El gas de esquisto
fractura
comunidades de Estados Unidos
18 de septiembre de 2015
Por Emilio Godoy (IPS)
MONTROSE, Estados Unidos, 15 sep 2015 (IPS) - La estadounidense Vera
Scroggins ha sido demandada cinco veces por la industria
petrolera y desde octubre de 2013 pesa sobre ella una orden judicial de
restricción permanente para acercarse a sus instalaciones.
“Me siento como una ciudadana a medias, porque
las empresas pueden hacer lo que quieran y los ciudadanos no. Las corporaciones
han violado las leyes ambientales y siguen operando”, lamentó a IPS esta agente
inmobiliaria retirada, madre de tres hijos y con dos nietos.
Desde 2008, Scroggins,
del movimiento Shaleshock Media,
es una decidida activista contra la exploración y explotación del gas de
esquisto (de roca o lutita) en el municipio de Montrose, en el estado de
Pensilvania, en el noreste de este país.
El desarrollo de este hidrocarburo no convencional, también conocido
por el vocablo inglés shale, requiere de la técnica de la fractura hidráulica,
fracking en inglés.
En esta localidad, habitada por unas 1.600 personas y parte del
condado de Susquehanna, hay unos 1.100 pozos en unos 600 campos, además de 43
estaciones que compactan el gas para transportarlo lejos.
Todas estas infraestructuras están próximas a viviendas y
escuelas, y están en manos de siete empresas.
Este estado está atravesado por la cuenca gasífera Marcellus, una
de los tres grandes depósitos del recurso que han convertido a Estados Unidos
en “Frackistán“, por la utilización creciente del fracking en la industria del
petróleo y del gas.
En estos depósitos, la molécula del
hidrocarburo está atrapada en rocas profundas, perforadas y quebradas por la inyección
cuantiosa de una mezcla de agua, arena y aditivos químicos, que se consideran
nocivos para la salud y el ambiente.
De esa forma, el gas o el petróleo se liberan.
Pero la tecnología genera masivos volúmenes de desechos líquidos que deben
tratarse para su reciclaje y de emisiones de metano, más contaminante que el
dióxido de carbono, el mayor responsable del calentamiento planetario.
“Los pozos contaminan el agua con el metano, y
el gas se fuga a la
atmósfera. Mucha gente no sabe qué pasa, no tiene información.
No me siento segura con el fracking”, denunció Scroggins, quien vive en
Montrose con su esposo, un maestro jubilado, y tiene como vecino un pozo
gasífero que opera a un kilómetro de su casa.
El fracking ha alterado el paisaje, pues el
desarrollo de los pozos se ha traducido en la presencia de docenas de camiones
que transportan tierra, arena y agua.
Las compañías plantan altas torres de acero
para perforar el pozo y, cuando sale el gas es como si una plancha pasara por
encima, porque el terreno queda visiblemente aplanado. Sólo florecen la tapa
del pozo y los tubos que transportan el hidrocarburo, critican sus forzados
vecinos.
La industrialización de estas áreas rurales
las ha vuelto poco atractivas, mientras, aseguran los activistas, la acumulación
de metano puede degenerar en explosiones o problemas respiratorios para las
personas.
En su Prospectiva Anual de Energía 2015, la
estatal Administración de
Información Energética indica que
en 2014 el sector del esquisto
aportó 11,34 billones (millones
de millones) de pies cúbicos de gas, equivalentes a 47 por ciento de la
producción gasífera total del país.
La producción petrolera de esquisto, añade el
informe, fue de 4,2 millones de barriles diarios el año pasado, equivalente a
49 por ciento de la extracción total de crudo en el país.
El petróleo es la principal fuente nacional de
energía, con 36 por ciento del total, seguida del gas, con 27 por ciento, y el
carbón, con 19 por ciento.
En Pensilvania,
la producción de gas saltó de 9.757 pies cúbicos
en 2008 a
3,05 millones en 2013.
En este estado, la cuna del primer boom
petrolero estadounidense y de la fractura hidráulica, se han perforado9.200 pozos, mientras
los permisos concedidos superan los 16.000.
Estados Unidos es el país que en forma más
intensiva y comercial explota actualmente los hidrocarburos de esquisto.
Ese desarrollo se facilitó desde que en 2005
la Ley de Política Energética del país eximió a la industria petrolera de las
siete mayores normas ambientales.
Con ese respaldo, la industria ha desatado una
marejada de querellas para desmantelar regulaciones ambientales, sanitarias y
contractuales de estados y municipios que eran adversas a sus intereses.
En el caso de Pensilvania, el Congreso
legislativo del estado aprobó en septiembre de 2012 la Ley de Petróleo y Gas,
conocida como Ley 13, que cancelaba la potestad de sus condados y municipios de
avalar o vetar permisos de hidrofractura.
Luego de la apelación interpuesta por concejos
municipales, personas y organizaciones ambientales, la Suprema Corte de
Justicia del estado declaró inconstitucional esa ley. Ello facultó nuevamente a
las administraciones locales a utilizar sus legislaciones territoriales para
tomar decisiones sobre el desarrollo del shale en sus jurisdicciones.
El viajero se topa constantemente en la
carretera con letreros que dicen “Mantenga hermosa a Pensilvania”, pero lo que
sucede en sus arterias rurales poco contribuye con ese lema.
Ray Kimble, un mecánico de 59 años, puede
atestiguar la contradicción con ese reclamo en Dimock, la cercana localidad
donde vive. Denuncia a IPS que su pueblo sufre la contaminación del agua desde
2009, por los residuos de la industria gasífera, donde él trabajó como
transportista.
“Han destruido el pueblo. No los queremos
aquí”, afirmó Kimble, quien alega que tiene tos persistente y los tobillos
inflamados por los gases y el contacto con esos desechos mientras laboró en el
sector.
Ahora se niega a beber el agua que sale de los
grifos y se dedica a transportar el recurso a familias afectadas por una
denunciada contaminación.
Dimock es un pueblo de unos 1.500 habitantes y
escenario del muy premiado documental “Gasland”, del estadounidense Joshua Fox,
que expone los daños ocasionados por el fracking e incubó las primeras demandas
legales en contra de los llamados “señores del shale”, que desembocaron en
arreglos extrajudiciales.
La casa de Kimble está a poco más de 150 metros de un pozo de
gas.
Con el esquisto, “hay ganancias a corto plazo, pero ¿qué pasa
cuando los campos se secan y queda el legado de desechos?”, dijo a IPS el
activista Tyson Slocum.
“Queda agua contaminada, fluidos de reflujo, transformación de
áreas agrícolas rurales afectadas por la operación de los pozos. Hay pocas
obligaciones legales y financieras a largo plazo para garantizar que el legado
sea abordado adecuadamente”, señalo este director del programa de Energía del no
gubernamental Public Citizen.
Esa organización promueve la defensa del
consumidor y ha asesorado a afectados por el fracking.
La industria se enfrenta ahora a la caída de
los precios internacionales de los hidrocarburos, la contracción del
financiamiento y a una creciente oposición de la población a su tecnología.
En los últimos ocho meses unas 400 ciudades en
28 estados han aprobado vetos o moratorias al fracking. Los casos más
trascendentes se produjeron en los estados de Nueva York, que censuró esa
extracción en diciembre, y Vermont en 2012.
“¿Por qué no colocan un pozo al lado de la
casa de un político? Los ciudadanos no lo queremos junto a nuestras casas”,
planteó Scroggins.
“Ojalá no ocurra una fuga mayor, porque será
devastadora. Pero la industria no acepta haber hecho algún mal”, añadió la
activista.
Para Slocum, los estados se han acomodado a
los intereses de la industria. “El balance entre ganancias y salud pública ha
sido envilecido, el debate sobre empleos y beneficios económicos es
secundario”, sentenció.
Editado por Estrella Gutiérrez
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=203419