ALAI, América Latina en Movimiento
2013-02-07
2013-02-07
Hoy, en América Latina, Marx ¿sería
extractivista?
Por Eduardo Gudynas
En América Latina
siguen avanzando las estrategias enfocadas en minería, hidrocarburos y
monocultivos, a pesar que esto significa repetir el papel de proveedores de
materias primas y de las resistencias ciudadanas. Este modo de ser
extractivista se expresa tanto en gobiernos conservadores como progresistas.
Pero como entre estos últimos se esperaba otro tipo de desarrollo, esa
insistencia se ha convertido en un nudo político de enorme complejidad.
Para sostener el empuje extractivista se está
apelando a nuevas justificaciones políticas. Una de las más llamativas es
invocar a los viejos pensadores del socialismo, para sostener que no se
opondrían al extractivismo del siglo XXI, y además, lo promoverían.
Seguramente el ejemplo más destacado ha sido el
presidente ecuatoriano Rafael Correa, quien para defender al extractivismo
lanzó dos preguntas desafiantes: “¿Dónde está en el Manifiesto Comunista el no a la minería? ¿Qué teoría
socialista dijo no a la minería?” (entrevista de mayo de 2012).
Correa
redobla su apuesta, ya que además de citar a Marx y Engels, le suma un agregado
propio que no puede pasar desapercibido: “tradicionalmente
los países socialistas fueron mineros”. El mensaje que se despliega es que la
base teórica del socialismo es funcional al extractivismo, y que en la
práctica, los países del socialismo real lo aplicaron con éxito. Si su postura
fuese correcta, hoy en día, y en América Latina, Marx y Engels deberían estar
alentando las explotaciones mineras, petroleras o los monocultivos de
exportación.
Soñando con un Marx extractivista
Comencemos
por sopesar hasta dónde puede llegar la validez de la pregunta de Correa. Es
que no puede esperarse que el Manifiesto
Comunista, escrito a mediados del siglo XIX, contenga todas las respuestas
para todos los problemas del siglo XXI.
Como
señalan dos de los más reconocidos marxistas del siglo XX, Leo Huberman y Paul
Sweezy, tanto Marx como Engels, aún en vida, consideraban que los principios
del Manifiesto seguían siendo correctos, pero que el texto había envejecido.
“En particular, reconocieron implícitamente que a medida que el capitalismo se
extendiera e introdujera nuevos países y regiones en la corriente de la
historia moderna, surgirían necesariamente problemas y formas de desarrollo no
consideradas por el Manifiesto”, agregan Hunerman y Sweezy. Sin duda esa es la
situación de las naciones latinoamericanas, de donde sería indispensable
contextualizar tanto las preguntas como las respuestas.
Seguidamente
es necesario verificar si realmente todos los países socialistas fueron
mineros. Eso no es del todo cierto, y
en aquellos sitios donde la minería escaló en importancia, ahora sabemos que el
balance ambiental, social y económico, fue muy negativo. Uno de los ejemplos
más impactante ocurrió en zonas mineras y siderúrgicas de la Polonia bajo la
sombra soviética. Hoy se viven situaciones igualmente terribles con la minería
en China.
No
puede olvidarse que muchos de esos emprendimientos, dado su altísimo costo
social y ambiental, sólo se vuelven viables cuando no existen controles
ambientales adecuados o se silencian autoritariamente las demandas ciudadanas.
Tampoco puede pasar desapercibido que aquel extractivismo, al estilo soviético,
fue incapaz de generar el salto económico y productivo que esos mismos planes
predecían.
Actualmente,
desde el progresismo se defiende el extractivismo aspirando aprovechar al
máximo sus réditos económicos para así financiar, por un lado distintos planes
sociales, y por el otro, cambios en la base productiva para crear otra
economía.
El
problema es que, de esta manera, se genera una dependencia entre el
extractivismo y los planes sociales. Sin los impuestos a las exportaciones de
materias primas se reducirían las posibilidades para financiar, por ejemplo,
las ayudas monetarias mensuales a los sectores más pobres. Esto hace que el
propio Estado se vuelva extractivista, convirtiéndose en socio de los más
variados proyectos, cortejando inversores de todo tipo, y brindando diversas
facilidades. Sin dudas que existen cambios bajo el progresismo, pero el
problema es que se repiten los impactos sociales y ambientales y se refuerza el
papel de las economías nacionales como proveedores subordinados de materias
primas.
La
pretensión de salir de esa dependencia por medio de más extractivismo no tiene
posibilidades de concretarse. Se genera una situación donde la transición
prometida se vuelve imposible, por las consecuencias del extractivismo en
varios planos, desde las económicas a las políticas (como el desplazamiento de
la industria local o la sobrevaloración de las monedas nacionales, tendencia a
combatir la resistencia ciudadana). El uso de instrumentos de redistribuciones
económicas tiene alcances limitados, como demuestra la repetición de
movilizaciones sociales. Pero además es costoso, y vuelve a los gobiernos
todavía más necesitados de nuevos proyectos extractivistas.
Es
justamente todas esas relaciones perversas la que debería ser analizada mirando
a Marx. El mensaje de Correa, si bien es desafiante, muestra que más allá de
las citas, en realidad, no toma aquellos principios de Marx que todavía siguen
vigentes para el siglo XXI.
Escuchando la advertencia de Marx
Marx no rechazó la minería. La mayor
parte de los movimientos sociales tampoco la rechazan, y si se escuchara con
atención sus reclamos se encontrará que están enfocados en un tipo particular
de emprendimientos: a gran escala, con remoción de enormes volúmenes, a cielo
abierto e intensiva. En otras palabras, no debe confundirse minería con
extractivismo.
Marx no rechazó la minería, pero tenía muy
claro donde debían operar los cambios. Desde esa perspectiva surgen las
respuestas para la pregunta de Correa: Marx distinguía al “socialismo vulgar”
de un socialismo sustantivo, y esa diferenciación debe ser considerada con toda
atención en la actualidad.
En su “Crítica al programa de Gotha”, Marx
recuerda que la distribución de los medios
de consumo es, en realidad, una consecuencia de los modos de producción.
Intervenir en el consumo no implica transformar los modos de producción, pero
es a este último nivel donde deberán ocurrir las verdaderas transformaciones.
Agrega Marx: “el socialismo vulgar (…) ha aprendido de los economistas
burgueses a considerar y tratar la distribución como algo independiente del
modo de producción, y, por tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que
gira principalmente en torno a la distribución”.
Aquí está la respuesta a la pregunta de Correa:
Marx, en la América
Latina de hoy, no sería extractivista, porque con ello
abandonaría la meta de transformar los modos de producción, volviéndose un
economista burgués. Al contrario, estaría promoviendo alternativas a la
producción, y eso significa, en nuestro contexto presente, transitar hacia el
post-extractivismo.
Seguramente la mirada de Marx no es suficiente
para organizar esa salida del extractivismo, ya que era un hombre inmerso en
las ideas del progreso propio de la modernidad, pero permite identificar el
sentido que deberán tener las alternativas. En efecto, queda en claro que los
ajustes instrumentales o mejoras redistributivas, pueden representar avances,
pero sigue siendo imperioso trascender la dependencia del extractivismo como
elemento clave de los actuales modos de producción. Esta cuestión es tan clara
que el propio Marx concluye “Una vez que está dilucidada, desde ya mucho
tiempo, la verdadera relación de las cosas, ¿por qué volver a marchar hacia
atrás? Entonces, ¿por qué se sigue insistiendo con el extractivismo?
Huberman, L. y P. Sweezy. 1964. El Manifiesto
Comunista: 116 años después. MonthlyReview 14 (2): 42-63.
Marx,
K. 1977. Crítica del Programa de Gotha. Editorial Progreso, Moscú.
Eduardo Gudynas es investigador en CLAES
(Centro Latino Americano de Ecología Social).
Fuente: http://alainet.org/active/61470
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