Las espirales del
debate sobre extractivismo
y los nuevos tiempos
11 de septiembre de 2014
Emiliano
Teran Mantovani
Hay claros indicios de que estamos frente al agotamiento de un ciclo
político en América Latina, y en el tránsito hacia otra fase que nos
enfrenta a una serie de amenazas de diferentes grados para los pueblos
de la región. Es importante destacar que los diversos procesos de lucha
social latinoamericanos suelen estar, en buena medida, atravesados por
el carácter cíclico de nuestras economías, que influye poderosamente en
las movilizaciones sociales, en la legitimidad del sistema político, en
la relación entre el poder constituido y el poder constituyente, y en la
composición política del Estado en un momento determinado. Esto
evidentemente ha marcado las dinámicas de transformación de los últimos
años, y marcará las que vendrán en el futuro.
Los debates sobre extractivismo toman aún más importancia en la
actualidad debido a varias razones, de las cuales destacamos dos:
a)
Después de 10-15 años de estos procesos de transformación política,
social y cultural en la región, lo que tenemos como saldo es, junto a un
robustecimiento de nuestro carácter primario-dependiente, una gran
expansión de las fronteras extractivas, avanzando en muchas ocasiones
sobre territorios “vírgenes”, o que habían sido muy poco impactados por
la modernización capitalista. Este avance extractivista se incrusta en
nuestros territorios no sólo por la vía de infraestructuras, sino
también mediante varios acuerdos de mediano y largo plazo con empresas
transnacionales, al tiempo que se siguen explorando y negociando nuevos
enclaves de extracción, muchos de ellos de fuentes no convencionales.
Si mapeáramos los diversos proyectos de explotación de la naturaleza en
los países latinoamericanos, podríamos advertir con gran preocupación
cómo cada vez más territorio es comprometido, hipotecado y/o ocupado por
la lógica de despojo y depredación del capital,
tanto si hablamos de gobiernos francamente neoliberales (donde destacan
Colombia [1] [2], Perú [1] [2] y México), hasta llegar a los denominados
“progresistas” (como por ejemplo los casos de Ecuador [1] [2] [3],
Bolivia y Venezuela [1] [2]).
Ya
se ha subrayado en otros momentos las crecientes consecuencias
económicas, ambientales, políticas, geopolíticas, sociales y culturales
de profundizar el carácter extractivista de nuestros modelos de
sociedad.
b)
Al
parecer, una segunda fase del nuevo extractivismo (neoextractivismo) en
América Latina se configura entonces sobre la base del desgaste,
ralentización y estancamiento de los procesos de transformación
recientes en la región, con una tendencia progresiva a la mutación del
perfil social reivindicativo que han tenido buena parte de los gobiernos
latinoamericanos en los últimos años, hacia formas híbridas y más
complejas de acumulación por desposesión ‒esto es, lo que hemos llamado
el «neoliberalismo mutante»‒,
que podrían apuntar a políticas más crudas, ortodoxas y explícitas de
neoliberalismo. Un “cambio de época” como este para América Latina,
supondría que los dispositivos de dominación que se desprenden del
extractivismo sería más tenaces y agudos. (...)
2) Extractivismo, soberanías y neoliberalismo mutante
La
muy promovida socióloga peruana Mónica Bruckmann afirma que: El acceso,
la gestión y la apropiación de los recursos naturales abre un amplio
campo de intereses en conflicto en América Latina, evidenciando, por lo
menos, dos proyectos en choque: la afirmación de la soberanía como base
para el desarrollo nacional e integración regional y, por otro lado, la
reorganización de los intereses hegemónicos de Estados Unidos en el
continente que encuentra en los tratados bilaterales de libre comercio
uno de sus principales instrumentos para debilitar el primero [4] .
Es
importante resaltar que una disputa fundamental que se desarrolla en
torno al debate del extractivismo es la que tiene que ver con la
soberanía, la cual parece ser entendida casi unánimemente como un
problema de Estados-nación o sistemas interestatales.
Esto oculta otros actores ‒en realidad los actores constituyentes de los
procesos políticos‒ y los territorios que están en disputa tanto contra
el capital, como contra el Estado, para evitar procesos de explotación y
despojo, y la imposición de proyectos extractivos.
Sobre la base de una diferenciación política regional y una
reivindicación de las soberanías popular-territoriales, proponemos no
dos, sino cuatro proyectos en disputa en América Latina, que marcarán
nuestra dinámica geopolítica en los próximos años. Esta propuesta por
supuesto no es rígida, sino que dichos proyectos son porosos,
agrietados, se pueden solapar, en cierta forma articularse, o bien
coexistir, negociar, o disputarse unos con otros en un espacio político
determinado, que puede ser incluso un mismo país. Son, como ya hemos
dicho, hipótesis de trabajo:
· El
Uribismo como proyecto regional : se trata de un proyecto neoliberal
delincuencial y paramilitar, orientado a un extractivismo expansivo,
abierto y flexible al capital transnacional, con esquemas de acumulación
franca y abiertamente antipopulares, que opera bajo la égida de los
Estados Unidos y que gira en torno a la «Alianza del Pacífico». Los
Estados de México y Colombia son dos claros.
· El
Lulismo : es un proyecto corporativo/extractivista en franca expansión,
de perfil mixto (Estado y empresas TNs) que puede distribuir de una
forma un poco más justa la renta de la tierra captada
internacionalmente, pero que ejerce procesos sostenidos de despojo y
mecanismos de acumulación de capital híbridos (neoliberalismo mutante).
En la medida en la que el ciclo expansivo de los commodities comience a
contraerse, estos procesos de acumulación por desposesión se proyectan a
agudizarse. Su alianza geopolítica gira en torno a los emergentes,
principalmente China, y se orientaría en torno a la unión UNASUR-MERCOSUR.
Brasil tiene franca influencia en este proyecto regional.
· El
Socialismo del siglo XXI : tiene rasgos programáticos que proponen
generar algunas transformaciones profundas y mayores reivindicaciones
populares primordialmente desde el Estado, con vínculos con movimientos
sociales, y que tienen como base material primordialmente la renta
internacional de la tierra, planteando una expansión del modelo
extractivista. Sus alianzas giran primordialmente hacia los emergentes,
principalmente China y Brasil, y los proyectos ALBA, PetroCaribe y
Unasur-Mercosur. Este proyecto se encuentra en franco retroceso, al
menos en sus aspectos más radicales, decoloniales y anticapitalistas, y
puede mutar o interrumpirse para tomar formas “lulistas” o “uribistas”.
Aún mantiene una fuerza electoral importante.
· Un proyecto popular pluricomunista a escala regional : se trata de un proyecto multiterritorial, pluricultural, alternativo, nivelador, contrahegemónico, con rasgos nuestroamericanos fuertes. Lucha en general en torno a la defensa del territorio y de los bienes comunes, como una fuerza de resistencia antidespojo, pero que al mismo tiempo busca reconfigurar su realidad territorial alrededor de lo común. Lamentablemente, y a pesar de la difusión de un imaginario latinoamericanista, son luchas normalmente atomizadas y poco articuladas unas con las otras en términos regionales, a pesar de algunos esfuerzos que resaltan en los últimos años.
Hay
sobre estas interpretaciones que hemos propuesto,
un factor clave en
el debate sobre extractivismo, que tiene que ver con la importante
distinción entre lo común, lo público y lo privado.
La defensa de lo común, de nuestros comunes, se vuelve imperiosa ante el
avance permanente de la acumulación por desposesión, sobre todo tomando
en cuenta que tres de los cuatro proyectos en disputa mencionados, con
sus diferencias, se proponen expandir el modelo y las fronteras del
extractivismo. De la emergencia
epistemológica de lo común se desprenden toda una serie de ideas no sólo
sobre nuevas subjetividades y premisas ontológicas, así como diferentes
formas de resistencias desde el territorio, sino incluso algunas bases
para pensar transiciones post-extractivistas y post-capitalistas en las
cuales los pueblos ejerzan un tipo de gobernanza y tengan una soberanía
directa por medio de formas de autogobierno y autogestión sobre sus
territorios y bienes comunes.
Podemos, en efecto, evaluar el papel del Estado, tratando de salvar un teórico nexo fundamental y productivo entre lo común y lo público, sobre todo en los gobiernos denominados “progresistas”. UNASUR se ha propuesto crear el Instituto de Altos Estudios de la unión, alrededor del cual ya giran algunas intelectualidades como Theotonio Dos Santos y Mónica Bruckmann, que sostienen que esta “ afirmación de la soberanía” nacional se da sobre la base de estados fuertes que a partir de sus “recursos naturales”, planifican su uso sustentable para el provecho de la mayoría de los actores sociales [5] . El “desarrollo nacional” se alcanzaría ahora por la vía de una industrialización de la naturaleza.
Sin
embargo, y sin poder profundizar mucho más sobre las apreciaciones de
los teóricos de la UNASUR, es importante resaltar lo profundamente
problemático que es el supuesto vínculo “progresivo” entre nacionalismo
energético y la defensa de los comunes (en términos de mantener la
soberanía de los pueblos en sus territorios y conservar la naturaleza de
la degradación expansiva), y más bien consideramos fundamental demarcar
claramente la diferencia entre el ámbito de lo común y el de lo público. Esto es
así por dos razones.
-
La primera es que la intensificación progresiva del extractivismo y la lógica desarrollista en América Latina están en profunda relación con la paulatina distensión de los vínculos que los gobiernos en esta era de perfil “progresista”, han tenido con los movimientos populares que los llevaron al poder, y le dieron sentido a su proyecto político; están también en relación con la pérdida de la composición radical que ha tenido este “bloque político del descontento” y el retroceso de las prácticas alternativas que han dado vida al impulso transformador de los proyectos de estos gobiernos; y a su vez con la progresiva desmovilización de los pueblos y la burocratización de dichos procesos de cambio social. A estas alturas creemos que es evidente que los Estados de orientación popular y progresista han podido hacer más de lo que finalmente han hecho, en términos de iniciar transiciones post-extractivistas; y el hecho de lesionar los vínculos con sus bases populares organizadas, debido al no reconocimiento de que la fuerza constitutiva de estos proyectos de cambio profundo está en ella, ha traído consecuencias, evidentes en la situación de estancamiento político que se vive actualmente en la región.
-
La segunda razón tiene que ver con las enormes presiones que ejerce la crisis del sistema capitalista mundial sobre los Estados, principalmente los periféricos o los del Sur Global, para que tengan un carácter político y administrativo cada vez más flexible y abierto a los flujos del mercado, lo que a su vez provoca una gran presión de los Estados sobre los territorios, en busca de procesos de acumulación por desposesión. De ahí las preocupaciones de Eduardo Gudynas sobre el anclaje del progresismo con la globalización [6] .
La UNASUR
se propone mapear todos los recursos naturales de la región mediante el
Servicio Geológico Suramericano (SGSA), insertarse de una manera
repotenciada al mercado global capitalista ‒aquí no se habla en ningún sentido de post-desarrollismo,
post-extractivismo, ni mucho menos post-capitalismo‒,
así como impulsar toda una red de infraestructuras territoriales para la
integración multimodal: ferrovías, hidrovías, carreteras, puertos y
aeropuertos [7] , bajo la lógica del COSIPLAN (antiguo IIRSA). Los
peligros de que la hibridación que impulsan las formas mutantes del
neoliberalismo, por las diversas razones antes mencionadas, termine
configurando una política masiva de acumulación por desposesión son
muchos. La profundización del extractivismo, con sus crecientes
necesidades expansivas de flujos de capital y de conexiones globalizadas
abre aún más estos riesgos.
¿Cómo
seguir las pistas de este proceso? Tal vez preguntándonos: ¿hacia dónde
están apuntando actualmente las políticas estatales respecto al enfoque
del rendimiento económico en las exportaciones directas; a la actitud
ante la apertura a la inversión extranjera directa y la inserción en el
mercado mundial; al tipo de trato y relacionamiento interno que se da
con los inversionistas extranjeros; a las políticas cambiarias; al tipo
de ejercicio soberano que pone en práctica el Estado ante los grandes
capitales respecto a sus “recursos naturales”; a la manera cómo
intermedia respecto al acceso popular a los bienes comunes para la vida;
a la manera cómo estructura los procesos redistributivos domésticos y la
composición de quiénes son los sectores más favorecidos por estos; a
cómo opera y qué alcance tiene la voluntad de protección que posee el
Estado ante los sectores históricamente excluidos de la sociedad? [8]
3) Extractivismo, «capitalismo delincuencial» y guerra mundial por los
recursos
El
impresionante despliegue de diversas formas de violencia y guerras a lo
largo y ancho del planeta en la actualidad, hacen parte, o se encadenan,
a un mismo conflicto geopolítico de orden global, que responde no sólo a
la propia crisis mundial del sistema capitalista, sino a una guerra por
los llamados “recursos”, que determina la hegemonía o la supervivencia,
siendo uno de sus objetivos centrales el control del territorio. En este
sentido, no sólo hablamos de una progresiva ampliación de la
militarización de los territorios, sean de origen estatal o formas
privadas paraestatales; del establecimiento de mecanismos policiales de
represión y satanización social de la protesta ‒todos
podemos ser potenciales sospechosos de “terrorismo”‒; sino también de la forma en la que la
política tradicional se ha articulado creciente y alarmantemente con
formas delincuenciales instituidas y en expansión; de cómo las disputas
y soberanías territoriales que desbordan a los Estados son afrontadas
por complejas corporaciones mafiosas transnacionalizadas que tienen cada
vez más incidencia en estas dinámicas de poder y dominación del espacio
geográfico.
Como ya lo hemos expuesto en otro momento, el modelo de acumulación de capital en el siglo XXI va tomando la forma de un capitalismo delincuencial, como lo ha planteado Ana Esther Ceceña. Dispositivos como estos en México y Centroamérica, Colombia y muy evidente en tiempos recientes en Venezuela, Brasil y en muchos territorios de toda la región, dan cuenta de una estrategia sumamente preocupante, que podría apuntar a una intensificación de la relación entre extractivismo y violencia, apuntando a la expansión de formas de extractivismo delincuencial, o bien de delincuencia extractiva articulada a redes más amplias de poder.
Estas tendencias suponen que la crítica al extractivismo no se dirigiría únicamente al poder de los Estados y las compañías transnacionales, sino a todo un entramado corporativo profundamente mafioso que puede reconfigurar la forma tradicional como se constituyen las correlaciones de fuerza y las disputas políticas en las luchas territoriales. Creemos que es importante analizar bien esta situación, y preguntarnos qué supone este escenario de feudalización mafiosa en la resistencia de los pueblos ante el extractivismo.
4) Ciudades y extractivismo urbano
El grueso
de los debates sobre extractivismo ha centrado, con toda justificación,
su mira geográfica en áreas rurales y semi-rurales, zonas campesinas,
territorios indígenas, así como áreas de reserva natural.
Sin embargo, y
como hemos propuesto, es necesario reconocer el proceso metabólico transterritorial del extractivismo; esto es, que los rasgos más
intensivos de este proceso se reproducen en las ciudades; que la
conformación y/o expansión de un enclave urbano, de la masificación de
los «modos de vida imperial», suponen al mismo tiempo la implantación
y/o extensión de las «zonas de sacrificio» que sostienen ese
“desarrollo”, sea de forma directa, por la vía de “importar” de manera
creciente bienes comunes como agua, cultivos, entre otros; o
primordialmente de forma indirecta por la vía de la intermediación del
capital: su transformación en dinero, que retorna al Estado en forma de
renta o ingresos transferidos como petrodólares y luego se distribuye
para la modernización. En la medida en la que este patrón de poder se
ejerce metabólicamente, entonces este proceso sólo podrá ser trascendido
metabólicamente.
Ahora
bien,
lo que se suma a esta importancia de un análisis transterritorial
del extractivismo, es el impacto de las transformaciones
socio-espaciales que se han dado en América Latina en los últimos 15
años. La oleada de modernización en la región que se sigue del boom de
los commodities a partir de la década de 2000, tiene un correlato
directo con la expansión cuantitativa y cualitativa de los enclaves
urbanos en nuestros países. Esto a su vez, hace que la incidencia
política, económica, social y cultural de la cuestión urbana se haga aún
más compleja y problemática de lo que ya era.
Si
revisamos los últimos años vemos que buena parte de las movilizaciones
políticas determinantes fueron de origen urbano: por ejemplo las
movilizaciones por las tarifas del transporte público en São Paulo del
año pasado y en general las protestas contra el mundial en Brasil en
este año; movimientos estudiantiles en Chile y Colombia, así como el
movimiento «Yo soy 132» en México; los diversos saqueos por el conflicto
policial en distintas provincias en Argentina en 2013; y las diversas
manifestaciones, con una fuerte carga contrainsurgente, en Venezuela en
2014.
En este sentido, la territorialidad urbana, tanto como fenómeno
particular de un sistema extractivista, como un objeto esencial de
políticas post-extractivistas, toma una importancia completamente
fundamental. Piénsese en qué suponen los debates sobre extractivismo en
una Venezuela que tiene casi 90% de la población viviendo en ciudades.
Es esencial pues, comunicar y conectar espacios que aparecen
desvinculados, luchas que parecen divorciadas
‒la
lucha contra el extractivismo y la lucha por el derecho a la ciudad‒, no
sólo porque la explotación del trabajo en las zonas urbanas, tiene su
base material en la extracción masiva de naturaleza en el campo, sino
también porque en este período neoliberal, de predominio de la
acumulación por desposesión, las operaciones de extracción (S. Mezzadra)
también se producen en las ciudades. Más allá de la explotación social
del trabajo, el «extractivismo urbano» (E. Viale) [9] apunta también a
la desposesión social de bienes comunes en las urbes, como lo vemos
permanentemente en numerosas ciudades de América Latina, y de manera muy
grosera y reciente en la Brasil del Mundial de Futbol [10] . Esta es una
faceta del extractivismo sobre la que creemos hay que profundizar.
5) Extractivismo y el papel de China en América Latina
El avance
de China en el mundo, y su vertiginoso posicionamiento en América
Latina, que comienza a expandirse desde la década de 2000, ha abierto el
debate sobre el papel geopolítico que tiene esta “potencia emergente”
respecto a procesos soberanos y de “liberación” de los países de la
región. Las dramáticas huellas que ha dejado y sigue dejando el
imperialismo estadounidense en la historia latinoamericana, ha provocado
una especie de justificación para que algunos países se cobijen
cálidamente en los robustos brazos del gigante asiático.
Para Mónica Bruckmann, China retomaría el espíritu de Bandung de 1955 [11] ‒un espíritu anticolonial y de movimiento de países no alineados‒ y junto a la emergencia de los BRICS, abriría el camino para un proyecto de coexistencia global que nos llevará a un profundo cambio de paradigmas: del «choque de civilizaciones» hacia un nuevo enfoque de «alianza de civilizaciones» [12] . El propio presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, del país que tiene los nexos relativos más estrechos con China en toda la región, ha dicho que “por primera vez en la humanidad surge una nueva potencia no imperialista, ya eso es mucho” [13] .
Esta matriz de opinión de una «potencia no imperialista» o de la
formación de un imperialismo amable, oculta cuatro factores
fundamentales:
a) no es posible ser una potencia en el sistema capitalista sin impulsar
procesos de explotación y despojo a escala mundial, dado que el carácter
intrínseco del capital es de naturaleza polarizante; b) la crisis
sistémica global del capitalismo tensiona cada vez más a que los
capitales mundiales hegemónicos (como los chinos) masifiquen formas de
acumulación por desposesión ‒de ahí el carácter “correctivo” del
neoliberalismo‒; c) el imperialismo no sólo opera por la vía militar,
sino que cuenta con un muy diverso y sofisticado aparato biopolítico para
garantizar sus procesos de control territorial y acumulación
capitalista, incluyendo claro está el capital financiero [14] ; y d)
habría que no sólo recordar los procesos de acumulación por desposesión
que se dieron en la propia China, sus esquemas políticos domésticos, sus
formas de externalización de costos sobre la naturaleza, que impulsaron
el muy notorio crecimiento de su economía desde los 90; sino también los
actuales mecanismos geopolíticos de posicionamiento de sus capitales a
lo largo y ancho del mundo, para tener una idea de cómo opera la
reproducción de esta potencia capitalista en auge, y si es posible que
sea considerada un amable naciente imperio.
La
repotenciación del extractivismo en América Latina tiene también la
marca de China. La presión que ha ejercido el gigante asiático
dirigiendo sus inversiones en muy buena medida hacia la extracción de
materias primas, atenazándonos por la vía financiera, posicionando sus
mercancías en nuestros vulnerables mercados [15] , y disputándose
nuestros territorios geopolíticamente, ha tenido una poderosa influencia
en las nuevas dimensiones de los sistemas y metabolismos extractivos de
la región. El problema no es sólo con quiénes generamos alianzas
estratégicas, sino tal vez primordialmente qué tipo de alianzas y bajo
qué modelos las hacemos. Probablemente esta visión romantizada de
algunos sobre nuestra relación con China sea, con el tiempo, cada vez
más difícil de sostener.
6) Persiste el falso dilema desarrollo-ambiente
Un
argumento que sigue teniendo fuerza para desacreditar la crítica al
extractivismo es la supuesta oposición entre “desarrollo” y “ambiente”.
Por supuesto, la forma como son presentadas estas dos variables, de
manera cosificada y trascendental, oculta un patrón de poder biosocial.
Lo que aparece como un problema de orden temporal ‒“en América Latina debemos llegar al estadio
superior del desarrollo”‒, y que supondría un inevitable sacrificio de la naturaleza para
alcanzar tan “ansiada” meta es, en términos de dominación geopolítica,
un problema de orden geográfico.
La depredación sostenida del ambiente se justifica en el sentido de decir que se trata de una reivindicación de progreso para la gente en detrimento de la naturaleza, pero eso que se ha instrumentalizado como “ambiente”, en realidad es una relación ecosistémica de vida que además de “naturaleza”, implica al mismo tiempo la existencia de tierra y territorio. Por eso, en este proceso de dominación geográfica no sólo hay una degradación de biodiversidad, sino que también está involucrada una desterritorialización social que supone que la gente que habita esas áreas sufre los despojos que hacen posible el desarrollo, pierden el suelo que pisan, el agua y los frutos de la tierra de los que se abastecen directamente, y esto es algo que el ideal del progreso siempre ha querido ocultar.
En verdad no se trata de que la gente se enriquece en detrimento de un
empobrecimiento de la naturaleza. La real polarización no es la de
“desarrollo-ambiente”, sino una polarización colonial constitutiva que
rige la División Internacional del Trabajo y la Naturaleza, y la
división social y racial del trabajo (A. Quijano).
Cuando hablamos de una dominación de orden geográfico, nos referimos a
cómo el capital controla, administra y/o coopta el proceso metabólico de
un territorio, que implica la síntesis indivisible de devastación
ambiental y polarización social, en beneficio de una coalición de
oligarquías globalizadas que por supuesto genera utilidades a las élites
nacionales y a las burocracias de nuestros Estados extractivistas. Esta
es la verdadera polarización a la que hay que atender. Así que el
extractivismo, aunque prometa y prometa riqueza y desarrollo, siempre
generará gente que se empobrece.
A esto hay que
agregarle algo. El desarrollo de los capitalismo extractivos convierte a
la naturaleza en renta, en dinero captado internacionalmente ‒algunos
dicen que es la riqueza de las naciones‒, y el dinero capitalista es un
mecanismo de dominación porque, entre otras cosas, genera una
intermediación, que resaltamos en dos sentidos:
a) configura una nueva territorialidad que gira en torno al mercado
mundial, en el cual se va destruyendo o cooptando el vínculo directo que
hay entre el trabajo, el territorio y el acceso a los bienes comunes, lo
que obliga a la gente a requerir de la intermediación del dinero para
acceder al consumo (que generalmente compra naturalezas procesadas de
los despojos de otras partes del mundo); y b) en términos del
sistema-mundo, la conversión de los bienes comunes territoriales en
dinero, hace que la riqueza fluya acorde a los inmensamente desiguales
mecanismos de distribución y transferencia de capital a nivel mundial
[16] . El nivel máximo de este proceso internacional de despojo es la
crisis de la deuda externa. En ambos sentidos de la intermediación,
resalta la relación entre pobreza y dependencia. El extractivismo es un
problema económico porque es un problema ecológico y geográfico también.
7) Extractivismo y producción de subjetividad
Poco se
trabaja la dimensión cultural del extractivismo, el impacto que tienen
estos sistemas, sus modelos políticos, en la producción de subjetividad.
Venezuela es un buen ejemplo de cómo en la medida en la que el
metabolismo biosocial de todo un país está más determinado por el
extractivismo, éste genera fuerzas muy influyentes en la producción de
subjetividad, que incluso, como ha pasado en la Revolución Bolivariana,
atentan contra los cambios de modelo y los procesos de transformación.
El antropólogo venezolano Rodolfo Quintero había nombrado desde principios de los años 70 a este proceso de producción de subjetividad en la Venezuela petrolera, la «cultural del petróleo», para hacer referencia a los diversos recursos materiales e inmateriales que producían este patrón de vida que “crea una filosofía de la vida para adecuar la población conquistada a la condición de fuente productora de materias primas” [17] . A partir de ahí muy poco se ha trabajado esta importante relación en la literatura política del país.
Desde
este análisis metabólico que proponemos, un lugar común como la idea de
que para superar nuestros principales males sociales hay que impartir
una mejor educación, debe ser problematizada. Si se generaran tales
procesos “educativos”, manteniéndose todos los procesos metabólicos
propios de los capitalismos extractivos, que reproducen las formas
culturales de estas subjetivaciones rentistas, difícilmente se podrían
alcanzar tales objetivos ‒nuevamente,
Venezuela es un buen ejemplo de ello‒. Por citar un ejemplo,
los fenómenos de reprimarización de las
economías latinoamericanas, producto de la abundante captación de la
renta internacional de la tierra desde mediados de la década de 2000,
con sus efectos perniciosos sobre los factores productivos, sobre el
ensanchamiento artificial de los mercados internos por la vía de las
importaciones, están en profunda relación con la necesidad de
redimensionar este tipo de subjetivación cultural rentista. Se trata de
un requerimiento metabólico de estos modos de acumulación extractivos
respecto al ámbito cultural, que tiene sus modalidades territoriales en
las zonas de los proyectos extractivos ‒en
contra de culturas campesinas ancestrales, de pueblos indígenas‒, y en los complejos enclaves urbanos.
Los
signos de un cambio de época en América Latina, los peligros de procesos
masivos de despojo territoriales y degradación de la naturaleza en la
región, y el impulso de teorías ad hoc para justificar la expansión del
extractivismo, hace de estos debates espacios necesarios para el diálogo
y la reflexión, en pro no sólo de insistir en la creación de caminos
alternativos, sino de defender los comunes. Lo único que nos queda.
Emiliano Teran Mantovani es
investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos –
CELARG.La Paz, septiembre de 2014
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