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14 de abril de 2015

"La capacidad de repensarse fue esencial en la reorientación estratégica del EZLN" hacia "enfocar sus esfuerzos en construir nuevas relaciones sociales, tanto al impulsar y proteger la creación de las autonomías como al hacer posibles los encuentros con la sociedad civil".

La autonomía como eje de la resistencia zapatista

Por Raúl Ornelas

Del levantamiento armado al nacimiento de los Caracoles. Nosotros ya teníamos un territorio controlado y para organizarlo fue que se crearon los Municipios Autónomos. Al EZLN le sobran ideas de cómo es un pueblo organizado y libre.

El problema es que no hay un gobierno que obedezca, sino que hay un gobierno mandón que no te hace caso, que no te respeta, que piensa que los pueblos indígenas no saben pensar, que quieren tratarnos como indios patarrajadas, pero la historia ya les devolvió y les demostró que sí sabemos pensar y que sabemos organizarnos. La injusticia y la pobreza te hacen pensar, te producen ideas, te hacen que pienses cómo hacerle, aunque el gobierno no te escuche. Mayor Insurgente de Infantería Moisés, EZLN

MUCHAS HAN SIDO las lecturas suscitadas por la lucha de las comunidades zapatistas de Chiapas. Los planteamientos formulados por este innovador sujeto social han propiciado reacciones que van desde la descalificación a la apología. Y no pocos han sido los analistas y los actores políticos y sociales que han ofrecido conclusiones escépticas respecto de la lucha zapatista, particularmente entre lo que podemos llamar la izquierda comunista.

Al revisar esos análisis, constatamos que existen importantes deficiencias en el conocimiento de las propuestas y de las realidades que constituyen lo esencial de la lucha zapatista. En este trabajo nos proponemos rescatar los aspectos que consideramos más importantes de la construcción de la autonomía entre las comunidades rebeldes de Chiapas. Desde nuestro punto de vista, la autonomía es el proceso que explica la fortaleza y el vigor de la lucha que desde hace veinte años se desarrolla en las cañadas de la Selva Lacandona y de la cual el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) es una expresión fundamental, aunque no la única.

El objetivo central del texto es establecer las líneas generales del discurso y la práctica zapatistas en torno a la autonomía tratando dos cuestiones: la evolución de la autonomía desde el levantamiento zapatista hasta el nacimiento de los Caracoles, y la relación entre autonomía y poder. (...)


Autonomía y poder
El segundo elemento que consideramos central en la construcción de la autonomía es la relación de la lucha zapatista con el poder: en el marco de la transformación social, la autonomía intenta resolver los dilemas planteados por las relaciones con el poder. En la Primera Declaración de la Selva Lacandona (enero de 1994) el EZLN planteó: Por lo tanto, y conforme a esta Declaración de guerra, damos a nuestras fuerzas militares del Ejército Zapatista de Liberación Nacional las siguientes órdenes: Primero. Avanzar hacia la capital del país venciendo al ejército federal mexicano, protegiendo en su avance liberador a la población civil y permitiendo a los pueblos liberados elegir, libre y democráticamente, a sus propias autoridades administrativas (EZLN, 1994).
Asimismo, en la Ley de Derechos y Obligaciones de los Pueblos en Lucha se establece:
Primero. Los pueblos en lucha contra el gobierno opresor y los grandes explotadores nacionales y extranjeros, sin importar su filiación política, credo religioso, raza o color, tendrán los siguientes DERECHOS:
a. A elegir, libre y democráticamente, a sus autoridades de cualquier clase que consideren conveniente y a exigir que sean respetadas.
b. A exigir de las fuerzas armadas revolucionarias que no intervengan en asuntos de orden civil o afectación de capitales agropecuarios, comerciales, financieros e industriales que son competencia exclusiva de las autoridades civiles elegidas libre y democráticamente (EZLN, 1994).

Desde el inicio de la rebelión, se plantea claramente la independencia entre las funciones de gobierno, concebidas como un asunto que concierne en primer término a las comunidades, y la lucha política y armada a la que se aboca el EZLN. Este es un aspecto crucial que la lucha zapatista comparte con las revoluciones campesinas del siglo XX: tanto en Ucrania como en Aragón y Cataluña, los ejércitos insurrectos dejaron en manos de los civiles la construcción de los autogobiernos. Al respecto es esclarecedora la proclama que acompañaba la entrada del ejército makhnovista en pueblos y ciudades de Ucrania: A todos los trabajadores de la ciudad y de sus alrededores ¡Trabajadores! Vuestra ciudad es ocupada, momentáneamente, por el Ejército insurreccional revolucionario (makhnovista).

Este ejército no está al servicio de ningún partido político, de ningún poder, de ninguna dictadura. Por el contrario, busca liberar la región de todo poder político, de toda dictadura. Trata de proteger la libertad de acción, la vida libre de los trabajadores contra toda dominación y explotación. Por tanto, el ejército makhnovista no representa ninguna autoridad. No someterá a nadie a ninguna obligación. Su papel se limita a defender la libertad de los trabajadores…

Corresponde a los campesinos y a los obreros el actuar, organizarse, ponerse de acuerdo en todos los dominios de su vida, tal y como ellos los conciben y como deseen… Los makhnovistas sólo pueden ayudarlos, ofreciéndoles opiniones o consejos, poniendo a su disposición las fuerzas intelectuales, militares u otras que necesiten. Pero no pueden ni quieren, en ningún caso, gobernarlos o prescribirles nada (Voline, 1969: 598-599). En los tres casos, las comunidades campesinas poseen prácticas y tradiciones autogestivas ancestrales, que constituyen una base fértil para la construcción de gobiernos propios. Además  de estas similitudes, también es interesante destacar que en las experiencias de Aragón, Cataluña y Ucrania influyeron fuertemente las organizaciones anarquistas, implantadas con anterioridad a los momentos revolucionarios; estas organizaciones realizaron una intensa tarea educativa enfocada a establecer que el autogobierno era la única solución a la situación de miseria y opresión, así como a marcar los límites de los regímenes políticos imperantes (el zarismo, la monarquía, las repúblicas). Por su parte, la construcción del EZLN está marcada en sus inicios por la presencia de una organización marxista-leninista con un proyecto de carácter político militar (lucha armada, la toma del poder), el cual fue transformado radicalmente en la interacción con los pueblos indígenas.

Los proyectos de las organizaciones políticas, en los tres casos, fueron retomados y transformados por la lucha de las comunidades, lo cual subraya la fuerza y la centralidad que éstas tienen como base de las experiencias revolucionarias radicales, entendidas como las que afectan el conjunto de la vida social, desde lo cotidiano y material hasta el régimen político. Por otra parte, es importante señalar que la postura de independencia frente a las tareas de gobierno distingue radicalmente la lucha zapatista de gran parte de las revoluciones sociales contemporáneas y particularmente de aquellas cuya matriz fue la revolución bolchevique. A diferencia de las visiones del foco guerrillero o de la izquierda gradualista, los zapatistas abandonan las ideas de “uniformidad”, de “cohesión”, apostando por la multiplicación de los actores de la transformación social: en particular, proponen las figuras del “buen gobierno” (o del “gobierno democrático”), del rebelde y de las “sociedades civiles”, entendidas como sujetos complementarios en tensión.

No se trata de unificar y homogeneizar (¿hegemonizar?) las fuerzas del cambio social bajo directrices generales (el programa) ni direcciones centrales (el partido), sino de ampliar los espacios y las formas de intervención en el proceso emancipador.

La gran fuerza de la experiencia zapatista reside en que ha podido demostrar, a contracorriente de los discursos y las prácticas de las organizaciones políticas, que es posible actuar unitariamente sin suprimir la diversidad de los participantes.

En ese sentido las Juntas de Buen Gobierno son una instancia de acción unitaria y no un mecanismo de uniformidad, en la medida en que no centralizan poderes o mandatos de las instancias de base (asambleas, Municipios Autónomos). Las propuestas homogeneizadoras (que llegaron a hablar de “eficacia” en la lucha de clases) estaban permeadas por la lógica militar y excluyente que caracteriza al capitalismo. Así, las ideas-fuerza y las estrategias de los sujetos revolucionarios privilegiaban la negatividad de la revolución: “el odio al opresor”, “la dictadura del proletariado”, el “patria o muerte”, ciertamente potenciaban las capacidades de los oprimidos y de sus organizaciones en el enfrentamiento con los opresores y el Estado, pero condujeron sistemáticamente a callejones sin salida (o a derrotas aplastantes) en tanto sus alternativas (estatización, partido único, organizaciones sociales corporativizadas, coexistencia pacífica) nunca rompieron con los límites de la sociedad basada en la competencia.

La multiplicación del sujeto de la transformación social (que aquí restringimos al extremo al hablar del “buen gobierno”, los rebeldes y las “sociedades civiles”), es la alternativa que los zapatistas oponen a los mecanismos de poder que caracterizan al sistema capitalista. Tanto para la sociedad capitalista como para el paradigma “leninista” de la revolución, el Estado, el partido, la “conciencia nacional”, etcétera, son los medios insoslayables para conducir a la sociedad hacia la transformación social. Lo característico de esta construcción de sentido es que se realiza mediante “especializaciones” que rompen la unidad de la vida social, creando roles que se reproducen a sí mismos: los políticos, los empresarios, los trabajadores, los burócratas, los intelectuales, etcétera.

Los zapatistas en cambio buscan mediaciones para una reconstrucción de lo social sobre la base de nuevas relaciones. Partiendo de lo que llaman “una nueva forma de hacer política”, toman en cuenta el conjunto de los niveles y manifestaciones de la vida social a fin de someterlos a la crítica; por esa vía, buscan la manera de superar las separaciones que le dan coherencia y sentido al capitalismo: se trata de no reproducir la separación entre política, sociedad y economía, entre lo público y lo privado, entre lo “importante” y lo banal, buscando crear relaciones que tiendan a (re)unificar la vida social.

En esta perspectiva, el proyecto zapatista de “un mundo donde quepan muchos mundos” ofrece una alternativa civilizatoria al capitalismo, donde los valores de la competencia, la fuerza, la hegemonía, son superados por ideas-fuerza novedosas y/o resignificadas: la solidaridad, la libertad, la democracia, la justicia. Así, las figuras de “autoridades” (o responsables, como ellos dicen), de “rebeldes”, y en especial de “sociedades civiles” no son nuevas reificaciones al estilo del “especialista” que está en el corazón del capitalismo o del “revolucionario profesional” del que hablaba Lenin. Por el contrario, esas figuras son tan sólo aspectos de una vida social que mantiene su coherencia firmemente asentada en la vida comunitaria. Ni burócratas, ni guerreros, los representantes y los rebeldes zapatistas son, ante todo, campesinos ligados al trabajo de la tierra y a la vida de sus pueblos. Resulta esencial señalar que la propuesta zapatista es pertinente en el ambiente de las comunidades indígenas que le dan origen; la reinvención de la comunidad en otros “hábitat” donde la complejidad de la sociedad, las especializaciones y la individualización son mucho más grandes, evidentemente pone en cuestión esta propuesta.


Autonomía y revolución
Además de ofrecer una postura novedosa frente al poder, la autonomía que construyen las comunidades zapatistas contiene dos argumentos centrales en el dominio de la lucha revolucionaria: “la revolución que haga posible la Revolución”, y el no luchar por la toma del poder. Asimismo, la construcción de los autogobiernos sustenta la propuesta emancipadora contenida en el “mandar obedeciendo”.

Mientras que las izquierdas tradicionales planteaban una prospectiva de la transformación (gradual o revolucionaria) de la sociedad a largo plazo, la lucha zapatista propone una tarea específica para el EZLN: […] tres señalamientos que contienen toda una concepción sobre la revolución (con minúsculas, para evitar polémicas con las múltiples vanguardias y salvaguardas de «LA REVOLUCION»):

El primero se refiere al carácter del cambio revolucionario, de este cambio revolucionario. Se trata de un carácter que incorpora métodos diferentes, frentes diversos, formas variadas y distintos grados de compromiso y de participación.

Esto significa que todos los métodos tienen su lugar, que todos los frentes de lucha son necesarios, y que todos los grados de participación son importantes. Se trata, pues, de una concepción incluyente, antivanguardista y colectiva. El problema de la revolución (ojo con las minúsculas) pasa de ser un problema de LA organización, de EL método, y de EL caudillo (ojo con las mayúsculas), a convertirse en un problema que atañe a todos los que ven esa revolución como necesaria y posible, y en cuya realización todos son importantes.

El segundo se refiere al objetivo y al resultado de esa revolución. No se trata de la conquista del Poder o de la implantación (por vías pacíficas o violentas) de un nuevo sistema social, sino de algo anterior a una y a otra. Se trata de lograr construir la antesala del mundo nuevo, un espacio donde, con igualdad de derechos y obligaciones, las distintas fuerzas políticas se «disputen» el apoyo de la mayoría de la sociedad. El tercero trata de las características no ya de la revolución, sino de su resultado. El espacio resultante, las nuevas relaciones políticas, deberán cumplir con tres condiciones: la democracia, la libertad y la justicia. En suma, no estamos proponiendo una revolución ortodoxa, sino algo mucho más difícil: una revolución que haga posible la Revolución… (Subcomandante Insurgente Marcos, 1995). Sin nunca perder de vista que fue “adoptado” inicialmente por las comunidades como un grupo de autodefensa, el EZLN ha tenido la visión para plantearse inserto en las relaciones de poder (“somos parte del viejo mundo” dicen), y en esa medida, concebirse como un actor limitado en sus alcances y en la temporalidad de su existencia. La riqueza de la experiencia zapatista está marcada fundamentalmente por esta capacidad autoreflexiva, de la cual cabe citar dos ejemplos significativos.

  • En primer lugar, de acuerdo con el propio relato de los zapatistas, la adopción de las formas de vida de las comunidades determinó que el grupo guerrillero enfocado en la autodefensa se transformara en un ejército campesino e indígena con un proyecto de transformación revolucionaria nacional. El crecimiento “exponencial” del EZLN tiene como detonador la contrareforma del Artículo 27 constitucional de 1992 que puso fin al reparto agrario, pero su condición de existencia fue la transformación de la organización político-militar en una organización-movimiento con varios niveles de participación sumamente flexibles. Y aún más importante, el aporte indígena y comunitario implicó el enriquecimiento del proyecto revolucionario con elementos éticos y culturales muy diferentes a la tradición revolucionaria (Le Bot, 1997: 142-151).
  • En segundo lugar, la capacidad de repensarse fue esencial en la reorientación estratégica del EZLN tras los doce días de guerra abierta y las intensas movilizaciones en todo México pidiendo una solución pacífica al conflicto chiapaneco. Una organización preparada para la guerra ha sido capaz de enfocar sus esfuerzos en construir nuevas relaciones sociales, tanto al impulsar y proteger la creación de las autonomías como al hacer posibles los encuentros con la sociedad civil.

Estos episodios, junto con muchos otros, señalan que el EZLN no concibe su lucha desde una perspectiva dogmática o finalista, sino enraizada profundamente en la voluntad expresa de sus miembros, puesto que “una revolución «impuesta», sin el aval de las mayorías, termina por volverse contra sí misma” (Subcomandante Insurgente Marcos, 1995). Esta concepción de la revolución abre múltiples posibilidades de avance y permite que un amplio abanico de actores sociales se reconozca en el planteamiento y lo desarrolle en sus propios términos y terrenos. Una cuestión central en este terreno es la concepción del EZLN de la relación que busca tener con las comunidades. El ser garante de la autonomía constituye la faceta “positiva” de la existencia de una fuerza político-militar, pero la reflexión del EZLN alcanza también un conjunto de aspectos problemáticos ligados al carácter armado de esta lucha: las medidas de seguridad, la existencia de jerarquías, de mandos y de órdenes, crean situaciones no democráticas y rigideces que frenan la creación de nuevas socialidades y la construcción de la autonomía: Funcionando con responsables locales (esto es, los encargados de la organización en cada comunidad), regionales (un grupo de comunidades) y de zona (un grupo de regiones), el EZLN vio que, de forma natural, quienes no cumplían con los trabajos eran suplidos por otros. Aunque aquí, puesto que se trataba de una organización político-militar, el mando tomaba la decisión final. Con esto quiero decir que la estructura militar del EZLN «contaminaba» de alguna forma una tradición de democracia y autogobierno. El EZLN era, por así decirlo, uno de los elementos «antidemocráticos» en una relación de democracia directa comunitaria... (Subcomandante Insurgente Marcos, 2003: 5ta parte).

Así, la progresiva independencia del EZLN respecto de las tareas de gobierno busca también reducir las influencias dañinas que derivan de las relaciones de poder al interior de la propia organización armada, si bien esto se realiza de forma gradual: actualmente el Comité Clandestino Revolucionario Indígena, dirección del EZLN, guarda aún una prerrogativa de “vigilancia” sobre las Juntas de Buen Gobierno.

Por ello la perspectiva planteada para el EZLN es la autodisolución: “Nosotros decidimos un buen día hacernos soldados para que un día no sean necesarios los soldados”. El plantearse a sí mismo como parte –y sólo una parte– de la transformación social es lo que explica la postura del EZLN de no buscar el poder. Si el horizonte es el “mundo donde quepan muchos mundos”, no puede ser un solo actor –ni un pequeño número de actores– el que encarne el conjunto de la transformación social. Los desenlaces trágicos de las experiencias revolucionarias añaden pertinencia a la necesidad de que los “rebeldes” se mantengan en su papel de contrapeso del poder.

La construcción de los autogobiernos y los reiterados intentos por lograr una interlocución respetuosa y fructífera con los poderes federales desmienten las interpretaciones superficiales que convierten la postura de no tomar el poder en una absurda negación del poder y de sus expresiones estatales. En efecto, la lucha zapatista ha sido consecuente en mantener una total independencia respecto del régimen político mexicano, pero ha realizado intentos variados por lograr acuerdos que beneficien a las comunidades en resistencia. Lejos de dar la espalda a las realidades del poder, los zapatistas han apoyado una candidatura presidencial (la de Cuahutémoc Cárdenas en 1994), a un candidato a gobernador sin partido (Amado Avendaño en 1995), han dialogado con los representantes del Poder Ejecutivo (especialmente en San Andrés en 1996) y con el Parlamento (2001), siempre mostrando disposición a alcanzar acuerdos y salidas pacíficas a la guerra declarada en 1994. Todo ello no ha impedido que la construcción de las autonomías avance, ni ha implicado que el EZLN se integre al sistema político imperante.

Autonomía y buen gobierno
La multiplicación de los sujetos de la transformación social implica, por último, las relaciones entre representantes y comunidades, las instancias de la soberanía, los mandatos, el consenso y los desacuerdos, temas de los cuales ya hemos hablado a propósito de la construcción de la autonomía.

El “modo” zapatista de construir estas relaciones intenta superar las formas jerárquicas de gobierno. Al ser las asambleas comunitarias el “soberano” en primera y última instancia, este modo de gobierno asegura la formación y la expresión de una voluntad general (o en todo caso, mayoritaria) e integral, esto es, una voluntad que expresa el consenso de la comunidad sobre los problemas y aspiraciones colectivos: Es razón y voluntad de los hombres y mujeres buenos buscar y encontrar la manera mejor de gobernar y gobernarse, lo que es bueno para los más para todos es bueno. Pero que no se acallen las voces de los menos, sino que sigan en su lugar, esperando que el pensamiento y el corazón se hagan común en lo que es voluntad de los más y parecer de los menos, así los pueblos de los hombres y mujeres verdaderos crecen hacia dentro y se hacen grandes y no hay fuerza de fuera que los rompa o lleve sus pasos a otros caminos.

Fue nuestro camino siempre que la voluntad de los más se hiciera común en el corazón de hombres y mujeres de mando. Era esa voluntad mayoritaria el camino en el que debía andar el paso del que mandaba. Si se apartaba su andar de lo que era razón de la gente, el corazón que mandaba debía cambiar por otro que obedeciera. Así nació nuestra fuerza en la montaña, el que manda obedece si es verdadero, el que obedece manda por el corazón común de los hombres y mujeres verdaderos. Otra palabra vino de lejos para que este gobierno se nombrara, y esa palabra nombró «democracia» este camino nuestro que andaba antes de que andaran las palabras (CCRI-CG del EZLN, 1994).

En ese contexto los representantes están investidos de autoridad en tanto cuentan con una decisión discutida y adoptada directamente por sus comunidades23. Esta autoridad tiene como contrapesos la vigilancia permanente de los miembros de la comunidad, la no remuneración y el carácter revocable del cargo. Así, el “mandar obedeciendo” es la respuesta zapatista que busca superar la “profesionalización” de la política, que, no está de más repetirlo, ha desembocado sistemáticamente en la separación entre gobernantes y gobernados y en la pérdida de sentido de las formas de gobierno. Diez años de resistencia y de construcción de autogobiernos significan un aporte a la idea de que las jerarquías estatales no son la única ni la mejor manera de relacionarse en la arena pública. Las autonomías han enfrentado con éxito los obstáculos que la guerra y la contrainsurgencia han puesto a la extensión y desarrollo de la lucha zapatista.

Aunque las realizaciones materiales –y sus alcances– han sido modestos, lo esencial de esta experiencia autonómica es que les ha permitido resistir a las comunidades y las ha fortalecido en todos los ámbitos. En relación con los actores políticos y sociales de México, actualmente la lucha zapatista constituye un punto de referencia muy importante. La experiencia autonómica y los intentos por desarrollar una nueva cultura política han introducido elementos innovadores para las luchas sociales del país. Por primera vez desde la Revolución de 1910 se configuran actores cuya perspectiva no es ganar puestos políticos sino crear nuevas relaciones sociales. Asimismo, el llamado a construir las autonomías en todo el país y el plantear la autogestión como alternativa frente a una gestión estatal completamente ineficiente constituyen avances sustanciales en los medios y en las orientaciones del cambio social. En la coyuntura actual, la fuerza organizada del EZLN y su interlocución con amplios sectores sociales son elementos que pueden coadyuvar en la construcción de redes de resistencia y de acciones unitarias con las fuerzas que se movilizan contra la “última oleada de privatizaciones”. Es en esa dirección que parecen encaminarse las estrategias lanzadas por los zapatistas en agosto de 2003.

La manera en que los zapatistas abordan el poder explica la amplitud de las solidaridades que ha suscitado su lucha, las cuales han sido determinantes para resistir casi diez años de guerra en su contra. E igualmente importante es que las posturas zapatistas frente a los dilemas del poder han impulsado el resurgimiento de la contestación social en todo el mundo y la exploración de formas de lucha alternativas a la tradición de las izquierdas. El recurso de las armas y de un ejército popular fue un factor muy importante del enorme impacto del levantamiento zapatista. Sin embargo, lo esencial ha sido la formulación de una nueva cultura política que recupera las lecciones de las luchas sociales a partir de dos vertientes complementarias. Por una parte, la lucha zapatista realiza una resignificación de valores y de métodos que habían sido pervertidos por las prácticas de los gobiernos de todos signos, al punto que los han descalificado como principios de la convivencia social: el horizonte de la lucha zapatista lo constituyen valores como la democracia, la justicia y la libertad, los cuales habían perdido todo sentido con los gobiernos “modernizadores” de derecha o izquierda. Por otra parte, la práctica y el discurso del EZLN y de las comunidades en resistencia abren paso a nuevas búsquedas y a nuevas formas de luchar basadas en la ruptura con el pensamiento dicotómico y excluyente, de verdades universales y caminos y objetivos predeterminados.

Este pensamiento dicotómico constituye el lenguaje del poder y de las organizaciones políticas (no en balde el partido constituye la organización de una parte de la sociedad que se enfrenta a otra por el control del cuerpo social). Y como producto de procesos históricos ligados al desarrollo capitalista y a la cada vez más densa red de la dominación social, este pensamiento capitalista, el modo de la competencia y de la negación del otro, ha logrado influir de manera significativa en los movimientos sociales y en el pensamiento crítico. En ese contexto las propuestas zapatistas cuestionan de raíz las ideas-fuerza de las izquierdas (marxistas, partidarias): desde las clases sociales hasta la dictadura del proletariado, pasando por la toma del poder, todas las categorías ligadas a esta tradición de la lucha social son puestas en cuestión, pero no para negarlas sino para superarlas, conservando de ellas no lo “valioso” sino el balance, las enseñanzas de la larga experiencia de los oprimidos en su lucha por emanciparse. Es en esta vertiente innovadora que la lucha de las comunidades zapatistas y los planteamientos del EZLN han logrado tejer nuevas relaciones de solidaridad y aprendizaje colectivo con actores nacionales y extranjeros que no se reconocen en las formas tradicionales de la política: gobiernos “progresistas”, partidos y organizaciones sociales corporativas. Y ello sin negar las relaciones que en términos de igualdad y sin subordinaciones han tenido con las fuerzas tradicionales y algunas partidarias (teniendo como ejemplos sintomáticos los vínculos con fuerzas y grupos italianos de la izquierda partidaria y con diversos grupos religiosos y ecuménicos de América y Europa). (...)


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