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10 de abril de 2016

La unión programática para el Nunca Más al poder real implica "la tarea  de organizar la sociedad y la economía asegurando  la integridad de los procesos de la naturaleza,  garantizando los diversos flujos de energía y de otros  materiales en la biosfera, sin dejar de preservar la biodiversidad del planeta".

Otra economía  
para otra civilización
Julio-septiembre de 2013 
 
 
Por Alberto Acosta*
 
Cualquier cosa que sea contraria a la Naturaleza
 lo es también a la razón, y cualquier cosa que sea
 contraria a la razón es absurda. Baruch de Spinoza (1632-1677)
Dejemos sentado desde el inicio que no hay  alternativa alguna dentro del capitalismo.  Son inviables opciones dignas en una  civilización en esencia depredadora y  explotadora que «vive de sofocar a la vida y al mundo  de la vida».  La Humanidad, entonces, tiene que superar  tal civilización, que además está en crisis. Y no se  puede esperar que ésta abra la puerta a los cambios;  ellos deben ser construidos e impulsados como parte  de una acción política preconcebida que se aproveche  de la crisis del capitalismo. En ese sentido, es muy importante estar atentos  a aquellos elementos que configuran la esencia  civilizatoria de ese sistema, para no insistir en ellos  y dar paso, dentro de él, a la construcción de una  alternativa. La salida del capitalismo se cristalizará  incluso arrastrando, inicialmente, algunas de sus  taras propias. Pero eso no es suficiente. Hay que transitar del  actual antropocentrismo al sociobiocentrismo. Lo  anterior exige un proceso de mutación sostenido  y plural, como requisito fundamental para llevar a  cabo una gran transformación civilizatoria. La tarea  es organizar la sociedad y la economía asegurando  la integridad de los procesos de la naturaleza, garantizando los diversos flujos de energía y de otros  materiales en la biosfera, sin dejar de preservar la biodiversidad del planeta. Por lo tanto, no se trata de continuar por la senda  del tradicional progreso en su deriva productivista y del desarrollo como dirección única, sobre todo en su  visión mecanicista de crecimiento económico, en sus  múltiples sinónimos.  Es necesario plantear caminos diferentes, mucho más ricos en contenidos y, por cierto,  más complejos y concretos.

Elementos de una economía solidaria  y sustentable 
Cuando se acepta que una economía debe sustentarse  en la solidaridad y en la sustentabilidad, se busca la  construcción de otro tipo de relaciones de producción,  intercambio, cooperación y también de acumulación  del capital y de distribución del ingreso y la riqueza. En el ámbito económico se requiere incorporar  criterios de suficiencia antes que sostener la lógica de la eficiencia entendida como la acumulación  material cada vez más acelerada. De ello se desprende  una indispensable crítica al fetiche del crecimiento  económico, que es apenas un medio, no un fin. Esto  plantea también, como meta utópica, la construcción  de relaciones armoniosas de la colectividad, y del  individuo con la naturaleza.  El objetivo final es establecer un sistema económico  sobre bases comunitarias y orientadas hacia la  reciprocidad, que debe ser sustentable; es decir, debe  asegurar procesos que respeten los ciclos ecológicos  y que puedan mantenerse en el tiempo, sin ayuda  externa y sin que se produzca una escasez crítica de  los recursos.  Para lograr este objetivo múltiple será preciso  dejar atrás paulatinamente las lógicas de devastación  social y ambiental dominantes. El mayor desafío de las  transiciones  se encuentra en superar aquellos patrones  culturales asumidos por la mayoría de la población que  apuntan hacia una permanente y mayor acumulación  de bienes materiales; una situación que no asegura
necesariamente un creciente bienestar de todos los  individuos y las colectividades.  No sólo hay que consumir mejor y en algunos casos  menos, sino que se debe obtener mejores resultados con  menos, en términos de mejorar la calidad de vida. Es  imprescindible construir otra lógica económica, que  no radique en la ampliación constante del consumo en  función de la acumulación de capital. En consecuencia,  esta nueva propuesta tiene que consolidarse superando  el consumismo, e inclusive el productivismo, sobre  bases de creciente autodependencia comunitaria  en todos los ámbitos. No se trata de minimizar la  importancia que tiene el Estado, pero sí de ubicarlo  en su verdadera dimensión, es decir, asumir sus  limitaciones y repensarlo desde lo comunitario.   Subordinar el Estado al mercado implica supeditar la  sociedad a las relaciones mercantiles y al individualismo  ególatra. Si bien el mercado total no es la solución,  tampoco lo es el Estado por sí solo. Debe tenerse  presente, como un aspecto medular, que no todos los  actores de la economía actúan movidos por el lucro. Y  que tampoco la burocracia estatal puede suplantar las  expresiones de las comunidades, en la medida en que  ella no garantiza la participación popular en la toma  de decisiones, ni el control democrático.  
Eso lleva a comprender que en una economía  solidaria, como parte de una sociedad plenamente  democrática, no puede haber formas de propiedad  capitalista monopólica u oligopólica, y tampoco puede  la empresa pública o estatal totalizar la economía,  al ser considerada la forma de propiedad principal  y dominante. Existen modos distintos de propiedad  y organización: cooperativas de ahorro y crédito, de  producción, de consumo, de vivienda y de servicios,  así como mutuales de diverso tipo, asociaciones de  productores y comercializadores, organizaciones  comunitarias, unidades económicas populares y  empresas autogestionarias. En este universo habrá que  incorporar una gran multiplicidad de organizaciones  de la sociedad civil, que pueden acompañar una  transformación que no se improvisa, e incluso ser su  base. Tal economía parte de una marcada heterogeneidad  de formas de propiedad y de producción. Desde  donde se deberán ir construyendo otras relaciones de  producción y de control de la economía. El Estado y  el mercado tendrán un importante papel; este último  podría ser repensado desde la visión de una economía  socialista de mercado. El objetivo, ya desde la fase de transición, será  impulsar la satisfacción de las necesidades actuales  sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras. No se trata solamente de defender la fuerza de  trabajo y de oponerse a su explotación.
Está en juego la  defensa de la vida misma.
Así, los objetivos económicos subordinados a las leyes de funcionamiento de los  sistemas naturales, deben conciliarse con el respeto a la  dignidad humana y la mejoría de la calidad de vida de  las personas, las familias y las comunidades. No puede  sacrificarse la naturaleza y su diversidad; el ser humano  forma parte de ella y no tiene derecho a dominarla,  mercantilizarla, privatizarla, destruirla.  
El autocentramiento en la base  de las transiciones 
Las transiciones, entendidas como rutas hacia  una nueva civilización, deben ser pensadas sobre  todo desde las nociones de autocentramiento. En esta  aproximación las dimensiones locales quedan muy bien  situadas, lo que supone una estrategia de organización  de la política y de la economía construida desde abajo y  desde dentro, desde lo comunitario y solidario; donde,  por ejemplo, cobran fuerza las propuestas productivas  resultantes de los barrios y las comunidades. Adoptar esas nociones implica tomar decisiones  políticas colectivas, para lo cual debe seguirse un  camino gradual que vaya desde lo regional a lo nacional, y luego al mercado mundial. Este empeño  será mucho más fácil si se cuenta con el respaldo del  gobierno central y si hay una estrategia de integración  regional autónoma, es decir, que no esté normada por  las demandas del capital transnacional.8   
El fundamento básico de la vía autocentrada es el  desarrollo de las fuerzas productivas endógenas, que  incluye capacidades humanas y recursos productivos  locales y el correspondiente control de la acumulación  y centramiento de los patrones de consumo. Todo esto  debe venir acompañado por un proceso político de  participación plena, de manera tal que (sobre todo en  los países donde el gobierno no está sintonizado con  esta visión) se construyan «contrapoderes» (económico  y político) que puedan impulsar paulatinamente las  transformaciones a nivel nacional.  Esto implica ir gestando, desde las localidades,  espacios de poder real en lo político, lo económico y lo  cultural. A partir de ellos se podrán forjar los embriones  de una nueva institucionalidad estatal, así como diseñar  y construir una renovada lógica de mercado, en el  marco de una nueva convivencia social. Estos núcleos  de acción servirán de base para la estrategia colectiva  que dé lugar a un proyecto de vida en común, el cual no  podrá ser una visión abstracta que descuide los sujetos  y las relaciones presentes al reconocerlos tal como son  y no como se quiere que sean. Una propuesta de transición desde el autocentramiento  —en lo económico— prioriza el mercado interno.  Esto no significa volver al modelo de «sustitución de  importaciones» que procuró beneficiar, y de hecho  favoreció, a los capitalistas locales, con la expectativa de fomentar o fortalecer una inexistente «burguesía  nacional».
En este nuevo contexto, mercado interno  quiere decir mercados heterogéneos y diversos, así  como de masas. En el último predominará el «vivir con  lo nuestro y para los nuestros», al vincular el campo  con la ciudad, lo rural y lo urbano, para desde allí  evaluar las posibilidades de reinsertarse en la economía  mundial.  No es posible desarrollar proyectos económicos  sin involucrar activamente a la población en su  diseño y gestión. Es necesario fomentar a la vez  la creación y el fortalecimiento de unidades de  producción autogestionarias, asociativas, cooperativas  o comunitarias (desde las familias, pasando por  las «microempresas» a nivel local, hasta llegar a los  proyectos regionales). Tal propuesta exige de modo  imperioso el fortalecimiento de dichos espacios  comunitarios. Así, por ejemplo, los productores  agrícolas deberían formar asociaciones que les  permitan manejar temas claves de manera conjunta,  como el acceso a mercados, créditos, tecnologías,  capacitación, etcétera. Hay que crear, por igual, las condiciones para  propiciar la producción de (nuevos) bienes y servicios,  sobre la base de tecnologías adaptadas y autóctonas.  Esta política debe favorecer a empresas colectivas,  familiares o incluso individuales, pero sin dar paso al  surgimiento y consolidación de estructuras oligopólicas  y menos aún monopólicas. Tales bienes y servicios  deben estar acordes con las necesidades axiológicas  y existenciales9  de los propios actores del cambio, a  fin de estimular el aprendizaje directo, la difusión y  el uso pleno de las habilidades, la motivación para  la comprensión de los fenómenos y para la creación  autónoma. En lo social la transición propone la revalorización  de las identidades culturales y el criterio autónomo de  las poblaciones locales, la interacción e integración entre  movimientos populares y la incorporación económica  y social de los ciudadanos en general. Estos deben  dejar su papel pasivo en el uso de bienes y servicios  colectivos y convertirse en propulsores autónomos  de los servicios de salud, educación, transporte, entre  otros, impulsados coordinada y consensuadamente  desde la escala local-regional. Por último, en lo político, tales procesos  contribuirían a la conformación y fortalecimiento de  instituciones representativas y al desarrollo de una  cultura democrática y de participación, para lo cual  habrá que fortalecer los de tipo asambleario, propios  de los espacios comunitarios. 
Estos procesos demandan el cambio de los patrones  tecnológicos para recuperar e incentivar alternativas  locales, sin negar los valiosos aportes que pueden  provenir del exterior, sobre todo de las llamadas tecnologías intermedias y «limpias». Hay que entender  que gran parte de las capacidades y conocimientos  locales están en manos de comunidades y pueblos  que por decisión, tradición o marginación, se han  mantenido fuera del patrón occidental. En dichos  segmentos del aparato productivo se utilizan e inventan  opciones para facilitar el trabajo y el consumo de  productos locales, artesanales y orgánicos.  Numerosas prácticas tradicionales tienen tal  grado de solidez que el paso del tiempo parecería  solo afectarlas en lo accesorio y no en lo profundo.  Además, si se observa con detenimiento hay respuestas  productivas, como las de la agricultura orgánica, con  mejores rendimientos económicos en términos amplios  que las promocionadas actividades convencionales.
La  construcción de un nuevo patrón tecnológico implica  rescatar, desarrollar, o adaptar viejas y novedosas  
tecnologías, que, para ser liberadoras, no deberán  generar nuevos modelos de dependencia (a través de  los transgénicos, por ejemplo), tendrían que ser de  libre circulación y de bajo consumo energético, así  como emitir CO2  en reducidas cantidades, muy poco  contaminantes, al tiempo que aseguran la creación de  abundantes puestos de trabajo de calidad. Ahora bien, hay que tener presente que un proyecto  de organización social y productiva, sustentado en la  dignidad y la armonía, como propuesta emancipadora,  requiere una revisión del estilo de vida vigente, sobre  todo a nivel de las élites, que sirve de marco orientador  (inalcanzable) para la mayoría de la población en  el planeta. Igualmente habrá que procesar, sobre  cimientos de equidades reales, la reducción del tiempo  de trabajo y su redistribución, así como la redefinición  colectiva de las necesidades axiológicas y existenciales  del ser humano en función de satisfactores singulares  y sinérgicos, ajustados a las disponibilidades de la  economía y la naturaleza.
 
Las limitaciones del extractivismo  desbocado 
Esta transición económica debería hacerse extensiva  a aquellas formas de producción, como la extractivista,  que sostienen las bases materiales del capitalismo  y que ponen en riesgo la vida misma. Los países  productores y exportadores de materias primas, es  decir, de naturaleza, son funcionales al sistema de  acumulación capitalista global y son también, indirecta  o directamente, causantes de los problemas ambientales  mundiales.  Aunque pueda resultar contradictorio, la actual  crisis múltiple y mutante del capitalismo y el manejo  que se le ha dado, fundamentado en multimillonarias  inyecciones de recursos financieros para salvar la  banca, mantienen elevados —vía especulación— los  precios de muchas materias primas, como el petróleo y  los minerales, e incluso de muchos alimentos; situación  que ya estuvo presente en los años anteriores a la crisis  como parte de la lógica especulativa del capital ficticio. Así estos recursos ya no solo están destinados a atender  la demanda energética o productiva o alimenticia,  sino que se han transformado en activos financieros  en medio de una economía mundial dominada por  fuerzas y tendencias especulativas. Por lo tanto, caminar hacia el socialismo, como reza  el discurso oficial de algunos gobiernos «progresistas», alimentando las necesidades —incluyendo las  demandas especulativas— del capitalismo global,  a través de la expansión del extractivismo, es una  incoherencia.
El extractivismo no es compatible con  una economía solidaria y sustentable porque depreda  la naturaleza y devasta comunidades, al mantener  estructuras laborales explotadoras de la mano de obra,  que no aseguran un empleo adecuado.  En países en los que aquel prima, la dinámica  económica se caracteriza por prácticas «rentistas».  Su estructura y vivencia social está dominada por las  lógicas clientelares. Mientras que la voracidad y el  autoritarismo caracterizan la vida política. Esto explica  la contradicción de países ricos en materias primas  donde, en la práctica, la masa de la población está  empobrecida. Parece que somos pobres porque somos  ricos en recursos naturales. 
El ser humano en el centro de la otra  economía 
Aquí él debe ser el centro de la atención y su factor fundamental, siempre como parte de la naturaleza. Si este es el eje de dicha economía, el trabajo es su sostén. Lo anterior plantea el reconocimiento en igualdad de condiciones de todas las formas de trabajo, productivo y reproductivo. La economía solidaria es entendida también como «la economía del trabajo».14 Así éste es un derecho y un deber social. Por lo tanto, ninguna forma de desempleo o subempleo puede ser tolerada. No sólo se trata de producir más, sino de hacerlo para vivir bien, que el trabajo contribuya a la dignificación de la persona. Habrá que asumirlo como espacio de libertad y de goce. Y en este contexto habrá incluso que pensar en distribuirlo de otra manera, pues cada vez es más escaso, proceso que vendrá atado con una nueva forma de organizar la economía y la sociedad. A su vez, tendrían que fortalecerse los esquemas de auto y cogestión en todo tipo de empresas, para que los trabajadores y las trabajadoras decidan en la conducción de sus unidades productivas.

El objetivo final es establecer un sistema económico sobre bases comunitarias y orientadas hacia la reciprocidad, que debe ser sustentable; es decir, debe asegurar procesos que respeten los ciclos ecológicos y que puedan mantenerse en el tiempo, sin ayuda externa y sin que se produzca una escasez crítica de los recursos.
Al rescate de algunas lógicas económicas 
Para empezar una acción transformadora hay que  reconocer que -en el capitalismo- lo popular y solidario  convive y compite con la economía capitalista y con  la pública.  El sector de la economía social y solidaria está  compuesto por el conjunto de formas de organización  económica-social en las que sus integrantes, colectiva o  individualmente, desarrollan procesos de producción,  intercambio, comercialización, financiamiento y consumo de bienes y servicios. Tales formas  de organización solidaria incluyen en el sector  productivo y comercial cooperativas, asociaciones y  organizaciones comunitarias, así como diversos tipos  de unidades económicas populares. A estas se suman  las organizaciones del sector financiero popular y  solidario, que tienen en las cooperativas de ahorro  y crédito, en las cajas solidarias y de ahorro y en los  bancos comunales sus pilares. Inclusive habría que  rescatar valiosas experiencias con dinero alternativo,  controlado por las comunidades, que han servido no  sólo para resolver problemas en épocas de crisis agudas,  sino que han sido de enorme utilidad para descubrir y  potenciar las capacidades locales existentes.  
Organizaciones como estas casi siempre sustentan  sus actividades en relaciones de solidaridad, cooperación  y reciprocidad y ubican al ser humano como sujeto y  fin de toda actividad económica, por encima del lucro,  la competencia y la acumulación de capital. Desde  esa lógica es necesario romper con las expresiones de  paternalismo, asistencialismo o clientelismo, por un  lado; y por otro, con toda forma de concentración y  acaparamiento; prácticas que han dominado la historia  de la región.  El Estado tiene mucho que hacer en este campo.  Por ejemplo, invertir en infraestructura y generar las  condiciones que dinamicen a los pequeños y medianos  productores, los cuales, con una pequeña inversión,  sacan mucho más rédito a la unidad monetaria  invertida que a la que invierten los grandes grupos de  capital. Su problema es que no poseen capacidad de  acumular. Ganan muy poco y viven en condiciones de  inmediatez económica, subordinados muchas veces al  gran capital. Tampoco tienen, mayoritariamente, una  adecuada preparación profesional y técnica, dado que  el Estado no se ha preocupado en ofrecer capacitación  para la apropiada gestión de este sector productivo.  Igualmente, hay que favorecer la cooperación  entre estas empresas de propiedad social, en lo que  se denominan «distritos industriales populares».
Al  respecto, existen numerosas experiencias. Lo que  toca es profundizar y ampliar este tipo de prácticas,  para que sean más las empresas que compartan costos  fijos (maquinaria, edificios, tecnologías, entre otros)  y aprovechen así economías de escala, lo que les  aseguraría una mayor productividad. Por ello se vuelve impostergable una reconversión de la matriz productiva. Esta decisión exige el ejercicio  soberano sobre la economía, la desprimarización de su  estructura, fomentar —e invertir en ella— la innovación  científico-tecnológica estrechamente vinculada con el  nuevo aparato productivo (y no en guetos de sabios);  también demanda la inclusión social, la capacitación  laboral y la generación de empleo abundante y bien  remunerado. Este último punto es crucial para evitar  el subempleo, la desigual distribución del ingreso, el  desangre demográfico que representa la migración,  entre otras patologías inherentes al actual modelo  primario-exportador de acumulación. Las estrategias de transición tendrán que ser  necesariamente plurales. Teniendo como horizonte la  vocación utópica de futuro hay que desplegar acciones  concretas para resolver problemas concretos. Y en ese  empeño, rescatar y potenciar las prácticas y los saberes  ancestrales, así como todas aquellas visiones y vivencias  sintonizadas con la praxis de la vida armónica y en  plenitud, que apunten en dicha dirección. Otro aspecto fundamental es reconocer que esta  nueva economía no puede circunscribirse al mundo  rural o a los sectores populares urbanos marginados.  Uno de los mayores desafíos radica en repensar las  ciudades, rediseñarlas y reorganizarlas, al tiempo que  se construyen otras relaciones con el mundo rural,  pensar formas diferentes de organizar la vida para y  desde las ciudades.  condiciones de todas las formas de trabajo, productivo  y reproductivo.
La economía solidaria es entendida  también como «la economía del trabajo».14 Así este es  un derecho y un deber social. Por lo tanto, ninguna  forma de desempleo o subempleo puede ser tolerada.  No solo se trata de producir más, sino de hacerlo para  vivir bien, que el trabajo contribuya a la dignificación  de la persona. Habrá que asumirlo como espacio de  libertad y de goce. Y en este contexto habrá incluso que  pensar en distribuirlo de otra manera, pues cada vez es  más escaso, proceso que vendrá atado con una nueva  forma de organizar la economía y la sociedad. A su vez, tendrían que fortalecerse los esquemas  de auto y cogestión en todo tipo de empresas, para  que los trabajadores y las trabajadoras decidan en la  conducción de sus unidades productivas. 
Construcción paciente vs. improvisación irresponsable 
La civilización capitalista ha favorecido el  individualismo, el consumismo y la acumulación  agresiva de bienes materiales, lo que ha exacerbado  la competitividad entre iguales. Científicamente se  ha demostrado la tendencia natural dominante de  los humanos a la cooperación y la asistencia mutua.  Es necesario recuperar y fortalecer esos valores y  aquellas instituciones sustentadas en la reciprocidad  y la solidaridad.  Hay que valorizar los postulados feministas de una  economía orientada al cuidado de la vida, basada en las  virtudes antes mencionadas. La soberanía debe aflorar  con fuerza en varios ámbitos, como el monetario, el  financiero, el energético o el alimentario. Por ejemplo,  en este último, será un pilar fundamental de otra  economía, que se sustentará en el derecho que tienen  los agricultores a controlar la tierra y los consumidores  su alimentación. Esta debe entenderse como un derecho  humano. Y ello empieza por erradicar el hambre a  través de una verdadera revolución agraria.  Es imprescindible el acceso democrático a la tierra,  que constituye un bien público. Dicha estrategia  demanda respuestas participativas, descentralización  efectiva, reconocimiento de tecnologías propias y  ancestrales. Los campesinos y sus familias serán los  protagonistas de este proceso, sobre todo a través  de asociaciones de productores, comercializadores y  procesadores de alimentos.  El Estado —tanto el gobierno central como los  descentralizados— debe establecer las políticas  adecuadas para fomentar el cultivo ético de la tierra,  desprivatizar el agua y asegurar la gestión social del  riego, implementar adecuados mecanismos de crédito,  impulsar tecnologías apropiadas para el entorno,  fomentar los sistemas de transporte y los mercados  justos, promover la reforestación y cuidar las cuencas  hidrográficas, apoyar los procesos de capacitación de  los campesinos, alentar el establecimiento de industrias  locales para procesar los productos agrícolas.  
Lo anterior requiere una política de aprovechamiento  de los recursos naturales orientada a «transformar antes  que transportar», tanto para artículos tradicionales  de exportación como para la producción de consumo  interno. Es fundamental proteger el patrimonio genético e  impedir el ingreso de semillas y cultivos transgénicos.  Ello evitará la pérdida de diversidad genética en  la agricultura, la contaminación de variedades  tradicionales y la aparición de superplagas y malezas.  Y por supuesto resulta intolerable la producción de bio  o agrocombustibles. Las finanzas deben apoyar el aparato productivo  y dejar de ser simples instrumentos de acumulación  y concentración de la riqueza, realidad que alienta  la especulación financiera. De ahí que sea preciso  construir una nueva arquitectura en este campo, en la  que los servicios financieros sean de orden público. En  ella, las finanzas populares, por ejemplo las cooperativas  de ahorro y crédito, deberán asumir un papel cada vez  más preponderante como promotoras del desarrollo,  en paralelo con una banca pública de fomento, que  aglutine el ahorro interno e impulse las economías  productivas de características más solidarias. Las  instituciones financieras privadas deberán dejar su  espacio de predominio a favor de ese otro tipo de  estructura. Esta nueva economía consolida el principio del  monopolio público sobre los recursos estratégicos,  pero, a la vez, establece una dinámica de uso y  aprovechamiento de ellos desde una óptica sustentable.  Asimismo, son necesarios mecanismos de regulación  y control en la prestación de los servicios públicos.  La propiedad privada, comunitaria, pública o estatal  deberá cumplir su función social y ambiental. 

Los planteamientos expuestos marcan un derrotero  para una nueva forma de organización y de economía.  Quizás convenga rescatar el postulado de Carlos Marx  en su Crítica al Programa de Gotha, en 1875: «de cada  cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus  necesidades». Y todo esto aceptando que los seres  humanos formamos parte de la naturaleza. Estas palabras pueden parecer una utopía. De eso se  trata; hay que escribir todos los borradores posibles de  una utopía por construir, una que implique la crítica de  la realidad desde los principios plasmados en la filosofía  de la vida plena. Una utopía que, al ser un proyecto  de vida solidario y sustentable, constituya una opción  alternativa colectivamente imaginada, políticamente  conquistada y construida, para ser ejecutada por  acciones democráticas. 
Notas (…) 
*Economista. Profesor e investigador. FLACSO-Ecuador.  

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