Otra economía
para otra civilización
para otra civilización
Julio-septiembre de
2013
Por Alberto Acosta*
Cualquier cosa que
sea contraria a la Naturaleza
lo es también a la
razón, y cualquier cosa que sea
contraria a la razón
es absurda. Baruch
de Spinoza (1632-1677)
Dejemos sentado desde el inicio que no hay alternativa alguna dentro
del capitalismo. Son inviables opciones dignas en una civilización en
esencia depredadora y explotadora que «vive de sofocar a la vida y al
mundo de la vida». La Humanidad, entonces, tiene que superar tal
civilización, que además está en crisis. Y no se puede esperar que
ésta
abra la puerta a los cambios; ellos deben ser construidos e impulsados
como parte de una acción política preconcebida que se aproveche de la
crisis del capitalismo. En ese sentido, es muy importante estar atentos
a aquellos elementos que configuran la esencia civilizatoria de ese
sistema, para no insistir en ellos y dar paso, dentro de él, a la
construcción de una alternativa. La salida del capitalismo se
cristalizará incluso arrastrando, inicialmente, algunas de sus taras
propias. Pero eso no es suficiente. Hay que transitar del actual
antropocentrismo al sociobiocentrismo. Lo anterior exige un proceso de
mutación sostenido y plural, como requisito fundamental para llevar a
cabo una gran transformación civilizatoria. La tarea es organizar la
sociedad y la economía asegurando la integridad de los procesos de la
naturaleza, garantizando los diversos flujos de energía y de otros
materiales en la biosfera, sin dejar de preservar la biodiversidad del
planeta. Por lo tanto, no se trata de continuar por la senda del
tradicional progreso en su deriva productivista y del desarrollo como
dirección única, sobre todo en su visión mecanicista de crecimiento
económico, en sus múltiples sinónimos. Es necesario plantear caminos
diferentes, mucho más ricos en contenidos y, por cierto, más complejos
y concretos.
Elementos de una
economía solidaria y sustentable
Cuando se acepta que una economía debe sustentarse en la solidaridad y en la sustentabilidad, se busca la construcción de otro tipo de relaciones de producción, intercambio, cooperación y también de acumulación del capital y de distribución del ingreso y la riqueza. En el ámbito económico se requiere incorporar criterios de suficiencia antes que sostener la lógica de la eficiencia entendida como la acumulación material cada vez más acelerada. De ello se desprende una indispensable crítica al fetiche del crecimiento económico, que es apenas un medio, no un fin. Esto plantea también, como meta utópica, la construcción de relaciones armoniosas de la colectividad, y del individuo con la naturaleza. El objetivo final es establecer un sistema económico sobre bases comunitarias y orientadas hacia la reciprocidad, que debe ser sustentable; es decir, debe asegurar procesos que respeten los ciclos ecológicos y que puedan mantenerse en el tiempo, sin ayuda externa y sin que se produzca una escasez crítica de los recursos. Para lograr este objetivo múltiple será preciso dejar atrás paulatinamente las lógicas de devastación social y ambiental dominantes. El mayor desafío de las transiciones se encuentra en superar aquellos patrones culturales asumidos por la mayoría de la población que apuntan hacia una permanente y mayor acumulación de bienes materiales; una situación que no asegura
Cuando se acepta que una economía debe sustentarse en la solidaridad y en la sustentabilidad, se busca la construcción de otro tipo de relaciones de producción, intercambio, cooperación y también de acumulación del capital y de distribución del ingreso y la riqueza. En el ámbito económico se requiere incorporar criterios de suficiencia antes que sostener la lógica de la eficiencia entendida como la acumulación material cada vez más acelerada. De ello se desprende una indispensable crítica al fetiche del crecimiento económico, que es apenas un medio, no un fin. Esto plantea también, como meta utópica, la construcción de relaciones armoniosas de la colectividad, y del individuo con la naturaleza. El objetivo final es establecer un sistema económico sobre bases comunitarias y orientadas hacia la reciprocidad, que debe ser sustentable; es decir, debe asegurar procesos que respeten los ciclos ecológicos y que puedan mantenerse en el tiempo, sin ayuda externa y sin que se produzca una escasez crítica de los recursos. Para lograr este objetivo múltiple será preciso dejar atrás paulatinamente las lógicas de devastación social y ambiental dominantes. El mayor desafío de las transiciones se encuentra en superar aquellos patrones culturales asumidos por la mayoría de la población que apuntan hacia una permanente y mayor acumulación de bienes materiales; una situación que no asegura
necesariamente un creciente bienestar de todos los individuos y
las colectividades. No sólo hay que consumir mejor y en algunos casos
menos, sino que se debe obtener mejores resultados con menos, en
términos de mejorar la calidad de vida. Es imprescindible construir
otra lógica económica, que no radique en la ampliación constante del
consumo en función de la acumulación de capital. En consecuencia, esta
nueva propuesta tiene que consolidarse superando el consumismo, e
inclusive el productivismo, sobre bases de creciente autodependencia
comunitaria en todos los ámbitos. No se trata de minimizar la
importancia que tiene el Estado, pero sí de ubicarlo en su verdadera
dimensión, es decir, asumir sus limitaciones y repensarlo desde lo
comunitario. Subordinar el Estado al mercado implica supeditar la
sociedad a las relaciones mercantiles y al individualismo ególatra. Si
bien el mercado total no es la solución, tampoco lo es el Estado por sí
solo. Debe tenerse presente, como un aspecto medular, que no todos los
actores de la economía actúan movidos por el lucro. Y que tampoco la
burocracia estatal puede suplantar las expresiones de las comunidades,
en la medida en que ella no garantiza la participación popular en la
toma de decisiones, ni el control democrático.
Eso lleva a comprender que en una economía
solidaria, como parte de una sociedad plenamente democrática, no puede
haber formas de propiedad capitalista monopólica u oligopólica, y
tampoco puede la empresa pública o estatal totalizar la economía, al
ser considerada la forma de propiedad principal y dominante. Existen
modos distintos de propiedad y organización: cooperativas de ahorro y
crédito, de producción, de consumo, de vivienda y de servicios, así
como mutuales de diverso tipo, asociaciones de productores y
comercializadores, organizaciones comunitarias, unidades económicas
populares y empresas autogestionarias. En este universo habrá que
incorporar una gran multiplicidad de organizaciones de la sociedad
civil, que pueden acompañar una transformación que no se improvisa, e
incluso ser su base. Tal economía parte de una marcada heterogeneidad
de formas de propiedad y de producción. Desde donde se deberán ir
construyendo otras relaciones de producción y de control de la
economía. El Estado y el mercado tendrán un importante papel; este
último podría ser repensado desde la visión de una economía socialista
de mercado. El objetivo, ya desde la fase de transición, será impulsar
la satisfacción de las necesidades actuales sin comprometer las
posibilidades de las generaciones futuras.
No se trata solamente de defender
la fuerza de trabajo y de oponerse a su explotación.
Está en
juego la defensa de la vida misma.
Así, los objetivos económicos subordinados a las leyes de
funcionamiento de los sistemas naturales, deben conciliarse con el
respeto a la dignidad humana y la mejoría de la calidad de vida de las
personas, las familias y las comunidades. No puede sacrificarse la
naturaleza y su diversidad; el ser humano forma parte de ella y no
tiene derecho a dominarla, mercantilizarla, privatizarla, destruirla.
El autocentramiento en la base de las transiciones
Las transiciones,
entendidas como rutas hacia una nueva civilización, deben ser pensadas
sobre todo desde las nociones de autocentramiento. En esta
aproximación las dimensiones locales quedan muy bien situadas, lo que
supone una
estrategia de organización de la política y de la economía
construida desde abajo y desde dentro, desde lo comunitario y
solidario; donde, por ejemplo, cobran fuerza las propuestas productivas
resultantes de los barrios y las comunidades.
Adoptar esas nociones
implica tomar decisiones políticas colectivas, para lo cual debe
seguirse un camino gradual que vaya desde lo regional a lo nacional, y
luego al mercado mundial. Este empeño será mucho más fácil si se cuenta
con el respaldo del gobierno central y si hay una estrategia de
integración regional autónoma, es decir, que no esté normada por las
demandas del capital transnacional.8
El fundamento básico de la vía autocentrada es el desarrollo de las fuerzas productivas endógenas, que incluye capacidades humanas y recursos productivos locales y el correspondiente control de la acumulación y centramiento de los patrones de consumo. Todo esto debe venir acompañado por un proceso político de participación plena, de manera tal que (sobre todo en los países donde el gobierno no está sintonizado con esta visión) se construyan «contrapoderes» (económico y político) que puedan impulsar paulatinamente las transformaciones a nivel nacional. Esto implica ir gestando, desde las localidades, espacios de poder real en lo político, lo económico y lo cultural. A partir de ellos se podrán forjar los embriones de una nueva institucionalidad estatal, así como diseñar y construir una renovada lógica de mercado, en el marco de una nueva convivencia social. Estos núcleos de acción servirán de base para la estrategia colectiva que dé lugar a un proyecto de vida en común, el cual no podrá ser una visión abstracta que descuide los sujetos y las relaciones presentes al reconocerlos tal como son y no como se quiere que sean. Una propuesta de transición desde el autocentramiento —en lo económico— prioriza el mercado interno. Esto no significa volver al modelo de «sustitución de importaciones» que procuró beneficiar, y de hecho favoreció, a los capitalistas locales, con la expectativa de fomentar o fortalecer una inexistente «burguesía nacional».
En este nuevo contexto, mercado
interno quiere decir mercados heterogéneos y diversos, así como
de masas. En el último predominará el «vivir con lo nuestro y para los
nuestros», al vincular el campo con la ciudad, lo rural y lo urbano,
para desde allí evaluar las posibilidades de reinsertarse en la
economía mundial. No es posible desarrollar proyectos económicos sin
involucrar activamente a la población en su diseño y gestión. Es
necesario fomentar a la vez la creación y el fortalecimiento de
unidades de producción autogestionarias, asociativas, cooperativas o
comunitarias (desde las familias, pasando por las «microempresas» a
nivel local, hasta llegar a los proyectos regionales). Tal propuesta
exige de modo imperioso el fortalecimiento de dichos espacios
comunitarios. Así, por ejemplo, los productores agrícolas deberían
formar asociaciones que les permitan manejar temas claves de manera
conjunta, como el acceso a mercados, créditos, tecnologías,
capacitación, etcétera. Hay que crear, por igual, las condiciones para
propiciar la producción de (nuevos) bienes y servicios, sobre la base
de tecnologías adaptadas y autóctonas. Esta política debe favorecer a
empresas colectivas, familiares o incluso individuales, pero sin dar
paso al surgimiento y consolidación de estructuras oligopólicas y menos aún monopólicas. Tales bienes y
servicios deben estar acordes con las necesidades axiológicas y
existenciales9 de los propios actores del cambio, a fin de estimular
el aprendizaje directo, la difusión y el uso pleno de las habilidades,
la motivación para la comprensión de los fenómenos y para la creación
autónoma. En lo social la transición propone la revalorización de las
identidades culturales y el criterio autónomo de las poblaciones
locales, la interacción e integración entre movimientos populares y la
incorporación económica y social de los ciudadanos en general. Estos
deben dejar su papel pasivo en el uso de bienes y servicios colectivos
y convertirse en propulsores autónomos de los servicios de salud,
educación, transporte, entre otros, impulsados coordinada y
consensuadamente desde la escala local-regional. Por último, en lo
político, tales procesos contribuirían a la conformación y
fortalecimiento de instituciones representativas y al desarrollo de una
cultura democrática y de participación, para lo cual habrá que
fortalecer los de tipo asambleario, propios de los espacios
comunitarios.
Estos procesos demandan el cambio de los patrones
tecnológicos para recuperar e incentivar alternativas locales, sin
negar los valiosos aportes que pueden provenir del exterior, sobre todo
de las llamadas tecnologías intermedias y «limpias». Hay que entender que gran parte de las capacidades y
conocimientos locales están en manos de comunidades y pueblos que por
decisión, tradición o marginación, se han mantenido fuera del patrón
occidental. En dichos segmentos del aparato productivo se utilizan e
inventan opciones para facilitar el trabajo y el consumo de productos
locales, artesanales y orgánicos. Numerosas prácticas tradicionales
tienen tal grado de solidez que el paso del tiempo parecería solo
afectarlas en lo accesorio y no en lo profundo. Además, si se observa
con detenimiento hay respuestas productivas, como las de la agricultura
orgánica, con mejores rendimientos económicos en términos amplios que
las promocionadas actividades convencionales.
La construcción de un nuevo
patrón tecnológico implica rescatar, desarrollar, o adaptar viejas y
novedosas
tecnologías, que, para ser liberadoras, no
deberán generar nuevos modelos de dependencia (a través de los transgénicos, por ejemplo),
tendrían que ser de libre circulación y de bajo consumo energético, así
como emitir CO2 en reducidas cantidades, muy poco
contaminantes, al tiempo que aseguran la creación de abundantes
puestos de trabajo de calidad. Ahora bien, hay que tener presente que un
proyecto de organización social y productiva, sustentado en la
dignidad y la armonía, como propuesta emancipadora, requiere una
revisión del estilo de vida vigente, sobre todo a nivel de las élites,
que sirve de marco orientador (inalcanzable) para la mayoría de la
población en el planeta. Igualmente habrá que procesar, sobre
cimientos de equidades reales, la reducción del tiempo de trabajo y su
redistribución, así como la redefinición colectiva de las necesidades
axiológicas y existenciales del ser humano en función de satisfactores
singulares y sinérgicos, ajustados a las disponibilidades de la
economía y la naturaleza.
Las
limitaciones del extractivismo desbocado
Esta transición económica debería hacerse extensiva a
aquellas formas de producción, como la extractivista, que sostienen las
bases materiales del capitalismo y que ponen en riesgo la vida misma. Los países productores y exportadores de materias primas, es
decir, de naturaleza, son funcionales al sistema de acumulación
capitalista global y son también, indirecta o directamente, causantes
de los problemas ambientales mundiales. Aunque pueda resultar
contradictorio, la actual crisis múltiple y mutante del capitalismo y
el manejo que se le ha dado, fundamentado en multimillonarias
inyecciones de recursos financieros para salvar la banca, mantienen
elevados —vía especulación— los precios de muchas materias primas, como
el petróleo y los minerales, e incluso de muchos alimentos; situación
que ya estuvo presente en los años anteriores a la crisis como parte
de la lógica especulativa del capital ficticio. Así estos recursos ya no
solo están destinados a atender la demanda energética o productiva o
alimenticia, sino que se han transformado en activos financieros en
medio de una economía mundial dominada por fuerzas y tendencias
especulativas. Por lo tanto,
caminar hacia el socialismo, como reza el discurso oficial de algunos
gobiernos «progresistas», alimentando las necesidades —incluyendo las
demandas especulativas— del capitalismo global, a través de la
expansión del extractivismo, es una incoherencia.
El extractivismo no es compatible con una economía solidaria y sustentable porque depreda la naturaleza y devasta comunidades, al mantener estructuras laborales explotadoras de la mano de obra, que no aseguran un empleo adecuado. En países en los que aquel prima, la dinámica económica se caracteriza por prácticas «rentistas». Su estructura y vivencia social está dominada por las lógicas clientelares. Mientras que la voracidad y el autoritarismo caracterizan la vida política. Esto explica la contradicción de países ricos en materias primas donde, en la práctica, la masa de la población está empobrecida. Parece que somos pobres porque somos ricos en recursos naturales.
El ser humano en el centro de la otra
economía
Aquí él debe ser el centro
de la atención y su factor fundamental, siempre como parte de la naturaleza. Si
este es el eje de dicha economía, el trabajo es su sostén. Lo anterior plantea
el reconocimiento en igualdad de condiciones de todas las formas de trabajo,
productivo y reproductivo. La economía solidaria es entendida también como «la
economía del trabajo».14 Así éste es un derecho y un deber social. Por lo tanto,
ninguna forma de desempleo o subempleo puede ser tolerada. No sólo se trata de
producir más, sino de hacerlo para vivir bien, que el trabajo contribuya a la
dignificación de la persona. Habrá que asumirlo como espacio de libertad y de
goce. Y en este contexto habrá incluso que pensar en distribuirlo de otra
manera, pues cada vez es más escaso, proceso que vendrá atado con una nueva
forma de organizar la economía y la sociedad. A su vez, tendrían que
fortalecerse los esquemas de auto y cogestión en todo tipo de empresas, para que
los trabajadores y las trabajadoras decidan en la conducción de sus unidades
productivas.
El objetivo final es establecer un sistema económico sobre bases comunitarias y orientadas hacia la reciprocidad, que debe ser sustentable; es decir, debe asegurar procesos que respeten los ciclos ecológicos y que puedan mantenerse en el tiempo, sin ayuda externa y sin que se produzca una escasez crítica de los recursos.
Al
rescate de algunas lógicas económicas
Para empezar una acción transformadora hay que
reconocer que -en el capitalismo- lo popular y solidario convive y
compite con la economía capitalista y con la pública. El sector de la economía social y solidaria está compuesto por
el conjunto de formas de organización económica-social en las que sus
integrantes, colectiva o individualmente, desarrollan procesos de
producción, intercambio, comercialización, financiamiento y consumo de
bienes y servicios. Tales formas de organización solidaria incluyen en
el sector productivo y comercial cooperativas, asociaciones y
organizaciones comunitarias, así como diversos tipos de unidades
económicas populares. A estas se suman las organizaciones del sector
financiero popular y solidario, que tienen en las cooperativas de
ahorro y crédito, en las cajas solidarias y de ahorro y en los bancos
comunales sus pilares. Inclusive habría que rescatar valiosas
experiencias con dinero alternativo, controlado por las comunidades,
que han servido no sólo para resolver problemas en épocas de crisis
agudas, sino que han sido de enorme utilidad para descubrir y
potenciar las capacidades locales existentes.
Organizaciones como estas casi siempre sustentan sus actividades en relaciones de solidaridad, cooperación y reciprocidad y ubican al ser humano como sujeto y fin de toda actividad económica, por encima del lucro, la competencia y la acumulación de capital. Desde esa lógica es necesario romper con las expresiones de paternalismo, asistencialismo o clientelismo, por un lado; y por otro, con toda forma de concentración y acaparamiento; prácticas que han dominado la historia de la región. El Estado tiene mucho que hacer en este campo. Por ejemplo, invertir en infraestructura y generar las condiciones que dinamicen a los pequeños y medianos productores, los cuales, con una pequeña inversión, sacan mucho más rédito a la unidad monetaria invertida que a la que invierten los grandes grupos de capital. Su problema es que no poseen capacidad de acumular. Ganan muy poco y viven en condiciones de inmediatez económica, subordinados muchas veces al gran capital. Tampoco tienen, mayoritariamente, una adecuada preparación profesional y técnica, dado que el Estado no se ha preocupado en ofrecer capacitación para la apropiada gestión de este sector productivo. Igualmente, hay que favorecer la cooperación entre estas empresas de propiedad social, en lo que se denominan «distritos industriales populares».
Al respecto, existen numerosas experiencias.
Lo que toca es profundizar y ampliar este tipo de prácticas,
para que sean más las empresas que compartan costos fijos (maquinaria,
edificios, tecnologías, entre otros) y aprovechen así economías de
escala, lo que les aseguraría una mayor productividad. Por ello se
vuelve impostergable una reconversión de la matriz productiva.
Esta decisión
exige el ejercicio soberano sobre la economía, la desprimarización de
su estructura, fomentar —e invertir en ella— la innovación
científico-tecnológica estrechamente vinculada con el nuevo aparato
productivo (y no en guetos de sabios); también demanda la inclusión
social, la capacitación laboral y la generación de empleo abundante y
bien remunerado. Este último punto es crucial para evitar el
subempleo, la desigual distribución del ingreso, el desangre
demográfico que representa la migración, entre otras patologías
inherentes al actual modelo primario-exportador de acumulación. Las
estrategias de transición tendrán que ser necesariamente plurales.
Teniendo como horizonte la vocación utópica de futuro hay que desplegar
acciones concretas para resolver problemas concretos. Y en ese empeño,
rescatar y potenciar las prácticas y los saberes ancestrales, así como
todas aquellas visiones y vivencias sintonizadas con la praxis de la
vida armónica y en plenitud, que apunten en dicha dirección. Otro aspecto fundamental es reconocer que esta nueva
economía no puede circunscribirse al mundo rural o a los sectores
populares urbanos marginados. Uno de los mayores desafíos radica en repensar las ciudades,
rediseñarlas y reorganizarlas, al tiempo que se construyen otras
relaciones con el mundo rural, pensar formas diferentes de organizar la
vida para y desde las ciudades. condiciones de todas las formas de
trabajo, productivo y reproductivo.
La economía solidaria es entendida también como «la economía del trabajo».14 Así este es un derecho y un deber social. Por lo tanto, ninguna forma de desempleo o subempleo puede ser tolerada. No solo se trata de producir más, sino de hacerlo para vivir bien, que el trabajo contribuya a la dignificación de la persona. Habrá que asumirlo como espacio de libertad y de goce. Y en este contexto habrá incluso que pensar en distribuirlo de otra manera, pues cada vez es más escaso, proceso que vendrá atado con una nueva forma de organizar la economía y la sociedad. A su vez, tendrían que fortalecerse los esquemas de auto y cogestión en todo tipo de empresas, para que los trabajadores y las trabajadoras decidan en la conducción de sus unidades productivas.
Construcción paciente vs. improvisación irresponsable
La civilización capitalista ha favorecido el individualismo, el
consumismo y la acumulación
agresiva
de bienes materiales, lo que ha exacerbado la competitividad entre
iguales. Científicamente se ha demostrado la tendencia natural
dominante de los humanos a la cooperación y la asistencia mutua.
Es necesario recuperar y fortalecer esos valores y aquellas
instituciones sustentadas en la reciprocidad y la solidaridad. Hay que
valorizar los postulados feministas de una economía orientada al
cuidado de la vida, basada en las virtudes antes mencionadas. La
soberanía debe aflorar con fuerza en varios ámbitos, como el monetario,
el financiero, el energético o el alimentario. Por ejemplo, en este
último, será un pilar fundamental de otra economía, que se sustentará
en el derecho que tienen los agricultores a controlar la tierra y los
consumidores su alimentación. Esta debe entenderse como un derecho
humano. Y ello empieza por erradicar el hambre a través de una
verdadera revolución agraria. Es imprescindible el acceso democrático a
la tierra, que constituye un bien público. Dicha estrategia demanda
respuestas participativas, descentralización efectiva, reconocimiento
de tecnologías propias y ancestrales. Los campesinos y sus familias
serán los protagonistas de este proceso, sobre todo a través de
asociaciones de productores, comercializadores y procesadores de
alimentos. El Estado —tanto el gobierno central como los
descentralizados— debe establecer las políticas adecuadas para
fomentar el cultivo ético de la tierra, desprivatizar el agua y
asegurar la gestión social del riego, implementar adecuados mecanismos
de crédito, impulsar tecnologías apropiadas para el entorno, fomentar
los sistemas de transporte y los mercados justos, promover la reforestación y cuidar las cuencas hidrográficas, apoyar los procesos de
capacitación de los campesinos, alentar el establecimiento de industrias locales para procesar los productos agrícolas.
Lo anterior requiere una política de aprovechamiento de los recursos naturales orientada a «transformar antes que transportar», tanto para artículos tradicionales de exportación como para la producción de consumo interno. Es fundamental proteger el patrimonio genético e impedir el ingreso de semillas y cultivos transgénicos. Ello evitará la pérdida de diversidad genética en la agricultura, la contaminación de variedades tradicionales y la aparición de superplagas y malezas. Y por supuesto resulta intolerable la producción de bio o agrocombustibles. Las finanzas deben apoyar el aparato productivo y dejar de ser simples instrumentos de acumulación y concentración de la riqueza, realidad que alienta la especulación financiera. De ahí que sea preciso construir una nueva arquitectura en este campo, en la que los servicios financieros sean de orden público. En ella, las finanzas populares, por ejemplo las cooperativas de ahorro y crédito, deberán asumir un papel cada vez más preponderante como promotoras del desarrollo, en paralelo con una banca pública de fomento, que aglutine el ahorro interno e impulse las economías productivas de características más solidarias. Las instituciones financieras privadas deberán dejar su espacio de predominio a favor de ese otro tipo de estructura. Esta nueva economía consolida el principio del monopolio público sobre los recursos estratégicos, pero, a la vez, establece una dinámica de uso y aprovechamiento de ellos desde una óptica sustentable. Asimismo, son necesarios mecanismos de regulación y control en la prestación de los servicios públicos. La propiedad privada, comunitaria, pública o estatal deberá cumplir su función social y ambiental.Los planteamientos expuestos marcan un derrotero para una nueva forma de organización y de economía. Quizás convenga rescatar el postulado de Carlos Marx en su Crítica al Programa de Gotha, en 1875: «de cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades». Y todo esto aceptando que los seres humanos formamos parte de la naturaleza. Estas palabras pueden parecer una utopía. De eso se trata; hay que escribir todos los borradores posibles de una utopía por construir, una que implique la crítica de la realidad desde los principios plasmados en la filosofía de la vida plena. Una utopía que, al ser un proyecto de vida solidario y sustentable, constituya una opción alternativa colectivamente imaginada, políticamente conquistada y construida, para ser ejecutada por acciones democráticas.
Notas
(…)
*Economista. Profesor e investigador. FLACSO-Ecuador.