Los derechos humanos
“desde abajo”:
un espacio en disputa
15 de diciembre de 2018
Por Juan Hernández Zubizarreta
El
Salto
Hoy, 10 de diciembre, se celebra el Día Internacional de los
Derechos Humanos y se conmemora el 70 aniversario de la aprobación de la Declaración Universal.
El contexto
global mantiene ciertas continuidades desde entonces, pero también notables
cambios, nuevos sujetos, nuevas dinámicas que marcan nuestra realidad vigente.Estas pasan por una agudización en la mercantilización de la vida, la desregulación, la expropiación y la necropolítica, cuestiones que impactan en los núcleos centrales de los derechos. Por tanto, no parecen buenos tiempos para una reflexión en profundidad sobre el marco internacional de los derechos humanos. No obstante, es urgente y estratégico que posicionemos una reconfiguración de este desde abajo, desde los pueblos, comunidades y movimientos sociales.
Los derechos humanos en un momento crítico
El telón de fondo, el contexto del debate actual sobre los derechos
es que vivimos una ofensiva mercantilizadora a escala global, en la que las
dinámicas capitalistas, patriarcales, coloniales, autoritarias e insostenibles
se exacerban. Se instaura así un modelo donde las grandes empresas amplían
exponencialmente su poder.
Estas ponen en
cuestión la propia democracia liberal-representativa, y aspiran a un gobierno
corporativo de facto, vía privatización y/o cooptación de las instituciones
democráticas. El resultado es una progresiva destrucción de la soberanía
popular y la captura de países y territorios como si formasen parte de la
organización interna de las grandes corporaciones.En este marco, las personas se están convirtiendo en una mercancía más, y por tanto, susceptibles de ser desechadas, lo que implica situar la mercantilización de la vida en el vértice de la jerarquía de las normas jurídicas. Se agudiza de este modo la asimetría normativa que protege los derechos de las corporaciones transnacionales y el capital financiero, que cuentan con reglas de obligado cumplimiento y con tribunales privados que aplican las mismas con una eficacia absoluta. Mientras tanto, los derechos humanos se mueven entre la fragilidad de las normas internacionales, las recomendaciones de los comités encargados de su aplicación, y la impunidad de los gobiernos ante el incumplimiento de los textos de derechos humanos. Esta asimetría pone en evidencia la fractura de sus sistemas de garantía y demuestra cómo evolucionan hacia territorios de la retórica jurídica.
Por otro lado, la mercantilización viene acompañada de una gran acumulación de riqueza en muy pocas manos, frente a un gran acopio de pobreza en muchas otras. La desigualdad que el modelo genera, se maquilla con la idea de estabilidad, que aparece vinculada a la seguridad que necesitan los recursos mundiales para llegar a los países ricos y con garantizar la movilidad de los flujos financieros, pero no con la protección y seguridad de los derechos humanos.
Así, en la región fronteriza con México, los empresarios y propietarios estadounidenses exigen la libre circulación de mercancías para evitar supuestas pérdidas millonarias, mientras que el presidente Trump autoriza disparar contra los migrantes que crucen ilegalmente
En definitiva, los derechos humanos se van vaciando como categoría sustantiva al perder espacio normativo frente a la mercantilización de la vida.
En otro orden de ideas, el patriarcado también marca su propia impronta sobre los derechos humanos, y, como apunta Amaia Pérez Orozco, “la vida se resuelve mediante los trabajos que no existen, realizados en los ámbitos que no son económicos y por los sujetos que no son sujetos políticos”. Es decir, el trabajo comunitario no valorado, el implementado en el interior de los hogares o los cuidados de las personas que los Estados no atienden, son algunos ejemplos de cómo se ignoran los elementos imprescindibles para el mantenimiento de la vida cotidiana. Por eso, los derechos humanos no pueden quedar hipotecados por una permanente invisibilidad de los procesos que sostienen la vida.
Por último, la relación entre los derechos y el colonialismo ha sido siempre una relación muy conflictiva. Por un lado, el discurso oficial sobre los derechos humanos ha venido acompañado de un supuesto universalismo, y por otro, se ha vinculado a la acción estatal, al mercado y al modelo de desarrollo capitalista. Todo ello, además, impuesto en muchas ocasiones desde relaciones de poder sustancialmente violentas, racistas y jerárquicas. Por eso, considerar los derechos humanos como formas de liberación y de resistencia contra la explotación de los pueblos y comunidades de los países del Sur pasa por resignificar los contenidos e instrumentos que los regulan.
Derechos humanos: desregulación, expropiación y necropolítica
El punto de partida, tal y como afirma Gonzalo Fernández, es que
“el capitalismo atraviesa un momento especialmente crítico, en el que a las
escasas expectativas de reproducción de un enorme excedente financiero se le
une la incuestionable merma física en la que opera el sistema”. Por tanto, el
capital y las empresas transnacionales se lanzan a la destrucción de toda
barrera que impida la mercantilización a escala global y, en este sentido, si
las élites quieren mantener y aumentar sus beneficios codiciosos, las prácticas
contra las personas, las comunidades y la naturaleza se extreman.
Es en este contexto donde se generan modificaciones sustanciales en
la propia categoría jurídica de los derechos humanos, que sufren una triple
reconfiguración. En primer lugar, se desregulan en función de la explotación
generalizada de las personas y de los procesos de privatización. Segundo, se
expropian en base a la acumulación por desposesión en un contexto colonial. No
podemos olvidar que la disputa por la escasez de materiales y fuentes de
energía es uno de los conflictos más graves en la crisis actual de acumulación
y de crecimiento económico. Por último, se destruyen en función de un
colonialismo/racismo extremo vinculado a la necropolítica de los seres humanos.
La
desregulación de los derechos sociales, laborales y colectivos se impone como
categoría jurídica inmutable. El trabajo informal; el trabajo infantil y
esclavo; la persona trabajadora pobre; la limitación de la acción sindical y
colectiva de trabajadores y trabajadoras; la división sexual del trabajo; y el
trabajo reproductivo realizado gratuitamente por las mujeres —que, ahora en
gran medida y de manera muy precaria, ejecutan las mujeres migrantes—, son el
espejo sobre el que se refleja parte de la realidad de los derechos humanos.Pero además de la desregulación intrínseca al neoliberalismo, también vemos como comunidades y personas son expulsadas de sus casas y de sus tierras para generar beneficios en la agroindustria, en la minería, en las petroleras, en las eléctricas, en el turismo, en las finanzas, en las constructoras, en la industria de la seguridad y la guerra, etc. Por ejemplo, la adquisición de tierras a gran escala por parte de las corporaciones transnacionales destruye las economías locales y redefine vastas extensiones de tierra como lugares para la extracción y el negocio, lo que provoca espacios desnacionalizados que expulsan a sus habitantes. A su vez, los desahucios en las ciudades europeas, por ejemplo, dejan sin hogar a quienes no pueden afrontar la codicia de los especuladores inmobiliarios.
Por otro lado, el cambio climático y la devastación de los ecosistemas empujan a miles de comunidades a abandonar sus tierras y a embarcarse en travesías del horror, lo que va consolidando una gradual “destrucción en masa” de los derechos humanos de efectos imprevisibles en el marco de una crisis sistémica global.
Finalmente la necropolítica completa el cuadro de desregulación y expulsión, apostando explícitamente por dejar morir a
Resulta muy evidente por tanto que las instituciones globales y la mayoría de los Estados no sólo están eliminando y suspendiendo derechos. También están reconfigurando quiénes son sujetos de estos, quiénes quedan fuera de la categoría de seres humanos, lo que provoca una sensación de descomposición generalizada del sistema internacional de los derechos humanos y la formalización “de facto” de sistemas racistas que establecen un orden jerárquico entre grupos étnico o raciales.
En suma, los seres humanos que no puedan consumir o producir estorban, y se convierten en desechos humanos, tal y como afirma Bauman. Además, se asesina a líderes y lideresas de los movimientos ecologistas, feministas, LGTBI, campesinos, afrodescendientes e indígenas, por encabezar respuestas en defensa de la tierra y en contra de los grandes proyectos hidroeléctricos —300 activistas asesinadas en 2017—, a la vez que se criminaliza a las defensoras de los derechos humanos y a las personas disidentes con el modelo político y económico.
En definitiva, hablar en serio de los derechos humanos conlleva ajustar los discursos vacíos a contextos donde los derechos se subordinan a los intereses del capital. En realidad, en el imaginario del discurso oficial se siguen vinculando los derechos humanos con la propiedad privada, la libertad y la seguridad de su único titular, el hombre blanco, propietario y judeo
Reconfigurar los derechos humanos “desde abajo”
Afrontar los desafíos descritos en las líneas anteriores requiere
construir espacios globales donde disputar la hegemonía a las clases
dominantes, donde rediseñar el sistema internacional de tutela de los derechos
humanos.
Muchos de los imperativos universales de los derechos humanos
conectan con la emancipación y la resistencia de los pueblos, pero otros
colisionan con otras categorías de derechos y de maneras de entender las
relaciones humanas.
Los derechos
contrahegemónicos requieren por tanto de una nueva reinterpretación que
responda a las propuestas de los movimientos sociales y comunidades en
resistencia. Así, la dignidad de los seres humanos debe quedar fuera de
visiones coloniales, patriarcales y capitalistas, asumiendo las agendas
propuestas por las organizaciones populares.Estas miradas basculan entre los derechos individuales y los colectivos, entre los derechos de la naturaleza y los derechos de las personas y comunidades, entre los valores inmanentes y transcendentes de los pueblos, y entre los nuevos “pueblos transnacionales” de migrantes y la ciudadanía nacional. También sitúan en el centro de las relaciones humanas, la sostenibilidad de la vida, los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia machista.
El feminismo, el ecologismo, el movimiento a favor de los derechos humanos y la diversidad sexual, el sindicalismo, las comunidades indígenas y afrodescendientes, el movimiento campesino, anticolonial, antirracista etc., tienen que establecer diálogos y convertirse en los protagonistas de una nueva conceptualización de los derechos humanos, que permita reapropiarse de los mismos mediante categorías alejadas de las lógicas estatales y del mercado, siempre vinculadas al realismo en las relaciones internacionales y a los intereses de los poderosos.
Los pueblos, las comunidades y los movimientos sociales buscan ser sujetos, no meros objetos de derecho. Buscan su espacio constituyente y normativo en el devenir de
Hablar en serio de los derechos humanos implica
radicalizar la democracia, defender la soberanía de los pueblos, construir
proyectos colectivos y reconfigurar nuevos espacios de contrapoder en el ámbito
local, nacional y global.
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