Los peligros del Arco Minero del
Orinoco:
un breve análisis desde la economía
ecológica
12 de mayo de 2016
Por Emiliano Teran Mantovani (Rebelión)
En numerosas ocasiones se ha invocado la
"irreversibilidad" de la revolución. Pero si había algo más esencial y
fundamental que invocar, era la sostenibilidad del proceso. Es decir, que los medios básicos para reproducir la vida cotidiana, el
agua, la energía, los alimentos, entre otros, puedan estar en un mínimo
equilibrio respecto a los seres humanos que habitamos el país, y con las
generaciones venideras. Sin esto, la utopía revolucionaria sencillamente no
subsiste.
La situación que vivimos en la actualidad no
es sólo consecuencia de un conflicto político a escala nacional, con sus
respectivas injerencias imperiales. Es también el reflejo de la inviabilidad
del capitalismo rentístico venezolano, de su crisis histórica, de su
reformulación en la
Revolución Bolivariana , y del desborde de la notable
vulnerabilidad alimenticia, hídrica y energética que este modelo produce.
Como respuesta a esta crisis, el gobierno
nacional está promoviendo un megaproyecto de minería sin precedentes en el
país, el llamado Arco Minero del Orinoco (AMO). En realidad esta propuesta es
un salto al vacío, que no sólo nos atornillaría al rentismo y al extractivismo,
sino que nos enrumbaría a un terrible camino de insostenibilidad, deteriorando
enormemente las condiciones para la reproducción de la vida cotidiana de millones
de venezolanos.
Numerosos artículos han ya circulado mencionando las
características y perjuicios que provocaría el AMO . En este artículo, les
propondremos un breve análisis crítico desde la economía ecológica, para
plantear una re-lectura de las diferentes valoraciones económicas que están en
juego, resaltando no sólo las nefastas consecuencias que este mega-proyecto
tendrá con la naturaleza y los pueblos indígenas del sur del Orinoco, sino
también la afectación de la vida integral del país, incluyendo las enormes
poblaciones urbanas venezolanas. Presentaremos a continuación algunos de estos
aspectos, profundamente interrelacionados, los cuales consideramos de gran
relevancia:
a) Contabilidad
ecológica en déficit: la vida se vuelve precaria
El lenguaje que ha prevalecido en la economía
contemporánea ha sido expresado constantemente en dinero (con una orientación
crematística). El valor que se impone es el monetario, las contabilidades de la
“riqueza de las naciones” están monetarizadas –ej. PIB–, y hace que prevalezca
un sistema económico metafísico que pretende explicarse a sí mismo a partir del
dinero.
De esta manera se invisibilizan otros valores esenciales para la vida
(ecológicos, culturales, afectivos). Esto nos ha creado una ilusión de riqueza,
o la esperanza de resolverlo todo con dinero, que ha sido muy perjudicial.
Pero la economía –la “administración de la casa”, según su
etimología– es más que eso. Desde una visión integral de la vida, se trata no
sólo de lo que se encuentra dentro del "mercado", sino también, y en
esencia, de la distribución de flujos de energía y materia, los cuales nos
mantienen vivos. La economía es fundamentalmente un ámbito de la vida ecológica,
un sistema de abierto muy complejo.
La histórica promesa de “sembrar el petróleo”
se ha centrado en la riqueza monetaria. En la actualidad, el gobierno nacional
ha justificado reiteradamente el enorme sacrificio para la población y la
naturaleza que supondría el AMO, en nombre de obtener más divisas, ocultando
con dinero el extraordinario empobrecimiento socio-ecológico que éste
conllevará.
Si valuáramos las 7.000 toneladas de oro que
podría poseer Venezuela en sus reservas, tendríamos dos valores para contrastar:
por un lado, unos 280.000 millones US$ en ganancia para el Estado, y por el
otro, unos 3,1 a
7,4 billones de litros de agua que serían usados y potencialmente contaminados
para extraer todo ese oro (entre 1 millón 240 mil a 2 millones 960 mil piscinas
olímpicas, que puestas una seguida de la otra podrían darle casi 4 vueltas a la
Tierra).
¿Vale toda esta agua, toda esta vida, 280.000
millones US$? Este monto es casi igual a los ingresos totales de PDVSA sólo en
2012 y 2013, y actualmente lo que tenemos es un país endeudado y en severa
crisis económica ¿Qué podría hacer un multimillonario sin agua? Si acabáramos con la
principal fuente de agua del país (la cuenca del Orinoco), ¿qué haríamos con
ese dinero obtenido?
¿Si reformuláramos la contabilidad económica dándole valor a los
bienes comunes para la vida? ¿Si reflejáramos que esta destrucción de vida es
una destrucción de riqueza, es producción de pobreza? Si hiciéramos en un
ejercicio crematístico, planteando que cada litro de agua vale 1 US$, ¿sería éste
un proyecto económicamente viable?
Una cosa es el déficit fiscal –que en
Venezuela sigue creciendo notablemente–, el cual podría resolverse con nuevos
préstamos, la emisión de bonos y/o devaluaciones de la moneda. Otra cosa muy
diferente es un déficit físico,
y mucho más cuando se trata de “recursos” imprescindibles para la vida,
recursos no renovables o que su capacidad de regeneración está siendo superada
por los niveles de consumo. Estos déficits pueden producirse por degradación de
los bienes comunes naturales en grandes cantidades, degradación de su
productividad, o bien por la incapacidad o insuficiencia para su suministro.
Los déficits físicos (biodiversidad, agua,
energía, etc.) suelen ser reflejo de un sistema insostenible. Resolverlos es
mucho más complicado (no bastan préstamos o emisión de dinero). Las
consecuencias suelen ser drásticas y plantean escenarios de colapso sistémico,
lo cual es imperiosamente necesario evitar.
b) El
metabolismo social crece
El metabolismo entre la naturaleza y la sociedad, es
decir, el régimen social específico que sintetiza los procesos de apropiación,
procesamiento, circulación, consumo y desecho de los recursos, energías,
materias, o los llamados “servicios ambientales”, ha crecido en Venezuela a la
par de su desarrollo capitalista/rentista. Una de las consecuencias históricas
de este desarrollo es la configuración de un sistema de consumo intensivo por
la vía de la distribución (siempre desigual) de la renta petrolera. Esto se
expresa en la actualidad en diversos indicadores, como por ejemplo el hecho de
que somos el segundo país de América Latina (sin contar el Caribe) que consume
más electricidad per cápita, según la CAV y CEPAL ; o el país que más CO2 per cápita emite en toda la región
(exceptuando el Caribe), según el Banco Mundial .
El desarrollo de este metabolismo social nos ha llevado a la
situación de “translimitación ecológica”. Según el “Informe Planeta Vivo” de la
WWF, Venezuela tiene una de las dos huellas ecológicas más altas de Latinoamérica y es
uno de los dos países de la región que han superado el límite de su capacidad
eco-regenerativa, es decir, que consume más naturaleza de la que sus
ecosistemas son capaces de regenerar, por lo que nos encontramos en situación
de “déficit ecológico”. En este sentido, cabría reconocer por ejemplo que,
además de otros factores, la crisis de la Central Hidroeléctrica
Simón Bolívar, conocida como el Guri, se debe también al
aumento de la demanda de energía en Venezuela en los últimos años.
Conviene pues, evaluar tres elementos:
·
El primero, la transformación del metabolismo social en el sur del
Orinoco que va a provocar la depredadora megaminería del AMO –se estima que en
general de 4 a
1 toneladas de materiales son removida para obtener un gramo de oro, a lo que
se suma la enorme cantidad de energía empleada y disipada–, lo cual a su vez va
a impactar en todo el metabolismo social venezolano.
·
El segundo elemento tiene que ver con los patrones de consumo. Es
importante resaltar que cuando la inclusión social está representada en el
consumo masivo vinculado al american
way of life (teléfonos
inteligentes, aires acondicionados, automóviles y motos, junto a otros
electrodomésticos), se produce una paradoja entre el "bienestar" y la
sostenibilidad socioambiental. Las rentas mineras suelen orientarse, como forma
de compensación social y de domesticación de la población, a este tipo de
consumos. Los profundos daños del AMO tratarían de ser endulzados con este tipo
de gasto, reproduciendo estos patrones metabólicos. Una política de ahorro
energético para enfrentar la crisis de este sector entra en conflicto con este
largo proceso de incorporación masiva al consumo –y de cambios en las
expectativas en los modo de vida–, tomando además en cuenta la gran incidencia
que tiene el sector residencial en el consumo eléctrico nacional (más de un
tercio del total, según informe MPPEE 2013).
·
El tercer elemento tiene que ver con el marco socioeconómico de
este creciente metabolismo: el extractivismo. Esto implica que toda la energía
consumida no se dirigirá a un proceso productivo y de soberanía energética,
sino al incremento de la disipación de la misma (entropía) y la dependencia
ecológica.
c) Afectación
de la fertilidad de la tierra y de la productividad de los ecosistemas
Cuando Marx analizó en El Capital la renta de
la tierra, hizo alusiones a la afectación de la productividad de la misma a
raíz de los métodos depredadores de producción agrícola. De esta forma, se
producía no sólo un empobrecimiento del proletariado, sino también de la tierra. Este ha sido
uno de los principales argumentos de John Bellamy Foster para reivindicar la
faceta ecológica de Marx (y las bases de un marxismo ecológico).
Nosotros planteamos aquí el análisis no solo
de la tierra, sino de los ecosistemas y sus ciclos. Las depredadoras
consecuencias de la megaminería en el AMO, no sólo afectaría la riqueza de la
vida en términos cuantitativos –avance en el número de hectáreas devastadas,
especies afectadas, cantidades de agua o partículas de aire contaminadas– sino
también cualitativos.
Daños ambientales irreversibles podrían
afectar la productividad
ecológica y por ende
comprometer aún más las condiciones generales de la vida. Esto puede ser
especialmente dramático en relación a los suelos del Escudo Guayanés, que dada
su notable fragilidad, podría pasar muchas décadas para que pudieran
recuperarse, para recobrar sus ciclos vitales, si acaso alcanzaran a hacerlo.
Un buen ejemplo de las consecuencias económicas
de la merma de la productividad ecológica está en el agua. En las discusiones y
análisis sobre el actual déficit energético en Venezuela, normalmente
prevalecen argumentos sobre las fallas en la capacidad instalada
(hidroeléctrica y termoeléctrica), o bien los efectos del fenómeno del Niño.
Aunque estos factores hacen parte del problema, también cabría reconocer que se
ha venido produciendo un déficit (en términos de falta o escasez) en el
caudal del río Caroní –curvas generales en descenso–, el cual alimenta la
represa del Guri. Una de las razones de este decrecimiento ha sido la
deforestación que se ha producido en la zona. Se trata de una expresión del déficit
ecológico que tiene su proyección en la economía, en la medida en la que este
caudal tiene una importancia estratégica para la producción hidroeléctrica en
el país, y por tanto para la vida en las ciudades y los sectores industrial y
comercial. Todo este fenómeno de merma de la productividad ecológica, si lo
pensamos desde la sostenibilidad, pone en riesgo también los medios de vida de generaciones futuras.
d) Déficit
físico en el comercio internacional
Las economías extractivistas latinoamericanas
como la venezolana, usualmente se caracterizan por exportar cantidades
desproporcionadamente mayores de naturaleza (general pero no únicamente medida
en toneladas) de las que se importan, sin que esto garantice ganancias
comparables a las de los países centrales de la economía global, o bien permita
que nuestras economías puedan salir de la dependencia del extractivismo. Esto
en cambio, se traduce en un balance ecológico negativo, que tiene repercusiones
domésticas.
Más allá del déficit de la balanza comercial
de Venezuela (para el tercer trimestre de 2015 según el BCV), la expansión del
megaproyecto del AMO supondría una mayor cantidad de exportación neta de
naturaleza. Si a esto se suma que los recursos podrían exportarse mucho más
baratos que en años anteriores (dadas las bajas expectativas de repunte de los
precios de las commodities), lo que afecta notablemente las importaciones a la
baja, tendremos también un incremento del déficit ecológico nacional.
El relanzamiento del extractivismo por parte
del gobierno nacional se basa en una propuesta presente en varias de las
declaraciones oficiales: el impulso
a las exportaciones (no solo
minería, sino gas, pesca, entre otras). Esto en realidad indica que la economía
nacional será relanzada con orientación al mercado global, marcado claramente
por los patrones de acumulación neoliberal.
Toda esta “fuga de naturaleza” hacia el
mercado internacional no sólo no resuelve los problemas de fondo, sino también
canaliza un saqueo de recursos que compromete los medios
de reproducción de la vida de numerosas venezolanas y venezolanos. En los
períodos de recesión o depresión económica, el capital internacional buscará
ajustar los procesos de acumulación en el AMO, para evitar afectar la tasa de
ganancia. Este ajuste se cargará progresivamente sobre el país, sus
ecosistemas, recursos y población.
e) Después
de la devastación ambiental, ¿quién se queda con la renta?
La expansión del extractivismo suele
justificarse con la idea de que necesitamos más divisas, rehuyéndole
normalmente al debate sobre la distribución de la riqueza y activos existentes
y del manejo de los excedentes monetarios. Ahora que el país se encuentra muy
mermado económicamente, y ante el terrible relanzamiento del AMO, cabría
preguntarse donde están los dineros públicos provenientes de la devastación
ambiental de los últimos años –de ahí la relación entre extractivismo y
endeudamiento público, y la importancia actual de una auditoría de todas las
cuentas nacionales.
No tiene sentido hablar de
"expansión" y "crecimiento" sin analizar la distribución de
la riqueza existente. Por ejemplo, ¿cuál es la capacidad instalada industrial y
cuánto de ella se utiliza? ¿Cuánto de ella no, y por qué? A la luz de esta
crisis, ¿qué hacer con el 40% de las tierras nacionales que han sido declaradas
improductivas? ¿Qué otros tipos de uso de la tierra podría dársele a los
territorios del AMO, sin que esto tenga que conllevar a la devastación
ambiental y la insostenibilidad social? Muchos más ejemplos como estos podrían
darse. Queda claro que hay varias alternativas a ser estudiadas antes que
entregar nuestros territorios a la voracidad del capital foráneo.
Por último, con un poco de suspicacia surge la
pregunta: ¿qué se hará con la renta minera obtenida? La ampliación de la cuenta
corriente tiene entre sus principales asignaciones el pago de la deuda y la
compra de productos importados. Y si hubiese algún excedente, ¿quién lo va a
manejar? ¿Para qué será usado? ¿Qué poder de decisión tiene la gente común
sobre esa administración? Los patrones capitalistas de apropiación de la
riqueza plantean serias amenazas de empobrecimiento a la población.
f) Buen
Vivir y debates sobre el consumo
Queda para otro espacio y ocasión,
planteamientos más definidos sobre alternativas a este terrible proyecto
minero. Sin embargo, es importante recalcar, ante los desafíos de un déficit
ecológico, la importancia de nuevos paradigmas sociales, nuevas escalas de
valoración, nuevos patrones culturales que interpelen nuestras concepciones
sobre la riqueza y sobre la pobreza, tomando en cuenta que esta última está
vinculada, en primera instancia, a la indisponibilidad e incapacidad social
para el acceso a los bienes comunes para la vida.
Al menos tres interrogantes se nos plantean al
respecto: ¿hasta qué medida es posible un cambio radical de la política de “los
de arriba” que revierta este tránsito hacia la acentuación de la inviabilidad
del modelo? ¿Qué grupos sociales y políticos deben impulsar una transformación
cultural como la mencionada? Y, ¿qué estrategias deben ser propuestas para
transformar patrones culturales tan vinculados históricamente al “american way
of life” sin sufrir amplio rechazo social por algunas medidas “impopulares”?
Por último, creemos importante que en los
debates sobre bienestar social, o Buen
Vivir, no sólo se reivindique un ideal abstracto de lo que consideramos
deseable, sino también referentes que se adecúen a la crisis ambiental global,
y a las potenciales consecuencias que esto tendrá. En este sentido, parece que
un verdadero objetivo revolucionario es incrementar nuestra resiliencia, es decir, nuestra
capacidad de soportar y recuperarnos ante perturbaciones significativas de los
entornos y ecosistemas en los cuales habitamos. Nuevos tiempos suponen nuevos
desafíos, y por tanto, nuevas maneras de pensarnos y organizarnos.
* Emiliano Teran Mantovani es sociólogo de la Universidad Central
de Venezuela, mención honorífica del Premio Libertador al Pensamiento Crítico
2015 y hace parte de la Red Oilwatch Latinoamérica.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=212183
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