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18 de agosto de 2020

I. Apropiación,mercantilización de todo condujo a actuales emergencias. Alternativa

El problema es el sistema mundo moderno-colonial

La pandemia no es más

que una consecuencia

3 de agosto de 2020

Por Oswaldo Espinoza

La pandemia de la Covid-19 representa sin lugar a dudas el acontecimiento histórico más importante de los tiempos contemporáneos, su alcance e impacto en la sociedad y la ilusión compartida de una realidad inmutable e infinita que llamamos normalidad, convierten este hecho en un momento de inflexión para el destino de la especie humana; sin embargo, la pandemia no es la causa de las calamidades presentes del mundo; de hecho no es más que un producto del sistema mundo moderno-colonial sustentado en el modelo de producción capitalista, en la racionalidad positivista, en la cosmovisión antropocéntrica de la teología de la dominación y en la reproducción constante de los patrones hegemónicos y coloniales.
Ignacio Ramonet, desde su cuarentena en Cuba, reflexiona sobre la pandemia y el sistema mundo, derrumbando algunos de los mitos que rodean al fenómeno de la pandemia al tiempo que expone el potencial de la misma para un iniciar un proceso de cambio societal, sin dejar de alertar sobre los riesgos inherentes a este momento de incertidumbre histórica.
Para entender la relación entre la pandemia y el sistema mundo del que se desprende, es necesario conocer que el sistema mundo moderno colonial ha establecido e impuesto su cosmovisión como la única lógica para la existencia humana, negando y produciendo como inexistentes todas las otras formas históricas y alternativas que existieron y existen en la inmensa diversidad y riqueza de la humanidad; sobre todo hay que leer ese sistema desde dos dimensiones trascendentales para comprender como es que la lógica moderna del sistema mundo produjo la pandemia.
Por una parte encontramos la forma de relación entre la especie humana y la naturaleza, y por otra parte los patrones de relación entre los seres humanos; en el primero de los casos la cosmovisión judeo-cristiana establece a través del mito creacional del génesis, una lógica del hombre como la cima de la creación divina y a la naturaleza la coloca bajo su señorío y dominio, es decir que la lógica relacional humano-naturaleza se establece bajo la premisa de la propiedad, con la tierra y todas sus creaturas al servicio del hombre que puede disponer a voluntad de la misma; esta lógica se traduce en un modelo de explotación de los recursos naturales hasta el agotamiento y su destrucción final que invariablemente obligaba a la expansión y búsqueda de nuevas tierras y recursos derivando en el colonialismo
El modelo de producción capitalista no hace más que llevar esta lógica de relación al extremo, expandiéndola y multiplicando sus efectos; así encontramos que, como expone Ramonet, la expansión del modelo de producción capitalista invade y destruye sistemáticamente ecosistemas naturales, rompiendo los equilibrios biológicos establecidos y aumentando el contacto y la exposición entre los seres humanos y organismos vivos tradicionalmente aislados de la actividad humana, incrementando el potencial de contagio de virus zoonóticos, que se transmiten de animales a humanos como en el caso de los SARS, familia a la cual pertenece el SARS COV-2 causante de la Covid-19; súmese a ello la superpoblación, la interdependencia, la extinción de especies de control biológico, la domesticación masiva y consumo indiscriminado de otras especies de origen silvestre, y el resultado será el coctel perfecto para el surgimiento de nuevas pandemias tan o más letales que la Covid-19.
La otra lógica relacional del sistema mundo moderno-colonial es la que establece las relaciones entre los seres humanos a partir de patrones de dominación y explotación fundamentadas y racionalizadas a través de la naturalización de las diferencias como jerarquías que establecería a una minoría de la especie como superior y por lo tanto como la más preparada para gobernar y dirigir los destinos del resto de la especie; básicamente, esta población “naturalmente superior” viene a estar representada por los hombres blancos, europeos y sus descendientes directos, positivistas, cristianos y capitalistas, de ahí que los patrones de dominación sobre los que sustenta la modernidad sean sus propios mitos racionalizados: El patriarcado, racismo, colonialismo, y capitalismo.
La otra cara de esta lógica consiste, en consecuencia en la producción sistemática de las grandes mayorías de la especie humana como naturalmente inferiores, barbaros, atrasados; cuando no declarados como primitivos o simplemente inexistentes; de esta forma las grandes mayorías de la humanidad se ven privadas de su propia historia, se les prohíbe su identidad, no se les reconocen sus conocimientos, ven estigmatizadas sus creencias y cosmovisiones y finalmente se les niega la posibilidad de soberanía y autodeterminación, junto con su derecho a determinar y construir su propio destino.
Esta lógica relacional profundamente injusta y desigual produce una enorme brecha abismal entre una minoría privilegiada que gobierna el sistema mundo y las grandes mayorías, ignoradas, explotadas, victimizadas, excluidas y producidas como inexistentes. La pandemia no produjo la brecha abismal pero, como bien apunta Boaventura de Souza Santos, sí la desnuda y la revela en toda su magnitud, no por nada, si bien el virus no distingue raza ni clase social, las condiciones de vida de los sectores desfavorecidos terminan potenciando el riesgo de contagio y limitan enormemente el tratamiento y lucha contra la enfermedad; la contundencia de tales afirmaciones se evidencian en las cifras de contagio y letalidad entre la población latina, emigrante y afrodescendiente en EEUU, hoy por hoy centro de la pandemia mundial.
Sin lugar a dudas que las condiciones en las que viven las grandes mayorías de excluidos de la sociedad, de los olvidados de la tierra, contribuyeron innegablemente a la rápida expansión de la enfermedad por el mundo y sobre todo en el sur global; vivir hacinados, con bajas condiciones de salubridad, escasos ingresos, trabajos de alto riesgo, bajos niveles de nutrición, limitado acceso a la atención médica y escasa protección social, impiden cumplir con el distanciamiento social y las demás medidas de prevención sanitarias al tiempo que potencian exponencialmente los efectos de la pandemia.
La pandemia parece estar dejando claro en la conciencia colectiva que algo debe cambiar en el mundo; por otra parte la mayoría de los analistas, estudiosos e intelectuales coinciden en que nada será igual después de la pandemia; no obstante la historia ha demostrado que luego de las grandes crisis la humanidad hace lo posible por olvidar y retomar lo antes posible su forma de vida y recuperar la “normalidad”, el asunto es que el problema es precisamente que esa normalidad se sustenta en un sistema mundo que se basa en unas lógicas que producen simultáneamente la destrucción de la naturaleza y la explotación injusta de la mayoría de la humanidad por un pequeño sector privilegiado de la especie que se asume soberbiamente como naturalmente superior; si bien ambas lógicas han sido perfectamente racionalizadas por la modernidad, resultan completamente irracionales desde el punto de vista de la creación y reproducción de la vida y representan un camino suicida sin retorno para la extinción de la especie humana; para superar esta ruta autodestructiva el mayor obstáculo es que la modernidad ha hecho tan bien su trabajo de racionalización de sus mitos que ha convencido a las grandes mayorías que el sistema mundo moderno colonial es el mejor de todos, es más, se trata del único posible, no ha existido, ni existirá otro mejor o alternativo; por lo tanto, la humanidad parece estar inclinada a olvidar y volver a la normalidad que conoce por más injusta y ecocida que esta pueda ser, porque en la psique colectiva no existe alternativa.
Aunque la tendencia descrita es real, al parecer algo parece estar operando en la conciencia social en el marco de la pandemia, quien escribe publicó hace un tiempo que la pandemia del coronavirus al tiempo que cubría con mascarillas los rostros de la humanidad, hacia caer las máscaras del sistema mundial, y es ese proceso de develación y exposición cruda de las verdades ocultas detrás de la ilusión de la “normalidad” cotidiana, lo que brinda la oportunidad de aprovechar la pandemia como un momento de inflexión histórica con el potencial de provocar una nueva sociogénesis con conciencia planetaria que nos saque de la ruta de colisión con la extinción autoinflingida; esa dosis de realidad en la que los buenos del cine que salvan al mundo de todo tipo de amenazas, desde extraterrestres, asteroides, plagas, desastres naturales y los malosos villanos, de repente se revelan como ladrones, egoístas y oportunistas, incapaces de brindar solidaridad pero muy dispuestos a aprovechar la coyuntura para bloquear, sancionar, atacar a los pueblos del mundo del que supuestamente se autodenominan líderes y protectores; realidad que irónicamente también muestra a la “liga del mal”, los demonizados villanos, exportando ayuda, solidaridad, atención y asistencia sin condiciones e incluso desde la propias carencias y necesidades prestando cooperación con quienes históricamente los han calificado de inferiores, enemigos y malvados.
Contrario a la pretendida exclusividad de la modernidad como único sistema mundo posible y deseable, existen alternativas, ancestrales y contemporáneas, previas y emergentes a la modernidad, formas otras de entender al mundo y la humanidad, lógicas realmente racionales y sustentables de concebir las relaciones de los seres humanos con la naturaleza y las relaciones entre los miembros de nuestra especie; lógicas para la creación y reproducción de la vida; se trata de cosmovisiones originarias que lejos de establecer a la naturaleza como propiedad al servicio del hombre la asumen como madre, dadora de vida, proveedora de recursos y protectora de sus hijos; desde esta perspectiva los modelos de producción abandonan la explotación hasta el agotamiento y la destrucción porque a una madre no se la usa y abusa hasta matarla, a una madre se la ama, se le cuida y se la protege; junto a una cosmovisión diferente, están las alternativas contemporáneas y emergentes como la agroecología y la permacultura, la fusión entre tradiciones milenarias e innovaciones tecnológicas sustentables puede producir no solo una lógica alternativa de relación humano-naturaleza, sino también nuevos modelos productivos que favorezcan la reproducción de la vida.
De la mano de una mayor conciencia planetaria, tiene que surgir una nueva ecología social, que parta de los reconocimientos más allá de las diferencias, según Santos, se trata de reconocernos como diferentemente iguales e igualmente diferentes, distintos en identidad cultural, colores, costumbres, historias, creencias y prácticas sociales, pero iguales en valor, capacidad y derechos; la ecología de los reconocimientos implica el derrumbe de la pretendida naturalización de las diferencias de la modernidad a través del combate colectivo contra los patrones de dominación que las sustentan, como el racismo, el patriarcado, la teología de la dominación, la pretendida exclusividad y universalización del conocimiento eurocéntrico, el colonialismo/neocolonialismo y el capitalismo y globalismo neoliberal, así mismo exige la reivindicación de la historia, memoria e identidad de los pueblos sistemáticamente excluidos, explotados y producidos como inexistentes, reconocer su sabiduría, sus conocimientos contextualmente e históricamente válidos, reconocer y aprender de sus prácticas sociales y políticas más participativas e incluyentes que el modelo liberal representativo. Una nueva sociogénisis es posible, reducir la brecha hasta desaparecerla es alcanzable, se trata de hacer, en palabras de Alí, más humana la humanidad.
Lamentablemente, como advierte Ramonet en su trabajo, en la pandemia también están gestándose otros fenómenos que nos pueden llevar en la dirección contraria; de esta forma el miedo colectivo, el temor generalizado a la enfermedad, exacerbado hasta el paroxismo por los medios y las redes sociales, está haciendo que la gente esté dispuesta a renunciar a su libertad general, a su privacidad individual e incluso a sus derechos políticos, laborales y sociales, de repente el estado aparentemente condenado a reducirse a su mínima expresión antes de la pandemia podría emerger de esta como un mítico Leviatán renovado o el gran hermano de la ficción, un ente que con la excusa de proteger oprima, controle y vigile en formas supuestamente olvidadas y hasta hace muy poco inconcebibles en la actualidad; esto no quiere decir que el fortalecimiento del estado y el hecho de que este retome funciones que había abandonado y cedido ante el sector privado, como la salud, no representen una necesidad bienvenida, pero lo cierto es que el fantasma fascista también puede estar rondado.
A la par de las posibles implicaciones del fortalecimiento del estado, otros actores privados y trasnacionales están posicionándose para aprovechar la pandemia y la pos pandemia con peligros tanto o más preocupantes que los del nuevo Leviatán, esta amenaza se presenta como una Hydra de múltiples cabezas, sin patria, sin compromisos más allá que los intereses de las minorías multimillonarias a las que pertenecen, la industria farmacéutica, el complejo industrial militar, las 5 grandes de internet, las agroquímicas y los gigantes del sector energético, entre otros, todos preparándose para capitalizar el miedo y consolidar más que nunca el sistema mundo con su lógica autodestructiva mientras dure; ahora bien ellos también tienen en mente mecanismos para estirar la bonanza y disfrutarla un poco más, una de ellas es la disminución de la población mundial, a través de la desaparición de los débiles, los viejos, los improductivos, los descartables, los inferiores, una especie de purga social con muchas vías para su realización; más allá de las teorías conspirativas y de la incertidumbre del origen de la enfermedad, lo cierto es que la pandemia, y según los expertos las que seguirán si nada cambia, sirve muy bien a este propósito.
Ya lo dijeron en su momento Fidel y Chávez en los escenarios mundiales, no se trata de simples reformas, cambios de gobiernos, o un capitalismo más humano, tampoco de una evolución de la modernidad hacia la posmodernidad, de cambiar aparentemente para que nada cambie, se trata de cambiar el sistema mundo, se trata de aprovechar este momento de inflexión histórica para impulsar una revolución mundial que transforme la sociedad y la humanidad toda porque en ello nos estamos jugando la vida como especie.
Referencia
Ramonet Ignacio. (2020). “La Pandemia y el Sistema Mundo”. La Habana. Disponible en: https://www.jornada.com.mx/ultimas/mundo/2020/04/25/ante-lo-desconocido-la-pandemia-y-el-sistema-mundo-7878.html

II. Apropiación,mercantilización de todo condujo a actuales emergencias. Alternativas

Entre la providencia y 
el autogobierno

El futuro de la estrategia antineoliberal 

en Argentina

 11 de agosto de 2020


Por Brian Kreschuk (Rebelión)

Introducción
El siglo XXI ha entrado en turbulencia permanente. Los débiles pilares en donde se asentó la utopía neoliberal comienzan a quebrarse. La extrema concentración de la riqueza se pone de manifiesto ahora al alcance de todos. La crisis del 2008 no hizo más que alertar a propios y ajenos que el corazón del ciclo de acumulación está arrítmico y que cualquier sobrecarga pondría en peligro todo el sistema. Ante esto, rápidamente brotaron desde las academias burguesas cientos de teorías de salvataje; léase: Redistribución vía impuesto a las grandes fortunas, renta básica, propuestas de un capitalismo ecológico, revivir al Estado de bienestar, entre otras. También han hablado aquellos que se regocijan en la depredación. Para garantizar la actualidad del modo de racionalidad económica no se necesitaba más que acelerar la conflictividad de clase y elevar a una fase de violencia antidemocrática el dominio. De esta forma emerge en el siglo XXI una nueva etapa del neoliberalismo: la del fascismo neoliberal y la legalización del despojo. Su modo de vida, sus estrategias de progreso individual, sus consumos, invalidan tanto la disidencia como el fracaso. Sobre mis vías o el odio.
La pandemia del Covid 19 al parecer dejará secuelas profundas tanto a nivel estructural como en los modos de vida. La conflictividad inherente pasará a violencia constante y el mundo ya no será igual para los de arriba y para los de abajo.
En Argentina el gobierno peronista del “frente de todxs” desde un principio ha advertido los límites del actual modelo económico. Su discurso antineoliberal se mostró como el elemento más dinámico para consolidar su oposición al gobierno de Macri. Sin embargo, es muy prematuro vaticinar una estrategia clara, sobre todo sabiendo que el ejercicio del poder por parte del peronismo valida la extensión de la racionalidad capitalista. Así lo demostró profundizando el modelo agroexportador y rentístico, habilitando al cercamiento del espacio público, la megaminería y poniendo a la propiedad en el centro de su modelo de Estado.
Sin embargo este artículo no intenta discutir en clave periodística con los discursos anti-neoliberales que giran alrededor de los partidos y movimientos sociales en Argentina. Aquí tenemos la intención de poner de manifiesto dos formas de pensar la estrategia contra el neoliberalismo en la actualidad, que se expresan tanto a nivel local como internacional.
El elemento central de nuestra afirmación será que para combatir al neoliberalismo en toda la extensión de su racionalidad no alcanza con el instinto conservador del Estado de la providencia sino que es necesaria la adopción del principio político de lo común y la democracia radical por vías del autogobierno y el combate contra toda forma de propiedad.

Un nuevo neoliberalismo entre nosotros
Lo que empezó como una alternativa a la crisis económica del estado bienestar en Europa se desarrolló abruptamente en todos los ámbitos de la vida social occidental. Desde un punto de vista estructural el neoliberalismo supo cómo disciplinar notablemente al trabajo. Romper la mayoría de sus cercos históricos de derecho y desarticular su organización. Desordenar su experiencia en los lugares de trabajo y enfermar las expectativas de un mundo obrero. El consenso de Washington del cual el Chile de Pinochet fue el primer ensayo, tuvo la claridad histórica para iniciar un periodo de acumulación depredador, ingresando elementos de la vida social antes no explorados por el capital como la educación, la salud, las cajas previsionales, los genes y el conocimiento, entre otros elementos tragados por agujero negro del capital (Harvey, 2007).
La institucionalidad estatal rápidamente se transformó para agilizar el nuevo movimiento histórico. Reformas laborales, nuevos códigos civiles, incluso constitucionales abrieron paso a la flexibilización, a la mundialización financiera, a barrer trabas a la circulación de capital y a redireccionar el grueso de la financiación estatal al sector privado. (Dardot y Laval, 2015)
En la dimensión cultural la búsqueda de un nuevo hommo económico, el ser de la ontología de los negocios del que nos habla Fisher (Fisher, 2016), pasó a ser el fetiche neoliberal. Hacer del ser humano una empresa, la vida en su conjunto una empresa. Es así que tomaron fuerza la figura del emprendedor y el inventor. Esta gran trampa, esconde sobre todo, las limitaciones para integrar a amplias capas de la población mundial sin trabajo estable y el no poder cumplir la promesa contra la escasez. Por ello recae sobre los sujetos individualizados la responsabilidad de la búsqueda de la prosperidad económica. Este elemento clásico del pensamiento liberal que aparece en la idea de “pionero”, se ha profundizado en el discurso dominante, ya no solo por la gracia del concepto, sino por la necesidad de abonar una salida argumentada a la crisis neoliberal. 

El sistema en crisis ya no puede incorporar, al menos en esta dinámica de acumulación y concentración, a esa masa de desocupación estructural, que en una parte sobrevive en la informalidad y en la otra es mantenida con ayudas de subsistencia por los Estados nacionales o programas internacionales financiados por el FMI o el Banco Mundial. Evidentemente esto está claro para los intelectuales y sobre el neoliberalismo mucho se ha dicho. Sin embargo es importante entender claramente que en esta etapa del neoliberalismo el individuo se ve afectado de modo estructural por no poder vender su fuerza de trabajo, pero desde el punto de vista de la racionalidad del nuevo neoliberalismo y con esto el elemento cultural de la vida social, la afección de devenir en fracaso, pasa a convertir a los sujetos en víctimas de la violencia estatal, mediática, empujado a la marginalidad, a ser golpeado por el racismo y en algunos casos a la ilegalidad. El nuevo neoliberalismo y con esto, la crisis del modelo económico, pone una sola puerta de entrada, si no entras, el sistema descarga su violencia. Por ello afirmamos junto a otros investigadores que nos encontramos frente a un neoliberalismo recargado, en su mayoría de odio y fascismo.
Hoy, en el año 2020 vemos con claridad que el sistema ha encontrado límites insuperables. El calentamiento global ya no es la predicción malintencionada de una novela distópica. Es una realidad incuestionable. El planeta no puede sostener el nivel de producción y consumo o el actual modelo de desarrollo (Gonzalez Reyes, 2020). Los recursos energéticos escasean y el paso a los renovables por utilidad, tiempo, costos y recursos no es una opción válida para el capitalismo (Gonzalez Reyes, 2020). El nivel del mar es un peligro ineludible para muchos países en los próximos años y las pandemias como vimos recientemente ponen en jaque la articulación económica internacional y la seguridad sanitaria de los ciudadanos. El nivel de crecimiento económico estimado para la próxima década vaticina un escandalosos 3% y no hay quien no espere un crecimiento exponencial de la desocupación y por lo tanto una disminución de la extensión del capital. Las economías que sobreviven en su mayoría por el nivel de deuda se exponen a la explosión inminente de sus burbujas. La guerra económica internacional imperialista re-ordena a los países bajo una incertidumbre constante. En síntesis, el neoliberalismo está en fase de guerra económica, esto abre la puerta a la aplicación espontánea de políticas de excepción o de la construcción de una ingeniería legal contra la excepción, dos caras de un movimiento contra la democracia (Dardot y Laval, 2017) Un ejemplo claro de esto en argentina es la actividad constante del gobierno por decreto (Mauricio Macri en solo cuatro años ejecutó 70 DNU), la judicialización de la política o el papel activo de los aparatos de inteligencia con fines persecutorios y corruptos.
Pero ante este escenario oscuro, la estrategia compleja del neoliberalismo, lejos de ser conservadora ha demostrado hacer cualquier cosa para la ampliación de la racionalidad capitalista y a diferencia del fascismo de Estado total, el fascismo neoliberal que expresan Trump, Bolsonaro, Moreno, Yanez, Salvini, Abascal, Le Pen y el neoliberalismo depredador de cara lavada de Macron, Merkel o Lacalle Pou, despliegan en esta etapa todas las estrategias que sean necesarias para radicalizar el modo de vida de racionalidad económica total. Este contexto de crisis y guerra para estos no es un problema. Ellos ejercen el poder desde la crisis, o mejor dicho, utilizan la crisis como modo de gobierno (Dardot y Laval, 2017). Así como de los laberintos se sale por arriba, de la crisis neoliberal se sale radicalizandose, auto expandiéndose, sobreviviendose contra todo. El neoliberalismo construye su existencia en la ilimitación, todo es comparable, cuantificable, apreciable, destruible. La vida en su totalidad puede y debe ser capitalizada.

Los estados nacionales cada vez más debilitados en su intención genealógica de economías patrióticas, se han puesto al ritmo de las actuales relaciones de fuerza, toda su legitimidad y su estructura institucional al servicio del despojo. Con ello las democracias cada vez más flacas se juegan la vida entre lo mediático y la resistencia interna de grupos que defienden lo poco que queda del Estado social.
La burguesía y el Estado argentino desde su subordinación lógica a los grandes capitales, desde la década del 70 han desarrollado las modificaciones que la nueva etapa del capitalismo demandaba para la ampliación de la tasa de ganancia y la racionalidad neoliberal. Es así que, dictaduras, reformas laborales, constitucionales, privatizaciones, integración por consumo y todas aquellas leyes que favorecieron a la circulación financiera y la extensión de la lógica de la propiedad privada, como la ley de semillas, la ley de educación superior, los cercamientos del espacio público, la ley anti-terrorista, entre otras. También impedir el ejercicio de la democracia vía poderes populares alternativos ha sido un elemento clave de la gobernanza argentina en todas sus variantes políticas. Institucionalizando en el Estado movimientos, cooperativas, fábricas recuperadas, centros culturales o simplemente reprimiéndolos (Mazzeo, 2014). La burocracia de los técnicos, la burguesía industrial, los nuevos enriquecidos desde el Estado y la nobleza de los profesionales al gobierno, son sin dudas el patrón central de la gestión estatal en Argentina.
Los gobiernos llamados por algunos populares, han sabido ejercer una fuerte redistribución del ingreso, sin embargo su espíritu conservador y su carácter ineludible de clase, no ha temblado un segundo al descargar la represión cuando las contradicciones propias del capitalismo como la dinámica de la acumulacion, son desfavorables y la expresión resistente del pueblo se les manifiesta. En toda latinoamérica los gobiernos populares fortalecieron sus aparatos represivos, su legalidad contra la protesta, y han operado desde la cooptación y la persecución a las formas de poder disidentes. Es en este aspecto que nos vamos a detener en el próximo punto. La Lógica de gobierno neoliberal se nos presenta en esta etapa recargada, y ante esto emergen dos variantes que queremos exponer que se expresan como alternativa para combatirlo.
El estado de la providencia
Como punto inicial en el desarrollo de este apartado es necesario echar un poco de luz acerca de la conceptualización del estado como “providencial” o “de la providencia” y debatir acerca del dominio de “lo común” por parte del Estado. En términos genealógicos el concepto de providencia puede rastrearse en la mayoría de las tradiciones religiosas. El cristianismo como doctrina central en Latinoamérica sostiene que es Dios el creador y además el coordinador de cada uno de los sucesos del mundo. El verdadero director de orquestas del universo. No hay poder que no venga de Dios. La providencia divina se caracteriza por el acto de “dar” pero también de gestionar el “Don”. En nuestro caso hacemos uso de su acepción en la sociología y la teoría política. Retomando las palabras de Boaventura De Sousa Santos nos referimos al Estado de la Providencia cuando hablamos de aquel que detenta el uso legítimo de la organización social para garantizar un equilibrio entre trabajo, estado y capital(De Sousa Santos, 1987). Esto lo hace por medio de la solidaridad social y la solidaridad de clases.
Es desde este lugar que funda su modelo de gobierno. Seguridad social, cajas previsionales, impuestos al salario o de modo no velado, de trabajador a no trabajador, de joven a viejo, de rico a pobre, entre otros. En el Estado providencial esta cuestión de la solidaridad es central ya que como bien advierten Dardot y Laval “mientras que en un principio la solidaridad fue una exigencia socialista y una práctica proletaria que cuestionaba a la propiedad, luego se convertirá en asunto de estado que permitirá estabilizar la situación (de conflictividad)” (Dardot y laval, 2015). Es evidente que en esta concepción es necesaria la separación espectacular de la práctica política en manos de los profesionales del bien y del mal, o del despojo y la beneficencia. La solidaridad lejos de igualar es pretendida como el Estado Providencial para equilibrar el conflicto. El Estado aparece como el único garante de la solidaridad social. “Es la idea que la solidaridad desde el Estado no le debe nada a una práctica instituyente popular, por el contrario es dispensada por una providencia administrativa(..)en el fondo de lo social estatal lo que hay es una negación de lo común como actividad de los miembros de la sociedad. Es este Estado benevolente y bienhechor quien fija las reglas de la reciprocidad y el apoyo mutuo y del reparto de la producción” (Dardot y Laval, 2015). De esta manera lo que tenemos es una sociedad beneficiaria del don del Estado pero excluida de participar en nuevas instancias válidas de deliberación.
En Argentina la fuerza organizada que representa el peronismo es la expresión consciente de una estrategia providencial para el ejercicio del poder estatal. El acuerdo de clases, los pactos sociales son siempre su modo de gobierno. La complejidad de dicha organización no nace de ninguna manera de su cuerpo doctrinario, tampoco del ejercicio de sus políticas de Estado. Hasta el más inútil de los sociólogos podría encontrar sostenidas regularidades en su forma de gobernar. La verdadera dificultad para pensar el peronismo recae en las múltiples capas de poder que expresan los diferentes niveles de gobernabilidad. Desde versiones barriales hasta las más altas cabezas de la oligarquía. Todas cumplen un rol a la hora de equilibrar un movimiento que ya lleva 75 años de existencia. Por esta extensión el peronismo puede metabolizar diferentes ideologías y movimientos políticos. La hegemonía como no puede ser de otra forma está en manos de la burguesía industrial y la oligarquía pero elementos más radicales de la izquierda luchan internamente para defender e impulsar políticas sociales y fortalecer la democracia nacional, con un sueño que lo erotiza, que tiene que ver con poder ganarle en algún momento la pulseada a las dirigencias burguesas e impulsar al peronismo en un camino anti-capitalista. Sin embargo, más allá del anhelo de un peronismo radicalizado a la izquierda, es de suma importancia pensar como el desplazamiento a la izquierda de un gobierno popular podría combatir al neoliberalismo.

Desde un punto de vista doctrinario pensar en una roja reconversión peronista no es más que una expresión de deseo, que muy pocos en el siglo XXI se atreverían a sostener. Estratégicamente el centro doctrinario del peronismo es la conciliación de clases, el ejercicio providencial de la política, la pretensión de exclusividad en la ejecución del don. En definitiva, y a sabiendas que en este razonamiento le estamos dando al estado más poder que el que tiene, el anti neoliberalismo peronista es solo una buena obra de teatro.
Sin embargo sabemos que existe una izquierda dispuesta a gobernar con el peronismo, nutriendo el movimiento con sus filas organizadas y colaborando en términos de representación, de lo beneficioso que resulta en términos comparativos, el peronismo en el poder. Esta izquierda que sin dudas enuncia sus expectativas revolucionarias no puede escaparle al despliegue de una lógica providencial por al menos dos motivos: El primero porque su pragmatismo lo ha hecho definir una teoría del Estado conservadora y providencial. El segundo punto es la falta de una estrategia de ruptura sistémica. En relación a su teoría del Estado, estos han adquirido una visión utilitarista, esto es, consideran válido el desvío de la lógica instituida de la institucionalidad por medio de la gestión. Y en este proceso de una gestión popular configuran estrategias de intervención para la redistribución de la solidaridad social orientada a resolver los problemas sociales, es decir, hacen suya las ideas básicas de la forma providencial de Estado. Sin embargo, desde nuestra lectura, el Estado no es en ninguno de los casos la expresión institucionalizada de los intereses colectivos, sino la expresión institucionalizada del conflicto. y para peor, su forma histórica diseñada por la lucha de clases, siempre ha sido y así lo será hasta su disolución, enemiga de lógicas de deliberación no contenidas en su imaginario como institución.
El Estado es terreno cómodo para los enemigos de lo común siempre, hay pocos grises en este plano. Las relaciones de fuerza nunca han sido favorables en Argentina para la clase trabajadora en el plano institucional. Bajo el falso debate entre Estado ausente o Estado Presente, no hacen más que validar la idea de que para mejorar la calidad de vida de las personas es necesaria una mayor participación del Estado en la gestión de la solidaridad social. Acá es donde se juegan su programa político y nos muestran las limitaciones en el plano estratégico. Tanto para el peronismo de izquierda como para la izquierda popular luchar contra el neoliberalismo es sobre todas las cosas luchar por una ampliación del dominio estatal en la orientación redistributiva de la solidaridad social. Esto en términos inmediatos podemos etiquetarlo como una medida progresista. Sin embargo no puede ni pretende ninguna modificación ni en el sistema político ni en la estructura productiva. No ataca la propiedad ni el capital. Por lo tanto es simplemente andamiar la desigualdad en la conciliación y garantizar la normal continuidad de los modelos de racionalización y desarrollo que el neoliberalismo impone. Incluso el pedido programático de aumentar la propiedad estatal por medio de expropiaciones y nacionalizaciones, no hace más que cambiarle el vestido a la propiedad. Es por esto que una estrategia de ruptura desde la providencia constituye un esfuerzo simplemente conservador. El Estado es terreno del enemigo. siempre lo será. Ocupar las instituciones solo sirve en el caso que se quiera fortalecer la nueva institucionalidad popular. Gobernar para la ruptura desde las instituciones es simplemente un absurdo.
Un punto central para comprender la confusión estratégica en la que cae la izquierda providencial nace de pensar que lo instituido y formalizado en la institucionalidad puede modificarse por su forma de uso. El acto instituyente es previo al uso y lo instituido no puede ser destituido. Solo por medio de una práctica consciente de institución puede ser transformada la sociedad. (Dardot Y Laval, 2015). Esto es, solo por la generación de nuevas prácticas que desafían las viejas lógicas y prácticas, podemos conseguir la transformación, el nuevo escenario para la significación, en definitiva, un nuevo sujeto social. Un nuevo mundo implica intervenir las instituciones, pero para arrancar su lógica y configurar nuevas. Su simple gestión tendrá muy cerca las fronteras de lo instituido, de su racionalidad.
En el despiste de mirar la institución y no lo instituidolo que entonces se significa es el sistema de reglas que rige una colectividad más que el acto mismo de legislar, la agrupación social cuya cohesión es asegurada por un poder de coerción más que el acto de transmitir o conferir dicho poder, el establecimiento de una instrucción más que el acto de instruir (Dardot y Laval, 2015).El esfuerzo entonces de la estrategia providencial está puesto en modificar los resultados y no el acto. Viajar por los carriles de lo instituido y no en los de la creación de algo nuevo.
El imaginario sin dueño que representa la representatividad política está instituido, la propiedad y el uso legítimo de la violencia física y simbólica están instituidas. ¿Realmente cree una estrategia providencial que es posible cambiar el mundo desde un eterno acto de resistencia mediante la pasividad gestora dentro de las instituciones actuales? evidentemente si. Desconociendo que activan la puesta en práctica de una resistencia reaccionaria, si, una resistencia estéril y contraproducente para una revolución social.
De esta manera sostenemos aquí que no es posible detener el avance de un neoliberalismo recargado con las herramientas del Estado. El neoliberalismo como modo de vida necesita de la ampliación constante de su racionalidad en las prácticas culturales de los sujetos individualizados. Las nuevas tecnologías de comunicación, plataformas, avances sobre la territorialización del trabajo y todas aquellas tácticas desplegadas para una profundización de la alienación social, deben ser contra-atacadas con nuevos caminos para la subjetivación social, que conviertan a la experiencia de vivir de forma radicalmente opuesta a la abstracción neoliberal. Encaminar un nuevo mundo hacia el valor de uso contra el imperio del valor de cambio.
A continuación expondré elementos retomados de la corriente de los comunes y reflexiones que podrían echar luz en el camino del desarrollo de una estrategia antineoliberal.

Comunes y autogobierno
La izquierda a nivel mundial se encuentra en un momento opaco en términos estratégicos. Los manuales se agotaron en las puertas del siglo XXI y la deriva ha llevado a muchos de los revolucionarios a la impotencia o la renuncia de sus objetivos de máxima. Algunos han optado por ser bomberos de crisis, otros encuentran el regocijo en la caridad crónica, también hay quienes han convertido la historia de la lucha de clases en un recetario doctrinario. Por último están los que se rindieron o que cambiaron de bando. En este contexto desértico de las vanguardias, los pueblos como siempre dan muestra de sus propias capacidades para luchar. Es así que desde los años 90´ vemos la emergencia de organizaciones y movimientos que descolocan a la ciencia de izquierda y plantean nuevas salidas al capitalismo.
Con la caída del muro como sabemos, muchos sostuvieron la idea de que ingresamos en una etapa de eternidad para el sistema capitalista. Sin embargo en el nuevo escenario de fuerzas que se comenzaba a esclarecer, emergen nuevos movimiento, organizaciones, protestas, demandas al calor de un mundo en transición. Es aquí donde se vislumbra el brote de un paradigma contra la globalización, el avance de la propiedad, la creaciones de espacios comunes de deliberación, todos bajo la idea de que otro mundo era posible y este no podía comprarse ni venderse. Esto tomó forma de movimientos en todo el mundo desde la década del 90. Seattle, Portugal, el EZ, Piqueteros, Cochabamba y las luchas por el agua. Más acá, Los Indignados españoles, las ocupaciones de Wall Street, de la plaza Sintagma o Estambul, todas estas luchas desafiaron las recetas históricas de la izquierda con formas de acción y demandas propias del momento histórico. Una verdadera evolución terapéutica han traído estos movimientos al pensar sus luchas desde el presente y aceptar que las condiciones históricas para la lucha habían cambiado. Lejos de sostener la inexistencia del sujeto de clase o algún otro disparate como el que podría advertir el individualismo metodológico, estos movimientos supieron renovar sus repertorios políticos visibilizando más opresiones, nuevos lugares en donde el capital estaba avanzando como el conocimiento o los espacios públicos, reivindicando la creación de nuevos elementos para la organización como los consumos, el internet y también la transformación del sistema político en nuevas instituciones para la deliberación popular como por ejemplo bajo el lema de democracia real, etc.

Sería difícil sintetizar en dos páginas todo lo producido en términos de nuevos movimientos sociales en las últimas tres décadas, sin embargo lo importante para nosotros es que de este momento histórico particular emerge para muchos intelectuales una corriente que conocemos como “los comunes”. Este paradigma hace referencia a una lucha constante contra el predominio del modelo de mercado, la globalización y la ampliación de los derechos de propiedad (Dardot y Lava, 2015). A diferencia del periodo previo donde la clase obrera fabril era el elemento más dinámico de las luchas sociales, ahora los nuevos movimientos al frente de la resistencia y la ofensiva pasan por el desarrollo de un anticapitalismo más extendido hacia toda la vida social. Evidentemente esto lo convierte en un contrincante para el capital más complejo, pero mucho más ecléctico. Motivado por demandas que en muchas ocasiones no pueden traducirse en una organización popular duradera. En nuestro caso consideramos válido advertir la existencia de regularidades en estos nuevos movimientos relacionadas a los tipos de demanda, como el agua, el conocimiento, el espacio público y prácticas políticas, tales como el horizontalismo o maneras asamblearias. Sin embargo sostenemos que lo común en ellos no nace de ninguna manera desde el objeto a defender o de los resultados esperados con sus luchas, sino más bien de la propia relación entre las necesidades insatisfechas de los sujetos, del conflicto y su práctica política. Del despliegue de una Praxis creativa orientada a la libertad. Un acto consciente de instituir algo nuevo. Esto es lo que se expresa en los nuevos movimientos. Compartimos con Dardot y Laval la idea de que lo común se ha convertido en un principio político singular, y que sostener a los comunes en plural implica correr el foco de la práctica política a la naturaleza de lo que se demanda.
Es decir, no es la condición natural del agua y su uso compartido lo que impulsa una estrategia de lo común, es el despliegue de una actividad política común lo que se posa sobre el agua para defender su uso compartido. Lo común pasa de esta forma de ser adjetivo a sustantivo. Abandona su cárcel como complemento de un bien o de los bienes, para tomar cuerpo en la singularidad de la práctica común.
Entendemos como común el principio político por el cual los sujetos establecen relaciones de cooperación y co-obligación, involucrando directamente la satisfacción de sus necesidades con su actividad de deliberación. No existe común si este no se desarrolla dentro de una relación de actividad compartida. Un principio que no es más que el corazón de la democracia y solo puede ser ejercido mediante la negación de una institucionalidad providencial y opresiva y a través de la creación de nuevas instituciones o transformando las actuales por vías del autogobierno. Abonar una estrategia de fortalecimiento y ensanchamiento de la actual institucionalidad Estatal, no es más que una práctica conservadora, llevada a cabo en terreno enemigo y que al fin y al cabo configura para el desarrollo de nuevas instituciones populares, un movimiento reaccionario (Dardot y Laval. 2015). En Argentina todavía vuelan por el aire algunos discursos y organizaciones que pregonan contra el neoliberalismo formas de autogobierno como por ejemplo la vieja guardia anarquista, organizaciones de herencia piquetera y espacios autonomistas. Sin embargo esta izquierda no es más que el pataleo estéril de grupos que se sienten inmunes a la contradicción. El caso más paradigmático en Argentina es el Anarquismo, que pasó de ser el movimiento más dinámico, creador de cientos de instituciones populares que aún prevalecen, impulsor de los ejes centrales del derecho obrero a principios del siglo XX y que hoy está casi desaparecido. En las últimas dos décadas han desfilado varias organizaciones que lo único que pudieron conseguir es la autoafirmación de su condición de anarquistas. Una bola de nieve doctrinaria que los redujo a ser parte de la izquierda de la efeméride. Perdidos en la infertil discusión de los niveles de organización, esto es, política, movimiento, sociedad, convirtieron a sus organizaciones en embudos donde depositar su doctrina, pero sin retorno para que la sociedad los transforme. De esta manera su lugar en la historia actual es la extrema marginalidad. Una verdadera lástima debido a la compatibilidad del desarrollo histórico de la cultura política anarquista en Argentina y la cultura Argentina. Fue y será su carácter conservador y doctrinario el que los frena como una foto en la historia. Para este sector le llegó el tiempo de rediscutir su teoría política, para hacer sobrevivir al menos su impronta revolucionaria y aportar lecturas históricas fundamentales como el papel del federalismo, la democracia radical y la centralidad de debatir la autoridad y la burocracia.
Acercarse a la corriente de los comunes podría ser una puerta interesante desde donde reconvertirse. Sin duda alguna el esfuerzo conservador de una izquierda providencial frente a estos sectores es ampliamente más progresivo. Lo importante para nosotros en este caso es poder plantear el porqué de nuestra afirmación acerca de que solo una estrategia de lo común y el autogobierno puede oponerse a la racionalidad neoliberal.

Como hemos advertido más arriba, el neoliberalismo es un modo de vida, una racionalidad social generalizada, un imaginario social sin amo llamando a Castoriadis (Castoriadis, 1983). El cual ha hecho de la empresa capitalista el modelo de pensamiento de la sociedad occidental. Para su supervivencia necesita auto expandirse. Y el elemento central de su expansión es la ampliación de la lógica de la propiedad y el valor de cambio a todos los ámbitos de la cultura.
El capital con todas sus instituciones pone a bailar sobre sus rieles al conjunto de la sociedad. A partir de esta garantiza la continuidad de sus lógicas, expande su racionalidad, activa su modo de vida. En definitiva, permite el constante acto de instituir. Con esto queremos decir que, una vez institucionalizada la actividad instituyente permite su permanente reproducción. Por eso no es suficiente administrar las instituciones actuales, ya que estas encierran lógicas, formas de racionalidad, toda una ingeniería de derecho de usos y obligaciones, que cualquier dirección, que sus prácticas políticas tomen, encontrarán el límite de lo instituido. Por ejemplo, las lógicas de representatividad política que encierra el Estado no se modifican en ninguno de los casos por quien represente el poder. Estas vuelan en el fondo garantizando un tipo de racionalidad alienante que tiene que ver o con el despojo de las posibilidades para deliberar o con la renuncia de la voluntad de deliberación.
La estrategia providencial piensa desde las categorías instituidas, desconfía de lo nuevo, de lo genuinamente nuevo, porque su voluntad no debe rebasar los límites de lo posible.
Una estrategia anti neoliberal, contra neoliberal o por la positiva para los más sensibles, de mundo nuevo, necesita partir desde la generación de una práctica consciente de ruptura y de institución. Acá empieza el camino para dilucidar la lucha. Solo a través de la creación de nuevas prácticas de institución o prácticas de transformación de las actuales instituciones podemos hablar de activar nuevos senderos sociales. Esto se da por el hecho de que limitarse a trabajar dentro de la institucionalidad estatal o activando tácticas de salvataje individual desde el emprendedurismo no hacemos más que revalidar la actividad de institución ya institucionalizada. La praxis que no es más que la lucha consciente por la autonomía debe configurar, sin una intención de control exhaustivo sobre los resultados, prácticas de lo común que reúnan a la actividad social real de los sujetos con su práctica política.
Contra la racionalidad neoliberal, contra el imaginario social de empresa o Estado total se debe presentar una racionalidad nueva del derecho de uso y la inapropiabilidad, apoyarse en el imaginario de lo común existente en la sociedad para instituir lo común. Formas de organización que basen su razón de ser en la cooperación y la co-obligación. Tener claro que toda práctica de lo común es una práctica instituyente por el hecho de que un nuevo orden y nuevas lógicas se configuran al calor de las síntesis de las prácticas de lo común (Dardot y Laval, 2015) El corazón de la democracia se juega en instituir lo común.
Ahora bien, de qué manera una estrategia de lo común puede materializarse contra el neoliberalismo.¿Cómo escaparle a un simple ocio intelectual y al regocijo de una verdad de papel?
En primer lugar es necesario desterrar la necesidad de un control exhaustivo sobre la relación entre praxis y resultado. Es decir, abandonar la racionalidad cientificista de los partidos tradicionales que validan sólo aquellas luchas iniciadas, supervisadas o de las que participan a partir de una relación táctico-estratégica concebida en el laboratorio partidario. Para combatir al imaginario sin dueño del neoliberalismo es primordial desarrollar una práctica política consciente y orientada a la autonomía de los grupos o clases pero configurada en la lucha real y concreta. En síntesis, una práctica política de lo común nace, se desarrolla, se transforma y resulta de la propia actividad de coparticipación y co-obligación que activan los sujetos. Masticar en casa la lucha y escupirla en la realidad es una operación direccionada a la frustración. Entiéndase bien. Esto no quiere decir que no sea necesario la existencia de partidos, organizaciones y movimientos que se nutran de realidad y las teorías para interpretar y dirigir las luchas de lo común. Esto quiere decir que estos espacios políticos se sometan a los resultantes de las propias luchas. Hemos asistido a la frustración y fracaso de cientos de miles de militantes y organizaciones por no comprender que se trabaja sobre la realidad y no metiendo un programa político a la fuerza.
En segundo lugar, una estrategia de lo común debe saber que los comunes están ahí afuera, desarrollando cotidianamente en el seno de las sociedades en múltiples expresiones. Luchas juveniles, ecologistas, animalistas, obreras, feministas, y cientos más. En la actualidad por la propia lógica de rebaño que enhebran los partidos no existen coordinaciones claras de los comunes. Una tarea central es generar la identificacion y la coordinacion de esas luchas. Hacerlas parte de un itinerario lo más compartido posible. Esto solo se puede hacer si se respeta una visión de bajo control sobre la actividad general. Si se piensa en dirigir la diversidad desde la centralidad, no se avanzará un solo paso. Las prácticas de lo común que se ponen de manifiesto en las luchas de grupo o colectivos son siempre prácticas instituyentes, por el hecho de construir su actividad desde la cooperación y la co-obligación, enfrentadas de esta manera a las lógicas de representatividad profesional, progreso individual o ganancia privada. Crean nuevos modos de ser en el mundo. Los comunes no son por naturaleza anti capitalistas, son comunes en tanto y en cuanto desafían con su racionalidad una racionalidad instituida. En el caso de una estrategia antineoliberal y por lo tanto anti capitalista, lo común se enfrenta desde la institución de modos de vida democráticos, por los derechos de uso y desde la inapropiabilidad.
En tercer lugar, una estrategia de lo común y el autogobierno debe orientar todos sus esfuerzos a la formalización de las prácticas instituyentes de los comunes, convertirlas en instituciones. Esto permitirá la economización de esfuerzos y garantizará la actividad instituida. Si miramos al interior de la escena política popular Argentina las únicas instituciones de largo plazo fueron sindicatos, clubes de fútbol, bibliotecas, mutuales, centros culturales y alguna que otra cooperativa. Seguramente me olvide de muchas. Creadas en su mayoría a principio de siglo, partieron de una praxis instituyente de derecho de uso, de derecho laboral, de cooperación financiera, de co-obligación política. Estas sobrevivieron por su carácter de institución. Más allá de sus condiciones actuales. Siempre hay que tener claro lo que dijimos más arriba acerca de que lo instituido nace de una praxis concreta pero esta praxis es permanente y por lo tanto las instituciones pueden modificarse o no. Entonces, si la praxis de lo común es una práctica instituyente los grupos deben formalizarla. Y no se trata de crear una cáscara a la que llamar institución “tal” y ponerla en un edificio. Se trata de elevar a la categoría de derecho a lo instituido. Y acá un punto central en la estrategia contra el neoliberalismo. Es fundamental identificar los lugares donde este se reproduce con mayor velocidad en términos de derecho. Para decirlo de otra manera, si lo que se quiere es hacer retroceder se necesita apuntar a su corazón, para nosotros: La propiedad Privada y el valor de cambio.
Primero Proudhon (Proudhon, 2005) y luego Marx (Marx, 1978) tenían bien claro que era el régimen de propiedad el que permitía estructurar las relaciones contradictorias en el capitalismo y su abolición era el objetivo central de una sociedad nueva. La propiedad privada rige sobre la obligación y participación social estableciendo canales muy estrechos para afrontar la vida. Es decir, la propiedad está detrás del modo de vida occidental, lo guia. Desde la materialidad, hasta las espectativas bailan al ritmo de la propiedad. Y no importa el carácter formal de su presentación, estatal, pública o comunitaria. La propiedad es una lógica de apropiación de los recursos del mundo, materiales, naturales e intelectuales que actúa instituyendo, desde su aparición, modos de vida. El neoliberalismo es la etapa más avanzada de expansión de la propiedad en la historia humana. Es en este modo de vida donde explota la ley del valor (Bifo, 2007), se derrama sobre absolutamente todo lo que pueda ser valorizado. La propiedad a través del derecho instituido debe en el neoliberalismo convertirse en el espíritu del sujeto contemporáneo. Esto permite y da pie a que sea el valor de cambio de todo lo valorizable el elemento más dinámico de su lógica. Apropiación y transaccionalidad de todo lo existente. Contra los que consideran que la propiedad Estatal es diferente, es simplemente porque asocian lo público a lo estatal y con ello lo común a lo estatal. Una confusión histórica en el pensamiento social que pone al Estado en un lugar de defensa de lo común. Pero como advertimos más arriba, cambiar de mano la propiedad no modifica su lógica instituida, por lo tanto no puede instituir la novedad.
Para luchar contra el neoliberalismo debe primar la lógica de la inapropiabilidad de lo existente, anteponiendo el derecho de uso, las lógicas del valor de uso por sobre el valor de cambio. Los comunes pueden luchar para elevar a categoría de derecho la inapropiabilidad. Un ejemplo de esto son las demandas de remunicipalización del agua impidiendo constitucionalmente la apropiación estatal o privada de los recursos acuíferos municipales. Son solo los sujetos participantes en el consumo y producción de los recursos los que se ven afectados por la co-obligación y la coparticipación, por lo común instituido. Esta es una guía para la ruptura y la transformación social.
Solo haciendo retroceder a la propiedad se hará retroceder al neoliberalismo. La democracia es el caballo de batalla contra este. El autogobierno de los pobres, el espíritu de lo nuevo. Y como la propiedad se expresa en todos los ámbitos de la vida, es tarea de los revolucionarios crear las estrategias para atacar sus puntos de reproducción más dinámicos. Por ejemplo el derecho obrero ha sido un freno a la expansión, que en los últimos años ha retrocedido considerablemente. Es momento para recuperar terreno y sobrepasar las lógicas de la propiedad al interior de los espacios de trabajo. Una demanda indudablemente revolucionaria es democratizar los procesos de producción. Si hasta ahora son las lógicas gerenciales las que organizan el trabajo y las leyes llegan hasta las puertas de la fábrica ya que no regulan la organización interna, es necesario que sean los propios trabajadores junto a las patronales los que establezcan reglas de convivencia, protocolos de decisión, horarios. Sin afectar la ganancia privada, pero democratizando el proceso productivo y así rompiendo con lógicas gerenciales enemigas de lo común y opresivas para los trabajadores. Así. hay cientos de ejemplos en donde puede progresivamente ir combatiendo lógicas, modos de vida que la racionalidad neoliberal necesita para su constante expansión. Estamos en tiempos de guerra, el neoliberalismo la despliega y por ello se necesitan prácticas políticas orientadas a la ruptura con el sistema y una praxis de institución de lo común.
A modo de cierre
Transitamos tiempos de guerra, de un neoliberalismo fascista, recargado de odio y dispuesto a activar su espíritu de ilimitación para avanzar con su racionalidad sobre todo lo que existe. Convertir a los sujetos individualizados en empresas, incorporarlo todo al proceso de valorización. Destruirlo todo si es necesario. Los Estados nacionales ya no cuentan con las armas para defenderse de su condición subordinada a los capitales internacionales y las resistencias providenciales se vuelven reaccionarias frente al intento de creación de un mundo nuevo, de un sujeto social diferente. Para luchar contra el neoliberalismo es necesario la institución de nuevos lugares para constituirse como sujetos, nuevas lógicas, una racionalidad que ataque los puntos neurálgicos donde se reproduce el capital.
Para ello la alternativa de lo Común se vuelve una herramienta más que interesante, no solo por su actividad de institución sino también porque existe en la sociedad un imaginario de lo común, por lo tanto una clave positiva para una praxis transformadora. Lo común frente al neoliberalismo se nos presenta como una alternativa política y de representación. Los postulados centrales de un gobierno de los pobres, esto es, la democracia, pasa por el establecimiento de oponer a la racionalidad de empresa total y representación vía experticia política, una nueva racionalidad de lo común, de la co-obligación y cooperación social dentro cada actividad donde los sujetos intervienen directamente. En definitiva, una praxis de institución de lo común sólo posible a partir del autogobierno social. Una estrategia antineoliberal debe desplegarse con urgencia contra la propiedad y el valor de cambio, contraponiendo la inapropiabilidad y el derecho de uso. Ya no son tiempos de defensa, por el simple hecho de que queda muy poco que defender y demasiado por construir.
Por último vale despabilar, que en este rincón no hablan Weberianos, sino la búsqueda, el intento por pensar. Compitiendo solo con nuestra angustia y dispuestos a equivocarnos para no ser como los dinosaurios aferrados a un mundo en retirada o como la brillantina de una izquierda pop.
Es necesario re-instaurar en la escena de los movimientos sociales en Argentina un nuevo auge de debates estratégicos, repensando y trayendo al frente problemas centrales relacionados a la creación o debate de ciertas categorías de pensamientos. Autoridad, institución, gobierno, revolución, entre muchas otras se presentan bajo déficit en el debate político argentino, tragado despiadadamente por las pujas coyunturales. La academia ha sabido cómo enfriar las pasiones de los escritores, sus códigos internos y la pretensión de una pureza científica no han hecho más que generar un ejército de perfeccionistas fríos y poco productivos. Es tiempo de activar una impronta rebelde en la escritura, oficiosa, libre del peso de la profecía ejemplar y respetando las únicas dos reglas para escribir que existen en la historia de la humanidad: tener algo para decir y decirlo.

Bibliografia:
Berardi Bifo, F .(2007). Generación Post-Alfa. Buenos Aires: Tinta Limón
Castoriadis, C. (1983). La institución imaginaria de la sociedad. España: Tusquets.
Dardot, P y Laval, C. (2015). Común: Ensayo sobre la revolución en el siglo XXI. Barcelona: Gedisa.
Dardot, P y Laval, C. (2017). La pesadilla que no acaba nunca: El neoliberalismo contra la democracia . Barcelona: Gedisa.
De Sousa Santos, B. (1987, Sept) O Estado, a sociedade as politica sociais: O caso das politicas de saude. Revista de Crítica de Ciencia sociais. N°23.
Fisher, M. (2017). Realismo Capitalista: ¿No hay alternativa?. Buenos Aires: Caja negra.
Harvey, D. (2007). Breve historia del neoliberalismo. Madrid: Akal.
Gonzalez Reyes, L. (2020). Colapso del capitalismo mundial y transiciones hacia sociedades eco-comunitarias: Mirando más allá del empleo. País Vasco: Inguro Gaiak.
Mazzeo, M. (2014). Piqueteros: Breve historia de un movimiento popular argentino. Buenos Aires: Quadrata.
Marx, K. (1978). El capital: Crítica a la economía política. México. FCE.
Proudhon, J. (2005). ¿Que es la propiedad? Investigación sobre el principio del derecho y el gobierno. Buenos Aires: Libros de anarres. 
Brian Kreschuk es investigador en la Universidad Nacional de Quilmes

  

20 de julio de 2020

Es imprescindible frenar hasta erradicar a los extractivismos

Reflexiones sobre desafíos urgentes

Elena Cedrón

En el año 2019, la emergencia climática como resultado de la ecológica y la social movilizó a adolescentes y jóvenes para exigir a los gobiernos e instituciones mundiales se responsabilicen por encaminar soluciones de modo urgente porque dichas emergencias amenazan de extinción a la vida planetaria. 

Sin embargo, el sistema mundo capitalista continuó acelerando el crecimiento lucrativo de sus oligopolios a expensas de ecocidios y genocidios como lo demostraron los incendios en distintas latitudes de selvas y bosques donde las biodiversidades alcanzan su mayor expresión y por tanto, también son máximos los equilibrios ecológicos. Son milenios de coevolución que el capitalismo mundializado y sus locales los están aniquilando sólo para súper negocios oligopólicos de corto plazo por su mayúscula vulnerabilidad e inestabilidad ecológica.

Repitamos el capitalismo para acumular riquezas y poder en el 1% de la humanidad arrasa esos patrimonios ecosociales que son frutos de la coevolución de millones de años de los distintos subsistemas del planeta Tierra que lo vuelven habitable.

Nos ha subsumido en crisis civilizatoria como lo prueba, de modo mayúsculo, que en el año 2020 las imposiciones gubernamentales ante el Covid-19 sean las que había en el medioevo instaurando así la involución sensible, afectiva y comunal de la humanidad. Además consolida su expropiar a las grandes mayorías de los saberes universitarios e indígenas de siglos. Aún más, está condenando a la muerte de millones en el planeta y sobre todo, en los países donde los trabajadores y la naturaleza están sometidos a sobrexpoliación por el contubernio de capitales y estados imperialistas con los locales. Estamos ante la disyuntiva formulada por Rosa Luxemburgo «barbarie o socialismo» que hoy debe ser «capitalismo o comunismo» entendiendo por el último al sistema social mirando por los bienes comunes (sociales y naturales) y construido por confederación (sin fronteras ni muros vigentes hoy) de comunidades autónomas en cada país plurinacional, en el Abya Yala pluriverso y en un mundo unido por el internacionalismo revolucionario.

Hoy urge, abajo y a la izquierda coherente en su comunismo, suscitar el involucramiento de una creciente mayoría en la lucha socioecológica de autoorganizaciones populares por erradicar los extractivismos o la criminalidad de lesa humanidad y lesa naturaleza del capitalismoEs poner fin a los extractivismos y sus autoritarismos que fragmentan nuestros países en enclaves y neofeudos. Por tanto, debemos generalizar 
el compromiso con la liberación de nuestros territorios y trabajos del Capital Estado. Concretarlo desde transformarlos, primero, en  comunales y luego articularlos entre sí mediante programa de elaboración conjunta (por un creciente número de comunidades urbanas, rurales e indígenas) de la «reforma agraria integral» anticapitalista, antiimperialista, antilatifundista, antirracista, antipatrialcal y decolonial. Que haga a la recuperación de los bienes comunes y vuelva pasado a los bienes privados y sus mentirosos bienes públicos.

La «reforma agraria integral» mira hacia la soberanía alimentaria de cada integrante de la plurinacionalidad cuya unión haga a las soberanías energética e hídrica. También procure constituir el poder de los pueblos de crear sus buenos vivires convivires que implica ante todo compromiso con la Salud de la Madre Tierra. En fin, es involucramiento con la defensa de la heterogeneidad ecológica y con su optimización en la Amazonia, El Impenetrable y todas las selvas, los bosques. 

Esta perspectiva de l
a «reforma agraria integral» más allá de la agricultura-ganadería y de la distribución demográfica sustentable a la vez que humanista, nos interpela a generalizar el aprecio hacia los pueblos indígenas cuyo trabajo de siglos posibilitó esos biomas de máximo equilibrio ecológico y nos enseñan cuán importante es crear comunalidades.

Pero necesitamos ser creciente mayoría para poner en práctica a esas transformaciones. De ahí ante: 
Esta inflexión histórica de la humanidad, lo más prioritario es generalizar la superación de convocatorias a unirnos contra la derecha explícita porque el PJ se homogeneizó hacia la derecha camaleónica de resultas de la derrota infringida por los terrorismos paraestatal-estatal y por la democracia mirando a participar de negocios de las transnacionales. Por cómo la democracia vigente está constituida y funciona, la unión entre les diverses de abajo no puede ser en apoyo al gobierno FF o para exigirle que atienda demandas de les diverses de abajo. Pues se trata, por un lado, de asumir la gravedad socioecológica a que nos conduce el Capital y su gobierno Estado en todas las jurisdicciones. Por otro lado, estamos en una crisis estructural del capitalismo mundializado que lanzó una poderosa ofensiva internacional contra los pueblos y la naturaleza para resolverla a su favor.
 
De las conductas gubernamentales y mediáticas ante el Covid-19 se originan la actual maximización de la paranoia e hipocresía propias al control del sistema mundo sobre la humanidad. Frente a esta catastrófica hegemonía cultural e ideológica nos urge reflexionar sobre qué Federico Mare y Ariel Petruccelli nos advierten:
"Desde luego que aquellas personas que consideren poco probable una alternativa socialista, una quimera perimida delsiglo XX corto, no tienen por qué embellecer formas específicas del capitalismo, ni se hallan condenadas a brindar explicaciones poco consistentes de los procesos actuales. Sin embargo, es esto lo usual en el panorama intelectual contemporáneo.

Pero las agudas contradicciones del capitalismo se hallan en la base de todo cuanto está aconteciendo en el mundo en estas últimas décadas. La inviabilidad de un crecimiento económico infinito en un planeta finito es algo evidente".

Pero, como Federico Mare y Ariel Petruccelli señalan, chocamos conque: "el discurso público mayoritario, a un lado y otro de las fronteras ideológicas internas del capital (conservadores y progresistas, liberales y populistas, ortodoxos pro-mercado y heterodoxos estatistas), se omita o minimice la vinculación de la pandemia actual con la problemática ambiental, se hable lo menos posible de la relación del capitalismo con esta última, y se contraponga burdamente salud y economía. Por lo mismo, tampoco es de extrañar que, en la polarizada Argentina de la grieta, la política del ASPO dispuesta por el gobierno nacional peronista sea apoyada –y replicada con celo a nivel local– por las tres provincias radicales (Mendoza, Jujuy y Corrientes), y también por CABA, controlada por el macrismo, las cuatro jurisdicciones opositoras de centroderecha".
"El abordaje típico se concentra en un nivel político superficial, ignorando pertinazmente tanto los fenómenos estructurales de larga duración, como la posibilidad agencial de cambiar las estructuras socioeconómicas: posibilidad siempre abierta, aunque con disímiles circunstancias y grados de factibilidad. En consecuencia, lo que predominan son flacos análisis. Flacos porque deben omitir datos obvios (como las escandalosas diferencias regionales), descartar preguntas reveladoras (¿por qué, por ej., hay tanta alarma con el COVID-19, cuya tasa de mortalidad se halla muy lejos de las de la desnutrición, el cólera, o el paludismo?) y evitar el cruce de variables o dimensiones (como ecología y capitalismo).
 
El resultado de todo esto es una pésima discusión pública de los problemas, junto a un desconcierto generalizado que no reconoce fronteras geopolíticas ni sociales. La humanidad parece ingresar al ojo de la tormenta de una crisis civilizatoria con los ojos vendados. Solo que, a diferencia de la diosa Temis, su balanza está descalibrada; y su espada, sin filo".Leer

De ahí la importancia de comenzar por multiplicar espacios en común de deliberación y toma de decisiones sobre los problemas fundantes de «buenos vivires convivires» entre les distintes de abajo hacia conformar una intelectualidad surgida de la síntesis de saberes de las diversidades populares. 

Se trata de hacer florecer sentipensares arraigados, desmonopolizados de los científicos e intelectuales mediáticos, lo que implica estar nosotres elaborando nuestra decolonización...en todo el país-continente y mundo.


19 de junio de 2020

IiI. Hacia otra sociedad, otro Estado

La crisis del coronavirus como

momento del colapso ecosocial

19 de junio de 2020

Por Jorge Riechmann

Viento Sur
“La pandemia que nos azota tiene su origen fundamental en la rotura de todos los equilibrios, en la falta de previsión y en modos de vida que desprecian las limitaciones naturales. Ese tan mentado principio de precaución que nunca llegamos a aplicar en su auténtica dimensión. Resultaría antropomorfizantee ingenuo (casi animista) decir que la naturaleza nos está enviando una señal. Tan tonto como pensar que la silla que se rompe bajo nuestro sobrepeso nos está diciendo que debemos adelgazar. Lo que sí resulta cierto es que deberíamos tener la suficiente inteligencia para interpretar las señales, los indicadores o síntomas, que aparecen cuando las cosas van mal, cuando ponemos en riesgo nuestra propia vida.” [1] (Carlos González Vallecillo)
“¿No será que hemos vuelto al ritmo de vida normal? ¿Que el virus no es el trastorno de la norma, sino que, por el contrario, lo anormal era el frenético mundo anterior al virus? Al fin y al cabo, el virus nos ha recordado lo que tan apasionadamente negábamos: que somos seres frágiles hechos de la materia más delicada. Que morimos, que somos mortales. Que no estamos separados del mundo por nuestra ‘humanidad’ y excepcionalidad, sino que el mundo es una especie de inmensa red en la que permanecemos unidos a otros seres por medio de invisibles hilos de influjos y dependencias. Que dependemos los unos de los otros y que, independientemente del país del que vengamos, de la lengua en que hablemos y del color de nuestra piel, enfermamos de la misma manera, tenemos el mismo miedo y morimos del mismo modo.”[2] (Olga Tokarczuk)
“No está de más dar un paso a un lado para impedir que el virus, además de nuestros cuerpos, colonice nuestras mentes.”[3] (Juan Arnau)


Un doble juego inaceptable
Hay un doble juego que encuentra uno practicado con regularidad en ciertos discursos de izquierda. Por una parte, se elogia la resistencia de los pueblos indígenas, con sus sabidurías ancestrales y su cosmovisión de la Madre Tierra (“pachamamismo”, se desdeña desde otros sectores de izquierda). Pero, por otra parte, se rechaza la perspectiva sociocultural gaiana y la teoría Gaia que subyace a aquella (y que en realidad es hoy “ciencia dura” o estándar entre quienes cultivan las ciencias de la Tierra, al menos en la versión de “Gaia homeostática”).[4] Eso cuando no se denuncia directamente esa perspectiva gaiana como “ecofascismo místico”, evidenciando un notable desconocimiento del trayecto que ha seguido la (primero hipótesis y luego) teoría Gaia a lo largo del último medio siglo.[5]
Pero ese doble juego es incoherente, [6] pues la Madre Tierra es Gaia desde un plano más emocional (y desde ciertas tradiciones culturales), y Gaia es la Madre Tierra desde el plano científico (sin que ello suponga despreciar las emociones). De hecho, practicarlo revela cierta mentalidad colonial encubierta: dejemos a aquellos pobres ignorantes que cultiven sus inadecuadas pero útiles representaciones pachamamistas, pero no permitamos que Gaia desbarate nuestra racionalidad parcelaria occidental trabajosamente construida… Como apunté, no obstante, la teoría Gaia no va en contra de la racionalidad científica (aunque muchos aspectos de la misma requieran en Occidente un encaje cultural mejor), sino que se sitúa en su seno y la amplía. Tenemos que remitir, aquí, a los trabajos de Lynn Margulis, Isabelle Stengers, Carlos de Castro y Bruno Latour, que nos proporcionan la base racional para un sentido común mejor (gaiano) que el que hoy prevalece.[7]
Supóngase que miramos hacia la presente crisis sanitaria desde esa óptica gaiana. ¿Qué apreciaríamos?
¿Qué hacemos con los virus?
Escribe Hibai Arbide Aza en medio de la pandemia por el coronavirus SARS-CoV-2, en la primavera de 2020: “No hay nada que me tranquilice menos que la retórica belicista, las arengas patrióticas, las metáforas bélicas y la épica de batallar contra un enemigo invisible. No es una guerra, joder…”[8]
Tiene toda la razón. Los virus son nuestros compañeros de planeta. Hemos llegado a ser lo que somos en un largo viaje coevolutivo compartido con ellos: literalmente, forman parte de nosotras y nosotros mismos. En efecto, cuando se logró completar el mapa del genoma humano en 2003 se descubrió un hecho sorprendente: nuestro cuerpo contiene una enorme cantidad de restos de retrovirus endógenos (nada menos que el 8% del genoma humano consiste en antiguos retrovirus).[9] Y luego hemos sabido que el sistema inmune innato, nuestra primera línea de defensa contra los agentes patógenos, funciona de manera coordinada gracias a fragmentos de antiguos virus insertados en posiciones clave de nuestro genoma.[10] Este descubrimiento revela la importancia de los virus y transposones (ADN saltarín) en la evolución rápida de los sistemas biológicos complejos (una línea de pensamiento que arranca de la gran genetista del siglo XX Barbara McClintock).
De hecho, y de manera significativa, han sido esas inserciones virales en nuestro genoma las que han permitido que la hembra de los mamíferos no rechace, a través de su sistema inmune, ese cuerpo extraño llamado feto: la esencia de lo mamífero –euterio– la debemos a los virus.[11] Como subraya Máximo Sandín, somos, casi literalmente, agregados simbióticos de virus y bacterias:
“Las células eucariotas, las que nos constituyen, están formadas por una fusión de bacterias. El núcleo celular se completó con secuencias génicas procedentes de virus. Los virus aportaron a las bacterias las secuencias génicas relacionadas con la fotosíntesis bacteriana, responsable de la mayor parte del oxígeno de nuestro planeta. Los genomas de los seres vivos están formados por secuencias de origen bacteriano y viral. Las secuencias del desarrollo embrionario fueron aportadas por virus…”[12]
Los virus son fuente de variabilidad genética y motor de la evolución biológica, una fuerza transformadora de la vida: así que organismos como Homo sapiens también estamos aquí gracias a ellos. Gracias a los virus (y a la “carrera de armamentos” biológica que se desarrolla respondiendo a ellos) somos lo que somos. Cumplen también como protectores nuestros: una enorme cantidad de virus bacterianos (también denominados con el inadecuado nombre de “bacteriófagos”) están situados en la superficie de todas las mucosas del organismo, donde eliminan a las bacterias exógenas que no deberían estar ahí. Es decir, actúan como parte del sistema inmunitario.[13] Ah, y si pensamos en los coronavirus en particular: los biólogos moleculares y las bioquímicas saben que son, en potencia, un aliado importante frente a otras infecciones. Quitando a un coronavirus las proteínas más peligrosas, se elaboran vacunas, y se lo puede usar así como vehículo para inmunizar frente a otros virus….

Nuestra vida con virus y microbios
Los virus, subraya la antropóloga francesa Charlotte Brives, no están “afuera”. Por lo tanto, “no constituyen enemigos contra los cuales uno debería ‘estar en guerra’. Los seres humanos vivimos, biológica y socialmente, con virus y otros microbios. Irreparablemente y de muchas maneras, de acuerdo con todo un espectro de posibles relaciones; la patogenicidad es sólo una entre muchas otras”.[14] Desde la misma aparición de la vida en la Tierra, los virus han desempeñado un papel esencial en impulsar la evolución biológica. En 2016, un estudio dirigido por la Universidad de Stanford descubrió que el 30% de todas las adaptaciones de proteínas en humanos, en divergencia de los chimpancés, las impulsaban virus.[15]
Por supuesto, esto no significa que no debamos hacer un esfuerzo social enorme y cuasi-bélico para mantener al coronavirus SARS-cov-2 fuera de nuestros cuerpos: lo estamos haciendo en 2020 para proteger a los miembros más vulnerables de nuestra comunidad, sobre todo nuestros mayores. Pero esa intimidad y codependencia con los virus sí que debería hacernos pensar de otra forma sobre lo que significa ser vivientes en el planeta Tierra. El problema no son los virus: el problema es un sistema socioeconómico expansivo (y hasta una dinámica civilizatoria) que reduce cada vez más el espacio ecológico de los seres silvestres, favoreciendo los saltos de microbios entre especies que pueden desencadenar epidemias.[16] El problema, también, son dietas cárnicas y hábitos culinarios que favorecen la zoonosis. Es la destrucción de la naturaleza, en muchos casos, la que causa las enfermedades infecciosas.[17] Como explica el virólogo Antonio Tenorio,
“la aparición de infecciones va en aumento y su contagio es cada vez más rápido. Las razones están asociadas al desarrollo de una economía de sobreexplotación de recursos. Algunos ejemplos que lo explican sería la propia deforestación y el cambio climático que hace que los animales silvestres se acerquen a las poblaciones. También la manipulación de animales silvestres para comerlos, o extraer sus cuernos, etc. El hacinamiento de animales en las granjas―gripe aviar, peste porcina…―el caso de las vacas locas por haberles dado restos de vacas muertas como alimento. También el aumento de mosquitos por la pobreza, que transmiten enfermedades como vector intermediario. Una gran pandemia del último siglo es el SIDA que hace cien años saltó desde los monos y se expandió por todo el mundo; o el Ébola, que proviene de murciélagos y no se ha extendido por gran número de países, pero en ambas los factores de riesgo son la cercanía con animales silvestres en su aparición y la globalización en su difusión…”[18]
Como subraya Nafeez Ahmed, aunque nuestras sociedades ven al virus como un enemigo biológico inequívoco, “es un actor integral en la compleja red de la vida. Los virus tienen una función ecológica como fuerza evolutiva para los organismos biológicos. Reconocer esto nos permite replantear nuestra comprensión de la pandemia, que no surge de la nada ni puede ser simplemente derrotada usando los instrumentos de la ciencia médica avanzada. Por el contrario, la pandemia ha sido incubada por la estructura misma de nuestra civilización. Por eso, la presión evolutiva que trae no es sólo una cuestión de biología, sino que afecta al meollo mismo de nuestras sociedades, cultura, política y economía”.[19]
¿No se podía saber?
¿No se podía saber? Por el contrario, las advertencias de la OMS y otros organismos de especialistas sobre la posible emergencia de pandemias han sido numerosas (sin ir más lejos, el Informe anual sobre Preparación Mundial ante Emergencias Sanitarias de septiembre de 2019 alertaba perfectamente frente a lo que sucedió a partir de enero de 2020). En todas las estrategias de seguridad nacional de casi todos los Estados aparecen las pandemias como un riesgo sistémico (también, por ejemplo, en la española de 2017).[20]
Desde hace tres lustros, el Global Risks Report (Informe sobre riesgos globales) es un estudio anual que publica el Foro Económico Mundial antes de cada reunión anual del Foro en Davos. Se basa en el trabajo de la Red Global de Riesgos, y cada informe describe los cambios que se supone van ocurriendo en el panorama global de riesgos. Pues bien: año tras año, encabezando el apartado de “riesgos sociales” aparecen las posibles pandemias.[21] Esta ha sido “una pandemia muy anunciada”, como escribía Ignacio Ramonet en su largo y documentado informe sobre el “hecho social total” (luego volveremos a esta noción) del conornavirus.[22] Como ha señalado el ensayista y periodista de investigación David Quammen,
“todo —el virus procedente de un murciélago que después pasa a los humanos, la conexión con un mercado en China, el hecho de que se trate de un coronavirus— era predecible. Es lo que los expertos a los que entrevisté para mi libro [Spillover. Animal Infections and The Next Human Pandemic] me decían. [Me sorprende] la falta de preparación de los Gobiernos y los sistemas sanitarios públicos para afrontar un virus como este. Me sorprende y me decepciona. La ciencia sabía que iba a ocurrir. Los Gobiernos sabían que podía ocurrir, pero no se molestaron en prepararse…”[23]
Richard Horton, editor de la prestigiosa revista científica The Lancet, ha señalado que en los últimos años las investigaciones en el ámbito de la salud pública y la epidemiología advirtieron reiteradamente del riesgo de una pandemia como la actual; constataron que nuestras sociedades no estaban preparadas para afrontar dicho riesgo y, en consecuencia, instaron a los gobiernos a tomar medidas urgentes para paliar sus futuras consecuencias. “Sin embargo, tal y como está ocurriendo desde hace décadas con las recomendaciones de las investigaciones sobre la crisis ecológica y el cambio climático, tales advertencias no sólo se ignoraron sino que incluso en determinados países como el nuestro dieron lugar a políticas sociales que, mediante los recortes del gasto público y las privatizaciones, han deteriorado todavía más los servicios y las infraestructuras públicas. La ciencia sin conciencia ciudadana es sólo otro tipo de negocio mercantil.”[24]
No hicimos caso de este conocimiento experto,[25] igual que no lo hemos hecho de los mil avisos sobre la tragedia climática en ciernes, la Sexta Gran Extinción o las crisis maltusianas de recursos a las que vamos a hacer frente. Sí, la pandemia de la covid-19 (en femenino; porque no se trata del nombre del virus, sino de la abreviatura de “enfermedad causada por coronavirus que surgió en 2019” en inglés) es una suerte de “examen sorpresa” –como ha sugerido también Ángel Calle Collado– frente a los previsibles y previstos colapsos sanitarios y alimentarios que vienen analizando, entre otros, los informes del IPCC.

El problema no es qué hacemos con los virus, sino qué hacemos con nosotros mismos
El problema no es qué hacemos con los virus (aunque lo sea a corto plazo en una pandemia como la del coronavirus), sino qué hacemos con nosotros mismos. La naturaleza nos está enviando un mensaje con esa pandemia[26] (que no deberíamos ver sino como uno de los elementos de la crisis ecosocial sistémica en curso), según la responsable de medio ambiente de NN.UU., Inger Andersen. Ha declarado que la humanidad está ejerciendo demasiadas presiones sobre el mundo natural con consecuencias dañinas, y advierte que no cuidar la naturaleza significa no cuidarnos a nosotros mismos.[27] En el mismo sentido va la reflexión de Marta Tafalla: “La biosfera no se venga de los humanos. Pero, en la biosfera, todas las especies estamos entrelazadas. Los humanos pensamos que no estamos ligados a las vidas de las plantas, de los otros animales y de los microorganismos, pero cuando nosotros hacemos daño a la biosfera o al resto de animales, el mal nos acaba volviendo hacia nosotros. Maltratar la naturaleza es tirarse un tiro al pie. ¡No estamos por encima!”[28] No ser capaces de responder adecuadamente a crisis como ésta remite a nuestro problema de negacionismo: sobre ello ha insistido con acierto George Monbiot.
“Hemos estado viviendo dentro de una burbuja, una burbuja de confort falso y denegación. En las naciones ricas, habíamos comenzado a creer que hemos trascendido el mundo material. La riqueza acumulada, a menudo a expensas de otros, nos ha protegido de la realidad. Viviendo detrás de las pantallas, pasando de una cápsula a otra –nuestras casas, coches, oficinas y centros comerciales–, nos convencimos de que la contingencia se había retirado, de que habíamos llegado al punto que todas las civilizaciones buscan: aislamiento de los peligros naturales”.[29]
La crisis sanitaria causada por el coronavirus nos devuelve bruscamente a la realidad: somos organismos ecodependientes e interdependientes dentro de una biosfera donde “todo está conectado con todo lo demás” (según la célebre “primera ley de la ecología” de Barry Commoner).[30] También Santiago Alba Rico ha llamado la atención sobre este carácter de vuelta a la realidad de la pandemia.[31] Y Eva Borreguero realiza una valiosa reflexión sobre el coste del negacionismo a partir de la pandemia de covid-19: “En la actual crisis epidemiológica encontramos un anticipo de lo que nos espera si no nos tomamos en serio el cambio climático. Los dos fenómenos comparten, además del negacionismo, otras particularidades; un modus operandi –una amenaza abstracta y difusa que en un giro sorpresivo adquiere una tangibilidad íntima y material brutal–; o la aproximación al coste de modular los efectos”.[32] Movilizarse sólo a rastras y a destiempo puede convertir las crisis en catástrofes terminales.

Tres niveles de negacionismo
Desde el comienzo de la covid-19, muchos lectores y lectoras han vuelto a frecuentar La peste de Camus, el Diario del año de la peste de Defoe o las tremendas páginas de Tucídides sobre las fiebres tifoideas en Atenas. A mí no me ha tentado esa mirada literaria y retrospectiva: lo que me impresiona más es el valor anticipatorio de la situación actual. No la memoria de las pestes pasadas sino el aviso sobre el colapso ecológico-social que se acelera y va intensificándose.
La cultura dominante padece un problema muy básico de negacionismo. Pero no en el que era el sentido más habitual de “negacionismo” hace veinte años (referido al Holocausto, la Shoáh), el que podríamos llamar nivel cero; ni tampoco al más corriente hoy (negacionismo climático), nivel uno; sino a un negacionismo más amplio: el negacionismo que rechaza que somos seres corporales, finitos y vulnerables, seres que han puesto en marcha procesos destructivos sistémicos de magnitud planetaria, y que hemos desbordado los límites biofísicos del planeta Tierra. Éste sería el nivel dos.
Me refiero al negacionismo que rechaza la finitud humana, nuestra animalidad, nuestra corporalidad, nuestra mortalidad, y esos límites biofísicos que visibiliza, por ejemplo, la famosa investigación (sobre nine planetary boundaries) de Johan Röckstrom y sus colegas en el Instituto de Resiliencia de Estocolmo.[33]
Y habría, más allá de esto, un tercer nivel de negacionismo: el que rechaza la gravedad real de la situación y confía en poder hallar todavía soluciones dentro del sistema, sin desafiar al capitalismo. Por desgracia (porque esto complica aún más nuestra situación), ya no es así…[34] Dejamos pasar demasiado tiempo sin actuar. Ojalá existiesen esos espacios de acción –pero eso equivale en buena medida a decir: ojalá estuviésemos en 1980, en 1990, en vez de en 2020. Ojalá 350 ppm de dióxido de carbono en la atmósfera, en vez de 415 (y creciendo rápidamente). Los bienintencionados ODS de NN.UU., por ejemplo, llegan con decenios de retraso…
El eco-modernismo –con versiones de izquierdas y de derechas–, por ejemplo, asume que una transformación ecosocialista decrecentista es imposible, y que sólo habría salvación posible acelerando todavía más nuestra huida prometeica hacia adelante: buscando un futuro de alta energía y alta tecnología.[35] Para mí, esto queda dentro del negacionismo de tercer nivel.

El “tema de nuestro tiempo”
Negacionismo, capitalismo y límites biofísicos: éste es el “tema de nuestro tiempo”. El problema viene de lejos. De hecho, los debates y las opciones decisivas tuvieron lugar sobre todo en los años 1970, con 1972 como fecha clave (Cumbre de Estocolmo e informe The Limits to Growth).[36] Desde entonces sabemos con certidumbre científica que la civilización que Europa propuso al mundo entero a partir del siglo XVI (expansiva, colonial, patriarcal y capitalista) no tiene ningún futuro, y que cuanto más tardemos en transitar a alguna clase de poscapitalismo peor será la devastación: pero por desgracia en los años 1970-1980, junto con el neoliberalismo, el negacionismo se impuso.
El escritor noruego Jostein Gaarder, en estos meses de pandemia (que para él es “una especie de advertencia”), declara en una entrevista: creo que “la pregunta filosófica más importante ahora es cómo preservar las condiciones de vida en la Tierra”.[37] Y se asombra de que en su best-seller filosófico El mundo de Sofía (1991, traducido a más de sesenta idiomas) esa pregunta ni siquiera aparecía. Tal ha sido la ceguera de la cultura dominante con respecto al “lugar del ser humano en el cosmos”, nuestra situación real en el tercer planeta del Sistema solar.[38]
“Necesitamos ver”, ser capaces de ver, decía el primer ministro de Canadá en una conferencia de prensa el 2 de junio de 2020, tras el asesinato de George Floyd en Minneapolis. “Todos observamos con horror y consternación lo que está sucediendo en Estados Unidos. Es un momento para unir a las personas, pero es un momento para escuchar. (…) También es un momento para nosotros como canadienses, para reconocer que nosotros también tenemos nuestros desafíos, que los canadienses negros y los canadienses racializados se enfrentan a la discriminación como una realidad vivida cada día”, continuó Trudeau. Agregó que también hay discriminación sistémica en Canadá, pero ésta no se ve: “Necesitamos ver eso, no sólo como gobierno (y tomar medidas), sino que debemos ver eso como canadienses. Necesitamos ser aliados en la lucha contra la discriminación. Necesitamos escuchar; necesitamos aprender; y necesitamos trabajamos duro para arreglarlo, para descubrir cómo podemos ser parte de la solución para arreglar las cosas”, dijo Trudeau.[39] Necesitamos ver, en efecto –tanto intramuros como extramuros–, y escuchar para ser capaces de aprender.

La pregunta “¿dejaremos de autoengañarnos, nos creeremos lo que sabemos, dejaremos de lado nuestro pertinaz negacionismo?” nos conduce a una pregunta más profunda (que no es el momento de abordar ahora): ¿seremos capaces de aceptar nuestra condición humana –y en el núcleo de la misma, nuestra mortalidad?[40] La “normalidad” a la que ahora añoramos volver es –ha escrito Santiago Alba Rico de forma penetrante– la ilusión de inmortalidad.[41] Y ahora, de forma inesperada, estamos aprendiendo a morir en el Antropoceno, por decirlo con el título del importante ensayo de Roy Scranton (que no va de coronavirus sino de catástrofe climática).[42]

No dañar al otro
¿Cómo se enfrentan los juristas de prestigio a una crisis existencial de nuestras sociedades, provocada por el mal encaje de las mismas en la biosfera? Puede servir como ejemplo esta reflexión de Tomás de la Quadra Salcedo, catedrático emérito de Derecho Administrativo, ex ministro de Justicia y ex presidente del Consejo de Estado, entre otras altas dignidades. Señala que está en juego “una obligación ineludible: la de no hacer daño a los demás. El viejo principio romano de no hacer daño al otro (el alterum non laedere de Ulpiano) continúa explicando muchas cosas, como esta mutación de los límites de nuestros derechos fundamentales provocada directamente por un hecho de la naturaleza”. Y es que los hechos científicos, sigue diciendo con harta razón el ex ministro de Justicia, “delimitan automáticamente la frontera de nuestros derechos con nuestra obligación de no hacer daño a los demás. Las medidas adoptadas delimitan o restringen nuestra libertad (…), pero no violan nuestro inexistente derecho fundamental a poner en peligro la vida y salud de los demás. Las medidas no se dirigen a suspender derechos, que en realidad no permanecen inmutables en el escenario de una naturaleza desenfrenada, sino a adoptar las científicamente necesarias, por duras que nos resulten, para evitar la catástrofe. Su proporcionalidad es otra cuestión bien relevante, controlable por los tribunales atendiendo a criterios técnico-científicos”.[43]
¿Está hablando, en su artículo del 8 de abril de 2020, de la catástrofe climática en ciernes –la manifestación más evidente de una crisis ecológico-social global que, en efecto, pone en jaque el ser y no ser de nuestras sociedades y frente a la cual la ciencia emite advertencias ya casi desesperadas? No, Tomás de la Quadra Salcedo está hablando del coronavirus SARS-cov-2. Pero todo su razonamiento debería aplicarse, con más peso aún, a la crisis climática (si es que “crisis” resulta el término adecuado aquí, luego volveré sobre ello.)
Lo que se puede ver ahora con claridad es que la emergencia climática que declararon en 2019 diversas instituciones era totalmente fake: discurso (bienintencionado) no acompañado por acción. El parón en seco de nuestra sociedad para combatir la covid-19 nos da la medida de la dimensión que tendría, de verdad, iniciar una transición ecológica.
Un hecho ecológico total
Uno de nuestros filósofos políticos más perspicaces, Daniel Innerarity, subraya cómo en nuestras sociedades complejas, compuestas de esferas o subsistemas sociales que funcionan cada uno con su propia dinámica (la economía, la cultura, la sanidad, el Derecho, la educación…), los conflictos e incompatibilidades resultan inevitables. Bien. Y anota entonces que, con la crisis sanitaria del coronavirus, “el caso más chocante es lo que está pasando con el medio ambiente, que ha mejorado con el parón de la economía”.[44] Ah… detengámonos en ese adjetivo, chocante. ¿Chocante para quién? Seguramente no para el propio Innerarity, quien no ignora que esa mejora de los índices de contaminación o de la vitalidad de muchas clases de seres vivos es precisamente lo que cabía esperar: cuando nuestro sistema ecocida de extracción, producción, consumo y vertido se ralentiza, la biosfera da un suspiro de alivio. El profesor vasco está seguramente haciéndose eco del sentido común dominante, al cual sí le sorprenderá que pueda suceder algo así.
Y no obstante, algo inquieta en la reflexión de Innerarity: pues sí parece dar por hecho que, al no haber (ya) un “hecho social total” (Marcel Mauss) sino aquella diferenciación de esferas y diversidad de perspectivas, el medio ambiente es una esfera más entre las otras a la que se aplicará “el dramatismo de las decisiones en un entorno de complejidad”. Y aquí sí se muestra, creo, un error de fondo –omnipresente en la cultura dominante. No hay un “hecho social total”, pero sí un hecho ecológico total: sin una biosfera habitable, lo demás sobra. Esa precedencia no es una demanda ideológica ni es la reivindicación de un sector social particular (digamos, los ornitólogos, las defensoras de la flora mediterránea, los paseantes por geoparques u otras amantes de la vida silvestre): es la precondición de todo lo demás. Ecosistemas desbaratados, biodiversidad masacrada, recursos minerales menguantes y clima infernal no es que hagan más difícil la persecución del bien común, sino que imposibilitan la vida humana (y muchas otras formas de vida, por descontado). No es casualidad ni exageración que estén organizándose movimientos sociales que incorporan la palabra “extinción” en el nombre que se dan a sí mismos, como Extinction Rebellion. Y estamos en una cuenta atrás.
Se puede anticipar la respuesta que probablemente daría el profesor Innerarity: aunque ello sea objetivamente así extramuros (por emplear mi propia terminología), hace falta que los agentes políticos intramuros asuman lo ecológico como un problema, y ello lo convertirá en una esfera sociopolítica más que competirá con las otras. Pero una constatación así es parte del problema… ¿De verdad nuestras sociedades complejas supuestamente reflexivas y “del conocimiento” son incapaces de distinguir entre lo esencial y lo secundario, de incorporar la protección de sus propias condiciones de existencia a la articulación de sus políticas? Algo muy interesante ha sucedido durante la crisis sanitaria de la covid-19, como ha observado Santiago Alba Rico: los Gobiernos han sido capaces de elaborar listas de actividades esenciales, se las han arreglado para distinguir entre lo importante y lo secundario –algo que de entrada está vetado bajo el orden mercantil del capitalismo.[45]
Ecocidio, fuga de las elites y ascenso de la ultraderecha
En mayo de 2019, un estudio de científicos de más de cincuenta países (Global Assessment of the Intergovernmental Science-Policy Platform for Biodiversity and Ecosystem Services, IPBES) mostró que las sociedades industriales han empujado a un millón de especies (una de cada ocho, aproximadamente) al borde de la extinción. Alrededor del 75% de toda la superficie terrestre del planeta, y el 66% de la superficie oceánica están “severamente alteradas” por las actividades humanas. La biomasa de los mamíferos salvajes ha disminuido en un 82%, los ecosistemas naturales han perdido la mitad de su área y las plantas y los animales están desapareciendo de decenas a cientos de veces más rápido que durante los últimos diez millones de años, según constataron los más de quinientos expertos en biodiversidad.[46]
El mismo día en que se hacía público ese trágico informe del IPBES sobre el ecocidio en curso, el Secretario de Estado estadounidense Mike Pompeo declaró: “Las reducciones constantes en el hielo marino del Ártico están abriendo nuevos pasillos y nuevas oportunidades para el comercio, lo que potencialmente puede reducir el tiempo que tardan los barcos en viajar entre Asia y Occidente hasta en veinte días”. Así una parte de las elites gobernantes ven, en el ecocidio más genocidio a que nos aboca la crisis ecológico-social, nada más que oportunidades de negocio mientras buscan una soñada “velocidad de escape” (pero luego hay quien se atreve a escribir que el ecologismo es nihilista…).
Como viene argumentando juiciosamente Bruno Latour estos últimos años, buena parte de las clases dirigentes “ha llegado a la conclusión de que ya no hay suficiente espacio en la Tierra para ellas y para el resto de sus habitantes”[47] y por eso asumen el exterminio de la mayor parte de la humanidad (y de miles de millones de nuestros “compañeros de planeta”) dentro de su BAU (Business As Usual). Hay que considerar estos tres fenómenos como estrechamente relacionados: la huida hacia adelante del capitalismo neoliberal (materializada en los programas de jibarización de los Welfare States y la desregulación a favor del gran capital), la explosión de las desigualdades en segundo lugar, y finalmente el negacionismo climático (como expresión concreta de una más amplia denegación de todas las cuestiones de límites biofísicos que ya antes analizamos de forma somera).
Injusticia, desigualdad y extralimitación ecológica son cuestiones íntimamente relacionadas. Usando la metáfora del naufragio del Titanic, “las clases dirigentes están comprendiendo que el naufragio es inevitable; se adueñan de los botes salvavidas y le piden a la orquesta que siga tocando para disfrutar de la noche antes de que la agitación excesiva alerte a las otras clases”.[48] También Eliane Brum ha reflexionado intensamente sobre esta cuestión:
“La dificultad de cambiar nuestras prioridades hace que el objetivo de limitar el sobrecalentamiento global a 1’5 grados sea cada vez más distante, si no imposible. Se trata del ‘tierraplanismo’, como denominamos el fenómeno principal de negar la evidencia científica más consolidada, como la propia forma del planeta. El creciente número de adeptos sugiere que, cuando los humanos más necesitan lucidez, es precisamente cuando entran en un estado de negación.
Cualquiera que siga mis columnas de opinión sabe que una de mis hipótesis para la elección de déspotas es el sentimiento de inseguridad sobre el futuro. Pero no por la indeterminación del futuro. Justamente al contrario. El futuro, como lo conocíamos antes, era un territorio de posibilidades. ‘En el futuro será mejor’ o ‘en el futuro lograremos este objetivo’ o incluso ‘en el futuro tendremos nuestra propia casa’. Ahora no. La crisis climática ha determinado el futuro. Será malo, desde el punto de vista del impacto del cambio climático. Toda nuestra lucha por el futuro gira en torno a tener un planeta peor o un planeta hostil. Y, créanme, la diferencia es enorme. Tan enorme que todos deberíamos estar luchando por eso en este preciso instante. Me parece que también por esta razón, parte de la población mundial prefiere votar a negacionistas del clima que prometen un retorno a un pasado que nunca existió. Trump y Bolsonaro, como otros de sus colegas, son vendedores de pasados. Pasados falsos.” [49]

La crisis del coronavirus, han señalado diversos comentaristas, funciona como lo que los sociólogos llaman un analizador social, desvelando fenómenos y estructuras que en tiempos “normales” apenas vemos. Así, también, en cuanto a la desigualdad social. La vulnerabilidad o mortalidad humanas no son democráticas, sino que dependen de la clase y el estatus social: la pandemia lo ha puesto otra vez en evidencia. En Gran Bretaña o EEUU, la infección afecta cuatro veces más a los negros que a los blancos; en todas partes, enferman y mueren los trabajadores no cualificados en proporción muy superior a quienes están más alto en la escala social. “La muerte no es democrática. La covid-19 no ha cambiado nada al respecto. La muerte nunca ha sido democrática. La pandemia, en particular, pone de relieve los problemas sociales, los fallos y las diferencias de cada sociedad. Piense por ejemplo en Estados Unidos. Por la covid-19 están muriendo sobre todo afroamericanos. La situación es similar en Francia. Como consecuencia del confinamiento, los trenes suburbanos que conectan París con los suburbios están abarrotados. Con la covid-19 enferman y mueren los trabajadores pobres de origen inmigrante en las zonas periféricas de las grandes ciudades. Tienen que trabajar. El teletrabajo no se lo pueden permitir los cuidadores, los trabajadores de las fábricas, los que limpian, las vendedoras o los que recogen la basura. Los ricos, por su parte, se mudan a sus casas en el campo…”[50] Y por otra parte, como recordaba Pedro L. Alonso estos días (es el director del programa sobre malaria de la OMS), lo que hoy en Europa vivimos como un excepcional tiempo horroroso es la norma en regiones enteras del mundo: el paludismo (o malaria) mata cada año a casi medio millón de seres humanos; y la diferencia de esperanza de vida entre España y la República Centroafricana es de casi treinta años (sobre todo por las enfermedades infecciosas).

¿Un choque exógeno?
El impacto provocado por el coronavirus ¿se trataría de un shock exógeno para la economía? Sólo si la pensamos como un sistema desligado de los ecosistemas, los seres vivos y los territorios –pero eso es el mundo al revés, la demencial inversión que las visiones económicas más realistas (como la economía ecológica y la economía feminista) llevan decenios denunciando desde el margen donde han sido confinadas… Mi metáfora de lo extramuros y lo intramuros (en Ética extramuros y otros libros) capta algo de este problema. Por aclararlo muy brevemente: se trata de comprender el lugar del ser humano en el cosmos (extramuros en la biosfera terrestre), no sólo mi lugar (o el de mi endogrupo, o el de mi sexo/ género, o el de mi clase social, o el de mi etnia) dentro de las relaciones de dominación (intramuros de la ciudad humana).[51]
No se trata de un shock exógeno, es una perturbación interna del sistema Tierra. La crisis sanitaria causada por el coronavirus nos devuelve bruscamente a la realidad: somos organismos ecodependientes e interdependientes dentro de una biosfera donde, como ya observamos antes, “todo está conectado con todo lo demás”. 

Podríamos aterrizar, dejar de vivir como alienígenas depredadores de la Tierra.
En efecto, si fuésemos –fantasía de ciencia-ficción– una colonia organizada por una civilización extraterrestre para la rápida extracción de los recursos del planeta Tierra, poniéndolos al servicio de un proyecto alienígena de mercantilización generalizada, ese metabolismo imaginario no diferiría demasiado del que de hecho está hoy funcionando (y que ha sufrido un parón inesperado a causa de la pandemia). El capitalismo fosilista convierte hoy en escasos incluso los recursos minerales más abundantes (como la arena), desequilibra el clima hasta desembocar en perspectivas de calentamiento infernales, esquilma el suelo fértil y el agua dulce, y desgarra hasta tal extremo el tejido de la vida que tenemos que inventar neologismos como “desfaunación” para referirnos a las dimensiones casi inconcebibles de la Sexta Gran Extinción en curso. Cada una de estas agresiones contribuye no sólo a incrementar la probabilidad de nuevas pandemias, sino asimismo a minar las bases de la salud de todos y cada uno de los ecosistemas y, por tanto, de todas y cada una de las comunidades humanas.

¿Aprender por choques?
Hemos hablado con cierta frecuencia de aprendizaje por shock, poniendo en el mismo esperanzas probablemente infundadas.[52] El shock lo tenemos aquí, en forma de SARS-CoV-2: un virus zoonótico (procedente de un animal) frente al que no tenemos inmunidad previa y que ha puesto patas arriba el mundo entero. El shock está aquí, y se trata sólo de uno entre los que venimos padeciendo y vamos a padecer: pero ¿seremos capaces de aprendizaje colectivo? “La tentación, cuando esta pandemia haya pasado, será encontrar otra burbuja. No podemos permitirnos sucumbir a eso. De ahora en adelante, debemos exponer nuestras mentes a las realidades dolorosas que hemos negado durante demasiado tiempo”, nos amonesta George Monbiot.[53] Tiene toda la razón. La crisis originada por esta pandemia es poca cosa al lado de lo que se avecina a causa de la catástrofe climática, la crisis energética y la Sexta Gran Extinción.
¿Nos sobrepondremos al tercer nivel de nuestro negacionismo para ser capaces de afrontar las transformaciones sistémicas, revolucionarias, que necesitamos desesperadamente?[54]
Una cultura donde casi todo está cabeza abajo
La diferencia relevante entre la covid-19 y el calentamiento global (que sólo es la manifestación más aparatosa de la crisis ecológico-social, no nos cansaremos de repetirlo)[55] es que la primera mata mucho más rápido. Más de cuarenta mil personas fallecidas ya en España, en apenas unos meses.[56]
Es nuestra mala relación con el tiempo (miopía temporal) y con los sistemas (dificultades para el pensamiento complejo), dentro de una cultura dominante fatalmente errada (casi todo puesto de cabeza, del revés), lo que está privando de futuro a la humanidad. (No entro aquí en el espinoso asunto de nuestros numerosos sesgos cognitivos, patologías grupales y hybris tecnólatra: EXPERTOS EN DISEÑAR UN PLANETA MEJOR, proclama con orgullo la propaganda de una gran empresa de infraestructuras.[57] Si estuviésemos dentro de una cultura normal, intervendría de oficio la Fiscalía General del Estado.)
Y ¿no hay especialistas en corregir ese rumbo letal, homicida y suicida? En realidad se supone que sí: los y las filósofas, esas expertas en racionalidad que se esfuerzan en desarrollar visión de conjunto (synoptikós, diría Platón).
La solución ¿sería entonces platónica: que gobiernen esos (sedicentes) especialistas? No parece buena idea. Más bien se trata de despertar a la filósofa, al filósofo que llevas dentro –a la manera de John Dewey y Antonio Gramsci…[58]

Pandémica (y sinóptica) y terrestre
Necesitamos pues visión de conjunto, panorámica: el filósofo, la pensadora en cuanto synoptikós. Esta pandemia –como decía William E. Rees en otro de sus lúcidos artículos– es como el tráiler, sólo un avance de la película más amplia.[59] Si superamos este obstáculo en dos años, sólo será para hacer frente al siguiente: una crisis de deuda, o una crisis energética, u otra guerra más por los recursos que van escaseando… ¿Volver a la normalidad? El profesor canadiense apunta que “volver a la normalidad es el equivalente a que Noé desmantelara el arca durante la tormenta para intentar construir un yate más grande y más cómodo. Nosotros y él iríamos al fondo junto con el resto de la vida animada…” ¿Volver a la normalidad, si fue aquella peligrosa y dañina normalidad la que nos condujo al desastre de hoy?
No, no vamos a tener “normalidad” (ese anhelo remite a cómo idealizamos el capitalismo bien ordenado de tipo más o menos keynesiano –ese breve episodio de la historia humana que quedó definitivamente atrás). Eliane Brum acierta: recuperar la “normalidad” sería “regresar a la brutalidad cotidiana que es sólo ‘normal’ para unos pocos, una normalidad arrancada de las vidas de muchos a quienes diariamente les dejan el cuerpo exhausto. La interrupción de lo ‘normal’, causada por el virus, puede ser una oportunidad para diseñar una sociedad basada en otros principios, capaz de detener la catástrofe climática y promover la justicia social. Lo peor que nos puede pasar después de la pandemia es precisamente volver a la normalidad”,[60] porque esa normalidad era catastrófica. Por eso Markus Gabriel habla de “romper la cadena de infección del capitalismo”.[61]
Ahora que se está imponiendo la expresión más bien paradójica de “nueva normalidad”, conviene insistir sobre ello: no habrá normalidad, ni vieja ni nueva. La excepcionalidad del tiempo que vivimos va a seguir desplegándose. Nada más importante que darnos cuenta de que esta crisis sanitaria, la crisis energética, la crisis climática, la crisis de biodiversidad, son manifestaciones de una crisis sistémica general, una crisis ecosocial a la que sólo podríamos hacer frente de forma razonable con cambios también sistémicos.[62] De ahí lo peliagudo de nuestra situación. El biólogo Fernando Valladares –que ha desplegado un enorme esfuerzo de ilustración ecológica, ecoliteracy suelen decir los anglosajones, durante las primeras semanas de desarrollo de la covid-19 en España–[63] decía: “el éxito frente a la pandemia será evitar futuras pandemias” (en un tuit del 1 de mayo de 2020). Bueno, eso es quedarnos demasiado cortos. El éxito ante la pandemia sería evitar las formas peores del colapso ecosocial que está desarrollándose.
(Y atención al término de crisis en relación con lo ecológico-social. El lenguaje ético-político no es neutro ni inocuo: Mark Alizart dice que la palabra “crisis” ya apunta a una concesión a la ideología dominante y una derrota. “La crisis es aquello sobre lo que no tenemos control, lo que recae sobre nosotros sin previo aviso, aquello cuya responsabilidad incumbe a todo el mundo (en otras palabras, a nadie). Hemos sabido lo que estamos haciendo contra el clima y la biodiversidad durante más de sesenta años. Y cuando digo ‘nosotros hemos sabido’ no me refiero a treinta especialistas reunidos en un comité Théodule. Los industriales del petróleo y el gas, es decir, los contaminadores, y nuestros gobiernos (a menudo son los mismos) fueron los primeros en enterarse de esto”.[64] Así que lo sabían, como dijo Alexandria Ocasio-Cortez; Exxon knew, y el resto de las elites políticas y económicas también; y no sólo no hicieron nada, sino que invirtieron miles de millones para que la sociedad no lo supiera. De manera que hablar de una crisis, en el caso del vuelco climático, equivale a dar a estas personas un cheque en blanco, “negarse a nombrar al enemigo” –sigue Alizart– y, por tanto, evitar que se luche contra él. En lugar de crisis, deberíamos hablar más bien de escándalo, delito o incluso golpe de Estado. Aquí también nos ayuda mucho la reflexión de Bruno Latour y Roger Hallam, en estos años últimos.)[65]
Guardemos nuestro sentido de la proporción: la crisis sanitaria originada por esta pandemia de la covid-19 es poca cosa al lado de lo que se avecina a causa de la catástrofe climática, la crisis energética y la Sexta Gran Extinción.[66] Hay que pensarla, de hecho, como un momento o una etapa de la crisis ecológico-social más amplia, que se desenvuelve ya como colapso ecosocial (el cual no hay que concebir como un fin del mundo materializado en un solo acontecimiento catastrófico sino como el despliegue entrelazado de muchos episodios y fenómenos nefastos):[67] la pandemia refuerza la crisis económica larvada previamente, que se entrelaza con la crisis energética para acelerar el colapso sistémico que ya había empezado.[68] “El virus vino a jalar el freno de emergencia y a parar el tren enloquecido de una civilización corriendo hacia la destrucción masiva de la vida. ¿Dejaremos que vuelva a arrancar? Eso sería la garantía de más cataclismos al lado de los cuales lo que estamos viviendo actualmente parecerá, a posteriori, un acontecimiento de moderada amplitud”.[69]

Hemos dicho: cambios sistémicos
Hablábamos de cambios sistémicos, de no volver a arrancar “el tren enloquecido de una civilización que corre hacia la destrucción masiva de la vida”, sino más bien –a la manera de Walter Benjamin– tirar del freno de emergencia para cambiar de vía. ¿Cómo se iniciaría algo así? De manera telegráfica, creo que se trataría de cambios como los siguientes:
· Abandonar el PIB como supuesto indicador de bienestar: desarrollar un sistema de cuentas físicas para complementar los indicadores monetarios de la Contabilidad Nacional.
· Socializar las compañías eléctricas y el sector bancario.
· Reducir por ley el tiempo de trabajo asalariado, para redistribuirlo. Medidas de acompañamiento para redistribuir todos los trabajos (pagos e impagos).
· Reforma fiscal fuertemente progresiva, con impuestos al capital, a la herencia y a las grandes fortunas.
· Jubileo de deudas injustas e impagables (como se ha recordado más de una vez estos últimos años, la acumulación de capital tiene, como su reverso, la creación de deuda sin relación con la realidad biofísica y más allá de la posibilidad de reembolso).
· Ingreso mínimo garantizado y esquemas de trabajo garantizado desde el sector público.
· Desmercantilización de la vivienda.
· Conversión industrial hacia la fabricación de bienes necesarios (hemos visto cómo las plantas automovilísticas se ponían a fabricar respiradores para las Unidades de Cuidados Intensivos; es sin duda un ejemplo inspirador…).
· Reducción drástica de la movilidad motorizada; salida de la soberanía del automóvil privado; urbanismo ecológico.
· Desglobalización ordenada; “constitución de redes de cooperación bio-regional basadas en relaciones sostenibles entre los ámbitos urbanos, rurales y naturales en economías (y sistemas alimentarios) resilientes de proximidad”, por decirlo con Fernando Prats.
· Agroecología, agricultura de proximidad, permacultura.
· Renaturalización de zonas muy extensas en campos y ciudades.
· Alfabetización e ilustración ecológica a escala masiva (también aquí el despliegue informativo y pedagógico sobre el coronavirus nos da la medida de lo que tendría que ser tomarnos de verdad en serio la urgencia ecosocial).
Deliras, dirá casi todo el mundo. No, deliran quienes piensan que en lo esencial bastará con sustituir motores de combustión por motores eléctricos para salvar el mundo”. En un país como España (y en muchos otros), hemos visto lo que significa de verdad hacer frente a una emergencia social con la respuesta a la covid-19. La emergencia ecológico-social es muchísimo más grave: ¿pondremos esta vez manos a la obra, de manera no retórica?[70]

Aprendizajes, otra vez
“Washington quiere que Londres levante las restricciones a su pollo clorado, un proceso de descontaminación hasta ahora prohibido por la legislación europea…”[71] Debería bastar una frase como la anterior para que todo el mundo se percatase: esta civilización está condenada.
Una buena imagen que ha propuesto Luis González Reyes: somos como el estudiante que no ha hecho nada durante todo un cuatrimestre, y en la víspera del examen abre por fin sus libros y se queda toda la noche en vela, tratando de recuperar lo irrecuperable… para sacar al día siguiente un aprobado ralo, en el mejor de los casos.[72]
La etimología (griega) de la palabra catástrofe nos remite a darle la vuelta a algo. Ese volcar sería un cambio a peor… si no fuese el caso que vivimos en un mundo (el del capitalismo patriarcal fosilista extractivista colonial financiarizado… y podríamos seguir sumando adjetivos) invertido, puesto del revés, donde los disvalores imperan como valores positivos y la irracionalidad extrema se hace pasar por el sensato orden inevitable de las cosas. Dar la vuelta a un orden socioeconómico así no sería un cambio a peor, sino la condición para poder –quizá– escapar de una trampa mortal. Escribe la novelista polaca Olga Tokarczuk: “Ante nuestros ojos se desvanece como el humo el paradigma civilizatorio que nos ha formado en los últimos doscientos años: que somos dueños de la creación, que lo podemos todo y que el mundo nos pertenece. Se avecinan tiempos nuevos.” [73]
Esta crisis pandémica nos ha dado una rápida e intensa lección de ecodependencia (nuestra salud depende de la salud de los ecosistemas) e interdependencia (“aquí no puede ocurrir”… y ya vio todo el mundo la celeridad con que el virus se globalizó). Hoy nos hacemos conscientes de la necesidad de llevar mascarillas en los espacios públicos no para proteger nuestra propia salud, sino la del otro, la de mi comunidad, la de la humanidad entera; ¿llegaremos a ver también que –por ejemplo– mi decisión de desplazarme en automóvil privado también daña al otro, a mi comunidad, a la humanidad entera?
En medio del dolor más extremo, escribe Bruno Latour, estamos viendo que “el orden mundial, que se nos decía era imposible de cambiar, tiene una plasticidad asombrosa, y que como colectivo los seres humanos no están indefensos. Todo depende de la capacidad que tengan de resistirse a regresar al orden anterior”.[74] Hemos visto, en la respuesta político-social a la pandemia, que se puede detener la Megamáquina. Ahora toca asumir que, si no somos capaces de detenerla (de buena manera) con el timón puesto hacia objetivos de supervivencia y emancipación, ella terminará de destrozarnos (de la peor de las maneras posibles).

También hemos aprendido (o deberíamos hacerlo; hablo todo el tiempo de aprendizajes posibles) que la mayor parte de la actividad económica, bajo el capitalismo, no responde a satisfacer necesidades humanas esenciales; pero que podríamos reorganizar ese aparato económico prescindiendo de lo superfluo para reorganizar lo realmente esencial, “sin dejar a nadie atrás” pero de veras, no como simple consigna. Como señala con acierto un manifiesto de economistas decrecentistas, “la pandemia ha llevado a los Gobiernos a emprender acciones sin precedentes en tiempos modernos de paz, demostrando lo que es posible cuando hay voluntad para actuar: reestructuraciones de los presupuestos, movilización y redistribución de dinero, rápida expansión del sistema de seguridad social e importancia de la vivienda para las personas sin hogar”.[75]
Boaventura de Sousa Santos llama a construirnos como una humanidad humilde, que se acostumbre “a dos ideas básicas: hay mucha más vida en el planeta que la vida humana, ya que representa solo el 0,01 % de la vida en el planeta; la defensa de la vida del planeta en su conjunto es la condición para la continuidad de la vida humana. De lo contrario, si la vida humana continúa cuestionando y destruyendo todas las demás vidas que conforman el planeta Tierra, es de esperar que estas otras vidas se defiendan de la agresión causada por la vida humana y lo hagan de maneras cada vez más letales”.[76] Y Byung Chul-Han advierte: “La pandemia es la consecuencia de la intervención brutal del ser humano en un delicado ecosistema. Los efectos del cambio climático serán más devastadores que la pandemia. La violencia que el ser humano ejerce contra la naturaleza se está volviendo contra él con más fuerza. En eso consiste la dialéctica del Antropoceno: en la llamada Era del Ser Humano, el ser humano está más amenazado que nunca”.[77] El pensador germano-coreano recurre al cuento de Simbad el Marino para visualizar nuestra situación.
“En un viaje, Simbad y su compañero llegan a una pequeña isla que parece un jardín paradisíaco, se dan un festín y disfrutan caminando. Encienden un fuego y celebran. Y de repente la isla se tambalea, los árboles se caen. La isla era en realidad el lomo de un pez gigante que había estado inmóvil durante tanto tiempo que se había acumulado arena encima y habían crecido árboles sobre él. El calor del fuego en su lomo es lo que saca al pez gigante de su sueño. Se zambulle en las profundidades y Simbad es arrojado al mar. Este cuento es una parábola, enseña que el hombre tiene una ceguera fundamental, ni siquiera es capaz de reconocer sobre qué está de pie, así contribuye a su propia caída…”[78]
Respirar bien: una reflexión final
Si supiésemos respirar bien, nos dicen los maestros de Oriente desde hace varios milenios, la vida humana se situaría de otra manera mejor con respecto a la existencia y el mundo. “La respiración consciente es mi ancla. (…) Nacemos y morimos con cada respiración. (…) Permanezco en mi respiración para no perderme”.[79] Hay algo significativo en que la enfermedad del coronavirus, la covid-19, se manifieste como ahogo, como dificultad para respirar –que puede extremarse hasta la muerte por asfixia si la neumonía se agrava y los pulmones se deterioran demasiado. “No valoras la sencillez de que entre y salga el aire en los pulmones –hasta que lo pierdes”, dice un enfermero que se contagió y estuvo siete días ingresado en el hospital madrileño de La Paz, peleando contra la enfermedad.[80]
Esta desquiciada civilización nuestra tendría que aprender a asumir límites biofísicos; a cuestionar su antropocentrismo; a ingeniar vías de salida del capitalismo (yugulando el poder financiero, desmercantilizando bienes y servicios, des-salarizando vidas humanas) a toda velocidad…
Las voces que se alzan escépticas no son pocas, ni de poco peso: Emilio Lamo de Espinosa barrunta que los dos grandes aprendizajes de la pandemia (el de la unidad de la especie humana y el de la vulnerabilidad) podrían sumarse (y conducir a un aumento de lo que los movimientos ecologistas llevan decenios llamando “conciencia de especie”, añadiríamos nosotros). Pero el sociólogo emérito de la UCM teme que más que sumarse se restarán: “la reacción ‘natural’ frente a la vulnerabilidad es buscar refugio en lo conocido, en la tribu, la nación, la religión, las comunidades ‘naturales’, para blindarse, negando justamente la experiencia cosmopolita y, más bien, demonizando al ‘otro’ como fuente del peligro, de modo que la vulnerabilidad cancela el cosmopolitismo”.[81] Así, el Estado y la familia serían las instituciones que saldrían ganando de esta conmoción, y se vaticina más bien “un mundo hobbesiano donde prima el sálvese quien pueda” en la competencia intergrupal e interestatal.
Un médico (infectólogo) del Hospital Ramón y Cajal, enfermo de covid-19 al borde de la muerte, narra su experiencia en un diario conmovedor. En la entrada del 15 de mayo de 2020, ya superada la enfermedad, anota: “Ya estoy al 100% trabajando, se me hace la hora de cenar y no me entero. [Mi mujer] Toñi ha vuelto a reñirme [por trabajar demasiado], como antes de ponerme malo. Te haces el propósito de cambiar. Pero eso es difícil de ejecutar. Porque sales y es la vida misma y no tenemos muchas posibilidades de escaquearnos de la inercia. Toñi me dice hoy, como cada día: ‘¿Para eso te ha servido ponerte malo? No has cambiado nada, no has aprendido nada’. He fracasado en el intento, de momento. La vida no se ha modificado en casi nada a como era previamente”.[82] “No creo que salgamos mejores [de la pandemia]”, declara por su parte el pintor Antonio López en una entrevista. “Nada cambiará porque el hombre no sabe escuchar”.[83]
Romper las inercias mortales. Aprender del trauma. Escuchar. Respirar. Contemplar. Caminar. Trabajar. Amar. Esos verbos esenciales… ¿Aprenderemos los seres humanos a escuchar, a respirar…?
Notas:…
[70] Esa suerte de “programa de emergencia”, compartido en Twitter, fue objeto de la siguiente respuesta por parte de Emilio Santiaho Muíño: “Entre la meta que plantea Jorge y nuestra realidad hay un hueco gigante. Este hueco sólo se cubre articulando políticas ecológicas de mayorías en esta sociedad. Esto es, asumiendo todos los apellidos nefastos que queráis ponerle (neoliberal, del espectáculo) y sus reglas de juego. Éste es un experimento en el que no hay varitas mágicas, y como demuestran los fracasos -relativos- de Corbyn y Sanders, aunque hemos avanzado mucho respecto a hace diez años, aún estamos muy lejos de lo que hace falta. Por complementar el buen programa que expone Jorge Riechmann, la tarea del cómo hacer se debe plantear algunos de los siguientes desafíos, que son inmensos:
1. Localizar elementos disputables a nuestro favor en el sentido común, pero en el que está dado, con su ambivalencia y contradicciones (esto es, disputar el sentido común sin esperar los efectos políticos de la ilustración ecológica). Por suerte, hay muchos elementos que juegan a nuestro favor para esto: empleo verde, salud, pacto generacional, el valor de lo local, ideas de vida buena frugales, innovación científica (sin tecnolatría), nostalgia de elementos de un pasado que estamos aprendido a echar de menos.
2. Apropiarse de los grandes espacios de consenso sobre ‘política ambiental pragmática’, con todas sus debilidades, y disputarlos institucionalmente para sacar de ellos su mejor versión en el medio plazo: Agenda 2030 y ODS, Green New Deal. Buena parte de la izquierda cree que si el capitalismo habla tu lenguaje, lo has perdido todo. Otros pensamos que significa que vas ganando. La prueba es que no hay cambios en la hegemonía que no hayan sido profundamente mestizos. La historia nunca es todo o nada. No obstante, eso no es impedimento para que los movimientos sociales trabajen desde marcos más impugnatorios, que no hagan concesiones pragmáticas o posibilistas, porque eso es importante también en la guerra cultural. Pero me parece útil distinguir y separar escalas y métodos.
3. Localizar pequeñas victorias concretas, en el ámbito de las políticas públicas posibles que estén en marcha, que supongan trincheras cualitativas fuertes, suelos conquistados desde los que plantear la pelea en mejores condiciones después, y poner mucho empeño en conseguirlas. Para mí esto lo cumplen cuestiones como introducir un indicador oficial alternativo al PIB, que la compra pública con criterios ambientales sea rutina, o establecer en nuestro país una planta para el reciclaje de materiales críticos, como minerales escasos.
4. Descubrir las brechas existentes en el sistema mediático y saber hackearlas a favor de un discurso ecologista. Esto, además de una pericia que solo poseen algunas pocas personas excepcionales, tiene como base haber disputado bien y a tu favor el sentido común dado.
5. Necesitamos muchísimo trabajo de investigación en el ámbito de lo que podríamos llamar traducción entre teoría ecologista y política pública. Este tipo de I+D+i es fundamental, y estamos en pañales. Si estuviéramos a la altura del desafío tendríamos decenas de tesis doctorales con propuestas específicas y bien diseñadas técnicamente sobre cómo reformar el sistema de pensiones en una economía de estado estacionario. Es un ejemplo de miles posibles. Como demuestra el caso del RBU, un buen trabajo de investigación y diseño técnico de su hipotética aplicación concreta no es garantía suficiente para su realización efectiva. Pero si es condición imprescindible para que pueda dejar de ser una propuesta de carácter solo moral.
6. Y necesitamos mucho ensayo y error en la política institucional concreta para comprender nuestros límites y posibilidades. Del dicho al hecho hay mucho trecho, especialmente en política. Y una legislatura en gobierno puede darnos más lecciones útiles que cien tesis doctorales. En sus charlas Yayo Herrero siempre dice que los cajones de los despachos universitarios están llenos de estudios ecosociales fantásticos. El problema es que sólo descubrirán su verdadero valor con la fricción y el roce de su aplicación en entornos de competencia política real. Aquí hay un problema y es que la evaluación de las políticas públicas reales siempre está distorsionada por los sesgos de nuestras militancias partidistas y sus luchas de poder. Es inevitable. Pero al menos deberíamos instalar un clima de debate en el que nos permitamos fallar.
Hay muchas más cuestiones. Por supuesto todo esto tiene que estar aterrizado en organizaciones políticas funcionales, que son un mundo en sí mismo, y envuelto en la dinámica transformadora de la sociedad civil, en la que los movimientos sociales son importantes, pero no lo único. El tema es mucho más complejo y tiene implicaciones teóricas fuertes. La pregunta por el cómo es la clásica pregunta por el sujeto histórico. Y además el último ciclo político se construyó en base a la respuesta poco usual en nuestro país que el primer Podemos dio a esta pregunta. Extraer conclusiones teóricas fundamentadas de las luces y las sombras del último ciclo político y ponerlas a dialogar con la historia del ecologismo en una nueva oleada de luchas y prácticas. Algo así nos permitirá, poco a poco y con fallos, pasar del qué hacer al cómo hacer.” (Hilo de tuits, 4 de mayo de 2020; https://twitter.com/E_Santiago_Muin/status/1257257355500281856 )....
 [83] Antonio López, “No saldremos mejores de esta crisis” (entrevista), El País, 1 de mayo de 2020.
Fuente: https://rebelion.org/la-crisis-del-coronavirus-como-momento-del-colapso-ecosocial/