La autonomía como eje de la
resistencia zapatista
Por Raúl Ornelas
Del
levantamiento armado al nacimiento de los Caracoles. Nosotros ya teníamos un
territorio controlado y para organizarlo fue que se crearon los Municipios
Autónomos. Al EZLN le sobran ideas de cómo es un pueblo organizado y libre.
El problema es que no hay un gobierno que obedezca, sino
que hay un gobierno mandón que no te hace caso, que no te respeta, que piensa
que los pueblos indígenas no saben pensar, que quieren tratarnos como indios
patarrajadas, pero la historia ya les devolvió y les demostró que sí sabemos
pensar y que sabemos organizarnos. La injusticia y la pobreza te hacen pensar,
te producen ideas, te hacen que pienses cómo hacerle, aunque el gobierno no te
escuche. Mayor Insurgente de Infantería Moisés, EZLN
MUCHAS HAN SIDO las lecturas suscitadas por la lucha de
las comunidades zapatistas de Chiapas. Los planteamientos formulados por este
innovador sujeto social han propiciado reacciones que van desde la
descalificación a la
apología. Y no pocos han sido los analistas y los actores
políticos y sociales que han ofrecido conclusiones escépticas respecto de la
lucha zapatista, particularmente entre lo que podemos llamar la izquierda
comunista.
Al revisar esos análisis, constatamos que existen importantes
deficiencias en el conocimiento de las propuestas y de las realidades que
constituyen lo esencial de la lucha zapatista. En este trabajo nos proponemos rescatar los
aspectos que consideramos más importantes de la construcción de la autonomía
entre las comunidades rebeldes de Chiapas. Desde nuestro punto de vista, la
autonomía es el proceso que explica la fortaleza y el vigor de la lucha que
desde hace veinte años se desarrolla en las cañadas de la Selva Lacandona y
de la cual el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) es una expresión
fundamental, aunque no la única.
Autonomía y poder
El segundo elemento que consideramos central en la construcción de
la autonomía es la relación de la lucha zapatista con el poder: en el marco de la transformación
social, la autonomía intenta resolver los dilemas planteados por las relaciones
con el poder. En la
Primera Declaración de la Selva Lacandona
(enero de 1994) el EZLN planteó: Por lo tanto, y conforme a esta Declaración de
guerra, damos a nuestras fuerzas militares del Ejército Zapatista de Liberación
Nacional las siguientes órdenes: Primero. Avanzar hacia la capital del país
venciendo al ejército federal mexicano, protegiendo en su avance liberador a la
población civil y permitiendo a los pueblos liberados elegir, libre y
democráticamente, a sus propias autoridades administrativas (EZLN, 1994).
Asimismo,
en la Ley de Derechos y Obligaciones de los Pueblos en Lucha se establece:
Primero. Los pueblos en lucha contra el gobierno opresor y los
grandes explotadores nacionales y extranjeros, sin importar su filiación
política, credo religioso, raza o color, tendrán los siguientes DERECHOS:
a. A elegir, libre y
democráticamente, a sus autoridades de cualquier clase que consideren
conveniente y a exigir que sean respetadas.
b. A exigir de las fuerzas armadas
revolucionarias que no intervengan en asuntos de orden civil o afectación de
capitales agropecuarios, comerciales, financieros e industriales que son
competencia exclusiva de las autoridades civiles elegidas libre y
democráticamente (EZLN, 1994).
Desde el inicio de la rebelión, se plantea claramente la
independencia entre las funciones de gobierno, concebidas como un asunto que
concierne en primer término a las comunidades, y la lucha política y armada a
la que se aboca el EZLN. Este es un aspecto crucial que la lucha zapatista
comparte con las revoluciones campesinas del siglo XX: tanto en Ucrania como en
Aragón y Cataluña, los ejércitos insurrectos dejaron en manos de los civiles la
construcción de los autogobiernos. Al respecto es esclarecedora la proclama que
acompañaba la entrada del ejército makhnovista en pueblos y ciudades de
Ucrania: A todos los trabajadores de la ciudad y de sus alrededores
¡Trabajadores! Vuestra ciudad es ocupada, momentáneamente, por el Ejército
insurreccional revolucionario (makhnovista).
Este ejército no está al servicio de ningún partido político, de
ningún poder, de ninguna dictadura. Por el contrario, busca liberar la región de todo poder
político, de toda dictadura. Trata de proteger la libertad de acción, la vida
libre de los trabajadores contra toda dominación y explotación. Por tanto, el
ejército makhnovista no representa ninguna autoridad. No someterá a nadie a
ninguna obligación. Su papel se limita a defender la libertad de los
trabajadores…
Corresponde a los campesinos y a los obreros el actuar, organizarse,
ponerse de acuerdo en todos los dominios de su vida, tal y como ellos los
conciben y como deseen…
Los makhnovistas sólo pueden ayudarlos, ofreciéndoles opiniones o consejos,
poniendo a su disposición las fuerzas intelectuales, militares u otras que
necesiten. Pero no pueden ni quieren, en ningún caso, gobernarlos o
prescribirles nada (Voline, 1969: 598-599). En los tres casos, las comunidades
campesinas poseen prácticas y tradiciones autogestivas ancestrales, que
constituyen una base fértil para la construcción de gobiernos propios. Además de estas similitudes, también es interesante
destacar que en las experiencias de Aragón, Cataluña y Ucrania influyeron
fuertemente las organizaciones anarquistas, implantadas con anterioridad a los
momentos revolucionarios; estas organizaciones realizaron una intensa tarea
educativa enfocada a establecer que el autogobierno era la única solución a la
situación de miseria y opresión, así como a marcar los límites de los regímenes
políticos imperantes (el zarismo, la monarquía, las repúblicas). Por su parte,
la construcción del EZLN está marcada en sus inicios por la presencia de una
organización marxista-leninista con un proyecto de
carácter político militar (lucha armada, la toma del poder), el cual fue
transformado radicalmente en la interacción con los pueblos indígenas.
Los proyectos de las organizaciones políticas, en los tres
casos, fueron retomados y transformados por la lucha de las comunidades, lo
cual subraya la fuerza y la centralidad que éstas
tienen como base de las experiencias revolucionarias radicales, entendidas como
las que afectan el conjunto de la vida social, desde lo cotidiano y material
hasta el régimen político. Por otra parte, es importante señalar que la
postura de independencia frente a las tareas de gobierno distingue radicalmente
la lucha zapatista de gran parte de las revoluciones sociales contemporáneas y
particularmente de aquellas cuya matriz fue la revolución bolchevique. A
diferencia de las visiones del foco guerrillero o de la izquierda gradualista,
los zapatistas abandonan las ideas de “uniformidad”, de “cohesión”, apostando
por la multiplicación de los actores de la transformación social: en
particular, proponen las figuras del “buen gobierno” (o del “gobierno
democrático”), del rebelde y de las “sociedades civiles”, entendidas como
sujetos complementarios en tensión.
No se trata de unificar y homogeneizar
(¿hegemonizar?) las fuerzas del cambio social bajo directrices generales (el
programa) ni direcciones centrales (el partido), sino de ampliar los espacios y las formas de
intervención en el proceso emancipador.
La gran fuerza de la experiencia zapatista
reside en que ha podido demostrar, a contracorriente de los discursos y las
prácticas de las organizaciones políticas, que es posible actuar unitariamente sin suprimir la
diversidad de los participantes.
En ese
sentido las Juntas de Buen Gobierno son una instancia de acción unitaria y no
un mecanismo de uniformidad, en la medida en que no centralizan poderes o
mandatos de las instancias de base (asambleas, Municipios Autónomos). Las
propuestas homogeneizadoras (que llegaron a hablar de “eficacia” en la lucha de
clases) estaban permeadas por la lógica militar y excluyente que caracteriza al
capitalismo. Así, las ideas-fuerza y las estrategias de los sujetos
revolucionarios privilegiaban la negatividad de la revolución: “el odio al
opresor”, “la dictadura del proletariado”, el “patria o muerte”, ciertamente
potenciaban las capacidades de los oprimidos y de sus organizaciones en el
enfrentamiento con los opresores y el Estado, pero condujeron sistemáticamente
a callejones sin salida (o a derrotas aplastantes) en tanto sus alternativas
(estatización, partido único, organizaciones sociales corporativizadas,
coexistencia pacífica) nunca rompieron con los límites de la sociedad basada en
la competencia.
La multiplicación del sujeto de la transformación social (que aquí
restringimos al extremo al hablar del “buen gobierno”, los rebeldes y las
“sociedades civiles”), es la alternativa que los zapatistas oponen a los
mecanismos de poder que caracterizan al sistema capitalista. Tanto para la sociedad
capitalista como para el paradigma “leninista” de la revolución, el Estado, el
partido, la “conciencia nacional”, etcétera, son los medios
insoslayables para conducir a la sociedad hacia la transformación social. Lo
característico de esta construcción de sentido es que se realiza mediante
“especializaciones” que rompen la unidad de la vida social, creando roles que
se reproducen a sí mismos: los políticos, los empresarios, los trabajadores,
los burócratas, los intelectuales, etcétera.
Los zapatistas en cambio buscan mediaciones para una
reconstrucción de lo social sobre la base de nuevas relaciones. Partiendo de lo
que llaman “una nueva forma de hacer política”, toman
en cuenta el conjunto de los niveles y manifestaciones de la vida social a fin
de someterlos a la crítica; por esa vía, buscan
la manera de superar las separaciones que le dan coherencia y sentido al
capitalismo: se trata de no reproducir la separación entre política,
sociedad y economía, entre lo público y lo privado, entre lo “importante” y lo
banal, buscando crear relaciones que tiendan a (re)unificar la vida social.
En esta
perspectiva, el proyecto zapatista de “un mundo donde
quepan muchos mundos” ofrece una alternativa civilizatoria al capitalismo,
donde los valores de la competencia, la fuerza, la hegemonía, son superados por
ideas-fuerza novedosas y/o resignificadas: la solidaridad, la libertad, la
democracia, la justicia. Así ,
las figuras de “autoridades” (o responsables, como ellos dicen), de “rebeldes”,
y en especial de “sociedades civiles” no son nuevas reificaciones al estilo del
“especialista” que está en el corazón del capitalismo o del “revolucionario
profesional” del que hablaba Lenin. Por el contrario, esas figuras son tan sólo
aspectos de una vida social que mantiene su coherencia firmemente asentada en
la vida comunitaria. Ni burócratas, ni guerreros, los representantes y los
rebeldes zapatistas son, ante todo, campesinos ligados al trabajo de la tierra
y a la vida de sus pueblos. Resulta esencial señalar que la propuesta zapatista
es pertinente en el ambiente de las comunidades indígenas que le dan origen; la
reinvención de la comunidad en otros “hábitat” donde la complejidad de la
sociedad, las especializaciones y la individualización son mucho más grandes,
evidentemente pone en cuestión esta propuesta.
Autonomía y revolución
Además de
ofrecer una postura novedosa frente al poder, la
autonomía que construyen las comunidades zapatistas contiene dos argumentos
centrales en el dominio de la lucha revolucionaria: “la revolución que
haga posible la Revolución”, y el no luchar por la toma del poder. Asimismo, la
construcción de los autogobiernos sustenta la propuesta emancipadora contenida
en el “mandar obedeciendo”.
Mientras que las izquierdas tradicionales planteaban una prospectiva
de la transformación (gradual o revolucionaria) de la sociedad a largo plazo,
la lucha zapatista propone una tarea específica para el EZLN: […] tres señalamientos que
contienen toda una concepción sobre la revolución (con minúsculas, para evitar
polémicas con las múltiples vanguardias y salvaguardas de «LA REVOLUCION»):
El primero se refiere al carácter del cambio revolucionario, de
este cambio revolucionario. Se trata de un carácter que incorpora métodos diferentes, frentes
diversos, formas variadas y distintos grados de compromiso y de participación.
Esto significa que todos los métodos tienen su lugar, que
todos los frentes de lucha son necesarios, y que todos los grados de
participación son importantes. Se trata, pues, de una concepción incluyente,
antivanguardista y colectiva. El problema de la revolución (ojo con las
minúsculas) pasa de ser un problema de LA organización, de EL método, y de EL
caudillo (ojo con las mayúsculas), a convertirse en un problema que atañe a
todos los que ven esa revolución como necesaria y posible, y en cuya
realización todos son importantes.
El segundo se refiere al objetivo y al resultado de esa
revolución. No se
trata de la conquista del Poder o de la implantación (por vías pacíficas o
violentas) de un nuevo sistema social, sino de algo anterior a una y a otra. Se
trata de lograr construir la antesala del mundo nuevo, un espacio donde, con
igualdad de derechos y obligaciones, las distintas fuerzas políticas se
«disputen» el apoyo de la mayoría de la sociedad. El tercero trata de las características
no ya de la revolución, sino de su resultado. El espacio resultante, las nuevas
relaciones políticas, deberán cumplir con tres condiciones: la democracia, la
libertad y la justicia. En suma, no
estamos proponiendo una revolución ortodoxa, sino algo mucho más difícil: una
revolución que haga posible la Revolución… (Subcomandante Insurgente
Marcos, 1995). Sin nunca perder de vista que fue “adoptado” inicialmente por
las comunidades como un grupo de autodefensa, el EZLN ha tenido la visión para
plantearse inserto en las relaciones de poder (“somos parte del viejo mundo”
dicen), y en esa medida, concebirse como un actor limitado en sus alcances y en
la temporalidad de su existencia. La riqueza de la experiencia zapatista está
marcada fundamentalmente por esta capacidad autoreflexiva, de la cual cabe
citar dos ejemplos significativos.
- En primer lugar, de acuerdo
con el propio relato de los zapatistas, la adopción de las formas de vida
de las comunidades determinó que el grupo guerrillero enfocado en la
autodefensa se transformara en un ejército campesino e indígena con un
proyecto de transformación revolucionaria nacional. El crecimiento
“exponencial” del EZLN tiene como detonador la contrareforma del Artículo
27 constitucional de 1992 que puso fin al reparto agrario, pero su
condición de existencia fue la transformación de la organización
político-militar en una organización-movimiento con varios niveles de
participación sumamente flexibles. Y aún más importante, el aporte
indígena y comunitario implicó el enriquecimiento del proyecto
revolucionario con elementos éticos y culturales muy diferentes a la
tradición revolucionaria (Le Bot, 1997: 142-151).
- En segundo lugar, la
capacidad de repensarse fue esencial en la reorientación estratégica del
EZLN tras los doce días de guerra abierta y las intensas movilizaciones en
todo México pidiendo una solución pacífica al conflicto chiapaneco. Una
organización preparada para la guerra ha sido capaz de enfocar sus esfuerzos
en construir nuevas relaciones sociales, tanto al impulsar y proteger la
creación de las autonomías como al hacer posibles los encuentros con la
sociedad civil.
Estos
episodios, junto con muchos otros, señalan que el EZLN no concibe su lucha
desde una perspectiva dogmática o finalista, sino enraizada profundamente en la
voluntad expresa de sus miembros, puesto que “una revolución «impuesta», sin el
aval de las mayorías, termina por volverse contra sí misma” (Subcomandante
Insurgente Marcos, 1995). Esta concepción de la
revolución abre múltiples posibilidades de avance y permite que un amplio
abanico de actores sociales se reconozca en el planteamiento y lo desarrolle en
sus propios términos y terrenos. Una cuestión central en este terreno es la
concepción del EZLN de la relación que busca tener con las comunidades. El
ser garante de la autonomía constituye la faceta “positiva” de la existencia de
una fuerza político-militar, pero la reflexión del EZLN alcanza también un
conjunto de aspectos problemáticos ligados al carácter armado de esta lucha:
las medidas de seguridad, la existencia de jerarquías, de mandos y de órdenes,
crean situaciones no democráticas y rigideces que frenan la creación de nuevas
socialidades y la construcción de la autonomía: Funcionando con responsables
locales (esto es, los encargados de la organización en cada comunidad),
regionales (un grupo de comunidades) y de zona (un grupo de regiones), el EZLN vio
que, de forma natural, quienes no cumplían con los trabajos eran suplidos por
otros. Aunque aquí, puesto que se trataba de una organización político-militar,
el mando tomaba la decisión final. Con esto quiero decir que la estructura
militar del EZLN «contaminaba» de alguna forma una tradición de democracia y
autogobierno. El EZLN era, por así decirlo, uno de los elementos
«antidemocráticos» en una relación de democracia directa comunitaria...
(Subcomandante Insurgente Marcos, 2003: 5ta parte).
Así, la
progresiva independencia del EZLN respecto de las tareas de gobierno busca
también reducir las influencias dañinas que derivan de las relaciones de poder
al interior de la propia organización armada, si bien esto se realiza de forma
gradual: actualmente el Comité Clandestino Revolucionario Indígena, dirección
del EZLN, guarda aún una prerrogativa de “vigilancia” sobre las Juntas de Buen
Gobierno.
Por ello
la perspectiva planteada para el EZLN es la autodisolución: “Nosotros decidimos
un buen día hacernos soldados para que un día no sean necesarios los soldados”.
El plantearse a sí mismo como parte –y sólo una parte– de la transformación
social es lo que explica la postura del EZLN de no buscar el poder. Si el
horizonte es el “mundo donde quepan muchos mundos”, no puede ser un solo actor
–ni un pequeño número de actores– el que encarne el conjunto de la
transformación social. Los desenlaces trágicos de las experiencias
revolucionarias añaden pertinencia a la necesidad de que los “rebeldes” se
mantengan en su papel de contrapeso del poder.
La construcción de los autogobiernos y los reiterados intentos por
lograr una interlocución respetuosa y fructífera con los poderes federales
desmienten las interpretaciones superficiales que convierten la postura de no
tomar el poder en una absurda negación del poder y de sus expresiones
estatales. En efecto,
la lucha zapatista ha sido consecuente en mantener una total independencia
respecto del régimen político mexicano, pero ha realizado intentos variados por
lograr acuerdos que beneficien a las comunidades en resistencia. Lejos de dar
la espalda a las realidades del poder, los zapatistas han apoyado una
candidatura presidencial (la de Cuahutémoc Cárdenas en 1994), a un candidato a
gobernador sin partido (Amado Avendaño en 1995), han dialogado con los
representantes del Poder Ejecutivo (especialmente en San Andrés en 1996) y con
el Parlamento (2001), siempre mostrando disposición a alcanzar acuerdos y
salidas pacíficas a la guerra declarada en 1994. Todo ello no ha impedido que
la construcción de las autonomías avance, ni ha implicado que el EZLN se
integre al sistema político imperante.
Autonomía y buen gobierno
La
multiplicación de los sujetos de la transformación social implica, por último,
las relaciones entre representantes y comunidades, las instancias de la
soberanía, los mandatos, el consenso y los desacuerdos, temas de los cuales ya
hemos hablado a propósito de la construcción de la autonomía.
El “modo” zapatista de construir estas
relaciones intenta superar las formas jerárquicas de gobierno. Al ser las asambleas
comunitarias el “soberano” en primera y última instancia, este modo de gobierno
asegura la formación y la expresión de una voluntad general (o en todo caso,
mayoritaria) e integral, esto es, una voluntad que expresa el consenso de la
comunidad sobre los problemas y aspiraciones colectivos: Es razón y voluntad de
los hombres y mujeres buenos buscar y encontrar la manera mejor de gobernar y
gobernarse, lo que es bueno para los más para todos es bueno. Pero que no se
acallen las voces de los menos, sino que sigan en su lugar, esperando que el
pensamiento y el corazón se hagan común en lo que es voluntad de los más y
parecer de los menos, así los pueblos de los hombres y mujeres verdaderos
crecen hacia dentro y se hacen grandes y no hay fuerza de fuera que los rompa o
lleve sus pasos a otros caminos.
Fue
nuestro camino siempre que la voluntad de los más se hiciera común en el
corazón de hombres y mujeres de mando. Era esa voluntad mayoritaria el camino
en el que debía andar el paso del que mandaba. Si se apartaba su andar de lo
que era razón de la gente, el corazón que mandaba debía cambiar por otro que
obedeciera. Así nació nuestra fuerza en la montaña, el que manda obedece si es
verdadero, el que obedece manda por el corazón común de los hombres y mujeres
verdaderos. Otra
palabra vino de lejos para que este gobierno se nombrara, y esa palabra nombró
«democracia» este camino nuestro que andaba antes de que andaran las palabras
(CCRI-CG del EZLN, 1994).
En ese
contexto los representantes están investidos de autoridad en tanto cuentan con
una decisión discutida y adoptada directamente por sus comunidades23. Esta
autoridad tiene como contrapesos la vigilancia permanente de los miembros de la
comunidad, la no remuneración y el carácter revocable del cargo. Así, el “mandar obedeciendo” es la respuesta zapatista que busca
superar la “profesionalización” de la política, que, no está de más repetirlo,
ha desembocado sistemáticamente en la separación entre gobernantes y gobernados
y en la pérdida de sentido de las formas de gobierno. Diez años de
resistencia y de construcción de autogobiernos significan un aporte a la idea
de que las jerarquías estatales no son la única ni la mejor manera de
relacionarse en la arena pública. Las autonomías han enfrentado con éxito los
obstáculos que la guerra y la contrainsurgencia han puesto a la extensión y
desarrollo de la lucha zapatista.
Aunque
las realizaciones materiales –y sus alcances– han sido modestos, lo esencial de
esta experiencia autonómica es que les ha permitido resistir a las comunidades
y las ha fortalecido en todos los ámbitos. En relación con los actores
políticos y sociales de México, actualmente la lucha zapatista constituye un
punto de referencia muy importante. La experiencia autonómica y los intentos
por desarrollar una nueva cultura política han introducido elementos
innovadores para las luchas sociales del país. Por primera vez desde la
Revolución de 1910 se configuran actores cuya perspectiva no es ganar puestos
políticos sino crear nuevas relaciones sociales. Asimismo, el llamado a
construir las autonomías en todo el país y el plantear la autogestión como
alternativa frente a una gestión estatal completamente ineficiente constituyen
avances sustanciales en los medios y
en las orientaciones del cambio social. En la coyuntura actual, la fuerza
organizada del EZLN y su interlocución con amplios sectores sociales son
elementos que pueden coadyuvar en la construcción de redes de resistencia y de
acciones unitarias con las fuerzas que se movilizan contra la “última oleada de
privatizaciones”. Es en esa dirección que parecen encaminarse las estrategias
lanzadas por los zapatistas en agosto de 2003.
La manera
en que los zapatistas abordan el poder explica la amplitud de las solidaridades
que ha suscitado su lucha, las cuales han sido determinantes para resistir casi
diez años de guerra en su contra. E igualmente importante es que las posturas
zapatistas frente a los dilemas del poder han impulsado el resurgimiento de la
contestación social en todo el mundo y la exploración de formas de lucha
alternativas a la tradición de las izquierdas. El recurso de las armas y de un
ejército popular fue un factor muy importante del enorme impacto del
levantamiento zapatista. Sin embargo, lo esencial ha sido la formulación de una
nueva cultura política que recupera las lecciones de las luchas sociales a
partir de dos vertientes complementarias. Por una parte, la lucha zapatista
realiza una resignificación de valores y de métodos que habían sido pervertidos
por las prácticas de los gobiernos de todos signos, al punto que los han descalificado
como principios de la convivencia social: el horizonte de la lucha zapatista lo
constituyen valores como la democracia, la justicia y la libertad, los cuales
habían perdido todo sentido con los gobiernos “modernizadores” de derecha o
izquierda. Por otra parte, la práctica y el discurso del EZLN y de las
comunidades en resistencia abren paso a nuevas búsquedas y a nuevas formas de
luchar basadas en la ruptura con el pensamiento dicotómico y excluyente, de
verdades universales y caminos y objetivos predeterminados.
Este pensamiento dicotómico constituye el
lenguaje del poder y de las organizaciones políticas (no en balde el partido
constituye la organización de una parte de la sociedad que se enfrenta a otra
por el control del cuerpo social). Y como producto de procesos históricos
ligados al desarrollo capitalista y a la cada vez más densa red de la
dominación social, este pensamiento capitalista, el modo de la competencia y de
la negación del otro, ha logrado influir de manera significativa en los movimientos
sociales y en el pensamiento crítico. En ese contexto las propuestas zapatistas
cuestionan de raíz las ideas-fuerza de las izquierdas (marxistas, partidarias):
desde las clases sociales hasta la dictadura del proletariado, pasando por la
toma del poder, todas las categorías ligadas a esta tradición de la lucha
social son puestas en cuestión, pero no para negarlas sino para superarlas,
conservando de ellas no lo “valioso” sino el balance, las enseñanzas de la
larga experiencia de los oprimidos en su lucha por emanciparse. Es en esta
vertiente innovadora que la lucha de las comunidades zapatistas y los
planteamientos del EZLN han logrado tejer nuevas relaciones de solidaridad y
aprendizaje colectivo con actores nacionales y extranjeros que no se reconocen
en las formas tradicionales de la política: gobiernos “progresistas”, partidos
y organizaciones sociales corporativas. Y ello sin negar las relaciones que en
términos de igualdad y sin subordinaciones han tenido con las fuerzas
tradicionales y algunas partidarias (teniendo como ejemplos sintomáticos los
vínculos con fuerzas y grupos italianos de la izquierda partidaria y con
diversos grupos religiosos y ecuménicos de América y Europa). (...)