Neoextractivismo vs.
la defensa integral de los territorios
19 de
abril de 2013
"Una
de las figuras principales de este modelo neoextractivista es el Estado,
que juega un papel más activo, y logra una mayor legitimación por medio
de la redistribución de algunos de los excedentes por medio de políticas
sociales. El neoextractivismo refiere más que a una actividad concreta a
una forma de extracción: todas aquellas actividades que remueven grandes
volúmenes de bienes naturales y (casi) sin mediar proceso son
trasladados lejos de la zona de origen..."
12/03/13
Así,
mientras asistimos a
estas complicidades políticas legalizadas, en otras partes del mundo se
sanciona una vez más a Monsanto
por su responsabilidad en la intoxicación química de un agricultor
francés. Con esto no queremos reforzar esas viejas ideas
de un “norte” civilizado y democrático y un “sur” bárbaro y corrupto.
Estas sentencias sólo nos demuestran que las corporaciones se maquillan
para cada ocasión: mientras en Estados Unidos y Europa ya se tiñeron el
cabello y hablan de
economías
verdes y servicios
ambientales, en América Latina, África y gran parte de Asia los
discursos del progreso aún
no parecen estar del todo deslegitimados y los pueden seguir usando.
Ninguna
de estas visiones pone en entredicho las bases netamente económicas sobre
las que camina el sistema y
en cambio se enmarcan dentro del neoextractivismo.
¿Otro neo más?
La mayoría de las veces los prefijos nos sientan bien: re, co, alter, anti, meta, trans…
Pero también están los otros, los que nos caen mal y parece que el neo encabeza
la lista mientras mega le
sigue de cerca. Es una cuestión de escalas.
Una de
las figuras principales de este modelo neoextractivista es el Estado,
que según el uruguayo
Eduardo
Gudynas “juega
un papel más activo, y logra una mayor legitimación por medio de la
redistribución de algunos de los excedentes por medio de políticas
sociales”. El neoextractivismorefiere
más que a una actividad concreta a una
forma de extracción: todas aquellas actividades que remueven grandes
volúmenes de bienes naturales y (casi) sin mediar proceso son
trasladados lejos de la zona de origen. Minería, petróleo, gas,
represas, monocultivos (de
cereales o forestales), agroindustria, ganadería o pesca intensiva, etc.
entran dentro de esta categoría y logran seguir aumentando la
concentración. De entre ellas la
minería es la que puede acabar con la mayor cantidad de recursos no
renovables en menor tiempo. Es
la más insustentable. Sin embargo esta actividad
extractiva está en la cabeza de todas las agendas políticas
latinoamericanas: desde México hasta Argentina pasando por Nicaragua,
Ecuador, Venezuela, Bolivia, Brasil y Uruguay (por mencionar solo a los progresistas).
Apenas El Salvador está planteándose por estas fechas prohibir
de forma permanente las actividades mineras. En un país
pequeño, tan densamente poblado y con una fuerte escasez hídrica esa
prohibición sería lo más acertado.
Todo depende, como dijimos, de las escalas. Aire, agua, tierra y energía son los cuatro elementos fundamentales de la naturaleza y también los cuatro elementos sobre los que el capitalismo avanza en estos tiempos a toda velocidad. Y es que incluso si esa redistribución fuera realtampoco se justificarían los daños sociales y ambientales que estos megaproyectos dejan en los territorios: Ocupaciones (para)policial y (para)militar, despojos, contaminación, abusos de todo tipo contra las poblaciones locales.
Por estos
tiempos el concepto de territorialidad se
está utilizando de nuevo como base y sostén para defender física y
teóricamente esos espacios que habitamos. Jean
Robert dice que
“a lo mejor, muchos no saben que, con ello, están inventando un potente
concepto analítico nuevo para hablar de una vieja realidad que tiene que
ver con el cultivo, la cultura, las costumbres y también la hospitalidad
y, por supuesto, la subsistencia, palabra deshonrada por el mal uso que
le dieron los lingüistas y economistas ‘de arriba’”. Un concepto
parecido podría ser el de biocultura,
mismo sobre el que los pueblos huicholes de México están reafirmando
legalmente la defensa
de su centro sagrado en Wirikuta ante
la minería y las agroindustrias. Y es que está visto que para lograr una
defensa integral de los territorios primero
necesitamos reconocer cuáles son los territorios en los que se
establecen esas luchas. El ideológico es quizás el más profundo de
ellos. Volviendo a citar a Robert, “lo que vivimos ahora es el efecto de sueños
de poder desproporcionados y
de omnisciencia desencadenados de sus ataduras tradicionales. Al caer
sobre la tierra como desechos, amenazan el sentido común de la gente,
que es percepción de la proporción, de la escala, de la justa
importancia de las cosas y de los límites de las fuerzas propias. (…)
Hoy en día, este contrario
de la territorialidad se llama desarrollo urbano y
se enseña en las universidades como diseño arquitectónico”.
Las resistencias no cesan, no descansan y no paran de crear alternativas a estos modelos. ¿Cómo no hacerlo cuando incluso los tribunales internacionales favorecen los derechos de las trasnacionales en lugar de hacer prevalecer los derechos colectivos de los pueblos? Un rápido vistazo sobre el más importante de ellos puede aproximarnos a una conclusión: el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI) fue creado en 1966 como una rama del Banco Mundial para fomentar el flujo internacional de inversiones. No será muy difícil acertar a quiénes beneficiará en las disputas.
De las falacias
del neoextractivismo hay
una que se sigue usando todavía hoy y no deja de llamar nuestra
atención: “sólo se oponen pero no proponen”. En este corto tiempo que
llevamos escribiendo sobre bienes comunes hemos presentado varias
propuestas (de esas que para algunæs no existen). Sin irnos muy lejos
mientras en pleno siglo XXI los pequeños
agricultores siguen siendo quienes alimentan al mundo,
las agroindustrias -con un distorsionado discurso de fin de las
hambrunas-, sólo han logrado sembrar desertificación, enfermedades y
especulación financiera
Desde Grain nos recuerdan que “reencontrarnos con la agricultura como arte, como camino para la fructificación y como base de la cultura de nuestros pueblos es un desafío clave para la humanidad”. Lo que nos dignifica es nuestra capacidad de decidir sobre nuestras propias vidas cotidianas y eso es un poco lo que se proponen desde los proyectos que buscan reencontrar la armonía que alguna vez hubo entre humanidad y naturaleza. Y no hace falta evocar imágenes de taparrabos para lograr esos fines. Los huertos urbanos y la permacultura son propuestas que se están trabajando en las ciudades y que valoran ambos fines: sustentabilidad y autonomía. Un caso concreto se da en las afueras de Buenos Aires, Argentina donde se atestigua un auge de aldeas ecológicas.
Ya el año pasado
Boaventura
de Sousa hacía un buen resumen sobre
las conclusiones a las que se llegaron desde la Cumbre de los Pueblos
(aquella que se dio en paralelo a la oficial Río+20).
“Primero, la centralidad y la defensa de los bienes comunes de la
humanidad como respuesta a la mercantilización, privatización y financierización de la vida, implícita en el concepto de ‘economía
verde’. Entre los bienes
comunes están el aire y la atmósfera, el agua, los acuíferos, ríos,
océanos, lagos, las tierras comunales o ancestrales, las semillas, la
biodiversidad, los parques y las plazas, el lenguaje, el paisaje, la
memoria, el conocimiento, el calendario, Internet, HTML, los productos
distribuidos con licencia libre, Wikipedia, la información genética, las
zonas digitales libres, etc. (…) Segundo, el pasaje gradual de una
civilización antropocéntrica a una civilización
biocéntrica (…)
Tercero,
defender la soberanía alimentaria (…)
Cuarto, un vasto programa de consumo
responsable que incluya
una nueva ética del cuidado y una nueva educación para el cuidado y el
compartir (…) Quinto, incluir en todas las luchas y en todas las
propuestas de alternativas las exigencias
transversales de profundización de la democracia y
de lucha contra la discriminación sexual, racial, étnica, religiosa, y
contra la guerra”.
Un panorama parecido se presentó este año en la Declaración
de la Cumbre de los Pueblos de Santiago de Chile en
la que se propuso recuperar derechos y bienes naturales, promover el
paradigma del
buen vivir, trabajar por la
autogestión, la autoorganización y la soberanía alimentaria.
Las
luchas y resistencias en las calles han sido y son necesarias para
afirmarnos en los territorios.
Gracias a este tipo de acciones el pueblo oaxaqueño, en México, logró detener
el megaparque eólico Mareña Renovables que
quería instalarse en el Istmo de Tehuantepec. Gracias a las alianzas que
se tejen con medios digitales muchas de estas luchas se multiplican. En
los últimos tiempos asistimos día con día a manifestaciones
virtuales en apoyo a
legítimos reclamos en territorios más
o menos remotos (casos Dragon
Mart Cancún,ciudades
modelo en Honduras o Shell,
culpable de contaminación en Nigeria, etc.) Pequeñas
acciones, algunas que incluso vienen
desde las administraciones públicas y
todas ellas nos parecen bienvenidas, una vez más por
la escala en la que se dan y por su replicabilidad.
Cada
quien desde sus espacios de conocimiento están aportando a la
construcción de alternativas posibles,
deseables y palpables de sus formas de entender el Buen Vivir: ese
concepto amplio y generoso del que nos gusta sentirnos parte y que
incorpora pluralidad, plenitud, convivencia, armonía… Para empezar a
definir(nos) siempre ayuda recordar lo que no es. Estas propuestas no
son un remiendo del “desarrollo lineal e infinito”. Para Rebecca
Hollender precisamente
“la viabilidad del
Buen
Vivir viene de
su capacidad de ir más allá del crecimiento económico como sinónimo,
mecanismo e indicador del desarrollo y de aceptar la realidad
y limitaciones físicas de los ecosistemas y el carácter finito de los
recursos naturales de nuestro planeta. Su viabilidad, igualmente, viene
de su capacidad de reconocer que la diversidad no sólo es importante en
la Naturaleza, sino en nuestras sociedades y culturas también”.
Todas las
alianzas posibles son bienvenidas. Todas las complicidades también. El
hecho de lograr flexibilidad y respeto como partes necesarias de la
ecuación nos ayuda a construir alternativas desde
lo local, vincularlo con lo regional y llegar hasta lo global.
Retomando los ejemplos arriba citados, si los medios digitales llegaron
para quedarse bueno será entonces que sigamos promoviendo la unión y
solidaridad de
esos espacios que permiten que pequeñas acciones se reproduzcan
geométricamente con los altavoces de la Red. Eso y que “con un solo click”
salvaremos el mundo no son sinónimos, pero tampoco creemos justo
denostar estas acciones que aportan a una (tantas veces) aclamada
amplificación de legítimas demandas. Hoy más que nunca están al alcance
de nuestras manos. Elegir dónde y qué consumimos o qué compartimos en
redes sociales son todas ellas acciones políticas que por pequeñas que
sean aportan a “ese cambio que queremos ver en el mundo”.Si
volvemos a esto de los prefijos nos quedamos con las micropolíticas
capaces de incidir en las macroestrcuturas para recrear alternativas
vivibles.
@SurSiendo
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