Crisis del sistema capitalista mundial: paradojas y
respuestas
Polis [Revista
Latinoamericana], 27 | 2010
Por Humberto Márquez Covarrubias
La
estrategia de acumulación mundial centralizada, la llamada globalización
neoliberal, desplegada en las últimas tres décadas y media, articula
nuevas modalidades de generación y apropiación de riqueza que le permite
a los monopolios y oligopolios transnacionales acceder a fuentes de
ganancia extraordinaria: 1) una
nueva división internacional del trabajo basada en la configuración de
cadenas globales de producción y el uso masivo de fuerza de trabajo
barata (Delgado y Wise y Márquez, 2009); 2) la
incorporación de la mayoría de los recursos naturales al proceso de
valorización de capital, tanto de la litosfera como de la biosfera
(Mora, 2009); 3) la
privatización de medios de producción y sectores económicos estratégicos
(Petras, 2005);4) la
sobreexplotación del trabajo directo, generación de una desbordante
sobrepoblación e incremento de la migración forzada (Delgado y Wise y
Márquez, 2009), y 5) la
privatización del conocimiento mediante la propiedad intelectual y
explotación del “capital humano”, es decir, la pretensión de subsumir
realmente el trabajo científico-tecnológico (Mora, 2009), donde también
participa la migración de trabajadores altamente calificados. (...)
Debate sobre la crisis del capitalismo
Hoy en
día, el capitalismo afronta una severa crisis de alcance mundial que ha
sido motejada, de manera reduccionista, como una crisis financiera que
hizo eclosión en Estados Unidos, nada menos que el centro del sistema
capitalista mundial, debido a la desregulación del sistema financiero y
a la codicia y especulación del capital financiero, que en la búsqueda
de mayores ganancias se desprendió de la llamada economía real y
recurrió a instrumentos financieros como la titularización,
sucuritización, bursatilización, es decir, lo que se ha dado en llamar
la financiarización. (...)
Aunque
el neoliberalismo, en tanto proyecto de clase, brinda buenos resultados
en su propósito de concentrar capital, poder y riqueza en pocas manos.
Los teóricos del ciclo económico encuentran dificultades serias para
explicar la trayectoria mecánica del capital, por lo que
infructuosamente esperan una quinta ola expansiva (Beinstein, 2009).
Desde el sistema-mundo y del análisis geopolítico, se anticipa el
derrumbe de Estados Unidos como potencia hegemónica mundial
(Wallerstein, 2005; Arrighi, 2007), y el advenimiento de una nueva era
comandada por una gran potencia, como la Unión Europea o Japón, o por
potencias emergentes como Brasil, Rusia, India y, principalmente, China.
Otros autores identifican una severa crisis estructural ante la caída
generalizada de la tasa de ganancia y la imposibilidad de recomponer una
ciclo de valorización de largo aliento (Vasapollo, 2008). Desde una
visión más abarcadora, la crisis cimbra al sistema capitalista mundial
en su conjunto y articula la crisis de valorización y con una
multiplicidad de crisis, como la alimentaria y la energética (Petras,
2009; Veltmeyer, 2009; Beinstein, 2009; Bartra, 2009). Más aún, se
postula la idea de crisis civilizatoria para evidenciar el riesgo no
sólo del proceso de valorización de capital sino de la organización de
la sociedad contemporánea y la existencia de la vida humana en diversos
ámbitos del planeta. (...)
(...)Bajo este modelo civilizatorio basado en la “destrucción creativa”,
la vida humana se convierte en un recurso desechable, que se puede
destruir en aras de alcanzar los mayores beneficios posibles para el
capital, al final de cuentas existe una vasta reserva laboral de
trabajadores en el mundo que pueden suplir a los desechados. En el plano
laboral, se implementan modelos de gestión laboral que conducen a la
explotación extenuante del trabajo inmediato, lo cual incluye la
disminución salarial, la inseguridad laboral, la mayor intensidad,
incluso la extensión de la jornada laboral; también las políticas de
subcontratación y las políticas de flexibilización y precarización
laboral.
Las formas de
explotación laboral se han diversificado, no sólo se trata del
asalariado, sino también del informal, infantil, femenil, entre otras.
Se trata de un ataque sistemático y permanente en contra de los
trabajadores y sus familias, lo que obra en condiciones de exclusión
económica como productores, trabajadores y consumidores. Esto redunda en
un deterioro dramático en sus condiciones de vida y trabajo. Otro
capítulo nefasto de la destrucción, en este caso abrupta, de la vida
humana es la violencia estatal, las guerras de conquista, que con el
objetivo de apropiarse de recursos naturales estratégicos, como el
petróleo y el agua, se destruyen vidas, infraestructuras, sociedades. En
suma, para subsistir, este modelo civilizatorio se ve compelido a
destruir capitales, empleos, infraestructuras, culturas, poblaciones.
Sólo un nuevo sistema
civilizatorio, basado en otros principios societales, detendrá esta loca
y frenética carrera de destrucción compulsiva.
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La respuesta pragmática a la crisis que en los hechos se está imponiendo, encabezada por el Estado, se orienta por la necesidad de rescatar al sector financiero y las grandes corporaciones que incurrieron en las prácticas especulativas. Bajo esta operación, se encubre las pérdidas, fraudes y especulaciones del gran capital, mediante la canalización de ingentes recursos públicos, pero también mediante la transferencia de excedente social de los países periféricos hacia los centrales, como sucede con el trasvase de ganancias de las sucursales a las matrices de los grandes bancos privados. Por añadidura, se refuerza la ofensiva en contra de los trabajadores, mediante programas de despido o profundización de la precarización laboral. En tanto, los desposeídos, desempleados, migrantes y trabajadores precarizados no merecen mayor atención. En ese contexto, el llamado a contener la especulación voraz de los financistas mediante la regulación es un llamado moral para regularizar la dinámica de acumulación capitalista, pero no va al fondo de la crisis.
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La respuesta crítica a la crisis debe de tomar en cuenta su carácter sistémico y la debacle civilizatoria que concita. En contraposición a la idea burguesa de poner en el centro las necesidades de valorización del capital, sin reparar en los sacrificios humanos y ambientales que esto representa, se plantea la necesidad de comenzar por desarticular los férreos controles del capital sobre el poder, la naturaleza, el dinero, el conocimiento, la información y, en general, la humanidad. Dicha proposición es de gran calado, y nos remite a la idea de cambiar de rumbo para construir un mundo donde quepamos todos, como proclaman los movimientos sociales alternativos. En esa inteligencia, emergen, cuando menos, cuatro criterios básicos para, más allá de las preocupaciones coyunturales de la crisis financiera, construir una alternativa de desarrollo crítico orientada a generar el bien común social: 1) colocar en el centro el objetivo de mejorar sustancial las condiciones materiales y subjetivas de la mayoría de la población. En primera instancia se trata de garantizar la producción y reproducción de la humanidad en simbiosis con el entorno planetario; 2) generar cambios estructurales, políticos e institucionales que trastoquen el sistema de acumulación y poder organizado por la globalización neoliberal; 3) promover la configuración de un sujeto colectivo de la transformación social, puesto que el gran capital no tiene ante sí un agente colectivo que le dispute el comando de la estrategia de acumulación y uso del excedente social. Esto requiere construir el poder popular, impulsar la democracia formal combinada con la democracia directa y articular a sectores sociales diversos que compartan este cometido; y 4) como criterio estratégico de factibilidad, entendido como la posibilidad de realización concreta de un desarrollo alternativo crítico, se impone la necesidad de impulsar un proyecto en pauta posneoliberal. Entre sus tareas iniciales, se puede enunciar la reconstrucción del Estado, con la intervención de los movimientos sociales, de forma tal que se organice alrededor de un poder que “mande obedeciendo”. Pero también promover la intervención del mercado según los requerimientos sociales. Además es menester recuperar la soberanía política de los países periféricos y subdesarrollados y la construcción de nuevas modalidades de integración regional bajo pautas de solidaridad, complementariedad y solidaridad.
No
obstante, es importante tomar nota de que la crisis no ha significado,
por sí sola, un descarrilamiento del modelo neoliberal, ni la
fulminación de su fundamento teórico —la economía neoclásica y
neoliberal—, ni siquiera ha contenido las operaciones especulativas.
Todo lo contrario, se refuerzan los mecanismos de poder, se le confiere
el respaldo político al FMI, a la vez que el neoclacisismo neoliberal
sigue siendo el pensamiento dominante en las universidades y centros de
investigación, y los programas de ajuste estructural continúan
influyendo en gobiernos de derecha, centro y centroizquierda, y los
financistas siguen acumulando ganancias. No obstante, hay experiencias
alentadoras en algunos países de América Latina que intentan construir
una ruta alterna al neoliberalismo.
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