La «reforma
agraria integral» como trabajo-economía postcapitalista requiere
ante todo compenetrarse de la cosmovisión indígena de ver la humanidad
parte, y dependiente, de la naturaleza. Retomemos a:
El debate sobre el “extractivismo”
en tiempos de resaca
Publicado el 20 abril, 2016
Por Horacio
Machado Aráoz
A
la Memoria de Berta Cáceres
“Desde su origen, el capital ha utilizado todos los recursos productivos
del globo… tiene necesidad de disponer del mundo entero y de no
encontrar límite ninguno en la elección de sus medios de producción”.
(Rosa Luxemburgo, 1912).
(..)
De la cuestión de fondo a lo fundamental. Pensar-nos
Tierra como clave para re-orientar nuestras luchas emancipatorias
“La naturaleza es el cuerpo inorgánico del hombre; es decir, la
naturaleza en cuanto no es el mismo cuerpo humano. Que el hombre vive de
la naturaleza quiere decir que la naturaleza es su cuerpo, con el que
debe mantenerse en un proceso constante, para no morir. La afirmación de
que la vida física y espiritual del hombre se halla entroncada con la
naturaleza no tiene más sentido que el que la naturaleza se halla
entroncada consigo misma, y que el hombre es parte de la naturaleza” (Karl
Marx, Manuscritos Económicos Filosóficos de 1844).
Salvo notables excepciones, el pensamiento tradicional de izquierda y el
marxismo ortodoxo en general ha tendido a priorizar la opresión de clase
por sobre la explotación de la Naturaleza, como si fueran dos
problemáticas distintas e inconexas. Sin embargo, este tipo de
razonamiento está en abierta contradicción con la ontología materialista
de Marx, que al pensar los fundamentos de la realidad, en lugar de la
conciencia, del Sujeto o del Objeto, parte del cuerpo. En efecto, para
Marx, “(L)la primera premisa de toda la historia humana es la existencia
de individuos humanos vivos. El primer hecho a constatar es, por tanto,
la organización corpórea de esos individuos y la relación por eso
existente con el
ortodoxo en general ha tendido a priorizar la opresión de clase por
sobre la explotación de la Naturaleza, como si fueran dos problemáticas
distintas e inconexas. Sin embargo, este tipo de razonamiento está en
abierta contradicción con la ontología materialista de Marx, que al pensar los fundamentos de la realidad, en lugar de la
conciencia, del Sujeto o del Objeto, parte del cuerpo. En efecto, para
Marx, “(L)la primera premisa de toda la historia humana es la existencia
de individuos humanos vivos. El primer hecho a constatar es, por tanto,
la organización corpórea de esos individuos y la relación por eso
existente con el resto de la naturaleza” (Marx y Engels, 1974: 19).
Se
trata de una premisa fundamental sobre la que se edifica todo el
pensamiento filosófico, antropológico y político de Marx.
Pues, en primer lugar, partir de los individuos humanos vivientes,
implica, ante todo, negar radicalmente toda separación entre Naturaleza
y Sociedad y rechazar todo antropocentrismo. O, si se prefiere, supone
partir de la afirmación básica de que el ser humano es naturaleza.
La
materialidad del cuerpo remite indefectiblemente al enraizamiento
histórico-material que lo humano tiene respecto de la Naturaleza en
general. Una perspectiva histórico-materialista –como la que propone
Marx- nos lleva a reconocer que, históricamente, venimos de la
Naturaleza: somos parte del proceso natural de irrupción, despliegue y
complejización de la materia en el transcurso geológico de la vida en el
planeta. Y que fisiológicamente, dependemos de la Naturaleza: los
cuerpos humanos vivientes (naturaleza interior) tienen una relación de
dependencia existencial con el conjunto de seres vivos y de factores y
condiciones biosféricas de la Tierra (naturaleza exterior). La Tierra
-como sistema viviente- nos excede, nos precede y nos contiene
absolutamente. Nuestra vida es estructural y funcionalmente dependiente
de una sistemática e ininterrumpida vinculación material con el resto de
la Naturaleza en general. Por tanto, lo humano no puede ser escindido de
la naturaleza; no puede ser pensado o concebido como algo exterior,
ajeno o contrapuesto a la naturaleza.
En
segundo término, al partir de los cuerpos, Marx coloca la cuestión de la
vida -la problemática de los individuos humanos vivientes- en la base de
su construcción teórica y en el centro de sus preocupaciones políticas.
A diferencia del idealismo, del empirismo naturalista y del materialismo
mecanicista (cada uno, en sus diferentes variantes), Marx no concibe el
mundo ni como “idea” ni como “cosa”, sino como vida-práctica. En Marx,
lo real es lo vivo en cuanto tal: el conjunto de procesos
práctico-materiales a través de los cuales acontece la vida en general;
y también, en particular, la vida humana, como una expresión
histórico-específica de aquella.
Así, la centralidad del cuerpo, en cuanto permite despejar la ficción
idealista de todo antropocentrismo, es fundamental para una
epistemología política que se piensa en clave de emancipación y
realización plena de la Vida. Pues, cuando lo que ocupa el centro de
nuestras preocupaciones epistémicas y políticas es la vida plena de los
seres humanos vivientes, no hay lugar ahí para sustentar la falacia del
antagonismo de “el hombre” vs. “la naturaleza”. Por el contrario, se
hace evidente que, en realidad, la contradicción Capital vs. Trabajo, no
es anterior ni exterior, a la contradicción Capital vs. Naturaleza-Vida;
que no se trata de dos contradicciones (O´Connor, 2001), sino pues solo
de una única gran contradicción fundamental, en la que la dinámica necro-económica
del capital supone (y requiere) sacrificar la vida (en la radicalidad de
sus fuentes y en la diversidad de sus formas y manifestaciones) en el
altar del valor abstracto. Se hace, en definitiva, manifiesto que el
encarcelamiento de la Tierra –a través de la propiedad- es el primer
eslabón de los grilletes que encadenan al Trabajo.
Así, la crucial cuestión de la liberación humana (de las ataduras del capital) requiere hoy, más que nunca, en los umbrales del Siglo XXI, re-pensar la Tierra. Re-pensar la Tierra como cuestión vital-fundamental, es re-pensarla y re-descubrirla como Madre. Y es también re-pensar-nos a los seres humanos, como ontológicamente hijos de la Tierra; seres terrestres, en el sentido existencial de que no sólo vivimos apenas sobre la Tierra y de la Tierra, sino que literalmente somos Tierra. Precisamos, de modo urgente, volver a saber-nos y, sobre todo, sentir-nos Tierra.
Pues, si la (in)civilización del capital ha llegado tan lejos en la devastación y denigración de la Vida, es precisamente porque no sólo ha crecido y se ha mundializado declarándole la guerra a la Madre-Tierra, sino porque además, decisivamente, ha sido muy eficaz en la creación de sujetos-individuos que no se conciben como hijos-de-la-Tierra, sino que la sienten y conciben desde la exterioridad, la superioridad y la instrumentalidad. Individuos que creen y que sienten que viven del dinero y no de la Madre-Tierra; que conciben el progreso y el desarrollo de lo humano, en términos de dominio y explotación presuntamente infinita de los “recursos” de la Tierra.
Frente al escenario de barbarie mundializada y diversificada que nos
ofrece el siglo XXI, tras más de cinco siglos de “desarrollo
capitalista”, necesitamos, de modo urgente, re-pensar la Tierra para
re-orientar el horizonte y el sentido de nuestras luchas emancipatorias.
Re-pensar la
Tierra como Madre no es romanticismo
pachamamista ni
oscurantismo anti-científico. Si bien sí es una afirmación
efectivamente pre-científica, se trata, sin embargo, de una verdad
fundamental, no sólo en el más profundo sentido filosófico, sino también
en el más riguroso sentido científico. Re-conocerla como tal y adecuar a
ella nuestros modos de vida, nuestras instituciones, nuestras
subjetividades, es decir, nuestros cuerpos y nuestros sueños, nuestras
formas de concebir, percibir, pensar, sentir
y vivir nuestro lugar en el mundo, es quizás, el
mayor desafío pedagógico-político que afrontamos como especie, en un
momento donde el
camino de la emancipación se
ha tornado, ni más ni menos, que el
camino por la sobrevivencia; la sobrevivencia, al menos, de
la humanidad de lo humano. Si
las fuerzas de izquierda no asumen como propio este desafío, ¿entonces
quiénes?
Bibliografía: (…)