El golpe
militar del 24 de marzo de 1976 y la clase trabajadora
"El conflicto entre capital y trabajo se
encontraba en el centro de la escena a mediados de los años ’70, y constituyó
uno de los principales desafíos que el golpe militar se propuso
enfrentar". Por
Victoria Basualdo (FLACSO Argentina-CONICET).
Aún hoy, 36 años después, existen fuertes debates tanto
académicos como políticos sobre el significado y carácter del golpe militar del
24 de marzo de 1976 y la dictadura que éste inauguró. Frente a las perspectivas
que privilegian la dimensión política de esta historia, y que entienden al
golpe militar exclusivamente en el marco del enfrentamiento entre fuerzas
armadas y organizaciones político-militares, consideramos fundamental
introducir una mirada de clase que
permite iluminar aspectos centrales de esta historia. Esta breve intervención
tiene como objetivo sintetizar los hallazgos de algunas investigaciones
realizadas desde distintos campos y disciplinas, que en conjunto permiten dar
cuenta de las relaciones
existentes entre las transformaciones sociales, políticas y económicas en un período que tuvo un impacto
clave en la historia argentina de las últimas décadas. Rescataremos entonces
aquí algunas líneas que consideramos fundamentales para la discusión histórica
y política, que creemos que sería muy rico profundizar.
1. La importancia del conflicto entre capital
y trabajo desde fines de los ’60 hasta mediados de los ’70 y sus vinculaciones
con las confrontaciones políticas
En lo que se refiere al período previo al golpe militar,
se produjo una creciente articulación entre las aproximaciones que habían
destacado la importancia del proceso de radicalización política y el
crecimiento de las organizaciones políticas y político-militares del campo de
la izquierda, con aquellas centradas en el conflicto
entre capital y trabajo entre fines de los años ’60 y mediados de los años ’70 (1).
En los últimos años hubo un gran número de contribuciones
que hicieron aportes importantes para superar la división previa entre estudios
políticos y estudios del mundo del trabajo, y comenzaron a explorar la relación
estrecha, rica y muchas veces tensa y contradictoria que se fue tejiendo entre
militancia política y militancia sindical (2).
Algunos de estos trabajos se centraron en el activismo sindical de base,
afirmando que las luchas en torno a la organización en el lugar de trabajo
fueron un campo de importancia decisiva en el que se tejieron estas
vinculaciones. (3)
Al mismo tiempo, una cantidad de trabajos se centraron en
el momento inmediatamente anterior al golpe, que se caracterizó por una
agudización del conflicto sindical, mostrando una creciente actividad de los
sectores tanto combativos como ortodoxos del sindicalismo (4). Todos ellos contribuyen a
afirmar que el conflicto entre capital y trabajo se encontraba en el centro de
la escena a mediados de los años ’70, y que constituyó uno de los principales
desafíos que el golpe militar se propuso enfrentar.
2. La significación que tuvo el final de la
segunda etapa de la industrialización por sustitución de importaciones (ISI)
Existen también contribuciones importantes que permiten
apreciar que este auge de la radicalización política y la lucha obrera se
produjo en un contexto estructural que sentó ciertas condiciones de posibilidad
que fueron aprovechadas por la clase trabajadora. Frente a estudios anteriores,
basados en información estadística incompleta, que sostenían que la
industrialización había entrado en una fase de estancamiento definitivo en la
década del ’60, una serie de trabajos realizados en el campo de la economía
demostraron que pueden distinguirse, en la segunda etapa de la ISI,
caracterizada por una creciente diversificación e integración de la estructura
industrial argentina y que se extendió desde mediados de los años ’50 hasta
mediados de los ’70, dos subetapas distintivas (5).
Si bien en la totalidad de la segunda ISI las
industrias dinámicas fueron la automotriz, la metalúrgica y la química, en un
contexto de claro ascenso de la participación del capital extranjero en la
economía, hay que distinguir una primera subetapa, extendida entre mediados
1956 y 1963, que se caracterizó por un crecimiento del PBI a una tasa del 2,1%
anual y ciclos de corto plazo que implicaron, en sus fases descendentes, caídas
del producto en términos absolutos (6).
En cambio, en la segunda subetapa desarrollada a partir de 1964, el crecimiento
del PBI fue del orden de 5,1% anual hasta 1974.
Durante este último período siguieron existiendo ciclos
ascendentes y descendentes, aunque éstos ya no involucraron caídas en términos
absolutos sino desaceleraciones del crecimiento, luego seguidas por alzas más
pronunciadas. Esto sugiere que el modelo sustitutivo, aún con sus limitaciones
y problemas, lejos de estar agotado a mediados de los años ’70, había
transitado en cambio un período de gran crecimiento y desarrollo durante una
década. Esta evolución constituyó un punto de partida para el activismo obrero
que tuvo grandes logros. Estudios económicos disponibles proveen un dato clave
referido a la distribución funcional del ingreso que refleja el poder de la
clase trabajadora: en 1974, los salarios tenían una participación de alrededor
de 48 puntos en el ingreso nacional, es decir estaban cerca de igualar el hito
histórico de 50 puntos alcanzado durante los dos primeros gobiernos peronistas.
Este es otro dato clave para reafirmar el poder de la clase trabajadora que,
aún con fuertes diferencias y confrontaciones internas, se hallaba en un gran
nivel de organización y movilización a mediados de los años ’70.
3. La estrecha vinculación existente entre
políticas económicas, laborales y represivas de la última dictadura militar
Desde esta perspectiva y con estos aportes en mente, es
posible comprender que el golpe de estado de 1976 intentó no sólo dirimir una
confrontación política de las fuerzas armadas contra las organizaciones
políticas y político-militares del campo de la izquierda en sentido amplio,
sino también poner fin a fuertes conflictos existentes entre las clases que
estaban fuertemente vinculados con el proceso de radicalización social
acentuado desde fines de los años ’60. Tres líneas de política de la dictadura
militar, en el campo económico, laboral y represivo, fueron centrales para
reformular la dinámica anterior de relación y conflicto entre las clases (7).
Las políticas represivas constituyeron una de las marcas
más visibles de la dictadura militar: la instauración del terrorismo de estado,
y la aplicación de la desaparición de personas como método privilegiado, además
del encarcelamiento, el asesinato y demás formas de persecución a la oposición
y de disciplinamiento social son sin dudas las características más resonantes del
gobierno que tomó el poder por la fuerza en 1976 (8). Sin embargo, sólo
recientemente han tomado mayor visibilidad e importancia las aproximaciones que
enfatizaban que esta política represiva no estuvo únicamente dirigida a
militantes políticos del campo de la izquierda, sino también a sectores
importantes de la clase trabajadora, entre los cuales los delegados, miembros
de comisiones internas y activistas de base tuvieron un papel muy importante (9).
Al mismo tiempo, estudios recientes destacaron la importancia
de examinar las vinculaciones que se establecieron entre fuerzas armadas y
elites económicas en la represión a los trabajadores, destacando que tuvieron
como objetivo central marcar un punto de inflexión en la historia previa de
organización y lucha del movimiento obrero argentino, en particular en la
desarrollada en el lugar de trabajo (10).
Esta relación entre sectores del capital concentrado y
fuerzas militares no se restringió a la política represiva, sino que se plasmó
también en la política económica, que marcó un profundo quiebre en la historia
de más de cuatro décadas de industrialización desarrollada en el país desde la
década del ’30, promoviendo una inédita redistribución del ingreso en contra de
los trabajadores, una creciente apertura al mercado internacional, un acelerado
crecimiento del endeudamiento externo y una marcada desindustrialización. Un
símbolo central de esta relación fue José Alfredo Martínez de Hoz, que pasó de
ser Presidente del directorio de la empresa siderúrgica Acindar, en la cual se
desarrolló un proceso represivo de inédita magnitud en 1975 que incluyó un
campo de detención dentro del predio de la fábrica, a ser Ministro de Economía
de la dictadura militar entre 1976 y 1981 (11).
La clase trabajadora no sólo sufrió el fuerte embate de
las políticas represivas y económicas, sino que además vio dramáticamente
reducida su posibilidad de organización y lucha debido a un profundo
reordenamiento de la legislación y la práctica de las relaciones laborales, que
comenzó por la intervención por parte de personal militar de la CGT y de los
gremios más importantes y representativos, e incluyó una batería de legislación
que prohibió toda forma de organización en el lugar de trabajo, así como toda
forma de movilización en el espacio público.
Es importante destacar que a pesar del impacto de esta
ofensiva desarrollada en estos tres frentes, distintos sectores de la clase
trabajadora consiguieron organizarse y movilizarse durante la dictadura, con
demandas económicas y laborales, o con protestas contra la avanzada represiva,
lo cual resultó fundamental para mantener ciertos niveles de organización y de
lucha que permitieron, en la transición a la democracia, iniciar un proceso de
reconstrucción y reorganización obrera (12).
4. Las profundas transformaciones
estructurales operadas durante la dictadura y su legado para la historia
posterior de la clase trabajadora
Frente a interpretaciones que se refieren al “fracaso” de
la dictadura militar aduciendo que éste fue finalmente desplazado del poder en
1983, resulta imprescindible recordar que las transformaciones operadas en este
período marcaron fuertemente el rumbo de las décadas siguientes de la historia
argentina. No sólo las políticas represivas dejaron un legado de terror y
disciplinamiento social de gran impacto, al tiempo que los retrocesos en los
derechos laborales sólo pudieron ser revertidos parcialmente en un proceso que
llevó años, sino que se produjeron en esta etapa cambios en la estructura
económica y social que se mantuvieron y profundizaron durante los gobiernos
democráticos que siguieron a la dictadura (13).
Las políticas que dieron inicio a estos cambios profundos
en la economía argentina fueron la Reforma Financiera
de 1977, y su confluencia con la apertura económica y la drástica reducción de
la protección arancelaria implementada en 1979, las cuales promovieron una
transformación en los precios relativos de los sectores económicos en perjuicio
del sector industrial. Esto ocasionó un abrupto descenso de la participación
del sector industrial en el Producto Bruto Interno, al tiempo que las
transferencias al capital concentrado favorecieron una profunda
reestructuración del sector, que se concentró de manera inédita (14). Al mismo tiempo, se
produjo un dramático incremento de la deuda externa (de alrededor de 8 mil a
140 mil millones de dólares, entre 1976 y 2001) y una transformación de su
funcionalidad y objetivo (15).
Una ilustración clara y contundente del impacto de estos
procesos en la clase trabajadora es la evolución de la participación de los
asalariados que llegó a un piso de 22 puntos del PBI en la crisis
hiperinflacionaria de 1982 (16).
Este cambio del patrón de acumulación de capital, que tuvo
lugar en un contexto de cambios profundos en la economía mundial que marcaron
el fin del denominado “modelo fordista”, se implementó en el caso argentino con
un ritmo especialmente acelerado y abrupto y tuvo un sesgo particularmente
excluyente y regresivo que marcó en forma significativa la historia de la clase
trabajadora y sus organizaciones en las décadas siguientes.
A modo de conclusión: la clase trabajadora y
sus desafíos hoy
El conjunto de aportes citados (que son sólo algunas de
las aproximaciones que proveen claves útiles), nos permite no sólo comprender
algunos aspectos importantes de la historia reciente argentina, sino también
detectar líneas para la construcción futura. El gran desafío hoy, a la hora de
recordar el golpe de estado, es no sólo discutir en qué medida algunos de estos
legados regresivos se encuentran presentes aún en la actualidad, sino también
encontrar formas de combatirlos. El fortalecimiento de la clase trabajadora y
sus organizaciones, el apuntalamiento y extensión de mecanismos de
representación en los lugares de trabajo y la articulación de los trabajadores
con organizaciones políticas representativas parecen, en este sentido, vías
fundamentales para revertir definitivamente las herencias de la dictadura y
abrir nuevos caminos.
Notas: (...)