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10 de abril de 2016

La unión programática para el Nunca Más al poder real implica "la tarea  de organizar la sociedad y la economía asegurando  la integridad de los procesos de la naturaleza,  garantizando los diversos flujos de energía y de otros  materiales en la biosfera, sin dejar de preservar la biodiversidad del planeta".

Otra economía  
para otra civilización
Julio-septiembre de 2013 
 
 
Por Alberto Acosta*
 
Cualquier cosa que sea contraria a la Naturaleza
 lo es también a la razón, y cualquier cosa que sea
 contraria a la razón es absurda. Baruch de Spinoza (1632-1677)
Dejemos sentado desde el inicio que no hay  alternativa alguna dentro del capitalismo.  Son inviables opciones dignas en una  civilización en esencia depredadora y  explotadora que «vive de sofocar a la vida y al mundo  de la vida».  La Humanidad, entonces, tiene que superar  tal civilización, que además está en crisis. Y no se  puede esperar que ésta abra la puerta a los cambios;  ellos deben ser construidos e impulsados como parte  de una acción política preconcebida que se aproveche  de la crisis del capitalismo. En ese sentido, es muy importante estar atentos  a aquellos elementos que configuran la esencia  civilizatoria de ese sistema, para no insistir en ellos  y dar paso, dentro de él, a la construcción de una  alternativa. La salida del capitalismo se cristalizará  incluso arrastrando, inicialmente, algunas de sus  taras propias. Pero eso no es suficiente. Hay que transitar del  actual antropocentrismo al sociobiocentrismo. Lo  anterior exige un proceso de mutación sostenido  y plural, como requisito fundamental para llevar a  cabo una gran transformación civilizatoria. La tarea  es organizar la sociedad y la economía asegurando  la integridad de los procesos de la naturaleza, garantizando los diversos flujos de energía y de otros  materiales en la biosfera, sin dejar de preservar la biodiversidad del planeta. Por lo tanto, no se trata de continuar por la senda  del tradicional progreso en su deriva productivista y del desarrollo como dirección única, sobre todo en su  visión mecanicista de crecimiento económico, en sus  múltiples sinónimos.  Es necesario plantear caminos diferentes, mucho más ricos en contenidos y, por cierto,  más complejos y concretos.

Elementos de una economía solidaria  y sustentable 
Cuando se acepta que una economía debe sustentarse  en la solidaridad y en la sustentabilidad, se busca la  construcción de otro tipo de relaciones de producción,  intercambio, cooperación y también de acumulación  del capital y de distribución del ingreso y la riqueza. En el ámbito económico se requiere incorporar  criterios de suficiencia antes que sostener la lógica de la eficiencia entendida como la acumulación  material cada vez más acelerada. De ello se desprende  una indispensable crítica al fetiche del crecimiento  económico, que es apenas un medio, no un fin. Esto  plantea también, como meta utópica, la construcción  de relaciones armoniosas de la colectividad, y del  individuo con la naturaleza.  El objetivo final es establecer un sistema económico  sobre bases comunitarias y orientadas hacia la  reciprocidad, que debe ser sustentable; es decir, debe  asegurar procesos que respeten los ciclos ecológicos  y que puedan mantenerse en el tiempo, sin ayuda  externa y sin que se produzca una escasez crítica de  los recursos.  Para lograr este objetivo múltiple será preciso  dejar atrás paulatinamente las lógicas de devastación  social y ambiental dominantes. El mayor desafío de las  transiciones  se encuentra en superar aquellos patrones  culturales asumidos por la mayoría de la población que  apuntan hacia una permanente y mayor acumulación  de bienes materiales; una situación que no asegura
necesariamente un creciente bienestar de todos los  individuos y las colectividades.  No sólo hay que consumir mejor y en algunos casos  menos, sino que se debe obtener mejores resultados con  menos, en términos de mejorar la calidad de vida. Es  imprescindible construir otra lógica económica, que  no radique en la ampliación constante del consumo en  función de la acumulación de capital. En consecuencia,  esta nueva propuesta tiene que consolidarse superando  el consumismo, e inclusive el productivismo, sobre  bases de creciente autodependencia comunitaria  en todos los ámbitos. No se trata de minimizar la  importancia que tiene el Estado, pero sí de ubicarlo  en su verdadera dimensión, es decir, asumir sus  limitaciones y repensarlo desde lo comunitario.   Subordinar el Estado al mercado implica supeditar la  sociedad a las relaciones mercantiles y al individualismo  ególatra. Si bien el mercado total no es la solución,  tampoco lo es el Estado por sí solo. Debe tenerse  presente, como un aspecto medular, que no todos los  actores de la economía actúan movidos por el lucro. Y  que tampoco la burocracia estatal puede suplantar las  expresiones de las comunidades, en la medida en que  ella no garantiza la participación popular en la toma  de decisiones, ni el control democrático.  
Eso lleva a comprender que en una economía  solidaria, como parte de una sociedad plenamente  democrática, no puede haber formas de propiedad  capitalista monopólica u oligopólica, y tampoco puede  la empresa pública o estatal totalizar la economía,  al ser considerada la forma de propiedad principal  y dominante. Existen modos distintos de propiedad  y organización: cooperativas de ahorro y crédito, de  producción, de consumo, de vivienda y de servicios,  así como mutuales de diverso tipo, asociaciones de  productores y comercializadores, organizaciones  comunitarias, unidades económicas populares y  empresas autogestionarias. En este universo habrá que  incorporar una gran multiplicidad de organizaciones  de la sociedad civil, que pueden acompañar una  transformación que no se improvisa, e incluso ser su  base. Tal economía parte de una marcada heterogeneidad  de formas de propiedad y de producción. Desde  donde se deberán ir construyendo otras relaciones de  producción y de control de la economía. El Estado y  el mercado tendrán un importante papel; este último  podría ser repensado desde la visión de una economía  socialista de mercado. El objetivo, ya desde la fase de transición, será  impulsar la satisfacción de las necesidades actuales  sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras. No se trata solamente de defender la fuerza de  trabajo y de oponerse a su explotación.
Está en juego la  defensa de la vida misma.
Así, los objetivos económicos subordinados a las leyes de funcionamiento de los  sistemas naturales, deben conciliarse con el respeto a la  dignidad humana y la mejoría de la calidad de vida de  las personas, las familias y las comunidades. No puede  sacrificarse la naturaleza y su diversidad; el ser humano  forma parte de ella y no tiene derecho a dominarla,  mercantilizarla, privatizarla, destruirla.  
El autocentramiento en la base  de las transiciones 
Las transiciones, entendidas como rutas hacia  una nueva civilización, deben ser pensadas sobre  todo desde las nociones de autocentramiento. En esta  aproximación las dimensiones locales quedan muy bien  situadas, lo que supone una estrategia de organización  de la política y de la economía construida desde abajo y  desde dentro, desde lo comunitario y solidario; donde,  por ejemplo, cobran fuerza las propuestas productivas  resultantes de los barrios y las comunidades. Adoptar esas nociones implica tomar decisiones  políticas colectivas, para lo cual debe seguirse un  camino gradual que vaya desde lo regional a lo nacional, y luego al mercado mundial. Este empeño  será mucho más fácil si se cuenta con el respaldo del  gobierno central y si hay una estrategia de integración  regional autónoma, es decir, que no esté normada por  las demandas del capital transnacional.8   
El fundamento básico de la vía autocentrada es el  desarrollo de las fuerzas productivas endógenas, que  incluye capacidades humanas y recursos productivos  locales y el correspondiente control de la acumulación  y centramiento de los patrones de consumo. Todo esto  debe venir acompañado por un proceso político de  participación plena, de manera tal que (sobre todo en  los países donde el gobierno no está sintonizado con  esta visión) se construyan «contrapoderes» (económico  y político) que puedan impulsar paulatinamente las  transformaciones a nivel nacional.  Esto implica ir gestando, desde las localidades,  espacios de poder real en lo político, lo económico y lo  cultural. A partir de ellos se podrán forjar los embriones  de una nueva institucionalidad estatal, así como diseñar  y construir una renovada lógica de mercado, en el  marco de una nueva convivencia social. Estos núcleos  de acción servirán de base para la estrategia colectiva  que dé lugar a un proyecto de vida en común, el cual no  podrá ser una visión abstracta que descuide los sujetos  y las relaciones presentes al reconocerlos tal como son  y no como se quiere que sean. Una propuesta de transición desde el autocentramiento  —en lo económico— prioriza el mercado interno.  Esto no significa volver al modelo de «sustitución de  importaciones» que procuró beneficiar, y de hecho  favoreció, a los capitalistas locales, con la expectativa de fomentar o fortalecer una inexistente «burguesía  nacional».
En este nuevo contexto, mercado interno  quiere decir mercados heterogéneos y diversos, así  como de masas. En el último predominará el «vivir con  lo nuestro y para los nuestros», al vincular el campo  con la ciudad, lo rural y lo urbano, para desde allí  evaluar las posibilidades de reinsertarse en la economía  mundial.  No es posible desarrollar proyectos económicos  sin involucrar activamente a la población en su  diseño y gestión. Es necesario fomentar a la vez  la creación y el fortalecimiento de unidades de  producción autogestionarias, asociativas, cooperativas  o comunitarias (desde las familias, pasando por  las «microempresas» a nivel local, hasta llegar a los  proyectos regionales). Tal propuesta exige de modo  imperioso el fortalecimiento de dichos espacios  comunitarios. Así, por ejemplo, los productores  agrícolas deberían formar asociaciones que les  permitan manejar temas claves de manera conjunta,  como el acceso a mercados, créditos, tecnologías,  capacitación, etcétera. Hay que crear, por igual, las condiciones para  propiciar la producción de (nuevos) bienes y servicios,  sobre la base de tecnologías adaptadas y autóctonas.  Esta política debe favorecer a empresas colectivas,  familiares o incluso individuales, pero sin dar paso al  surgimiento y consolidación de estructuras oligopólicas  y menos aún monopólicas. Tales bienes y servicios  deben estar acordes con las necesidades axiológicas  y existenciales9  de los propios actores del cambio, a  fin de estimular el aprendizaje directo, la difusión y  el uso pleno de las habilidades, la motivación para  la comprensión de los fenómenos y para la creación  autónoma. En lo social la transición propone la revalorización  de las identidades culturales y el criterio autónomo de  las poblaciones locales, la interacción e integración entre  movimientos populares y la incorporación económica  y social de los ciudadanos en general. Estos deben  dejar su papel pasivo en el uso de bienes y servicios  colectivos y convertirse en propulsores autónomos  de los servicios de salud, educación, transporte, entre  otros, impulsados coordinada y consensuadamente  desde la escala local-regional. Por último, en lo político, tales procesos  contribuirían a la conformación y fortalecimiento de  instituciones representativas y al desarrollo de una  cultura democrática y de participación, para lo cual  habrá que fortalecer los de tipo asambleario, propios  de los espacios comunitarios. 
Estos procesos demandan el cambio de los patrones  tecnológicos para recuperar e incentivar alternativas  locales, sin negar los valiosos aportes que pueden  provenir del exterior, sobre todo de las llamadas tecnologías intermedias y «limpias». Hay que entender  que gran parte de las capacidades y conocimientos  locales están en manos de comunidades y pueblos  que por decisión, tradición o marginación, se han  mantenido fuera del patrón occidental. En dichos  segmentos del aparato productivo se utilizan e inventan  opciones para facilitar el trabajo y el consumo de  productos locales, artesanales y orgánicos.  Numerosas prácticas tradicionales tienen tal  grado de solidez que el paso del tiempo parecería  solo afectarlas en lo accesorio y no en lo profundo.  Además, si se observa con detenimiento hay respuestas  productivas, como las de la agricultura orgánica, con  mejores rendimientos económicos en términos amplios  que las promocionadas actividades convencionales.
La  construcción de un nuevo patrón tecnológico implica  rescatar, desarrollar, o adaptar viejas y novedosas  
tecnologías, que, para ser liberadoras, no deberán  generar nuevos modelos de dependencia (a través de  los transgénicos, por ejemplo), tendrían que ser de  libre circulación y de bajo consumo energético, así  como emitir CO2  en reducidas cantidades, muy poco  contaminantes, al tiempo que aseguran la creación de  abundantes puestos de trabajo de calidad. Ahora bien, hay que tener presente que un proyecto  de organización social y productiva, sustentado en la  dignidad y la armonía, como propuesta emancipadora,  requiere una revisión del estilo de vida vigente, sobre  todo a nivel de las élites, que sirve de marco orientador  (inalcanzable) para la mayoría de la población en  el planeta. Igualmente habrá que procesar, sobre  cimientos de equidades reales, la reducción del tiempo  de trabajo y su redistribución, así como la redefinición  colectiva de las necesidades axiológicas y existenciales  del ser humano en función de satisfactores singulares  y sinérgicos, ajustados a las disponibilidades de la  economía y la naturaleza.
 
Las limitaciones del extractivismo  desbocado 
Esta transición económica debería hacerse extensiva  a aquellas formas de producción, como la extractivista,  que sostienen las bases materiales del capitalismo  y que ponen en riesgo la vida misma. Los países  productores y exportadores de materias primas, es  decir, de naturaleza, son funcionales al sistema de  acumulación capitalista global y son también, indirecta  o directamente, causantes de los problemas ambientales  mundiales.  Aunque pueda resultar contradictorio, la actual  crisis múltiple y mutante del capitalismo y el manejo  que se le ha dado, fundamentado en multimillonarias  inyecciones de recursos financieros para salvar la  banca, mantienen elevados —vía especulación— los  precios de muchas materias primas, como el petróleo y  los minerales, e incluso de muchos alimentos; situación  que ya estuvo presente en los años anteriores a la crisis  como parte de la lógica especulativa del capital ficticio. Así estos recursos ya no solo están destinados a atender  la demanda energética o productiva o alimenticia,  sino que se han transformado en activos financieros  en medio de una economía mundial dominada por  fuerzas y tendencias especulativas. Por lo tanto, caminar hacia el socialismo, como reza  el discurso oficial de algunos gobiernos «progresistas», alimentando las necesidades —incluyendo las  demandas especulativas— del capitalismo global,  a través de la expansión del extractivismo, es una  incoherencia.
El extractivismo no es compatible con  una economía solidaria y sustentable porque depreda  la naturaleza y devasta comunidades, al mantener  estructuras laborales explotadoras de la mano de obra,  que no aseguran un empleo adecuado.  En países en los que aquel prima, la dinámica  económica se caracteriza por prácticas «rentistas».  Su estructura y vivencia social está dominada por las  lógicas clientelares. Mientras que la voracidad y el  autoritarismo caracterizan la vida política. Esto explica  la contradicción de países ricos en materias primas  donde, en la práctica, la masa de la población está  empobrecida. Parece que somos pobres porque somos  ricos en recursos naturales. 
El ser humano en el centro de la otra  economía 
Aquí él debe ser el centro de la atención y su factor fundamental, siempre como parte de la naturaleza. Si este es el eje de dicha economía, el trabajo es su sostén. Lo anterior plantea el reconocimiento en igualdad de condiciones de todas las formas de trabajo, productivo y reproductivo. La economía solidaria es entendida también como «la economía del trabajo».14 Así éste es un derecho y un deber social. Por lo tanto, ninguna forma de desempleo o subempleo puede ser tolerada. No sólo se trata de producir más, sino de hacerlo para vivir bien, que el trabajo contribuya a la dignificación de la persona. Habrá que asumirlo como espacio de libertad y de goce. Y en este contexto habrá incluso que pensar en distribuirlo de otra manera, pues cada vez es más escaso, proceso que vendrá atado con una nueva forma de organizar la economía y la sociedad. A su vez, tendrían que fortalecerse los esquemas de auto y cogestión en todo tipo de empresas, para que los trabajadores y las trabajadoras decidan en la conducción de sus unidades productivas.

El objetivo final es establecer un sistema económico sobre bases comunitarias y orientadas hacia la reciprocidad, que debe ser sustentable; es decir, debe asegurar procesos que respeten los ciclos ecológicos y que puedan mantenerse en el tiempo, sin ayuda externa y sin que se produzca una escasez crítica de los recursos.
Al rescate de algunas lógicas económicas 
Para empezar una acción transformadora hay que  reconocer que -en el capitalismo- lo popular y solidario  convive y compite con la economía capitalista y con  la pública.  El sector de la economía social y solidaria está  compuesto por el conjunto de formas de organización  económica-social en las que sus integrantes, colectiva o  individualmente, desarrollan procesos de producción,  intercambio, comercialización, financiamiento y consumo de bienes y servicios. Tales formas  de organización solidaria incluyen en el sector  productivo y comercial cooperativas, asociaciones y  organizaciones comunitarias, así como diversos tipos  de unidades económicas populares. A estas se suman  las organizaciones del sector financiero popular y  solidario, que tienen en las cooperativas de ahorro  y crédito, en las cajas solidarias y de ahorro y en los  bancos comunales sus pilares. Inclusive habría que  rescatar valiosas experiencias con dinero alternativo,  controlado por las comunidades, que han servido no  sólo para resolver problemas en épocas de crisis agudas,  sino que han sido de enorme utilidad para descubrir y  potenciar las capacidades locales existentes.  
Organizaciones como estas casi siempre sustentan  sus actividades en relaciones de solidaridad, cooperación  y reciprocidad y ubican al ser humano como sujeto y  fin de toda actividad económica, por encima del lucro,  la competencia y la acumulación de capital. Desde  esa lógica es necesario romper con las expresiones de  paternalismo, asistencialismo o clientelismo, por un  lado; y por otro, con toda forma de concentración y  acaparamiento; prácticas que han dominado la historia  de la región.  El Estado tiene mucho que hacer en este campo.  Por ejemplo, invertir en infraestructura y generar las  condiciones que dinamicen a los pequeños y medianos  productores, los cuales, con una pequeña inversión,  sacan mucho más rédito a la unidad monetaria  invertida que a la que invierten los grandes grupos de  capital. Su problema es que no poseen capacidad de  acumular. Ganan muy poco y viven en condiciones de  inmediatez económica, subordinados muchas veces al  gran capital. Tampoco tienen, mayoritariamente, una  adecuada preparación profesional y técnica, dado que  el Estado no se ha preocupado en ofrecer capacitación  para la apropiada gestión de este sector productivo.  Igualmente, hay que favorecer la cooperación  entre estas empresas de propiedad social, en lo que  se denominan «distritos industriales populares».
Al  respecto, existen numerosas experiencias. Lo que  toca es profundizar y ampliar este tipo de prácticas,  para que sean más las empresas que compartan costos  fijos (maquinaria, edificios, tecnologías, entre otros)  y aprovechen así economías de escala, lo que les  aseguraría una mayor productividad. Por ello se vuelve impostergable una reconversión de la matriz productiva. Esta decisión exige el ejercicio  soberano sobre la economía, la desprimarización de su  estructura, fomentar —e invertir en ella— la innovación  científico-tecnológica estrechamente vinculada con el  nuevo aparato productivo (y no en guetos de sabios);  también demanda la inclusión social, la capacitación  laboral y la generación de empleo abundante y bien  remunerado. Este último punto es crucial para evitar  el subempleo, la desigual distribución del ingreso, el  desangre demográfico que representa la migración,  entre otras patologías inherentes al actual modelo  primario-exportador de acumulación. Las estrategias de transición tendrán que ser  necesariamente plurales. Teniendo como horizonte la  vocación utópica de futuro hay que desplegar acciones  concretas para resolver problemas concretos. Y en ese  empeño, rescatar y potenciar las prácticas y los saberes  ancestrales, así como todas aquellas visiones y vivencias  sintonizadas con la praxis de la vida armónica y en  plenitud, que apunten en dicha dirección. Otro aspecto fundamental es reconocer que esta  nueva economía no puede circunscribirse al mundo  rural o a los sectores populares urbanos marginados.  Uno de los mayores desafíos radica en repensar las  ciudades, rediseñarlas y reorganizarlas, al tiempo que  se construyen otras relaciones con el mundo rural,  pensar formas diferentes de organizar la vida para y  desde las ciudades.  condiciones de todas las formas de trabajo, productivo  y reproductivo.
La economía solidaria es entendida  también como «la economía del trabajo».14 Así este es  un derecho y un deber social. Por lo tanto, ninguna  forma de desempleo o subempleo puede ser tolerada.  No solo se trata de producir más, sino de hacerlo para  vivir bien, que el trabajo contribuya a la dignificación  de la persona. Habrá que asumirlo como espacio de  libertad y de goce. Y en este contexto habrá incluso que  pensar en distribuirlo de otra manera, pues cada vez es  más escaso, proceso que vendrá atado con una nueva  forma de organizar la economía y la sociedad. A su vez, tendrían que fortalecerse los esquemas  de auto y cogestión en todo tipo de empresas, para  que los trabajadores y las trabajadoras decidan en la  conducción de sus unidades productivas. 
Construcción paciente vs. improvisación irresponsable 
La civilización capitalista ha favorecido el  individualismo, el consumismo y la acumulación  agresiva de bienes materiales, lo que ha exacerbado  la competitividad entre iguales. Científicamente se  ha demostrado la tendencia natural dominante de  los humanos a la cooperación y la asistencia mutua.  Es necesario recuperar y fortalecer esos valores y  aquellas instituciones sustentadas en la reciprocidad  y la solidaridad.  Hay que valorizar los postulados feministas de una  economía orientada al cuidado de la vida, basada en las  virtudes antes mencionadas. La soberanía debe aflorar  con fuerza en varios ámbitos, como el monetario, el  financiero, el energético o el alimentario. Por ejemplo,  en este último, será un pilar fundamental de otra  economía, que se sustentará en el derecho que tienen  los agricultores a controlar la tierra y los consumidores  su alimentación. Esta debe entenderse como un derecho  humano. Y ello empieza por erradicar el hambre a  través de una verdadera revolución agraria.  Es imprescindible el acceso democrático a la tierra,  que constituye un bien público. Dicha estrategia  demanda respuestas participativas, descentralización  efectiva, reconocimiento de tecnologías propias y  ancestrales. Los campesinos y sus familias serán los  protagonistas de este proceso, sobre todo a través  de asociaciones de productores, comercializadores y  procesadores de alimentos.  El Estado —tanto el gobierno central como los  descentralizados— debe establecer las políticas  adecuadas para fomentar el cultivo ético de la tierra,  desprivatizar el agua y asegurar la gestión social del  riego, implementar adecuados mecanismos de crédito,  impulsar tecnologías apropiadas para el entorno,  fomentar los sistemas de transporte y los mercados  justos, promover la reforestación y cuidar las cuencas  hidrográficas, apoyar los procesos de capacitación de  los campesinos, alentar el establecimiento de industrias  locales para procesar los productos agrícolas.  
Lo anterior requiere una política de aprovechamiento  de los recursos naturales orientada a «transformar antes  que transportar», tanto para artículos tradicionales  de exportación como para la producción de consumo  interno. Es fundamental proteger el patrimonio genético e  impedir el ingreso de semillas y cultivos transgénicos.  Ello evitará la pérdida de diversidad genética en  la agricultura, la contaminación de variedades  tradicionales y la aparición de superplagas y malezas.  Y por supuesto resulta intolerable la producción de bio  o agrocombustibles. Las finanzas deben apoyar el aparato productivo  y dejar de ser simples instrumentos de acumulación  y concentración de la riqueza, realidad que alienta  la especulación financiera. De ahí que sea preciso  construir una nueva arquitectura en este campo, en la  que los servicios financieros sean de orden público. En  ella, las finanzas populares, por ejemplo las cooperativas  de ahorro y crédito, deberán asumir un papel cada vez  más preponderante como promotoras del desarrollo,  en paralelo con una banca pública de fomento, que  aglutine el ahorro interno e impulse las economías  productivas de características más solidarias. Las  instituciones financieras privadas deberán dejar su  espacio de predominio a favor de ese otro tipo de  estructura. Esta nueva economía consolida el principio del  monopolio público sobre los recursos estratégicos,  pero, a la vez, establece una dinámica de uso y  aprovechamiento de ellos desde una óptica sustentable.  Asimismo, son necesarios mecanismos de regulación  y control en la prestación de los servicios públicos.  La propiedad privada, comunitaria, pública o estatal  deberá cumplir su función social y ambiental. 

Los planteamientos expuestos marcan un derrotero  para una nueva forma de organización y de economía.  Quizás convenga rescatar el postulado de Carlos Marx  en su Crítica al Programa de Gotha, en 1875: «de cada  cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus  necesidades». Y todo esto aceptando que los seres  humanos formamos parte de la naturaleza. Estas palabras pueden parecer una utopía. De eso se  trata; hay que escribir todos los borradores posibles de  una utopía por construir, una que implique la crítica de  la realidad desde los principios plasmados en la filosofía  de la vida plena. Una utopía que, al ser un proyecto  de vida solidario y sustentable, constituya una opción  alternativa colectivamente imaginada, políticamente  conquistada y construida, para ser ejecutada por  acciones democráticas. 
Notas (…) 
*Economista. Profesor e investigador. FLACSO-Ecuador.  

El Nunca Más al poder real nos interpela a "la movilización social como herramienta de acción y posicionamiento político de incidencias y resistencias hacia poner en práctica que los pueblos tenemos el derecho a decidir libremente sobre los modos de vida producción comercialización e intercambio que queremos en oposición al modelo agroindustrial, extractivista y de concentración".

En atención a ese objetivo, la «reforma agraria integral» enfoca la tierra que hoy "ya no es de ninguna manera ni sólo la agricultura, ni sólo el territorio – es la reserva de la biodiversidad – que es un problema completamente diferente. Es la reserva agrícola, la reserva del agua, los acuíferos, y es también la tierra que hoy es la base de la gran orgía de los recursos naturales en la que nos encontramos. Todo el extractivismo vino también a territorializar las relaciones económicas y políticas y es ésa la gran contradicción de la globalización, ya que se pensaba que ésta iba a desterritorializar todo".

Democratizar el territorio, democratizar el espacio. Entrevista a Boaventura de Sousa Santos


Por Susana Caló
(...)Para los pueblos indígenas el territorio no es simplemente la tierra agrícola, sino la raíz misma de su identidad cultural. Son sus antepasados, su cultura, sus árboles sagrados, sus ríos sagrados, es, por lo tanto, toda una memoria histórica que fue destruida o casi destruida por el colonialismo y el capitalismo, y que ellos quieren recuperar.  Y recuperaron al punto de que en la Constitución de Bolivia de 2009 y en la de Ecuador de 2008 se asumió la idea de que los pueblos son plurinacionales, es decir, que los pueblos indígenas tienen derecho a una autonomía  territorial, también en términos geopolíticos. No son territorios independientes, pero tienen una autonomía que no es apenas la autonomía que posee la región de Madeira, por poner un ejemplo, es otro tipo de autonomía que no es meramente administrativa o política de carácter euro-céntrico, sino que se asienta en el reconocimiento de que hay otras cosmovisiones, otras culturas, otras formas de administrar el territorio, que deben ser reconocidas como tal. Por lo tanto, la lucha por la tierra y por el territorio, hoy, es una lucha contra la herencia colonialista y capitalista en este espacio.
Susana Caló – Las luchas en torno al derecho a la tierra y al territorio han sido uno de los principales tópicos de diversos movimientos sociales por el mundo entero, contra aquello que se designa de fascismo territorial – formas de dominación y explotación del territorio con carácter colonial – y defendiendo también concepciones ecológicas de la territorialidad, véase el caso del petróleo o de la extracción minera. ¿Le parece imposible la implementación con suceso de reformas agrarias, así como su mantenimiento, frente a presiones capitalistas?
Boaventura de Sousa Santos – Es una excelente pregunta porque la cuestión de la tierra y del territorio mudó y no apenas en la dimensión en la que hablamos, es decir, de una lucha por una distribución de la tierra como un recurso agrícola para una construcción política de un territorio con una identidad cultural propia. Pero la tierra, hoy, ya no es de ninguna manera ni sólo la agricultura, ni sólo el territorio – es la reserva de la biodiversidad – que es un problema completamente diferente. Es la reserva agrícola, la reserva del agua, los acuíferos, y es también la tierra que hoy es la base de la gran orgía de los recursos naturales en la que nos encontramos. Todo el extractivismo vino también a territorializar las relaciones económicas y políticas y es esa la gran contradicción de la globalización, ya que si se pensaba que ésta iba a desterritorializar todo: hoy viajamos, los productos son hechos en cualquier parte del mundo, el reloj es hecho es seis partes del mundo, ¿qué interés tiene el territorio? Parece que ninguno pero,  al mismo tiempo, una serie de factores nos obligan a pensar que al final la desterritorialización es apenas uno de los lados de nuestra condición. El otro lado es, en contraposición a ella, la reterritorialización… Hay cosas fundamentales que sólo pueden ser producidas en ciertos lugares: la grabadora que estamos usando, su ordenador que tiene metales especiales raros que sólo existen en ciertos lugares, etc. Tenemos nuevamente en América Latina y África una carrera por los recursos naturales que ejerce una enorme presión sobre la tierra y que crea un nuevo conflicto entre aquellos que quieren la tierra para extraer los minerales y los agricultores y campesinos que allí viven.
Yo acabo de regresar de Mozambique y vi exactamente eso, las grandes empresas como la Rio Tinto o la Vale do Rio Doce están desalojando a poblaciones enteras para expandir sus minas de carbón. Aquí, la tierra no es para la agricultura, aquí, la tierra es para la explotación minera. Y también tenemos hoy otro problema que es lo que las Naciones Unidad designan ya como “land grabbing” que es la acumulación de tierra, la compra y la ocupación masiva de la tierra por países extranjeros y no sólo por empresas. Este es el caso de Arabia Saudí, y de Kuwait que han comprado grandes extensiones de tierra en África como reserva alimentar y reserva de agua. Por este motivo, la tierra hoy está dentro de una geopolítica del territorio  mucho más compleja que aquella que habíamos construido anteriormente como el mundo rural.
Ahora, su referencia al fascismo territorial coloca otra cuestión que me ha tenido  muy ocupado. Yo realicé mi tesis doctoral en la Universidad de Yale, mi trabajo de campo fue vivir en una favela de Rio de Janeiro, precisamente para intentar analizar las relaciones sociales y el espacio social dentro de una favela donde vivían 60.000 personas. Fue ahí que desperté para la idea del fascismo territorial. Las propias ciudades son hoy atravesadas por una lógica de territorio que acaba por fracturarlas, creando dentro de las ciudades una línea abismal entre las zonas que yo llamo civilizadas, las urbanizaciones que son cada vez más contra el espacio público (urbanizaciones privadas), y las zonas salvajes donde viven las clases populares en los suburbios, en los guetos y en las favelas.  Estas zonas salvajes obviamente proliferan en el mundo, una vez que las ciudades no poseen la capacidad de acomodar de una manera urbanísticamente razonable, social y políticamente decente a las poblaciones que llegan a las ciudades huyendo de la violencia rural, de la desertificación, de la guerra, o de la ocupación salvaje de sus tierras.
Es por eso que existen todas esas formas de fascismo territorial, que constituyen una división dentro de los países que son homogéneos desde el punto de vista político, (en el que las leyes son las mismas) pero en el que, sin embargo, la policía es capaz de actuar de una forma totalmente diferente dependiendo del lado de la línea, según considere el territorio enemigo o no, civilizado o salvaje. Es decir, en la construcción de nuestros países, estamos asumiendo conceptos que eran conceptos de guerra contra los extranjeros. El territorio del enemigo interno puede ser una favela, un barrio de lata, pueden ser grupos terroristas o llamados terroristas. Los propios territorios internos de los países están hoy sujetos a formas de geopolítica interna que parecen una importación de relaciones internacionales para el propio territorio. Así, tenemos también territorios que dentro del propio país reproducen relaciones coloniales, que es un concepto que viene de los años 60, de la América Latina, de un gran sociólogo llamado Pablo González Casanova que habrá sido probablemente uno de los primeros en escribir sobre el colonialismo interno.
Cuando los países latinoamericanos se independizaron, el colonialismo no terminó porque la independencia no fue conquistada o entregada a las poblaciones originarias, pero si a los descendientes de los colonos que habían ido para allí. Y estos fueron en ocasiones más racistas que los propios colonos. En algunos países el genocidio de indígenas fue superior después de la independencia dando lugar a la creación de relaciones internas de colonialismo.
Susana Caló – Ha trabajado mucho sobre la importancia de hacer visibles y valorizar la diversidad de saberes e de experiencias del mundo en la perspectiva de las epistemologías del Sur. La creciente relevancia política de los movimientos indígenas de América del Sur ha abierto el camino al diálogo y a la coexistencia entre diferentes saberes y modos de vida. ¿Cómo ve estos avances?
Boaventura de Sousa Santos – Estos nuevos protagonismos políticos que han surgido en América Latina dejaron una cosa clara. Que para ciertos grupos sociales no hay dignidad sin territorio. Es la gran reivindicación de los pueblos indígenas que no imaginan el respeto de su cultura y de sus saberes sin el respeto por sus territorios, porque sus saberes están inscritos en sus territorios. Por lo tanto, no hay cualquier posibilidad de garantizar su dignidad sin garantizar la autonomía territorial. Este reconocimiento es un gran avance histórico. ¿Está en peligro ese avance? Si, ha sido siempre contestado y está en peligro en los países que precisamente progresaran en dirección a ese reconocimiento.
Son los casos de Bolivia y de Ecuador porque, si políticamente existe este reconocimiento debido al protagonismo de estos movimientos sociales y una consagración constitucional, por otro lado, esto ocurre en un auge de presión neo-liberal por los recursos naturales debido sobre todo al desarrollo de China. Y por lo tanto, China va a provocar lo que llamamos de reprimarización de la economía, es decir, una vuelta a aquella idea, que es la maldición de América Latina desde el colonialismo, de que América Latina exporta naturaleza, exporta commodities, exporta recursos naturales, exporta materias primas, y no bienes industriales.
Países enteros intentaron salir de esa maldición, como es el caso de Brasil. Y el propio Brasil, en este momento, está explotando más los bienes primarios que los bienes industriales. Esto por la presión del desarrollo chino y de otras presiones internacionales sobre los productos alimenticios y la especulación sobre los minerales y por consiguiente, la presión sobre la tierra y el territorio está haciendo con que todas las conquistas políticas estén siendo minadas por los propios gobiernos que las instituyeron. Porque las presiones del neo-liberalismo, de las agencias internacionales, del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial, de la Organización Mundial del Comercio, les están diciendo que su ventaja comparada son los recursos minerales y que deben ser explotados ya.  Por este motivo, iniciativas extraordinarias que habían sido diseñadas para este continente están retrocediendo como, por ejemplo, una gran iniciativa de Ecuador que pretendía alterar por completo el modelo de desarrollo basado en el extractivismo, renunciando a la explotación petrolífera en un territorio que es un territorio indígena. Es el territorio de mayor diversidad del mundo y se llama Yasuní- ITT que es un parque nacional grande y en el que Ecuador se propone no extraer el petróleo para proteger la biodiversidad y a los pueblos indígenas, pero pidiendo a la comunidad internacional que indemnice a Ecuador por la mitad de las pérdidas que va a tener por renunciar a la explotación del petróleo.  Esto es algo totalmente nuevo, una innovación extraordinaria para el mundo, pero es evidente que el mundo desarrollado, que es el que podía financiar este proyecto, no sólo no tenía mucha voluntad política, como entró en una crisis financiera y, por consiguiente, comienza a ser evidente que este proyecto Yasuní- ITT no va a seguir adelante.
Aquí está una gran innovación basada en una nueva idea de territorio. Porque el problema es que para la lógica capitalista, ahora neo-liberal, pero capitalista desde siempre, el territorio sólo es válido en la medida en que es explotado. Un territorio dejado a su suerte, es decir, que  no es explotado, no tiene valor comercial y el capitalismo no entiende la lógica de los campesinos. Para la lógica campesina está muy claro: la tierra se cansa, por este motivo, la gente tiene varias parcelas de tierra y en un año se planta en una y en el otro en otra, para que la tierra descanse. Lo que el capitalismo no acepta es que la tierra descanse, como tampoco acepta que descanse el trabajador. ¿Cuál fue la innovación? Obviamente los fertilizantes, los insecticidas y los pesticidas que han conseguido que la tierra está siempre en constante producción. Esta es una gran alteración que se da a principios del siglo XX en la concepción que nosotros tenemos de la tierra, porque anteriormente había una concepción, si se quiere, más humana del territorio y de la tierra.
Susana Caló - ¿A qué nos referimos si hablamos de la importancia de defender y promover un diálogo horizontal de los saberes y de las prácticas en Europa en el contexto actual? ¿Cómo se traducen esas problemáticas para Europa? ¿Puede el problema ser colocado de la misma manera en Europa y en América del Sur?
Boaventura de Sousa Santos – Esas son las preguntas que pretendo responder en un gran proyecto europeo, financiado por el European Research Council, que estoy comenzando, el proyecto ALICE (http: // alice.ces.uc.pt/en /). Llegué a la conclusión en mi trabajo de que el Norte Global y Europa en especial, tienen muy poco que enseñar al mundo y que el colonialismo los incapacitó para aprender con la experiencia del mundo. El colonialismo creó una arrogancia tal en el continente europeo, que se desprecian todas las innovaciones que puedan venir del Sur Global, porque en el fondo siempre fueron considerados inferiores. La reacción a cualquier cosa que venga de Brasil es “ah, esto viene de Brasil, no se aplica a nosotros”, y si viene de la India, peor aún. Ahora bien, yo defiendo que puede existir un aprendizaje. No se trata de una lección del Sur, no es una inversión tipo “ahora el Sur enseña al Norte”, sino que se trata de intentar crear un clima intelectual en Europa – y ahí son fundamentales para mí las epistemologías del Sur y la ecología de los saberes, a la par de los conceptos paralelos que estoy usando, que son la sociología de las ausencias, de las emergencias, y de la traducción intercultural – un contexto epistemológico que, en el fondo, permita a Europa reconocer más experiencias del mundo y valorizar sus orígenes.  ¿Cómo se hace esto? Reconociéndolas en sus propios términos, según los criterios de validez cognitiva y normativa en que se desarrollaron y, por consiguiente, sin depender apenas del filtro del conocimiento y de la normativa eurocéntrica.
Cuando examino una economía indígena, yo la examino desde el punto de vista de aquello que ella consigue traer en términos de preservación de la biodiversidad y cultivo de la tierra. Siempre existirán extractivistas, en la selva, en el Amazonas. El gran activista brasileño, Chico Mendes, asesinado por latifundiarios, era un extractivista, siringuero, pero ecológicamente orientado. Es decir, fueron siempre los indígenas, los siringueros,  y las poblaciones en las riberas del Amazonas, las que utilizaron de una manera ecológicamente sustentable la floresta y los recursos naturales. Ahora bien, las epistemologías del Norte privilegian formas de conocimiento y de actuación orientadas para que apenas interese saber cuánto es lo que se produce por año y cuánto más se puede producir.
Por eso, una de las cinco ecologías tratadas en A Gramática do Tempo es la ecología de las productividades. Implica tener otro concepto de productividad de la tierra que no el meramente basado en el ciclo de producción que promueve el uso negligente de pesticidas. Existe aquí una gran transformación en donde la conquista de la diversidad y de la biodiversidad están en el punto de mira de un desarrollo neoliberal.
Recientemente tuve dos experiencias personales de gran impacto: la que ya mencioné, en Mozambique, donde fui informado de la expulsión de poblaciones campesinas de sus tierras para avanzar con el proceso de extracción mineral y, otra, cuando atravesé la Pampa argentina en mayo, totalmente conquistada por la cultura de la soja transgénica y los pesticidas. Pasamos por allí y no nos ocurrió nada, pero ya existe una consecuencia perversa y trágica: Río Cuarto, que es una ciudad de la Pampa, y Córdoba, que eran los grandes centros de la producción de miel, vieron como caían sus producciones. La miel acabó porque las abejas fueron todas envenenadas al alimentarse de polen transgénico. Por lo que, estas luchas, tienen una triple dimensión. Tienen una dimensión colonial que se mantiene – el colonialismo continua bajo otras formas-, existe una dimensión capitalista del uso de la tierra, y existe ahora la dimensión ecológica que son los límites ecológicos del capitalismo en el siglo XXI. La naturaleza está hablando, y nos dice que “así no puede continuar”, es el calentamiento global, es el deshielo. Las fuerzas que no quieren parar son las que dominan el mundo en este momento.  Por lo tanto, los movimientos tienen que continuar su lucha, pero esencialmente se trata del esfuerzo de convencer a las clases medias europeas de que lo que está en causa es un cambio de civilización que nos va a obligar a cambiar nuestros hábitos de consumo. Y esta ha sido nuestra dificultad.
Susana Caló – Ya oí decir que la teoría no debe ser una teoría de la vanguardia, sino de la retaguardia, en el sentido en que debe tratar de facilitar, acompañar y aprender con las transformaciones sociales. Eso parece esencial, pensar la teoría y el conocimiento como una práctica que abre espacios a la multiplicidad y a la diversidad, en la medida en que mantiene esa ligación a lo social. Pensando aún en esa traducción para Europa, ¿existe un lugar importante en las universidades, teniendo en cuenta que son un espacio tan privilegiados entre nosotros?
Boaventura de Sousa Santos – Sin lugar a dudas, la universidad es un espacio tan privilegiado como problemático.  Es un espacio que se asienta sobre la idea fundamental de privilegiar un cierto tipo de conocimiento, el conocimiento que triunfó a partir del siglo XVII, el conocimiento científico y la tradición filosófica eurocéntrica. Hasta que en el siglo XIX “descubrimos” que la filosofía occidental era toda griega, destruyendo así todas las ligaciones con África y el Medio Oriente. Llevamos a cabo una ruptura a partir de Grecia, eliminando o dejando en la sombra el desarrollo filosófico y toda la creación cultural de una región del mundo bastante más vasta.
La universidad fue la gran consagración del conocimiento vencedor y, por lo tanto, del conocimiento de los vencedores, aquellos que tienen más progresos en la ciencia y en la filosofía. Para no hablar ya de las ciencias y de las filosofías orientales, hay muchas otras formas de conocimiento en circulación en la sociedad, conocimientos legos, populares muchas veces vinculados a las luchas sociales. El conocimiento popular, rescatado por las ecologías de los saberes, es un conocimiento que muchas veces, está inserido en una práctica que nace de la lucha, es un conocimiento born in struggle, y sólo existe en los contextos prácticos en los que existe y no en las instituciones de producción de conocimiento. Por lo tanto, la universidad tiene esa especificidad de haber separado la práctica y el conocimiento y de haber transformado el conocimiento en una práctica en sí mismo. Aún así, lo separó de todas las prácticas y es por este motivo que la universidad nos permitió también –la otra cara de la moneda- crear ideas revolucionarias en un contexto reaccionario, porque aisló a los académicos del resto del mundo, en la tal torre de marfil. Ahora bien, mi objetivo ha sido el de intentar mostrar cuáles son las virtudes de la propia universidad para criticar la idea de que hay apenas un tipo de conocimiento. Hay diversos tipos de conocimiento y quizás deberíamos tener afiliados dentro de la universidad llegados de los ciudadanos, de los movimientos y organizaciones sociales, portadores de otras formas de conocimiento que deberían ser reconocidas. Hay experiencias, hoy, por todo el mundo, donde esto se está llevando a cabo. El caso de Brasil, por ejemplo, donde algunas Facultades de Medicina, sobre todo en las universidades del Amazonas, ya incluyen medicinas y métodos tradicionales, que complementan la biomedicina moderna. Por lo tanto, es esta ecología de saberes médicos, arquitectónicos, urbanísticos, o jurídicos, que estamos estudiando en el proyecto ALICE, y que desde mi punto de vista, puede traer alguna esperanza a las propias universidades, porque gran parte del conocimiento de hoy, se lleva a cabo en otras instancias que no las universidades convencionales. De ahí la propuesta que he venido a avanzar en el Fórum Social Mundial, de una universidad popular de los movimientos sociales, que vaticina justamente otra manera de unir a científicos y artistas con los movimientos sociales.
Susana Caló  – Se ha referido a este momento en que las personas salen a las calles y a las plazas como un periodo post-institucional, en el que las instituciones ya no consiguen acomodar los ecos de las nuevas generaciones, lo que de algún modo hace que nuevas y diversas formas de actuación estén posicionándose en el espacio urbano, abriendo nuevos espacios políticos. ¿Cree que estos movimientos que vienen de abajo abren la posibilidad de una nueva idea de espacio público? Y ¿cómo se pueden articular estos movimientos con las instituciones?
Boaventura de Sousa Santos  Creo que hay ahí dos cuestiones. Una de ellas es ver la contradicción que se fue generando, sobre todo, en las últimas décadas, en términos de las relaciones socio-espaciales, y lo que yo llamo de espacio autoritario y espacio democrático.
Las concepciones espaciales autoritarias se desarrollan en gran parte en el momento en que la polarización social y la desigualdad social comenzaron a poner en peligro la gobernabilidad. Los espacios autoritarios son los espacios dominantes que intentan defenderse de una reacción popular, las urbanizaciones privadas son exactamente un buen ejemplo, entre otros. Otros ejemplos en la organización espacial de la ciudad son el abandono de los espacios públicos, u organizarlos de manera a que se dificulte la aglomeración de las personas, o el distanciamiento de las universidades de los centros de las ciudades con la creación de los campus universitarios.
Esto en América Latina es absolutamente evidente, se crearon espacios para que el movimiento estudiantil no pudiera tener un carácter perturbador del poder político y confinaron a los estudiantes en espacios más o menos segregados.  Por lo tanto, la lógica de la gestión del espacio dominante fue la de crear un espacio que, siendo público, fuese autoritariamente construido, es decir, es un público restrictivo y selectivo. El propio espacio hace difícil cualquier articulación del movimiento social.
James Holston de la Universidad de Berkeley, que hace poco tiempo estuvo en el CES, escribió un libro fundamental sobre Brasilia en el que de algún modo, criticaba toda la lógica modernista de Brasilia, una ciudad a la que voy muchas veces, pero con la que no consigo identificarme, porque precisamente es una ciudad donde es muy difícil el espacio público y la movilización social contestataria organizada, a pesar de haber sido construida por arquitectos comunistas. Los espacios físicos entre las partes edificadas son tan vastos, que lejos de favorecer la creación de espacios públicos, crean desiertos de ciudadanía, zonas social y políticamente neutralizadoras.
Así que, el espacio autoritario estuvo siempre ahí, y después existe el espacio de los excluidos, digamos, que es la respuesta al autoritario y que son las favelas, los suburbios – no los suburbios americanos, sino los latinoamericanos – los guetos, que fueron una respuesta no a modo de confronto, sino de adaptación. Entretanto, empezaron a surgir las luchas por el espacio público. Estas luchas tendrán muchas dimensiones hasta llegar al momento actual, desembocando en los movimientos a los que asistimos hoy.  El espacio público fue utilizado para llevar a cabo reivindicaciones en las que lo público no era en sí mismo una reivindicación: era el nuevo código de trabajo, los derechos de las mujeres, y de ahí en adelante. El espacio público era usado para servir a las reivindicaciones…
Susana Caló – Como un palco.
Boaventura de Sousa Santos – Exactamente, como palco. Hoy ya no es así. El espacio público del movimiento de los indignados hoy es el espacio  en sí mismo, el propio espacio es el valor, es la cuestión de la arena política. La lucha política tiene lugar en ese espacio porque los indignados creen que los espacios institucionales fueron colonizados por el neoliberalismo, neutralizando el derecho a la manifestación política dentro de las instituciones. De ahí viene mi concepto de post-institucionalidad. El espacio público surge como una situación de transición espacial paradigmática, de un espacio que es palco o es vehículo, para un espacio que es entidad en sí mismo. Es presencia, por eso digo que a veces no debemos hablar de movimientos, sino de presencias colectivas en la ciudad y en los espacios públicos, se trata de un tipo distinto de reivindicación del espacio.
Ahora bien, su segunda pregunta se refiere a saber si este momento es el momento, en términos dialécticos, de un entendimiento diferente con las instituciones y con los espacios institucionales. En este caso, todo va a depender de la fuerza de nuestra democracia, porque si la democracia tuviera aún un mínimo de vitalidad, la democracia sería el gobierno del pueblo para el pueblo y por el pueblo. Ahora bien, si el pueblo va para el espacio no institucional, está diciendo a las instituciones que no son democráticas y que no están cumpliendo su misión, porque si ellas no se desviasen de sus funciones no era necesario esto.
Anteriormente, existían los parlamentos, y la movilización popular en la calle servía para que actuasen los parlamentos. Pero estamos en una fase en la que actuamos en la calle para producir resultados políticos en la calle, porque sabemos que los parlamentos no responden, ellos están cooptados, están tomados por la troika y por otros valores e intereses que no son los intereses de la población. Pero, si la democracia tiene aún esa semilla de la vitalidad, creo que habrá reformas políticas que responderán a esta situación, a la que las instituciones con su configuración actual, no consiguen dar respuesta. Vamos a desarrollar formas de democracia participativa, vamos a permitir que la democracia no sea apenas elegir gente para el parlamento, y vamos a tener también ciudadanos organizados en los municipios, que participen en las decisiones. Esto también podría ser facilitado por las vías actuales, como las redes sociales y los medios electrónicos disponibles que permiten formas de democracia electrónica. Es toda una nueva realidad que está ahí, de un espacio público virtual, que es un espacio con un potencial enorme.
Pero esto va a depender de la capacidad que tenga la democracia de dar respuesta. El pueblo fue expulsado de las instituciones, por eso se manifiesta en las calles. No se trata de no querer las instituciones, no hay que olvidar que la lucha de los indignados es una lucha por una democracia real. Por lo tanto, no se trata de alguien que recusa la democracia, sino que es alguien que se siente expulsado de una democracia, que ya no sirve a sus intereses. Lo que se  reivindica es una entrada, sólo que esa entrada implica una reforma fundamental de las instituciones. Y esa es la transición en la que nos encontramos en este momento y que torna toda la lucha histórica muy incierta.
Susana Caló – En Portugal. Ensaio contra a Autoflagelação, escribe sobre la necesidad de democratizar la democracia. ¿Cree inminente la democratización del espacio como vehículo para la democratización de la democracia? Es muy revelador cómo en los movimientos de ocupación de espacios, o de reutilización para fines comunitarios, las personas hablan de un “hacer” de la comunidad y de una sensación renovada de lo colectivo.
Boaventura de Sousa Santos  Absolutamente, creo que es lo esencial. Hay que democratizar el espacio, porque éste ha sido privatizado de varias formas, no apenas por los proyectos inmobiliarios, sino también a través de una respuesta meramente represiva a la criminalidad. El espacio público tiene que ser reconstruido con un sentido de colectividad. Es el espacio de la convivencia, el espacio de la emoción, de la confianza, es el espacio del mirar, y es el espacio del abrazar. Son todos espacios que deben ser construidos y, por lo tanto, ese espacio es una gran conquista en este momento. Porque lo que hicimos con el modelo neo-liberal fue ir para el espacio privado y salir del espacio público, y hoy vemos que cuando abandonamos el espacio público las crisis financieras y las crisis ecológicas nos entran dentro de casa. Es decir, no ganamos mucho refugiándonos en el espacio privado, porque ahora estamos sin empleo, o entonces estamos comiendo productos envenenados. Y, por eso, tenemos que volver al espacio público. Pero es necesario reconquistarlo. Por lo tanto, democratizar la democracia para mí tiene un sentido muy amplio. Todas las relaciones sociales son espacio-sociales, pero lo son de diferentes formas. En A Crítica da Razão Indolente, distingo seis modos de producción del poder, del conocimiento y del derecho: son el espacio doméstico, el espacio de la producción, el espacio de la ciudadanía, el espacio de la comunidad, el espacio de consumo y el espacio mundial. Son todos estos geo-espacios los que deben ser democratizados. Ahora bien, lo que ocurre es que en el modelo occidental que tenemos, sólo el espacio de la ciudanía fue relativamente democratizado. Nuestra democracia trabaja apenas al nivel del espacio público de la ciudadanía, no está en la familia, no está en la fábrica, no está en el consumo, no está en la comunidad, ni en las relaciones mundiales. La democracia representativa que lo que tenemos, en el fondo, es una isla de democracia hoy muy fragilizada, en un archipiélago de despotismos, en la familia, en la fábrica, en la calle, en la comunidad y en el consumo. Por lo tanto, democratizar la democracia es democratizar esos espacios y todos ellos tienen, a mi modo de ver, una dimensión de espacio público. Es decir, la familia hoy  no puede ser entendida como un espacio privado, porque está regulada públicamente.
Nosotros creamos la idea de que la propiedad privada no se toca. Pero esto obliga también a repensar todos los otros conceptos de propiedad inmobiliaria e inclusive la propiedad de la tierra.  ¿Qué es importante tener como espacio público para una ciudad? ¿Cuáles son los criterios de valorización? ¿Por qué los planos maestros son continuamente violados? Y ¿por qué siempre que se necesita se van a buscar a ese potencial espacio público otras valoraciones, sobre todo ahora con la crisis financiera? La cuestión del espacio se mide exactamente con la cuestión del tiempo. El espacio público es el espacio de los largos tiempos, de la convivencia, de la confianza, que no se crea de un día para otro. Se crea de aquí a un año, dos años…porque muchas veces se crean espacios y después decimos que las personas no los usan. Claro que no, porque tiene que pasar algún tiempo para que las personas se habitúen y disfruten otras concepciones de espacio. Es un largo tiempo, y si antes nuestros políticos gobernaban cuatro años, ahora gobiernan dos, y con latroika gobiernan meses, lo que es un tiempo muy breve, y juega totalmente contra cualquier idea de espacio público.
Susana Caló - ¿Cómo ha acompañado eventos recientes en Portugal de retoma y ocupación de espacios abandonados para un potencial uso por parte de la población, por ejemplo, el caso del movimiento es.col.a en Oporto, y la creciente voluntad de auto-gestión colectiva de ciertos espacios de la ciudad?
Boaventura de Sousa Santos –Es un movimiento que tiene obvias razones sociológicas y políticas en el contexto en el que vivimos, y que ha ocurrido en otros contextos, solo que cada contexto determina cuál el perfil de un movimiento. Por ejemplo, después del 25 de Abril, en el periodo revolucionario, hubo muchos movimientos de ocupación, porque había una carencia de vivienda en el país – y estoy hablando sólo del movimiento urbano, porque también hubo ocupación de las tierras en el Alentejo y la creación de las cooperativas agrícolas-, pero en la ciudad existían muchos espacios vacios, había edificios construidos que nunca habían sido ocupados, y había mucha gente sin una vivienda digna. Por otro lado, hubo una gran presión habitacional con las transformaciones políticas, con la llegada de los retornados, 500 mil personas en el plazo de un año, entraron en un país de 10 millones de habitantes, obviamente un fenómeno de población significativo. Y de ahí se deriva toda una transformación política que tiene lugar en el país y que permite energías de ocupación, o sea, de violación de las normas jurídicas, porque lo que la ocupación tiene de característico es violar una regla fundamental: el respeto por la propiedad privada. La propiedad privada es el áncora de todo el derecho moderno y de toda la democracia burguesa. En el periodo revolucionario de 1974-1975 – o de crisis revolucionaria, nunca le llamé propiamente una revolución, sino una crisis revolucionaria, de igualdad del poder, en la que ni hubo poder popular, ni poder burgués –creamos una brecha que permitió, de una forma masiva y organizada, ocupaciones. Este es, por lo tanto, un contexto.
Otro contexto de los últimos 40 años es un contexto que no es de modo alguno revolucionario, sino quizás contra-revolucionario. Es el contexto que ocurre dentro de la democracia que entre tanto fue institucionalizada por el 25 de Abril, en el que se dieron enormes expectativas de bienestar a la población portuguesa; se reclamaron y reconocieron derechos políticos y sociales y,  muy repentinamente, y por razones que la población no entiende, tales expectativas están siendo frustradas y los derechos confiscados. Ahora bien, en un contexto contra-revolucionario, se frustran las expectativas, las instituciones democráticas no responden, los ayuntamientos no tienen dinero, los gobiernos están cerrando colegios, etc., y, por lo tanto, ese movimiento de ocupación es más una dimensión de aquello a que llamo movimiento post-institucional, que en este caso es la violación o de la propiedad privada o de la propiedad pública. La propiedad privada es del dueño, la propiedad pública está sujeta a las reglas del Estado, por lo que, quien no cumple las reglas no puede ocupar, son esas las dos dimensiones de la propiedad. Porque la propiedad pública entre nosotros es la propiedad estatal, sobre todo en términos de espacios edificados, no hay un espacio público edificado no-estatal. Podía ser un espacio comunitario, pero no lo es –la escuela lo es, por ejemplo, del Ministerio de Educación. Y, por lo tanto, estamos asistiendo a un momento post-institucional que se traduce también en esa ocupación de espacios, y la lógica es la misma: es una respuesta política a una situación de frustración de expectativas que fueron construidas en los últimos 40 años. Y obviamente no acreditando en las instituciones, ni en los derechos que las sustentan, se viola el derecho de la propiedad privada y se viola el derecho de la propiedad pública. No son movimientos de la misma dimensión, son movimientos más pequeños, son organizaciones más pequeñas, son en ocasiones lo que la gente hoy denomina de movimientos espontáneos – claro que no hay movimientos propiamente espontáneos, tiene que haber una agregación, ni que sea a través de las redes sociales – pero es evidente que hay aquí otro tipo de movilización cuya connotación política es muy difícil de identificar, o que hasta son totalmente hostiles a la política, lo que no ocurría en 1974 y 1975.(...)
(Esta entrevista, traducida por Pilar Pereila Martos, tuvo lugar el 27 de julio de 2012 en el Centro de Estudios Sociales, en Coimbra, Portugal).
Publicado 27th November 2013 por Lobo suelto