De la resaca del
neoextractivismo y
los extravíos del
progresismo,
a los acechos del neofascismo.
Reflexiones sobre la
actual coyuntura política latinoamericana.
28 de octubre de 2018
Presentamos una nueva entrega del dossier
“Alternativas populares en debate” donde luchadores sociales e intelectuales
críticos comparten su mirada, el análisis y su pronóstico para el ciclo de
luchas necesario para una transformación profunda de la sociedad. Compartimos
aquí las opiniones de:
Horacio Machado Aráoz*
1) ¿Ve una posibilidad de eventual
“vuelta” de gobiernos progresistas en Latinoamérica? ¿Qué implicancias o
viabilidad tienen estos “modelos” hoy? ¿Se agotó el denominado ciclo
progresista?
Independientemente de que no cabría descartar
un eventual “regreso” electoral de alguna expresión del progresismo en algunos
países (a corto plazo, Argentina o Brasil) e inclusive, más allá de la
continuidad de ciertos gobiernos (algunos emblemáticos como el de Evo Morales
en Bolivia, otros problemáticos como el de Maduro en Venezuela, y otros tenues
o difusos como el del Frente Amplio en Uruguay), considero que el ciclo de los
gobiernos progresistas en la región está definitivamente agotado; agotado y
fracasado, al menos si hablamos de ellos en términos de sus posibilidades de
generar o alentar condiciones de transformación de la dominación capitalista.
En esos términos, estamos hablando de experiencias políticas absolutamente
fallidas y caducas.
Reafirmando nuestra consideración de que tales
gobiernos significaron la continuidad (y hasta la profundización) del
neoliberalismo por otros medios, ese eventual regreso estaría más bien
enmarcado en las condiciones de inaceptabilidad social y resistencia política a
los gobiernos de ultra derecha que se perfilan en la región, pero muy
improbablemente constituyan de por sí una bisagra hacia verdaderas alternativas
de cambio.
Por lo demás, no hay condiciones
macroeconómicas (ni internas ni externas) para intentar cierta re-edición del
programa de “crecimiento con inclusión social” que caracterizó a dicho ciclo.
Se trata de un programa
que dio muestras de resultar estructuralmente perjudicial e inviable. La
pretensión de ‘escapar’ de los males estructurales del capitalismo
periférico-dependiente a partir de la profundización y aceleración de la matriz
primario-exportadora -con el único matiz heterodoxo de una ‘gestión keynesiana’
de la renta extractivista-, se evidencia hoy a todas luces como un absurdo
total; precisamente porque esa matriz extractivista es la marca de origen, el
ADN constituyente y constitutivo de nuestra dependencia; la más profunda y
pesada herencia colonial.
Más allá de la retórica
propagandística, lejos de procesos de industrialización y recuperación de bases
materiales para un desarrollo autónomo, durante el ciclo de los gobiernos
progresistas asistimos a la intensificación de una dinámica de
re-primarización, extranjerización y ultra-concentración de nuestras economías,
lo que nos sumergió en escalones más profundos de integración subordinada y
dependiente de la acumulación global. Pretender ignorar los límites y los
condicionamientos histórico-estructurales que el capitalismo implica e impone
en las economías periférico-dependientes, me parece una ceguera difícil de
entender, sobre todo en el siglo XXI, tras tanta inteligencia crítica acumulada
por las luchas y las investigaciones sobre la naturaleza y dinámica de nuestras
sociedades[1].
Ahora bien, más allá de los impedimentos
económicos estructurales, hay que decir que el ciclo progresista está
políticamente perimido (al menos, así debiéramos entenderlo). Me parece un
total desvarío imaginar un proyecto pretendidamente transformador basado en la
expansión del consumo/ismo; confundir socialización y democratización con la
ampliación del mercado de consumidores. No se pueden seguir ignorando los
efectos que el “crecimiento” tienen sobre la(s) subjetividad(es) y la
conciencia colectiva. No se puede desconocer que el crecimiento -incluso,
concediendo que haya sido impulsado por la expansión del consumo popular-
significa, inexorablemente, la expansión de las relaciones y el imaginario
capitalistas, la ampliación de las fronteras de la mercantilización; en
definitiva, la profundización de la sujeción y subordinación de la reproducción
social de la vida a los imperativos del capital.
Si algo debiéramos aprender del “ciclo
progresista” es que ningún proyecto de cambio o de transformación social puede
basarse en aspirar a un “capitalismo con rostro humano”, a construir un
“capitalismo nacional serio”, basado en la progresiva redistribución igualitaria del ingreso, y
suponer que eso permitiría expandir indefinidamente el número de ‘incluidos’
(incluidos en el sistema)… Eso, a nuestro entender, es revivir la vieja fantasía desarrollista que sigue operando como
núcleo duro de nuestra condición colonial, como la más difícil y desafiante
barrera epistémica y política a superar, para realmente imaginar/proyectar los
cambios emancipatorios que precisamos. Justamente, me parece que la frontera
política entre un reformismo inconducente y estéril y las alternativas
emancipatorias se sitúa entre la línea que separa las políticas de “inclusión”,
de las políticas de transición radical hacia otros paradigmas civilizatorios.
Necesitamos
volver a pensar en términos de revolución y a aspirar a cambios revolucionarios. Pero eso implica
también necesariamente revisar y reconceptualizar la idea de revolución. Ésta
no puede ya ser pensada como un proceso que se hace desde arriba, y que precisa
primero “la toma del poder del Estado”. Necesitamos imaginar el cambio
revolucionario, como una profunda migración civilizatoria, que nos permita
deconstruir y abandonar el patrón de poder colonial-patriarcal-capitalista en
el que, no ya sólo como pueblo o región, sino como especie, estamos sumidos. Un
cambio que implica salir-nos de las matrices antropocéntricas, productivistas,
urbanocéntricas, de la modernidad/colonialidad hegemónica, a la que una vieja
izquierda (y por cierto, el progresismo) sigue apegada.
2) ¿Qué caracterización hace del
avance de gobiernos de derechas en los países de Nuestramérica? ¿Se puede
hablar de una crisis de esos proyectos en la región y/o del macrismo en la
Argentina?
Lamentablemente creo que estamos frente a algo
más grave que a un ciclo de gobiernos de ultra-derecha en la región. Las amenazas
que afrontamos en este tiempo no se reducen apenas al arribo de personajes
nefastos al gobierno (los Macri, los Duque, eventualmente Bolsonaro etc.) y a
la aplicación de políticas abiertamente clasistas-racistas-patriarcales. Más que una reacción
conservadora desde los gobiernos, estamos ante a un fuerte proceso de
fascistización social; una oleada de fascismo social que se extiende no sólo en
la región sino también en el mundo (por lo menos, es muy evidente en los países
del Norte Global). Como expresión sintomática de la agudización de la crisis
civilizatoria en la que estamos inmersos, producto de casi cinco décadas de
neoliberalismo, nuestras sociedades están siendo atravesadas por un fuerte
proceso de des-humanización y donde las brechas de (in)humanidad entre grupos
de clase, de género, étnicos, religiosos se hacen cada vez más marcadas y
violentas.
Podríamos decir que el fascismo social tiene
que ver con una situación en la que las élites pueden producir una situación de
amnesia colectiva sobre los medios (de violencia estructural) que las llevaron
a acumular sus privilegios; cuando esos privilegios se ven como ‘mérito
propio’, y no como la contracara del despojo de vastas mayorías. Entonces,
cuando se invisibilizan los crímenes históricos en base a los cuales se
edificaron esos privilegios, además de la impunidad, esos crímenes se
naturalizan, se sedimentan en las instituciones, los imaginarios y los cuerpos. Entonces, cuando eso
pasa, las injusticias históricas dejan de ser vistas como tales, y pasan a
(re)presentarse como posiciones ‘legítimamente ganadas’ por el “esfuerzo” o por
el “mérito” propio. La difusión de la ideología meritocrática -por lo menos
desde Malthus- alienta una concepción de la sociedad basada en la guerra
competitiva de todos contra todos, el darwinismo social; en fin, un imaginario donde lxs
despojadxs del mundo, ‘lxs débiles’, lxs incompetentes, resultan un lastre
social. Ese imaginario es lo que llamamos propiamente fascismo social: eso legitima y habilita
las políticas de “tolerancia cero”, es decir, las políticas despiadadas y de
crueldad absoluta contra los pobres, lxs desempleadxs, las mujeres, lxs
migrantes, los pueblos originarios, las sexualidades disidentes, en fin, contra toda
aquella identidad social que no se avenga a los requerimientos de ‘normalidad’
del sistema.
Ahora bien, por otro lado, no se puede desconocer que
este momento está políticamente relacionado con la fase anterior, con los
extravíos del ciclo progresista. Sintética y provocativamente podríamos
enunciarlo así “siembra (neo)extractivismo y cosecharás (neo)fascismo”, en el sentido que la
avanzada extractivista que protagonizaron los gobiernos progresistas -y en base
a la cual se financió la expansión desigual del consumo- implicó no sólo la
intensificación de la violencia y las políticas de despojo sobre los
territorios, sino también el abandono (unilateral) de la lucha de clases. Los
gobiernos progresistas asumieron la vía de la conciliación de clases, creyeron
posible y/o necesario la articulación con una “burguesía nacional” y alentaron
“el ascenso de las clases medias” supuestamente como vía para “sacar a los sectores
populares de la pobreza”.
La posterior caída de las cotizaciones de las
commodities no sólo desnudó la insostenibilidad económica de esas políticas,
sino también el carácter quimérico, ilusorio, de la promesa desarrollista. Las
clases medias, las más propensas a aspirar los privilegios de las élites, están
a la vanguardia de esta ola neofascista; sus frustraciones se expresan en
términos de odio clasista, xenofobia, violencia machista, etc. A ello, hay que
agregar la fuerte avanzada del discurso reaccionario de ciertos credos sobre
amplias capas de sectores populares, y el estado de desmovilización y/o
fragmentación de los movimientos sociales y las organizaciones políticas más
combativas. Todo esto configura un cuadro general muy complejo, en el que, por
cierto, no cabría descartar posibles crisis de gobernabilidad de los gobiernos
de ultraderecha vigentes (más bien, es un horizonte con altas probabilidades).
En todo caso, ante el escenario dado, las salidas o alternativas que se pueden
llegar a abrir, resultan absolutamente imprevisibles, y no necesariamente
positivas.
3) ¿Qué actores sociales y
diferentes proyectos políticos aparecen como alternativas al macrismo?
Bueno, acá es necesario diferenciar las alternativas
en el terreno electoral, de las que cabría señalar en el campo de los proyectos
políticos que se vienen gestando en el campo popular y en la sociedad en su
conjunto.
En el
plano electoral, lamentablemente no veo opciones esperanzadoras. Veo más bien
un panorama sombrío que se halla signado por la sobrevivencia fantasmática[2] del ciclo progresista:
como “fantasma populista” que tracciona el voto a la derecha[3], y como “fantasía desarrollista” que sigue ilusionando a
ciertos sectores populares con un nostálgico retorno a las políticas
expansivas, neokeynesianas, como las aplicadas durante el ciclo 2002-2013, en
la fase del boom de las commodities.
En esa polarización, el espectro de
alternativas ideológico-políticas se estrecha hacia el centro y hacia la
derecha, presentándose el progresismo como “de izquierda”, lo cual nos deja
entrampados entre una propuesta que promete y aspira a un “Estado social”
gestionando mercado en expansión y una “sociedad de consumo de masas” frente a
lo que se ve como la configuración de un Estado penal sosteniendo a sangre y
fuego la brecha de (in)humanidad entre apropiadores y despojados.
En estos tiempos, de
neoliberalismo recargado, el debate electoral está viciado por lo que
entendemos como una errónea conceptualización del mismo que lo concibe apenas
como un tipo de políticas económicas y de gestión gubernamental centrado en la dualidad Estado
vs. Mercado, políticas keynesianas vs. políticas de ajuste, etc. Mientras, en
tanto fase histórico-estructural de la acumulación capitalista global, el
neoliberalismo avanza independientemente de los ciclos recesivos o expansivos,
en su voraz híper-mercantilización de la vida y de las relaciones sociales. En
ese marco, lo “más promisorio” que electoralmente pudiera pasar es que se lograra articular una expresión lo más amplia
posible de una izquierda popular y anti-capitalista pasible de captar y
canalizar el creciente estado de asfixia económica y frustración política de
los sectores populares. Pero eso, por ahora, es una expresión de deseo más que
una probabilidad fáctica.
Ahora bien, más allá de lo electoral, no se
puede desconocer la potencia crítica y transformadora de ciertos movimientos
sociales y populares emergentes en el escenario reciente. Me refiero en
particular, a la irrupción de la gran oleada feminista que desde el Movimiento
Ni Una Menos, hasta las movilizaciones por la legalización del aborto, están
poniendo en cuestión un pilar clave del sistema, como el régimen patriarcal.
Junto a los feminismos, las diferentes expresiones del ecologismo popular, las
organizaciones de trabajadorxs desocupadxs y de la economía social, las
entidades campesinas y de pueblos originarios, constituyen las insoslayables
bases sociales de cualquier alternativa popular al macrismo, pero también a las
versiones probables del progresismo. Más allá de que se logre fraguar (o no) un
frente electoral alternativo, en todo caso hay un proceso de acumulación de
experiencias de resistencia que oficiará como un contrapoder condicionará el
margen de maniobra de éste o futuros gobiernos.
4) ¿Con qué ejes políticos y
con quienes debería articularse el movimiento popular para enfrentar a la
derecha y poner en pie una alternativa anticapitalista? ¿Podría mencionar
medidas y/o propuestas concretas?
Me parece que la potencia política de los
sectores populares organizados está en última instancia proporcionalmente
relacionada con su autonomía y su creatividad. Desde ese lugar, creo que hay
una diversidad de movimientos sociales y populares que han venido construyendo
una agenda política realmente valiosa en términos de su radicalidad
transformativa. Creo que estos movimientos -a diferencia de las
opciones partidarias tanto progresistas como de la izquierda clásica- vienen
haciendo aportes sustantivos en la prefiguración de un horizonte
postcapitalista, postcolonial y postpatriarcal. En ese sentido hay todo un nuevo
lenguaje que se ha venido construyendo y un nuevo imaginario en gestación que
parte precisamente de la profunda convicción de la crisis terminal y el fracaso
rotundo del modelo civilizatorio de “Occidente”; de la necesidad de trascender
el horizonte antropocéntrico, productivista, individualista, desarrollista,
urbano-industrialista que desde el sistema se nos presenta como el único
horizonte deseable de “bienestar” y de “progreso”.
Si algo tienen en común los feminismos
comunitarios latinoamericanos, con las perspectivas del ecologismo popular, las
cosmovisiones originarias y campesinas y el ethos de la economía popular, es su
convergencia en un horizonte post-desarrollista; el abandono de la idea
acrítica de una economía en permanente expansión y de crecimiento infinito, y
la revalorización de las economías del cuidado, de la reproducción de la vida,
de valorización de las relaciones vitales y de las capacidades humanas; las
ideas de sustentabilidad y de cultivo de la sociobiodiversidad y el valor clave
del trabajo libre y de la producción social en manos de trabajadorxs libremente
asociadxs.
Todo ese imaginario va a contrapelo de las
ideas progresistas (y aún de las izquierdas ortodoxas) que tienen como horizonte
la “redistribución de la riqueza”; acá estamos ante una gramática que presupone
un cambio radical en el sentido social de la riqueza.
Las ideas de Buen Vivir, de Derechos de la
Naturaleza, de Plurinacionalidad, de Justicia Integral (étnica, genérica,
generacional) son algunos de los postulados que tienen un sentido orientativo
fundamental en esa transición civilizatoria. Y eso no queda así en un nivel metafísico, pues
se ha ido encarnando/ territorializando en prácticas concretas que tienen que
ver con la producción autogestiva, la defensa de los territorios, la
consolidación y ampliación de la agroecología y de desarrollo de las
tecnologías sustentables, la estructuración de economías locales y de
movimientos en pos de la soberanía alimentaria, la democracia energética y la
justicia hídrica y climática. Esos principios, valores ético-políticos que
desde las prácticas de re-existencia de nuestros pueblos se han ido gestando,
nos parecen los criterios más valiosos que tenemos como orientación hacia un
caminar que procura realmente trascender el actual régimen de dominación
capitalista-colonial-patriarcal. Esos, a mi modesto entender, deberían ser los
ejes fundamentales a no perder de vista en todo proceso de articulación
política y construcción colectiva.
5) ¿Qué rol juega la
institucionalidad democrática actual en la construcción de alternativas
populares?
Es claro que esa institucionalidad, la del
constitucionalismo republicano y representativo ha sido diseñado ab
initio para
restringir las concepciones más radicales de la democracia, para enmarañar y/o
limitar en todo caso el ejercicio de la soberanía popular. A esas limitaciones
de origen, se han ido sumando un conjunto de factores y problemas harto
conocidos[4] que en términos
agregados dan como ‘resultado’ no sólo la configuración de modos de gobierno
que distan muchísimo de responder a la “voluntad de las mayorías”, sino que más
aún están en la raíz de la profunda crisis de legitimidad del sistema y en la
‘despolitización’ de amplios sectores.
Con ello, es claro que esta institucionalidad
política constituye un pesado lastre que funciona más como obstáculo que como
facilitador de las alternativas populares, emancipatorias, y que avanzar en esa
dirección requerirá inexorablemente cambios radicales en las instituciones y en
lo que se entienda como sistema de gobierno (cambios que, por cierto, incluyen
una transformación sustancial de la forma Estado ).
Sin embargo, no podemos desconocer que estamos en un
momento muy complicado, en el que las propias limitaciones de la democracia
liberal están siendo amenazadas y degradadas. Como en otros momentos de la
historia, queda claro que el capitalismo impone un techo taxativo a las
aspiraciones de la soberanía popular, pero ni siquiera es capaz de garantizar
un piso mínimo de la formalidad democrática: en tiempos de crisis, hasta esa definición minimalista,
procedimental, de la democracia se ve amenazada y puede ser suprimida. Este
escenario nos pone a la defensiva, en la necesidad de resistir los intentos en
curso de perforar más aún el piso de derechos y garantías, aún siendo
conscientes de lo extremadamente insuficiente de ese piso. Nos pone -a mi
modesto entender- en la necesidad de no descuidar el campo de batallas de lo
electoral y del sistema de representación y o pero, al mismo tiempo, no perder
de vista que el propio campo de acumulación política pasa por esos otros
espacios de construcción de autonomías, imaginarios, territorios/cuerpos
practicantes de regímenes otros de
relaciones, modos de vida radicalmente alternativas.
Esto último es lo que me
parece central. Pues, estamos ante una situación en la que afrontamos la
avanzada de una nueva derecha, de una derecha envalentonada, masificada y
radicalizada, con las matrices de una vieja izquierda (me refiero a las
opciones político-electorales); una izquierda desconcertada y desorientada, que
ha perdido la capacidad para ofrecer un horizonte de futuro. Ante
ese vacío, es clave la construcción en marcha de las re-existencias desde
abajo.
*Horacio Machado Aráoz
Investigador de CONICET. Coordinador del Equipo de Ecología
Política del Sur (CIT-Catamarca Conicet– UNCA). Director del Doctorado en
Ciencias Humanas, Fac. de Humanidades (UNCA).
[1] Me refiero al hecho
elemental de que las teorías sociales latinoamericanas -desde el
estructuralismo cepalino a la teoría de la dependencia, abarcando incluso
versiones de las teorías de la modernización y por supuesto, las perspectivas
descoloniales- han hecho una profunda crítica de los regímenes
primario-exportadores como la base de todos nuestros problemas estructurales.
En los autores clásicos, según los casos, superar ese modelo era visto como una
condición ineludible para superar nuestro “subdesarrollo”, “dependencia” o
“condición colonial”. Cabe resaltar también lo de “problemas estructurales”,
pues como queda claro en los análisis de autores tan disímiles como Raúl
Prebisch, Gino Germani, Cardoso y Faletto, o Florestán Fernandes, Theotonio Dos
Santos, Marini, González Casanova, etc., los modelos primario-exportadores no
sólo implican limitaciones macroeconómicas, sino que también están en la base
del carácter oligárquico de los regímenes políticos, las estructuras de clases
tan desiguales y los fenómenos del autoritarismo, el racismo y el colonialismo
interno.
[2] Apelo a estas categorías
propuestas por Adrián Scribano para dar cuenta de las políticas de regulación
de las emociones por las cuales el capital produce condiciones estructurales de
soportabilidad social (de la expropiación/opresión) y de coagulación de la acción. Al respecto
véase: Scribano, A. (2008) “Fantasmas y fantasías sociales: notas para un
homenaje a T.W. Adorno desde Argentina”, Intersticios, Revista de Sociológica
de Pensamiento Crítico,http://www.intersticios.es/article/view/2791. También: Scribano, A.
(Comp.) (2013) “Teoría social, cuerpos y emociones”, Estudios Sociológicos
Editora: http://estudiosociologicos.org/portal/teoria-social-cuerpos-y-emociones/.
[3] Acá hago referencia al
uso y abuso hecho por el establishment mediático y gubernamental de los
escándalos de corrupción que tiñen las administraciones progresistas, así como
también a la debacle de la economía venezonala, y la deriva personalista e
incluso autoritaria que se vislumbra en ciertos países (el gobierno de Maduro
en la República
Bolivariana de Venezuela y el de Daniel Ortega en Nicaragua).
Más allá de las operaciones propagandísticas y de manipulación (des)informativa
que la derecha ha hecho y hace de estos casos, no se puede desconocer estos
problemas ni minimizar la defraudación política que han significado. De hecho,
en buena medida, la ola conservadora y reaccionaria que sostiene a los actuales
gobiernos de derecha en buena medida se apoya en el rechazo social, electoral a
los referentes del progresismo (el sentimiento anti-petista en Brasil,
anti-kirchnerista en Argentina, etc.).
[4] Tales como el propio
funcionamiento del sistema de partidos; la constitución de una clase política
profesional, la burocratización de las fuerzas partidarias; el tema del
financiamiento de la política y el rol de las grandes corporaciones en ese
aspecto; el papel de los medios masivos y el de las nuevas tecnologías de
información que han incrementado enormemente su capacidad de incidencia,
manipulación y formación no solo de sentidos sino también de estados de ánimo y
emociones colectivas; etc.