"América latina-China: sus relaciones económicas en un mundo globalizado, 1980-2010"
por Carlos M. Tur Donatti
América latina acepta una relación comercial asimétrica que poco la beneficia y evoca pasadas servidumbres
El excepcional ascenso económico de China, en la época de la globalización neoliberal, contrasta agudamente con el nuevo papel subordinado que América Latina está asumiendo en la renovada división internacional del trabajo que se ha impuesto en las últimas décadas. Mientras China nos vende una amplia gama de manufacturas y comienza a instalar sucursales bancarias, nosotros exportamos soya, minerales y energéticos, aceptando una relación comercial asimétrica que poco nos beneficia y evoca pasadas servidumbres.
Están resurgiendo relaciones de explotación-subordinación nada novedosas para nuestros países, que podemos denominar con toda propiedad neocoloniales, en la que China emerge como un creciente poder imperialista. Hace un siglo y medio, Gran Bretaña y posteriormente Estados Unidos, redujeron a nuestros países al papel de economías subordinadas hasta la gran crisis de 1929. Los cincuenta años posteriores fueron de industrialización sustitutiva y de estados interventores y benefactores en los países mayores; medio siglo que concluyó con la década perdida de los años ochenta, desencadenada la crisis por el endeudamiento externo y la imposibilidad de afrontarlo. La salida impuesta a América Latina por el hegemónico capital financiero norteamericano y europeo parece tener hoy paradójicamente a un país en particular beneficiado, China. ¿Nos conviene la situación de estos últimos años?, ¿en qué nos beneficia sumar a nuestra dependencia una metrópoli más?, ¿cómo reaccionan ante esta nueva realidad nuestros movimientos sociales, empresas y gobiernos? Un interrogante se impone de forma abrumadora, ¿cuáles son los caminos alternativos en defensa de nuestros intereses?
El complejo proceso histórico al que aludimos en los últimos treinta años –la época del capitalismo neoliberal y del rápido ascenso asiático- está modificando los datos fundamentales de la economía y la geopolítica mundiales. No debemos olvidar que China e India, hasta el estallido de la Revolución Industrial europea en el siglo XVIII poseían los mayores centros manufactureros mundiales y, según las estimaciones del historiador Paul Bairoch, China aportaba en 1750 el 32,8 % del total de la producción manufacturera, mientras que la contribución europea llegaba sólo al 23,2%; China e India sumaban entonces el 57,3% de la producción manufacturera mundial, y toda Asia –pero sin contar Japón- se acercaba al 70%. “La región era el líder en la elaboración de productos textiles terminados, un sector que luego se convirtió en la industria emblemática de la Revolución Industrial Europea”(1). También sabemos hoy que el subcontinente indio fue subordinado, desindustrializado y empobrecido por la agresiva penetración británica y que, a su vez, China entró en una fase depresiva en el siglo XIX, que facilitó las agresiones externas y la imposición de los intereses europeos y japoneses sobre el vasto territorio del Imperio manchú.
La revolución comunista triunfante y la proclamación de la República Popular en 1949, llevaban en su seno la coexistencia contradictoria de dos tendencias: la nacionalista pragmática y la de la transformación social campesina. La muerte de Mao Zedong en 1976 facilita el triunfo de la línea nacionalista pragmática y, con el liderazgo de Deng Xiao Ping, comienza una cautelosa apertura económica. Son conocidos los resultados excepcionales de esta política de apertura económica orientada a las exportaciones masivas. Se trata en realidad de una restauración-ampliación del capitalismo, con firme conducción estatal e inversiones de los países centrales y de la diáspora china. Las perspectivas de insertarse en un mercado de 1,300 millones de futuros consumidores, que provee de una disciplinada y frugal mano de obra, ha inducido a las mayores empresas transnacionales a convertir a China en el taller del mundo. Hoy el PNB del país asiático ha superado a Japón, hasta fechas recientes segundo en el ranking mundial después de Estados Unidos, habiendo rebasado antes a Alemania, corazón industrial y exportador de la Unión Europea. Esta vastísima reconfiguración del capitalismo mundial, que tiene como eje una relación privilegiada entre Estados Unidos y China, ¿cómo está afectando a las economías, sociedades y política de nuestros países?.
Habría que comenzar constatando que en un primer momento el rápido y constante crecimiento chino despertó en América Latina un notorio interés y una acentuada simpatía: un gran país de la periferia podía crecer, reducir la pobreza y guardar un alto grado de autonomía nacional. Es sabido que China ha seguido la estela de la modernización capitalista que inauguró la revolución Meiji japonesa y fue seguida con particular éxito en la segunda mitad del siglo XX por Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur. La República Popular y su periferia étnica parecían convertirse no sólo en ejemplos para América Latina, sino también en futuros aliados económicos y geopolíticos. Pero la evolución de los hechos en esta primera década del nuevo siglo, parece desmentir nuestro ingenuo interés y simpatía.
No perdiendo de vista la diversidad de situaciones en las distintas regiones latinoamericanas, podemos comprobar que el interés chino se centra en la adquisición de materias primas agrarias, mineras y energéticas y en la venta de manufacturas de todo tipo, incluyendo algunas líneas de sofisticado contenido tecnológico. Esta acrecida demanda incluye productos ya tradicionales cuya explotación se está intensificando y otros de reciente y vertiginosa expansión de la mano de empresarios locales y de transnacionales norteamericanas y europeas. Las ventas de minerales (hierro brasileño y peruano, cobre chileno) tienden a apoyarse en grandes proyectos a cielo abierto que, por sus daños colaterales (alto consumo de agua, contaminación de terrenos y ríos, ocupación de tierras campesinas) despiertan resistencias masivas y la militancia combativa de movimientos sociales en Ecuador, Perú y Argentina.
La adopción de la estrategia extractiva-exportadora por los gobiernos sudamericanos está provocando grandes y regresivas modificaciones en el sector rural y agroindustrial. Desde el extremo sur pampeano en Argentina hasta la frontera brasileña con Venezuela, se extiende la “República Unida de la Soya”, según la publicidad de la empresa suiza Syngenta, competidora de la poderosa firma norteamericana Monsanto en la provisión del paquete tecnológico de la soya transgénica. Los diversos ecosistemas (pampas, bosques subtropicales, sabanas, selvas húmedas) sufren el asalto de este monocultivo volcado masivamente a la exportación hacia China, India y Europa. En Brasil se afirma que las hamburgueserías europeas de Mc Donalds están devorando a la selva amazónica y, por otro lado, es conocida la afición de la cocina china por los derivados de esta oleaginosa.
Los altos precios en el mercado mundial en los últimos años, provocados en buena medida por las crecientes necesidades alimentarias chinas, están barriendo con otros cultivos tradicionales (trigo, maíz, girasol), la porcicultura y la ganadería de leche y carne, y un amplio abanico de productores pequeños y medianos en vastas regiones de América del Sur, contribuyendo al despoblamiento del campo y provocando una emigración masiva a los barrios marginales urbanos.(2)
Este proceso de primarización de las economías latinoamericanas y el aumento de precios de los alimentos en el mercado mundial antes de la crisis desatada en 2008, ha llevado a los países asiáticos con insuficientes tierras de cultivo a rentar o comprar grandes extensiones en países periféricos para asegurar el abastecimiento de sus poblaciones. A Brasil, por ejemplo, tanto Irán como China le han propuesto comprar grandes extensiones, y el gobierno de Lula ha respondido que esas operaciones no condicen con su modelo de desarrollo y les ha ofrecido venderles los productos que necesiten.
La mencionada orientación extractiva-exportadora y la creciente demanda asiática están apresurando la construcción de grandes obras de infraestructura (carreteras, hidroeléctricas, oleoductos, puertos), para agilizar el transporte terrestre y la expedición marítima de los crecientes volúmenes de soya, minerales y energéticos. Estas grandes obras de infraestructura y la apertura de nuevas fronteras productivas en el corazón geográfico de América del Sur, están expulsando de sus tierras al campesinado y a los pueblos originarios e imponiendo una reconcentración de la propiedad territorial en manos de poderosas empresas soyeras y ganaderas brasileñas, argentinas, paraguayas y uruguayas. La rápida expansión de estas actividades productivas está invadiendo bosques subtropicales en Argentina y la sabana central brasileña, arrasando a los más diferentes ecosistemas e introduciendo una notoria inclinación en el mapa geoeconómico hacia los puertos del océano Pacífico.
Si para Chile, Perú y Argentina la significación de China como país importador es clave, no ocurre algo similar con América Central –con la excepción de Costa Rica- ni con México, que en el año de 2009 destinó menos del 1% al país asiático de sus ventas totales al exterior. En esta región septentrional de América Latina, la incidencia del crecimiento chino se manifiesta de otras formas; en las maquiladoras de la frontera norte mexicana y en Guadalajara, centro de la industria electrónica de exportación, la competencia china ha provocado la migración de plantas de ensamblaje al país asiático, despidos masivos de personal y disminución de salarios. Además, según cifras del Departamento de Comercio estadounidense, en 2002-2003, México perdió cuotas de mercado en trece de sus principales industrias de exportación, casi siempre a manos chinas. Una de las claves de este desplazamiento, lo explica así Ted C. Fishman: “Los trabajadores de las maquilas mexicanas ganan, en promedio, cuatro veces más que los de las chinas, pero sólo la séptima parte de lo que ganan los trabajadores de fábricas estadounidenses. Mientras el sector manufacturero de México caía en picada, el de China subía como la espuma”, y concluía: “cuando las fábricas mexicanas se van a China, los mexicanos se marchan a Estados Unidos”.(3)
Todo esto es muy conocido y ha causado escándalos en los últimos años, pero no es sólo México el desplazado. A la mayor economía latinoamericana, la brasileña, no le va mejor en el mercado de Estados Unidos: entre 2000 y 2008 la participación del país sudamericano creció del 1,1% al 1,4% y, en contraste, la china pasó de 8,3% a 16,7% del total de las compras norteamericanas. Las ventas del país asiático han desplazado a las brasileñas, según el Observatorio Económico de la red Mercosur, en cuatro sectores: 1. productos químicos, 2. máquinas y equipos, 3. metales y 4. textiles y ropa.
Como se puede observar, a los países mayores y de estructura económica más compleja, la competencia china resulta más dañina. Brasil, como conspicuo integrante del BRIC (Brasil, Rusia, India y China) está armando una asociación estratégica con China. Este país, por ejemplo, apoya la incorporación de Brasil al Consejo de Seguridad de la ONU, pero en el terreno económico las expectativas chinas se orientan a las compras masivas de mineral de hierro, acero y soya y en el futuro de etanol derivado de la caña de azúcar y de petróleo de los yacimientos en aguas profundas descubiertos recientemente.
Brasil y China además han avanzado conjuntamente en la utilización de satélites de comunicación y en la asociación de sus respectivas industrias aeronáuticas, y se habla de la radicación de una planta automotriz, similar a otra recientemente inaugurada en Uruguay de capitales chinos y argentinos. Brasil, sin duda, el país clave para la penetración china en América Latina, es el territorio escogido para un reciente emprendimiento estratégico: la instalación de una red de sucursales del Banco de China. Las declaraciones de sus funcionarios no dejan dudas sobre la importancia que asignan a esta iniciativa, teniendo en cuenta, además, el reciente pronóstico publicado por la CEPAL: “China será el segundo mercado para la región a mediados de la próxima década...”. La Unión Europea sería sustituida por China como destino de las ventas latinoamericanas en 2015, mientras que las exportaciones a Estados Unidos caerían de 38,6% en 2009 a 28,4% en 2020 y las latinoamericanas dirigidas a China ascenderían de 7,6% en 2009 a 19,3% en 2020 del total de las exportaciones de nuestro subcontinente.
En cuanto a las importaciones de nuestros países se prevé una evolución similar pero más acentuada: para 2020 China superaría a la Unión Europea y a Estados Unidos como origen de las compras latinoamericanas. Este aumento se concentrará sobre todo en los mismos bienes de capital e intermedios que ya tienen alta presencia en nuestros países: productos electrónicos, piezas y partes, maquinarias y textiles. El caso extremo actual de adquisiciones al país asiático lo presenta Paraguay con 27%, Chile y Argentina le venden un 11% cada uno y les siguen Brasil, México y Colombia.(4) Resulta sugestivo comprobar que dicho país mediterráneo siendo miembro del Mercosur compre más a China que a Brasil y Argentina sumados. Se impone la pregunta, teniendo en cuenta los antecedentes de Asunción ¿qué porcentaje de estas importaciones ingresan como contrabando a los países vecinos?, ¿qué porcentaje de estas importaciones son productos piratas que se venden a precios irresistibles?. Ayuda a su impetuoso crecimiento económico y es una derivación de su excepcional dinamismo, que China se haya convertido en “el centro de un negocio mundial de mercancías falsas que mueve 250 mil millones de dólares”. Claro que desde América Latina no tenemos mucha autoridad moral para asombrarnos de este sistemático saqueo a la propiedad intelectual, y menos aún para sumarnos a la escandalosa hipocresía de los países centrales, que antes (y siguen hoy) saquearon sistemáticamente a la periferia, incluida China. El país asiático les está aplicando a ellos un colonialismo a la inversa; lo que debe preocuparnos es que a nosotros también nos están aplicando el mismo tratamiento, y que los estados latinoamericanos se muestran impotentes para contener este aluvión de mercancías de todo tipo y calidad.
El surgimiento de China como una reciente potencia imperialista en acelerado proceso de industrialización y expansión mundial, se manifiesta no sólo en la relación asimétrica que establece con América Latina en el ámbito comercial, sino que en los últimos años suma a la mencionada instalación de sucursales bancarias, la compra o asociación con empresas mineras, petroleras y gaseras.
En casi todos los países de América del Sur, con energéticos de un tipo u otro, están involucradas empresas chinas: en la riquísima Faja del Orinoco venezolano y en los prometedores yacimientos brasileños en aguas profundas descubiertos por Petrobrás; con PDVSA, tienen convenios de asociación, pero en el caso argentino comprarían parte de la española Repsol-YPF, que dio el salto a las grandes ligas adquiriendo la petrolera estatal a precio de ganga, incluyendo el precio público y los suculentos sobornos al equipo menemista-peronista gobernante. Hay que sumar a estos tres países inversiones y convenios en Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia. El interés por otros insumos estratégicos ha llevado a una empresa china a comprar un gran yacimiento de hierro en la sierra norte peruana, en cuya explotación la mencionada firma paga los salarios más bajos del gremio. Por si faltara una dimensión clave en su expansión imperialista –que evoca reiteradamente la época del imperio británico anterior a 1914- el gobierno chino ha autorizado en los últimos años a sus empresas privadas y estatales a invertir en el exterior; inversiones hasta ahora de poco monto, comparadas con las norteamericanas y europeas en América Latina.(5)
En ocasión de la gira del presidente Hu Jintao en 2004 por cinco países latinoamericanos (Brasil, Argentina, Chile, Venezuela y Cuba), la prensa especulaba con un monto de cien mil millones de dólares en futuras inversiones. Estos cálculos alegres expresaban más la ansiedad por encontrar fuentes alternativas de financiamiento que los suscitados por la existencia de proyectos concretos y real voluntad política de apoyarlos por parte de Pekín. En Cuba se habló de invertir 1500 millones de dólares para reactivar la minería del níquel y Fidel Castro expresó su apoyo a la iniciativa. Pero en el otro extremo de América Latina, en Buenos Aires, un exultante presidente Néstor Kirchner anunció inversiones chinas en ferrocarriles, minería y obras de infraestructura por 20 mil millones de dólares... que hasta hoy esperan concretarse. Según la oposición de derecha, el gobierno argentino fue víctima de un auténtico “cuento chino” y, lamentablemente, parece tener razón. ¿Qué objetivos buscaba con esta gira el presidente chino? Obviamente estrechar compromisos en algunos rubros exportables y mostrar la crecida estatura internacional de su país. Además, obtener el reconocimiento por parte de nuestros países en la Organización Internacional de Comercio de que China tenía una “economía de mercado”, lo que mucho la beneficia al dificultar los numerosos litigios por dumping que enfrenta ante dicha organización reguladora. (6)
En estos primeros años del nuevo siglo y, en particular, después de la visita del presidente Hu Jintao, las ventas chinas a Argentina y Brasil se incrementaron notoriamente y Buenos Aires se vio obligado a establecer cuotas de importación en defensa de los productores locales. Algo similar estaba ocurriendo en Brasil, al punto que Celso Amorim, ministro de Relaciones Exteriores, manifestó públicamente la molestia de su gobierno por esta situación, a pesar de las buenas relaciones en general con Pekín. Esta permanente presión comercial también se hace notar en México; notas recientes en la prensa nacional registran el apuro en que se encuentran los productores poblanos de nopal por las importaciones chinas. Un aspecto novedoso del interés chino por México lo comentaba a la prensa el director del Instituto Nacional de Investigaciones Genómicas: en el país asiático se está investigando el genoma de tradicionales cultivos mexicanos, con equipos de centenares de especialistas y, según la fuente mencionada, en el futuro habría que pagar regalías por su consumo...
En conclusión, las relaciones de América Latina con China muestran otros ámbitos que en este texto no hemos tocado: la creciente migración china hacia nuestros países (en Buenos Aires han surgido dos barrios de dicha nacionalidad en los últimos 20 años, con una sucursal de la poderosa mafia K-14 que participa en el tráfico de personas, el narcotráfico y la extorsión a comerciantes de su comunidad y, además, una creciente influencia cultural que se registra en las principales ciudades latinoamericanas (enseñanza del chino-mandarín, fiestas en torno al año nuevo lunar, proliferación de restaurantes). Menos aún hemos tocado las implicaciones geopolíticas que el ascenso de China (y más en general de Asia) está introduciendo en el juego de fuerzas mundiales, del paso de la hegemonía occidental al policentrismo, en un inédito panorama en que destacan los dinámicos integrantes del BRIC. Sólo cabría enfatizar que China, como nueva potencia imperialista, sigue una política férreamente dictada por su interés nacional, y para la que América Latina sólo figura en el cuarto lugar de sus prioridades después de Estados Unidos, Asia y África. Su ascenso económico pacífico y la estrecha interrelación con Estados Unidos la induce a no plantear desafíos políticos significativos a Washington en América Latina.(7)
Quizás la lección que mejor podemos aprovechar en esta coyuntura mundial, es la de avanzar apoyándonos con un pie en el mercado interno y otro en las ventas exteriores, sabiendo que la ideología neoliberal es un producto de exportación de los países centrales que ellos mismos no siguen en todos sus postulados, y explorar caminos alternativos, como en distintas formas lo hacen hoy Lula, Chávez, Cristina Fernández y Evo Morales, y podamos armar en el futuro un BRIC con iniciales exclusivamente latinoamericanas.
Fuente: http://www.lahaine.org/index.php?p=56025 10/9/2011
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