la periodista Cecilia Orozco, líderes agrarios. César Pachón, dirigente parero: “En el paro pasado, cuando nos invitaron a negociar, firmamos un acta de compromiso con el Gobierno y ¿qué sucedió después? Nada. Continuamos en crisis profunda. Por eso estamos en las vías”.
Y Luis Gonzaga, representante de los cafeteros en Caldas: “El 25 de febrero de este año iniciamos un paro que supuestamente llegó a feliz término el 8 de marzo con un acuerdo que avalaron el vicepresidente Garzón y varios ministros. El Gobierno y la Federación aseguran ahora que el pacto se está cumpliendo porque el PIC (Protección de Ingreso Cafetero, ayuda de $145.000 por cada carga de 125 kilos de café) le está llegando al productor. Pero no es el único problema que se comprometieron a resolver. A las 4 o 5 multinacionales que tiene el monopolio de importación de fertilizantes no se les controla el precio que ponen en Colombia. Los cafeteros colombianos terminamos pagando precios al doble o al triple de lo que lo pagan los del resto del continente”.

Cada vez los líderes, campesinos y ciudadanos están más informados y alertas con lo pactado. Toda la información que surge es consultada por internet. Algunos medios alternativos o videos aficionados logran más visitas y credibilidad que los canales tradicionales.

Las personas que apoyan a los campesinos de Colombia desde dentro y desde fuera, en países como Chile, Alemania o hasta Emiratos Árabes, quieren estar informadas. Uno de los artículos más compartidos vía internet fue el publicado durante los primeros días del paro por el diario El País, de España, sobre el análisis de la actitud del presidente Santos frente al Paro Agrario:
“La respuesta del Gobierno ante el paro ha sido errática. Mientras el Ministro encargado de la Agricultura se reúne con los campesinos, el de Defensa acusa a las Farc de haber infiltrado las protestas. El discurso de Santos ha sido ambivalente. Mientras que durante los primeros días promovió la protesta social, también permitió el uso de la fuerza contra campesinos y estudiantes. Santos, con sus diferentes discursos sobre el paro, ha causado más desconfianza que tranquilidad”, dijo el medio español.

Durante más de dos semanas de paro (particularmente en la primera), las manifestaciones masivas de ciudadanos en Colombia y el mundo evidencian que los dirigentes colombianos se encuentran frente a una ciudadanía menos maleable, con más poder y decisión para autoconvocarse en la defensa de los derechos humanos y ciudadanos, sin requerir de la violencia.
Una ciudadanía que ve la unidad de todos como algo posible, que exige la verdad y las negociaciones justas, con dos valiosos argumentos: tener uno de los países más ricos en recursos naturales y contar con la convicción de no querer permitir que la pobreza y miseria masiva del campesinado colombiano siga siendo algo natural.