Los dilemas de la
izquierda
11 de agosto
de 2015
Por
Juan Cuvi (Montecristi Vive)
Pocas veces en la historia la izquierda ecuatoriana ha estado tan
vulnerable y desorientada como durante el correísmo. Atrapada en el laberinto de
la verborrea revolucionaria de Alianza País, no ha encontrado la salida hacia un
proyecto propio, autónomo y protagónico. Su indefinición estratégica la coloca
frente a una disyuntiva catastrófica: esperar una imposible rectificación del
gobierno de Correa para enfrentar a la vieja oligarquía, o dejar que la derecha
contribuya a librarle del correísmo. Disyuntiva absurda en la medida en que
implica, en ambos casos, la aceptación de un papel subordinado, secundario y
dependiente de sectores contrarios a su naturaleza política e ideológica. Ni el
correísmo, ni las distintas expresiones de la derecha que le disputan la
hegemonía, representan una opción de trasformación para el país. Sin embargo, la
izquierda aparece paralizada entre esos dos abismos.
La vieja decisión de escoger el
mal menor, no como alternativa coyuntural sino como proyecto histórico, le está
pasando a la izquierda una factura onerosa. Porque en ese ejercicio de
establecer diferencias supuestamente significativas entre una derecha retrógrada
y otra más moderna, o entre la democracia liberal y el reformismo, ha dejado de
lado la definición de su propio horizonte histórico. Se extravió. Terminó valorando más una inocua
retórica antimperialista que la construcción de la democracia. Y en este teatro
de las sombras en que se convirtió el correísmo, la izquierda permitió que se
desmantelaran todos los referentes simbólicos, ideológicos y organizativos que,
con grandes dificultades y con inocultables falencias, había construido durante
mucho tiempo.
El régimen correísta ha terminado siendo absolutamente nefasto
para la izquierda y para los movimientos sociales. Y, no obstante, se lo ha
admitido bajo el supuesto no consentido de que otro régimen de la derecha del
siglo XX podría ser peor.
¿Pero en qué aspectos ocurriría esto? Esta es la pregunta que debe
formularse la izquierda, sin obviar hacer precisiones claras y convincentes en todos los ámbitos: políticos,
culturales, ambientales, económicos, etc. Y las eventuales diferencias que se
encuentren no pueden quedarse en el plano formal o superficial, so pena de caer
en un simplismo autocomplaciente. Requieren, por el contrario, un ejercicio de
reflexión y análisis profundo, serio, responsable y honesto (algo que con
frecuencia provoca pereza y hasta desconfianza en la izquierda).
Al calor de los acontecimientos se puede
concluir que, en varios aspectos de fondo,
el correísmo impuso la agenda que un
régimen abiertamente conservador jamás habría podido conseguir, debido sobre
todo a la resistencia popular. Entre otros temas podríamos mencionar la
suscripción de un TLC con Europa, la ampliación sin restricciones de la frontera
petrolera, minera y agroindustrial, el endurecimiento de la legislación
punitiva, el control social, la transnacionalización de la economía; es decir,
el paquete de modernización capitalista que se requería para la transición del
modelo rentista oligárquico a un modelo de corte empresarial-tecnocrático
igualmente rentista. Una transición que inclusive había sido aceptada por los
grupos económicos más tradicionales[1].
En este sentido, el papel que ha cumplido Alianza País ha sido el de desbrozar
el camino para este proceso; sobre todo, el de retirar el escollo de la
izquierda y de los movimientos sociales para una transición más fluida y menos
traumática.
Toca, entonces, insistir en la pregunta anterior: ¿en qué aspectos
sería peor que el correísmo un régimen formal de derecha? Lo interesante de este
cuestionamiento es que la imposibilidad de responder afirmativamente y con
fundamentos obliga a la izquierda a renunciar a estas veleidades comparativas y
centrarse
en la construcción de un proyecto político autónomo. Es decir, recuperar el
sentido de la estrategia revolucionaria como un referente que permite priorizar
la iniciativa, inclusive en momentos de mayor debilidad. La definición de un
objetivo estratégico permite actuar, tomar decisiones y prever riesgos en lugar
de esperar por las iniciativas ajenas en calidad de invitados de última hora.
Sobre todo permite establecer una diferencia rigurosa entre lo que significa
hacer acuerdos, hacer alianzas o forjar la unidad.
El poscorreísmo.
Lo que hoy está en el centro del debate político nacional es la
salida del correísmo: cómo, con quiénes, hacia dónde, en qué términos.
Contrariamente a lo que se supondría, son la izquierda y los movimientos
sociales los más urgidos por este desenlace. Porque son los que más han perdido
en estos años. Para la derecha, la clave de sus disputas internas radica en
quién reparte las cartas; la izquierda, en cambio, debe plantearse un cambio del
juego. En eso difiere la idea que tiene la derecha respecto del poscorreísmo.
Desde estos sectores, lo más importante es prolongar el modelo aplicado por
Alianza País aunque sea sin Correa, porque se trata de un modelo centrado en una
estabilidad política y económica funcional a la acumulación del gran capital.
Dicho de otro modo, funcional a la transnacionalización de la economía. La
derecha busca un recambio formal que transfiera el beneficio del control
político a un grupo diferente, pero dentro del mismo esquema general. Es un
simple cambio de turno.
No obstante, es necesario señalar que las disputas internas entre
estos grupos se han acentuado como consecuencia de la escasez de recursos
provocada por la crisis económica. No todos estarán de acuerdo con la misma
salida al correísmo, en tanto las políticas a implementarse, debido a la escasez
señalada, podrían beneficiar o perjudicar a unos más que a otros. La abundancia
de las arcas fiscales durante estos ocho años ya no es un factor que permita una
compensación satisfactoria –o al menos tranquilizadora– entre los distintos
grupos de poder económico. Además, las formas de acumulación ilegítima de
capital, típicas de las crisis, podrían generar resentimientos y desacuerdos
profundos.
Ahora bien, la salida del correísmo implica el desmontaje de varios
andamiajes básicos, dentro de los cuales el abandono del poder o la derrota
electoral del caudillo no es necesariamente el más importante. El desarrollo del
correísmo alcanzó ese punto de consolidación de la fidelidad oportunista que
permite extender la influencia administrativa e institucional más allá de la
presencia de Correa. La historia nos proporciona muchos ejemplos de la
prolongación del “espíritu” del caudillo como resultado de los regímenes
autoritarios. En el caso ecuatoriano, esta prolongación estaría articulada,
además, a la posibilidad real de un futuro retorno al poder.
En este sentido, uno de los puntos prioritarios del debate
político se refiere al desmontaje del aparato político-administrativo montado
por el correísmo. ¿Cómo hacerlo? Porque de este proceso dependerán, en gran
medida, las posibilidades futuras de la izquierda. No es lo mismo una estrategia
de cooptación de las instituciones correístas que un pacto de trastienda, o que
una nueva Asamblea Constituyente (sin mencionar, por inviable, la opción extrema
de un golpe de Estado).
La clave para la
izquierda es alcanzar la mayor democratización posible dentro del recambio
institucional, recambio que inclusive tendrá que llegar a medidas indispensables
como la desaparición del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, de
la Superintendencia de Comunicación y de la Secretaría para el Buen Vivir, por
citar solamente las más desprestigiadas.
No resulta sencillo, sin embargo, acometer esta tarea desde una
lógica que apunte a profundizar la democracia y la transparencia en la
institucionalidad pública.
- Por un lado habría que enfrentar la perniciosa herencia autoritaria del correísmo y su práctica de control absoluto de los espacios de poder. Luego de diez años (hablamos de 2017) de una ausencia crónica de diálogo y negociación, resultará difícil poner en práctica una cultura de relacionamiento político más horizontal y equilibrada.
- Por otro lado, habría que enfrentar la voracidad, el pragmatismo y la falta de escrúpulos de la derecha no correísta y su apuesta por reproducir las mismas artimañas del pasado. Más que eliminar todo vestigio de correísmo, esta derecha se empeñará en sepultar a la izquierda, identificándola con y responsabilizándola por todos los males del gobierno de Alianza País: corrupción, arbitrariedad, ineptitud, irresponsabilidad fiscal, etc.
Junto
con el desmontaje del aparato institucional, a la izquierda le toca desmontar la
retórica correísta. No se trata, como algunos sugieren, de
“recuperar las banderas” usurpadas por Alianza País, por la sencilla razón de
que en la sociedad posmoderna la apropiación, tergiversación y manipulación de
símbolos es un fenómeno incontrolable. Cualquiera puede presentarse como
cualquier cosa. Este ha sido uno de los grandes éxitos del mercado.
Se trata, más bien, de establecer con objetividad
las verdaderas dimensiones del correísmo: su modelo de economía y de Estado, su
estructura interna de poder, sus alianzas de clase (y, por ende, sus vínculos
concretos con grupos empresariales), su visión de la democracia, sus prácticas
políticas. Únicamente así se podrá poner en evidencia la incoherencia de su
retórica de izquierda.
Desmontar el modelo económico será la tercera gran tarea del
poscorreísmo. Y en este punto la izquierda enfrenta un desafío crucial: la
reflexión descarnada sobre la idea del Estado como factor de transformación
social. Porque esa fue la propuesta central sobre la cual el correísmo erigió su
propuesta política, idea que contó con el respaldo y la complicidad de la
mayoría de grupos de izquierda. La salida del neoliberalismo no se dio por vía
de la recuperación de una sociedad devastada sino de la recuperación del Estado
que, en el caso ecuatoriano, no había sido tan afectado como en otros países. El
viejo y equivocado mito de la izquierda de asociar lo público con lo estatal
facilitó la consolidación de un Estado que supuestamente iba a redistribuir la
riqueza, y que terminó –como siempre– transfiriendo esa riqueza a los mismos
grupos de poder. Lo único que distribuyó fueron los excedentes de la bonanza
económica. La yapa.
El proceso de concentración de la riqueza y monopolización de la economía ocurrido en estos años se dio, precisamente, gracias al control estatal de los enormes ingresos fiscales generados por la recaudación tributaria y por el alto precio del petróleo. La forma de derivar la inversión pública hacia las arcas privadas confirmó el carácter inequitativo que asume el Estado en el sistema capitalista; más todavía en un capitalismo distorsionado como el ecuatoriano. El sueño de inclusión que se le vendió a los sectores populares, sobre todo desde la publicidad oficial, encubrió un eficiente esquema de reparto de la riqueza entre los sectores económicos más poderosos.
En esta misma lógica de concentración de la riqueza, y como
complemente de la aplicación del modelo económico señalado,
el correísmo impuso
un modelo de Estado centralizado que facilitó las grandes decisiones
estratégicas. A este incremento del poder político en pocas manos le ha
correspondido una mayor acumulación de capital. Las tasas de ganancia de los
grupos monopólicos durante el gobierno de Alianza País no sólo son inéditas,
sino exorbitantes. Y esto sin contar con los ingresos de la corrupción y de
ciertas actividades ilícitas. Por eso también se debe desmontar esta
manifestación de control centralizado y vertical incongruente con un ejercicio
democrático del poder.
La centralización
político-administrativa ha sido la principal cortapisa para obstaculizar la
creación del Estado plurinacional. El concepto de autonomía prácticamente ha sido
suprimido –o al menos distorsionado– desde el gobierno. El ataque sistemático al
movimiento indígena apunta a debitar lo que para el correísmo constituye el principal
escollo al proyecto de unificación de la matriz productiva alrededor de un
esquema hegemónico de acumulación capitalista. El mundo indígena está
considerado un anacronismo para la modernización capitalista, particularmente
para aquella basada en una matriz extractivista. Desde esta visión, las
circunscripciones territoriales indígenas entorpecen el desarrollo. Por
añadidura, el bloqueo a la autonomía se ha extendido a todos los ámbitos de la
administración pública y de la organización social. El Estado rector/controlador
se erige como el paradigma de la organización del poder político.
Disputa de la izquierda en el poscorreísmo.
La derrota electoral de Alianza País en febrero de 2014 alteró la
hegemonía y la estabilidad que el correísmo había logrado en los siete años
previos. El desequilibrio se produjo no sólo por la pérdida de control de los
principales espacios de poder local, sino por la irrupción de los movimientos
sociales en el espacio público. A los pocos meses de la mencionada derrota, las
calles del país empezaron a llenarse con las movilizaciones populares. Varias
marchas convocadas por el FUT y la CONAIE en 2014 derivaron en un multitudinario
Primero de Mayo un año después[2].
Aunque esta marcha contó con el contingente de varios sectores de clase media
(algunos de los cuales inclusive se identifican con la derecha), que más bien
hicieron presencia con el ánimo de debilitar al gobierno, no se puede desconocer
su impacto simbólico para el movimiento popular. No es casual que a partir de
esa demostración de fuerza se haya empezado a planificar un paro nacional y un
levantamiento indígena. Es más, las movilizaciones populares de junio, previas a
la visita del Papa, lograron recuperar y posicionar una clara identidad de estos
sectores frente a las movilizaciones convocadas en la Avenida de los Shyris.
En estas circunstancias, tanto la marcha iniciada en Zamora como el paro y el levantamiento son acciones decisivas para la izquierda y los movimientos sociales. De la fuerza que se demuestre, y de los impactos políticos que se logren, dependerá la capacidad para definir una agenda alternativa a la derecha tradicional y al correísmo. Únicamente así la izquierda podrá establecer acuerdos más firmes y sólidos para el poscorreísmo (en punto comunes como la supresión del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, la creación de un Consejo Nacional Electoral independiente, la aprobación de una Ley de Comunicación democrática, la devolución de los fondos jubilares del IESS, el archivo de las enmiendas constitucionales, la derogatoria de los decretos que afectan derechos fundamentales, etcétera) sin empeñar sus propuestas estratégicas. En ello radica la posibilidad de construir una contra-hegemonía que asegure un horizonte histórico para la izquierda, es decir un rol decisivo en las diferentes luchas políticas que deba enfrentar a futuro.
El escenario que se prefigura para el poscorreísmo supone, entre
otras cosas, el abrupto desmontaje de un aparato institucional sustentado en el
autoritarismo, la corrupción y el nepotismo. Justamente porque será un proceso
vertiginoso se presentarán condiciones para que la izquierda y los movimientos
sociales incidan y participen de manera directa en la reinstitucionalización
democrática del país. No se trata del reparto burocrático de cuotas de poder
administrativo, como algunos oportunistas estarán pensando, sino de la
reformulación de las instituciones a partir de una auténtica visión democrática.En este probable itinerario, que podría ser birlado por un pacto de
trastienda entre el correísmo y la derecha tradicional para preservar el statu
quo y cubrirle las espaldas al régimen saliente, la izquierda tendrá que
enfrentarse una vez más a su más temido desafío:
la democracia. Democracia sin
adjetivos ni calificativos. Ni la democracia liberal, ni el centralismo
democrático, ni la democracia participativa. Simplemente la democracia como una
noción realmente revolucionaria, en tanto propone la distribución del poder de
decisión en la comunidad. Tal como debió haber sido siempre, desde que fue
inventada como filosofía de la convivencia social; más que social, humana. En el
debate sobre los distintos mecanismos –estos sí diferentes y particulares– para
alcanzar esta democracia (elecciones, delegación, corporativismo, mediación
partidaria, mercado, etcétera) la izquierda no puede perder ese referente
fundamental de un proyecto civilizatorio.
Juan Cuvi (Coordinador Nacional)
NOTAS
[1] No es casual que los principales grupos económicos del país
sigan siendo, luego de ocho años de correísmo, los mismos del último cuarto de
siglo. Cfr. Revista EKOS 20 años.
[2] La asistencia a la marcha del Primero de Mayo de 2015 fue
inédita en la historia laboral del Ecuador.
http://montecristivive.com/
http://montecristivive.com/
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