06 de ENERO de 2014
HAMBRE DE PAN… DE VERDAD
Y DE RESPETO
(…)Como grupo humano y
activista movido por fuertes motivaciones sociales y especialmente
morales, como Grupo de Reflexión Rural de la República Argentina
que se propone generar nuevos pensamientos, proponemos que la Iglesia, y
particularmente el Vaticano, establezca los debates necesarios acerca de cómo
combatir el hambre en el mundo a partir del pensamiento inspirado de Francisco,
pero recomendaríamos que esos debates sean encarados a partir de análisis
críticos sobre las causas sistémicas que lo generan, y que se eviten las
miradas urbanas y superficiales, cuando no meramente académicas, que son las
que pareciera, suelen primar cada vez que el tema sale a debate.
Comencemos
reconociendo que, en el mundo globalizado, los alimentos que el hombre necesita
para vivir y desarrollarse han devenido en francas mercancías. Su producción y
comercialización corresponden cada vez más, a gigantescas empresas guiadas tan
sólo por el lucro y la ganancia que han terminado apoderándose de la mesa
familiar y de todo lo que comemos. La antigua capacidad de cada uno de
proveer a su propia alimentación ha sido gradualmente reemplazada por entidades
e instituciones encargadas de “dar
de comer”. Así, de esa
manera, lo que en el mandato bíblico pudo ser una situación absolutamente
excepcional, se ha convertido en atribuciones propias del mercado, cuando no
también, de los mismos gobernantes que utilizan esta capacidad del Estado de
dar de comer para generar políticas que asistencializan e invalidan a los
necesitados y les expropian el poder que tuvieran alguna vez, cuando
fueron autónomos en proveer a su propia alimentación o a una parte
significativa de ella.
Esos
alimentos mercancías son hoy gracias a las empresas corporativas que guían los
mercados, objetos de procesos de escala gigantesca. A la producción
masiva de animales en encierro, sometidos a una crueldad funcional inaudita, se
le suma la alimentación con balanceados industriales y el uso intensivo de
fármacos, hormonas y antibióticos de todo tipo, de tal manera que, más que
alimentarnos terminan enfermando a quiénes los consumen. Lo mismo ocurre con
los cereales, con las legumbres y en general con todos los frutos de la tierra producidos
ahora, en escala industrial y abrumadora mediante brutales procesos de
agriculturización que deterioran y envenenan los suelos con ingentes cantidades
de agrotóxicos. Este sistema es guiado por visiones cada vez más tecnocráticas,
con fertilizantes químicos y semillas genéticamente modificadas. Que el hambre
en el mundo no vuelva a ser excusa para alimentar nuevamente desde estrados
académico religiosos el hambre insaciable de ganancias de los nuevos poderes
corporativos Biotecnológicos…
Creemos,
asimismo, que no es propicio abordar el tema del hambre comenzando con
ilustraciones sobre las nefastas consecuencias del consumo desproporcionado de
comida en algunos lugares del Planeta en que la norma sería la disipación y el
desenfreno. Esa mirada a fuer de sesgada y urbana, pone siempre el énfasis en
el desperdicio en destino e ignora o invisibiliza los modos de producir y los
desperdicios en origen. Y con esto nos referimos a la ruralidad en desmedro de
cosmovisiones urbano fabriles cada vez más hegemónicas. Una perspectiva
semejante basada en los desperdicios, más allá de que aquellas situaciones de
hiperconsumismo impliquen explícitas profanaciones y desprecio por los seres
humanos y por el trabajo del hombre en general, podrían colaborar a sugerir soluciones
a partir de mejores distribuciones de
las mercancías producidas por los grandes conglomerados corporativos.
Estamos convencidos
de que esa mejor distribución, aún de poderse lograr, tampoco solucionaría el
problema del hambre y de la desnutrición que enfrenta la humanidad. El crimen
del mundo globalizado es la industrialización masiva de alimentos, su
creciente encarecimiento, el que obligue a la ingesta inexorable de comida
chatarra, el que conduzca a la apropiación de las materias primas y de los
territorios, al uso generalizado de publicidad y de packaging suntuario, y al
concepto de valor agregado, cuando en definitiva, lo que se agrega son
solamente costos y precios por gastos de energía y enormes traslados que, al
fin y al cabo, sólo garantizan la monopolización de la producción de alimentos
en manos de la agroindustria, pero nunca una mayor calidad nutricional ni
ecológica.
Por
todo ello, pensamos que será consecuente con nuestras creencias religiosas y o
sociales, tanto como con nuestros intereses de poder comer alimentos sanos
y nutritivos, si en el debate de la Iglesia, y de Caritas particularmente, se
encara a los alimentos como productos de la Cultura, frutos del trabajo y de la
correspondencia humana con el mundo natural que, en definitiva, refiere al
milagro de la Creación.
Así entendido, salta a la luz que hasta aquellos que tienen
más dinero para consumir e inclusive, que pueden permitirse desaprovechar los
alimentos que compran en exceso, guiándose por las publicidades y el afán de consumir
y que eligen por las marcas aquellos alimentos industrializados que proveen los
supermercados suelen sufrir, también, las epidemias modernas propias del
consumismo y de la ingesta de comida chatarra.
Nos parece
importante enfatizar que las miradas que se aferran a las consecuencias
inmediatas y que desconocen las causas profundas del hambre en el mundo,
como aquellas otras que se engañan creyendo que la incorporación de tecnologías
que prometen aumentar al infinito las actuales producciones, podrían
resolver el problema, resultan ser, a corto plazo, absolutamente funcionales al
sistema implantado y no hacen sino agravar la situación de aguda desprotección
y vulnerabilidad alimentaria en que permanece sumergida gran parte de la
población del Planeta.
Recordemos
el modo en que Caritas Argentina respondió a la angustiante hambruna vivida en
el país a partir de la debacle económica de finales del año 2001. Luego del
saqueo de los supermercados, y cuando el hambre era un fantasma que
recorría insomne las periferias urbanas de indigencia, en los comedores
de Caritas Argentina se distribuía como alimento para los pobres y desesperados
la misma soja transgénica que se exportaba para los cerdos de China y de
Europa. ¡Qué paradoja tan siniestra aquella! Esa misma soja que necesitada de
territorios vacíos, que forzó los desplazamientos indígenas y campesinos, que
contribuyó a su pobreza, a su hambre y a su dependencia de políticas
asistenciales, se distribuía entonces entre ellos, como único alimento… Y se distribuyó,
además, de manera porfiada por años y bajo justificaciones caritativas, pese a
que públicamente numerosas voces incluso oficiales, denunciaran la indiscutida
peligrosidad de la ingesta de Soja, especialmente por parte de menores, de
embarazadas, de ancianos y de sujetos con defensas disminuidas, como los
enfermos.
Esas
bolsas de soja GM las donaban los productores agrarios para apagar las
llamas del desorden social, pero ocurría que, era la misma soja causante de la
catástrofe que se vivía, tanto del desempleo masivo en la agricultura, cuanto
del despoblamiento de enormes sectores rurales obligados a emigrar a los
cordones urbanos de extrema pobreza. Ese daño no solo no ha sido
revisado, sino que permanece en la oscuridad de lo que no se menciona, de lo
que se prefiere olvidar... Pero no es barriendo bajo la alfombra lo que nos
avergüenza el modo en que podremos aportar a resolver el hambre en el
mundo. Todo lo contrario, el silencio sobre aquellas actividades benéficas que
daban por cierto que los OGM podrían ser una comida válida para los pobres y
hambrientos de la Argentina en estado de emergencia, se encuentra avalada
todavía por prominentes miembros de las Academias Pontificias que,
lamentablemente, están convencidos, pese a las repetidas evidencias de lo
contrario, de que las propuestas de la ciencia empresarial y de las
Corporaciones Biotecnológicas, podrían resolver los problemas alimentarios de
la Humanidad.
Para aclarar nuestra
reflexión sobre cómo encarar el debate del hambre, proponemos indagar
críticamente al libre comercio y a la creciente especulación financiera sobre el
precio de los alimentos, así como a la aparición de fondos buitres en las
Bolsas de Cereales y comodities, que desvirtúan terriblemente el poder de
compra de los países periféricos. Deberíamos considerar los riesgos a que nos
someten las Corporaciones Biotecnológicas con los OGM nunca suficientemente
investigados.
Nos debemos un debate acerca de la actual agricultura química adicta al derroche de
agua y de petróleo, al patentamiento de las semillas, al acaparamiento
empresarial de tierras o landgrabbing, la especulación de mercado y
al rol de las instituciones transnacionales como las causas del hambre y de otras tales
como el éxodo a las periferias urbanas y la megalopolización compulsiva del
planeta. No quedan fuera de estas consecuencias, el tráfico de seres
humanos, las epidemias de obesidad y otras enfermedades propias del llamado
Progreso, la aceptación generalizada de la explotación humana sobre otros humanos
y el imperio de la diversidad sobre la certeza de cuanto nos es común como
seres humanos. Y para concluir esta penosa lista de situaciones atroces y como
si no bastara con lo expuesto, se suma el Cambio Climático y la devastación
creciente de la Naturaleza por parte de las Corporaciones transnacionales...
Debemos volver a sistemas de agricultura natural,
debemos revisar de manera radical los criterios de urbanización así como
contemplar el retorno de las sociedades a una necesaria ruralidad como camino para
la recuperación de lo humano con arraigo a la tierra, a una Cultura con
mayúscula y a la producción de alimentos sanos. Necesitamos repoblar los
campos con familias y multiplicar los mercados de cercanías, mercados dónde no
exista un descarte que no sea inmediatamente reciclado de manera
ecológica, mercados a granel y sin packaging, y en un mundo dónde el petróleo
se termina o encarece, sin cadenas de frío, largos costosos transportes, ni
mayores gastos energéticos. Necesitamos que cada ser humano recupere su
capacidad e inventiva para producir al menos una parte mínima de lo que
consume, que podamos recuperar los patrimonios culturales, tanto como las
antiguas tradiciones culinarias y las especies alimentarias autóctonas,
que podamos rescatar los herbarios medicinales y las semillas locales. Debemos
lograr que la Agricultura y los alimentos salgan de la OMC. y dejen de ser
mercancías para la especulación... Leer
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