El posneoliberalismo:
Apuntes para una discusión
20 de mayo de 2016
Por
Pablo Dávalos
El concepto de “posneoliberalismo” ha sido utilizado para calificar a la
ruptura con el neoliberalismo que provocaron en su momento los gobiernos
autodenominados “progresistas” en América Latina; sin embargo considero
pertinente problematizar este concepto, porque ello quizá nos permita
comprender el rol histórico que cumplieron esos gobiernos “progresistas”
al interior de las dinámicas de la acumulación del capitalismo. Para el
efecto, quizá sea conveniente establecer una línea teórica demarcatoria
con el concepto de “neoliberalismo”.
El concepto de “neoliberalismo” está relacionado con Friedrich Hayek, Milton Friedman, F. Knight, Ludwig Von Mises, entre otros, y la “Sociedad del Monte Peregrino”. Este concepto nace en Europa luego de la segunda guerra mundial como una necesidad de renovar al discurso del liberalismo clásico y ponerlo a tono en un contexto en el cual el Estado liberal asume el formato de “Estado de Bienestar” y la existencia de economías socialistas centralmente planificadas1. La discusión teórica sobre el concepto “neoliberalismo” es abundante y se ha convertido, de hecho, en el mainstream del pensamiento económico, político, ideológico y social de la globalización. Las críticas al neoliberalismo son, asimismo, prolíficas.
El concepto de “posneoliberalismo”,
por el contrario y hasta el momento, sólo tiene sentido y significación
en el debate político latinoamericano.
En
efecto, esta noción nace desde América Latina y como una necesidad de
caracterizar el tiempo histórico de los gobiernos latinoamericanos que
surgieron desde las luchas sociales en contra del neoliberalismo y que
configuraron los denominados “gobiernos progresistas” en referencia a
Hugo Chávez y la “Revolución Bolivariana” en Venezuela; Evo Morales y el
“Movimiento Al Socialismo” (MAS) en Bolivia; Rafael Correa y la
“Revolución Ciudadana” en Ecuador; Néstor y Cristina Kirchner en
Argentina; Lula Da Silva y Dilma Roussef y el “Partido de los
Trabajadores”, en Brasil; Tabaré Vásquez y José Mujica y el “Frente
Amplio” en Uruguay, principalmente.
Fue una expresión
utilizada por Emir Sader, Atilio Borón2,
Carlos Figueroa Ibarra, entre otros3,
para marcar una distancia con aquellos gobiernos neoliberales adscritos
a la agenda del Consenso de Washington.
Con el concepto de “posneoliberalismo” se trataba
de ubicar en la nueva geopolítica a los regímenes latinoamericanos que
surgían en disputa con EEUU y fuertemente críticos con el modelo
neoliberal. Estos gobiernos cambiaron el sentido de las políticas
públicas hacia políticas más inclusivas y con mayor sensibilidad social,
preocupándose por la inversión social y la lucha contra la pobreza. En
un inicio, algunos de estos gobiernos latinoamericanos incluso acudieron
a la ideología del socialismo para legitimarse4.
Sin embargo, las derivas extractivistas de estos gobiernos y su creciente separación con los movimientos sociales hasta llegar al punto de la confrontación abierta, entre otras señales, ameritan una reflexión adicional sobre la significación real del “posneoliberalismo”. ¿Se trata de una nueva categoría ecónomica y política que rompe radicalmente con la tradición del neoliberalismo en América Latina o más bien es una continuación de éste? y, además, ¿Por qué llamarlo posneoliberalismo? ¿Qué sentido tiene añadir una preposición a un prefijo?
Para Carlos Figueroa y Blanca Cordero, por ejemplo, en “el
posneoliberalismo, el Estado vuelve a adquirir la dimensión de agente
rector de la vida social y lo público se coloca encima de lo privado”
(Figueroa Ibarra y Cordero, Blanca, 2011: 13) pero no se problematiza
sobre qué retorno del Estado ni tampoco
sobre el sentido que tiene “lo público”. Es decir, se asume que toda
recuperación del Estado es ya una ruptura fuerte con el neoliberalismo.
Se aprecian las formas que asume la política como criterios
determinantes para calificar el tiempo político de los “gobiernos
progresistas”.
Empero, más allá de las formas que puede
asumir el Estado, sobre todo con referencia a los “gobiernos
progresistas” latinoamericanos, pienso que es necesario darle un mayor
contenido analítico y espesor epistemológico al concepto de “posneoliberalismo”,
porque este concepto corre el
riesgo de convertirse en un tópico ideológico destinado a encubrir y
legitimar prácticas gubernamentales que lesionan los derechos de los
trabajadores, destruyen el tejido social, cooptan a las organizaciones
sociales en el interior del aparato del gobierno, expanden la frontera
extractiva, criminalizan las disidencias, entre otros fenómenos, y que
son invisibilizados porque provienen desde los “gobiernos progresistas”.
La discusión sobre el significado del “posneoliberalismo” no es
académica sino política. La delimitación y aclaración de este concepto
puede ayudar a visibilizar y comprender de mejor manera las resistencias
de los movimientos sociales de la región.
Para el efecto, es
necesario comprender que América Latina como región ha sido integrada al
sistema-mundo capitalista desde una relación asimétrica y desigual que
corresponde a las nociones de centro-periferia (Wallerstein, 2004) y que
los discursos políticos e ideológicos también forman parte de esa
relación centro-periferia.
Los países capitalistas más
avanzados conforman el centro del sistema-mundo e imponen sus
condiciones a la periferia por medio de diferentes mecanismos, entre
ellos, el intercambio desigual, o la colonización económica y monetaria
del cual fue garante y condición el FMI, por la vía de los programas de
ajuste económico (Dávalos, 2011), pero también crean las ideas, los
conceptos y los marcos teóricos que definen y estructuran la comprensión
de Lo Real. Como en esos países no consta entre sus prioridades el
debate teórico sobre el “posneoliberalismo” entonces este debate no
existe. Es necesario, en consecuencia, visibilizar ese debate,
descolonizarlo de las relaciones de poder/saber centro-periferia y
vincularlo con los procesos recientes del capitalismo como sistema-mundo
desde aquello que Boaventura de Souza Santos denomina las
“Epistemologías del Sur” (De Souza Santos, 2013).
Posneoliberalismo, financiarización y gestión de riesgo en el
sistema-mundo
Existen importantes mutaciones del
capitalismo del siglo XXI que es necesario advertir y que marcan
transiciones importantes en la regulación del sistema capitalista. La
emergencia del discurso del neoliberalismo, de hecho, está asociada a
los cambios en los patrones de la acumulación del sistema-mundo, desde
la industrialización hacia la financiarización y la especulación. El
discurso del neoliberalismo y su apelación a la liberalización de los
mercados de capitales y la flexibilización de los mercados de trabajo
correspondía, precisamente, a esa transición del capitalismo desde la
industrialización hacia la financiarización. El neoliberalismo era el
discurso que encubría y legitimaba las formas de ganancia especulativa
financiera y la desarticulación del poder de los sindicatos por
restablecer la capacidad adquisitiva de los salarios. Esa transición
está caracterizada por las nuevas formas de propiedad y de gestión de
las grandes corporaciones transnacionales (Aglietta, M. y Rebérioux, A.,
2004).
Empero, la caída del muro de Berlín y la
implosión de los países socialistas significó la emergencia de un
capitalismo global que no tenía como límites sino a sí mismo. El
capitalismo de financiarización, en esta coyuntura, produce un pliegue
sobre sí mismo y pasa a gestionar el riesgo de la especulación y la
financiarización como dinámica global en el sistema-mundo. Aquello que
irrumpe es una situación de riesgo sistémico asociado a la
financiarización y centralización del capital a escala mundial en un
contexto de debilidad política de los sindicatos, pérdida de sentido
emancipatorio para los partidos de izquierda y movimientos sociales en
busca de marcos interpretativos más amplios.
El capitalismo del siglo
XXI apuesta al riesgo, lo produce, lo genera y lo establece como
condición de posibilidad de la economía mundial, porque la gestión de
riesgo le permite crear niveles de rentabilidad jamás imaginados y que
superan incluso la rentabilidad de la especulación financiera. Para que
se tenga una idea, en el mes de diciembre del año 2015 la especulación
en productos financieros derivados alcanzó los 493 billones de USD, una
cantidad casi ocho veces más importante que toda la riqueza mundial
medida en términos de P.I.B.5.
De estos instrumentos, aquellos dedicados específicamente a provocar las
crisis financieras y monetarias, y que se conocen con el nombre de
Credit Default Swaps (CDS), en junio de 2015 fueron de 24.47 billones de
USD, el doble del P.I.B. de la Unión Europea en su conjunto para el
mismo año6.
Toda la política monetaria de EEUU,
Canadá, la Unión Europea y Japón, entre las economías más importantes
del sistema-mundo, están condicionadas y definidas desde la dinámica de
la especulación financiera y la gestión del riesgo de esa misma
especulación. Los bancos centrales del mundo se han convertido en
prestamistas de última instancia y garantes del juego de casino del
capitalismo financiero en donde, paradójicamente y gracias a los
instrumentos financieros complejos como los derivados, ahora es más
lucrativo provocar una crisis que resolverla.
En la gestión y administración del riesgo
financiero-especulativo ya no es la capacidad productiva de una sociedad
la que se integra a los circuitos de la especulación y financiarización
sino el conjunto de la sociedad en cuanto sociedad. Aspectos que antes
estaban por fuera del mercado y de la especulación ahora pertenecen a
él. El mercado financiero-especulativo integra en sus propios circuitos
al conjunto de la sociedad más allá de cualquier referencia a la
producción, la distribución o el consumo.
El marco teórico del neoliberalismo
clásico resulta insuficiente para comprender esa mercantilización e
incorporación de toda la vida social a los circuitos
financiero-especulativos y de gestión del riesgo de esa especulación,
porque su episteme está acotada a los mecanismos monetarios y
mercantiles de la circulación y la producción. Es un marco teórico muy
restringido para las derivas que asume la especulación financiera
internacional. Es necesario, por tanto, un marco teórico más
comprehensivo, más inter y transdisciplinario y que surja desde la misma
episteme neoliberal, porque aquello que se integra a los circuitos
especulativos del mercado mundial es el conjunto de la vida social.
El plexo social se pliega en los circuitos
financieros y de gestión de riesgo especulativo en su totalidad y la
forma por la cual el nuevo discurso económico comprende este pliegue de
la vida social en la financiarización es a partir de las instituciones.
Las instituciones son
la respuesta teórica creada desde la episteme neoliberal para ampliar su
propio marco teórico, pero no por cuestiones académicas sino por razones
pragmáticas. No se trata de aquellas instituciones que fueron estudiadas
por Castoriadis (2010), por poner un ejemplo, y en la cual subyace la
complejidad de las sociedades; en absoluto, se trata de la visión
liberal de las sociedades en las cuales las instituciones representan
las reglas de juego de actores individuales que tienden a maximizar su
egoísmo. En consecuencia, el marco teórico que emerge en la
financiarización y administración del riesgo es, precisamente, aquel que
toma como referencia a las instituciones como
conjunto de la vida social e histórica.
El neoliberalismo tradicional y
monetarista se transforma en un “neoliberalismo institucional”. Es
decir, en un discurso más complejo, más vasto, más comprehensivo. Un
discurso que incluso entra en contradicción y conflicto con la misma
teoría tradicional del neoliberalismo. Es una transformación provocada y
exigida desde las formas especulativas y financieras de la acumulación
del capitalismo que integra a las instituciones de la vida social al
juego de casino mundial.
Existe, por tanto, una presión desde los
circuitos de la especulación y la gestión de riesgo de esa especulación,
por involucrar a todas las instituciones sociales en su juego
especulativo. Estas transformaciones en la regulación del capitalismo
alteran al sistema-mundo de forma importante porque generan presiones a
la periferia que nacen desde la regulación por financiarización y la
privatización de las instituciones que sostienen y estructuran a la vida
social.
Estas imposiciones producen en los países
de la periferia del sistema-mundo capitalista una dinámica de despojo de
territorios, de saqueo de recursos, de destrucción de las solidaridades
y reciprocidades existentes, de expoliación a las sociedades y de uso
estratégico de la violencia que, de cierta manera, repiten las formas
primitivas de violencia que existieron durante la acumulación originaria
del capital de los siglos XVIII y XIX.
Es como si esa violencia
originaria, y que constituyó al capitalismo históricamente, fuese la
condición de posibilidad del capitalismo en su periferia pero en forma
permanente y continua.
A más desarrollo
capitalista en los países del centro, más violencia, más saqueo, más
despojo en las regiones de la periferia. Es como si el capitalismo
tuviese dos relojes: en el primer reloj las regiones del centro del
sistema-mundo tienen un tiempo hacia delante, mientras que en la
periferia ese mismo reloj las lleva al pasado. A este proceso que repite
las formas primitivas y originarias de violencia de la acumulación
capitalista en las regiones de la periferia del sistema-mundo, la
economía política lo ha denominado como “acumulación por desposesión”7 y
están asociadas a las nuevas formas de regulación por
financiarización y
gestión de riesgo especulativo a escala global.
La trama institucional del posneoliberalismo: hacia el neoliberalismo
institucional
Ahora bien, la acumulación por desposesión
se inscribe en el interior de una trama institucional que sirve de
soporte a la financiarización y la gestión de riesgo del capitalismo
especulativo. La trama institucional es clave para ese proceso
especulativo porque a partir de ella se crean nuevas oportunidades y
nuevas condiciones de posibilidad para la especulación. El eje más
importante de esa trama institucional es, definitivamente, el Estado.
Sin el Estado no hay soporte para esa
trama institucional y sin esa trama la especulación financiera y la
gestión de riesgo perderían una de sus principales bazas. Por ejemplo,
el mercado de carbono que involucra a los principales bancos del mundo y
que generó en el año 2012 instrumentos derivados por cerca de 200 mil
millones de USD (Lohmann, 2012), sería imposible sin la existencia del
Estado y las regulaciones de cambio climático. De igual manera con toda
la industria de los “servicios ambientales”, sería imposible sin la
regulación que la codifica, estructura y establece. El “neoliberalismo
institucional” necesita del Estado como actor fundamental de la economía
global.
El retorno del Estado es una necesidad económica de la globalización financiera y la privatización de las instituciones de la vida social. El retorno del Estado fue ya propuesto por el Banco Mundial en su Informe de Desarrollo Humano del año 1997. Para el Banco Mundial, no se trataba de saber si el Estado tenía que formar parte activa de la economía sino la medida de esa participación. Ese informe del Banco Mundial, de hecho, tuvo como consultor principal a Douglass North, premio “Nobel” de economía y teórico importante del “neoliberalismo institucional”.
El nuevo marco teórico del
“neoliberalismo institucional” articula conceptos y categorías que
parecen alejadas del neoliberalismo tradicional pero que, en realidad,
lo continúan a otro nivel, como por ejemplo: elecciones y conducta
no-racional, costos de transacción, acción colectiva, economía de la
información, derechos de propiedad, seguridad jurídica, inversión
extranjera directa, externalidades, incertidumbre, contractualidad,
organización económica, principal y el agente etc., es decir, el
discurso del neoinstitucionalismo económico8.
El retorno del Estado a la economía no es
una iniciativa de los “gobiernos progresistas” latinoamericanos sino una
dinámica que se inscribe en el interior de la acumulación del
capitalismo y su necesidad de ampliar la mercantilización y la
especulación hacia la trama institucional de la sociedad. La
recuperación de la violencia legítima del Estado tenía también por
objeto garantizar la transferencia de la soberanía política del Estado
hacia las corporaciones transnacionales y hacia la finanza corporativa
mundial en el formato de los Acuerdos Internacionales de Inversión que
tienen en la Organización Mundial de Comercio (OMC) su instancia más
importante.
El
“neoliberalismo institucional” tiene como centro de gravedad de sus
preocupaciones teóricas, precisamente, los derechos de propiedad, y la
institución que vigila y protege los derechos de propiedad en el ámbito
internacional es, justamente, la OMC.
La mayor parte de
los Estados-nación en la globalización están articulando y armonizando
sus leyes internas en función de lo establecido desde la OMC, a este
proceso lo denomino “convergencia normativa”.
El Estado y la violencia posneoliberal
La vinculación de la trama
institucional a los circuitos de especulación y de gestión de riesgo
financiero-especulativo desgarra el tejido social. Produce una violencia
que se extiende por todo el sistema-mundo. Ya no se trata solamente de
la violencia de la producción mercantil sino la desestructuración de
instituciones ancestrales que habían servido de soporte para la vida de
las sociedades desde su misma conformación histórica. Un ejemplo de esa
tensión provocada desde la especulación y la gestión de riesgo
especulativo es la incorporación de los territorios a los circuitos
financieros especulativos internacionales.
Millones de seres humanos
son desalojados de sus territorios ancestrales porque ahora estos
territorios son fichas importantes en el juego de casino mundial, el
extractivismo es una forma de esa violencia. Para procesar esa violencia
el Estado no sólo es fundamental sino también estratégico9.
Efectivamente, el rol del Estado es clave porque desde ahí se fundamenta la legitimidad de la violencia de los modelos de dominación política. Se trata, en consecuencia, de otorgar al Estado la suficiente fuerza política que permita absorber a su interior toda la energía social y permitir, de esta forma, la acumulación por desposesión; con esa energía política el Estado puede disciplinar a sus sociedades desde una matriz de violencia sustentada en el discurso de la ley y el orden.
Pero la violencia
de la desposesión se invisibiliza.
El retorno del Estado se asume
como un triunfo político en contra del neoliberalismo tradicional. El
posneoliberalismo crea esa invisibilización de la violencia de la
desposesión, porque utiliza mecanismos de control social que aparecen
como medidas económicas en beneficio de los más pobres, como por ejemplo
las políticas de inclusión social de las transferencias monetarias
condicionadas, o la política fiscal en salud, educación, o “inclusión
social” como la llama el Banco Mundial. Mas, en realidad, son
dispositivos estratégicos que encubren la violencia de la desposesión.
De todos esos dispositivos
quizá el más importante porque al tiempo que encubre la violencia la
legitima, es aquel de la “lucha contra la pobreza” y su correlato del
“financiamiento al desarrollo”.
Los denominados “gobiernos progresistas” fueron los instrumentos, por
así decirlo, más idóneos para encubrir la violencia de la desposesión.
Su discurso de financiar la lucha contra la pobreza a través del
extractivismo fue el argumento legitimante de esa violencia y que se
expresó de múltiples formas. Por ello, muchos críticos con el
neoliberalismo y que provenían de la izquierda fueron conniventes con la
violencia de la desposesión que desplegaron los “gobiernos progresistas”
latinoamericanos, porque nunca visibilizaron esa violencia y
consideraron que el momento posneoliberal era una ruptura definitiva con
la violencia del neoliberalismo10.
Ahora bien, la invisibilización de la
violencia de la desposesión es un fenómeno más complejo, porque apela a
universos simbólicos, imaginarios sociales y mecanismos de control y
disciplina a la sociedad que dan cuenta de una estrategia de dominación
política con un alto contenido heurístico. Es decir, a medida que la
sociedad resiste que su trama institucional sea privatizada y crea
nuevas formas de resistencia, la estrategia de dominación política trata
de estar siempre un paso por delante de esas resistencias, trata de
anticiparlas para anularlas, controlarlas y destruirlas.
A esa capacidad política de
controlar las resistencias que tienen ahora los Estados que emergen
desde la transición del neoliberalismo tradicional hacia el
neoliberalismo institucional, la denomino “modelo de dominación
política” y son consustanciales del posneoliberalismo.
A todos estos procesos que configuran una nueva racionalidad política sustentada en mecanismos liberales de la política, como las elecciones, y que tienen como sustento cambios institucionales profundos con el objetivo de situar la trama institucional de la sociedad en el interior de los circuitos de financiarización y gestión de riesgo especulativo, con Estados fuertes y modelos de dominación social y política que invisibilizan la violencia de la desposesión la denomino posneoliberalismo.
Acudo a esta denominación para distinguir
el neoliberalismo del Consenso de Washington y la imposición colonial
del Fondo Monetario Internacional, en especial durante la década de los
años ochenta, de aquellas formas diferentes que asume la política en las
etapas posteriores al ajuste del FMI porque,
aparentemente, propone una
ruptura con las recomendaciones del Consenso de Washington, pero
continúa con los cambios institucionales y sociales imprescindibles para
garantizar la acumulación en el capitalismo tardío. En consecuencia, me
desprendo de la interpretación hecha, entre otros, por Emir Sader o
Atilio Borón, que ven en el posneoliberalismo una ruptura con el
neoliberalismo clásico.
Más bien al contrario, considero al posneoliberalismo como un proceso complejo y que integra varias dimensiones que continúan, profundizan, consolidan y extienden la violencia neoliberal. Las dimensiones que configuran al posneoliberalismo, son las reformas estructurales de tercera generación, la convergencia normativa, los modelos de dominación política, etc.La noción de posneoliberalismo nos permite comprender esa aparente contradicción entre los cambios políticos que se suscitaron en la región, muchos de ellos de la mano de gobiernos críticos con el FMI, con las relaciones de poder que emergen desde la acumulación por desposesión, con la consecuente tensión y conflictividad social que ahora utiliza el recurso de criminalizar a la sociedad para proteger el sentido y la dinámica de la acumulación capitalista. El posneoliberalismo nos permite estar alertas de esa intención de poner a la economía entre paréntesis y provocar cambios políticos sin alterar un milímetro el sentido de la acumulación y las relaciones de poder que le son correlativas.
La
noción de posneoliberalismo problematiza la tradicional topología de la
política entre partidos y organizaciones de “izquierda”, de “derecha” y
de “centro”, porque las convierte en meros dispositivos ideológicos de
la acumulación del capital en el interior de los modelos de dominación
política. En el momento posneoliberal, para la acumulación por
desposesión y
la violencia que suscita, el hecho de que un gobierno sea de “izquierda”
o de “derecha” es irrelevante. Su relevancia proviene de la forma por la
cual administra la dialéctica consenso/disenso en el interior de los
modelos de dominación política. Fuera de esta dialéctica, su importancia
es prácticamente nula.
Ahora se puede comprender,
por ejemplo, que Alianza País en el Ecuador, o el Partido de los
Trabajadores en Brasil, fueron la forma política que asumió la
acumulación capitalista en momentos del colapso de una variante del
neoliberalismo, aquel del ajuste macrofiscal del FMI. El ajuste
fondomonetarista, al menos en América Latina, finalmente se agotó, pero
cedió sus posibilidades hacia una variante del neoliberalismo que tiene
su interés en las instituciones de la vida social en el sentido más
amplio del término y en la disciplina y control a las sociedades.
Aquello que está en disputa no
es la colonización monetaria y fiscal que realizó el FMI sino la puesta
en valor de las instituciones por la vía del extractivismo minero, de
las industrias de los servicios ambientales, transgénicos,
agrocombustibles, ejes multimodales de transporte, etc. Esta puesta en
valor de las instituciones de la vida social implica violencia y
criminalización social11.
El posneoliberalismo permite comprender
varias dinámicas básicas, como por ejemplo, la acumulación por
desposesión, el cambio institucional del Estado y del mercado, y los
modelos de dominación política, en el interior de un sólo proceso
histórico signado por la mutación del capitalismo desde la
financiarización hacia la gestión del riesgo especulativo. Es cierto que
este proceso comprende al Estado de forma diferente al neoliberalismo
del Consenso de Washington, pero no significa que implique una ruptura
con éste.
Se llega a esta conclusión luego de
analizar la forma que asumió la política y la economía durante el
período de los “gobiernos progresistas” de la región. Estos gobiernos
nunca rompieron con los esquemas, dinámicas, procesos y el sentido mismo
que imponía la violencia de la acumulación del capital, más bien los
consolidaron.
Este texto forma parte del primer capítulo del libro: Alianza
País o la reinvención del poder. Siete ensayos sobre el
posneoliberalismo en Ecuador. Pablo
Dávalos, 2014, Ed. Desde Abajo, Bogotá-Colombia
Bibliografía:
Fuente: http://www.alainet.org/es/articulo/17759
Fuente: http://www.alainet.org/es/articulo/17759
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