Debatir
Venezuela para
re-imaginar el socialismo del Siglo XXI
8 de
agosto de 2017
Por
Horacio Machado Aráoz
(Rebelión)
Notas preliminares
“La crítica ha arrancado las flores imaginarias
de la cadena, no para que el hombre siga soportando esa cadena sin
fantasía ni consuelo, sino para que se arranque la cadena y recoja la
flor viviente.” (Karl Marx)
La circulación de un comunicado internacional [1] que
apoyamos sobre la crítica situación venezolana ha desencadenado una
andanada de reacciones y polémicas al interior (del heterogéneo campo)
de la izquierda. Lamentablemente, a pesar de que se invitaba a abrir un
debate para “mirar a Venezuela más allá de la polarización”, el
sentido mayoritario de las contestaciones se hizo eco del maniqueísmo y
la lógica binaria que domina la escena trágica de la cotidianeidad
venezolana. Más que analizar y debatir a fondo las condiciones, factores
y procesos que condujeron a semejante crisis, muchas respuestas se
arrogaron la tarea de dirimir quiénes están en el “lado correcto”, de la
“verdadera izquierda”, y quiénes habrían cruzado la raya hacia el lado
del “error” o la “defección”.
Absolutamente ajenos a cualquier pretensión de
ser “portadores de la verdad”, estas líneas no quieren ser la
prolongación de una polémica vacía y estéril sobre la propiedad de
la “razón” o de las interpretaciones y posiciones políticas “correctas”
sobre el caso venezolano. Tampoco nos interesa defender (ni atacar) la
reputación intelectual y/o política de quienes toman una u otra postura.
Esa vía resulta completamente banal e inconducente. En esa dirección, la
descalificación (a las personas), sustituye a la argumentación (sobre
los procesos) y se soslaya el foco de la cuestión. Porque, de lo que se
trata no es de juicios sobre individuos, sino de procesos políticos y
sujetos históricos (en continua reconfiguración).
En ese sentido, nos parece fundamental volver el debate sobre los
alcances y límites del proyecto bolivariano [2].
Precisamente
por tratarse del caso que con mayor convicción y decisión política ha
encarado el desafío de un cambio revolucionario en estos tiempos, por
ser el proceso que con mayor radicalidad ha trazado sus políticas y
objetivos; en fin, por ser el
único que se planteó explícitamente el desafío de construir el
socialismo del siglo XXI (no
sólo dentro del concierto de los gobiernos progresistas en América
Latina, sino en el mundo), es que urge repensar Venezuela; tener
el coraje de ver la génesis y el devenir del proceso bolivariano con
honestidad intelectual y compromiso histórico, para procurar entender
cómo y por qué desembocó en la dramática situación en la que hoy se
encuentran el pueblo venezolano y el proceso bolivariano mismo.
Nos parece fundamental tener la capacidad para entablar un diálogo
al interior de las fuerzas y sujetos comprometidos con el cambio
revolucionario, que nos ayude a elucidar cómo y por qué el proyecto más
radical acabó en la crisis aparentemente terminal en la que hoy se
encuentra. Decir que estamos hoy ante un gobierno “revolucionario”;
sostener que la crisis que atraviesa es consecuencia exclusiva del
“asedio del imperialismo”, no resulta una descripción empíricamente
sostenible, ni una explicación consistente, acorde a la complejidad de
los hechos.
Interpelados por el carácter histórico disruptivo del proceso
bolivariano, profundamente comprometidos con sus aspiraciones y
potencialidades revolucionarias, pero también conmovidos por las
intensas y complejas contradicciones que lo atraviesan, creemos que
nuestro desafío pasa por ser capaces de realizar los aprendizajes
históricos que semejante experiencia nos puede brindar a fin de revisar
y reformular los sentidos a futuro de nuestras luchas emancipatorias. En
esa dirección, con ese espíritu, proponemos algunas cuestiones
preliminares a debatir.
1.- La crítica (¿inconveniente
o imprescindible?)
1. 1.- El “Llamado
internacional urgente a detener la escalada de violencia en Venezuela” que
en su momento firmamos, es eso: un llamado
a la reflexión, no una “acusación”. Es una apelación fraterna al
ejercicio de la crítica como pedagogía política, y como insumo
indispensable de todo proceso revolucionario. Su contenido es, en sí, un
ejercicio autónomo y colectivo de la crítica, que no pretende hablar en
nombre de otra/os, ni arrogarse la representación de nadie; mucho menos,
hablar desde ninguna presunta superioridad epistémica. Y sí, en efecto, es
un llamado crítico que está explícitamente dirigido a revisar el apoyo
incondicional y la defensa sin reservas, que diferentes actores y
sectores del campo popular en nombre de “la revolución” y de “la
izquierda” (ahora, la “verdadera izquierda”), vienen prestando al
gobierno de Venezuela, así concebido como propietario monopólico del
“proceso bolivariano”.
1. 2.- Si las cargas de la crítica están
puestas sobre los actuales conductores del Estado y del gobierno
venezolano, no es porque ignoremos, minimicemos ni mucho menos
pretendamos desconsiderar la responsabilidad política que le cabe a las
fuerzas reaccionarias intervinientes, sino precisamente porque ello
da cuenta de con quiénes procuramos dialogar y en quiénes recae la
responsabilidad estatal de contener y desactivar la escalada de
violencia y la militarización de la política en curso. Si nuestro
llamado a la reflexión apunta centralmente a todas las fuerzas sociales
y políticas que en general apoyan al proceso bolivariano, es porque allí
tenemos depositadas nuestras genuinas esperanzas. En
y a través del ejercicio de la crítica que reivindicamos, buscamos, no
el derrumbe de dicho proceso, sino su re-encauzamiento y profundización.
1. 3.- Nos
parece fundamental discutir la idea de que defender el proceso
revolucionario implica suprimir toda crítica al Gobierno venezolano, a
sus políticas y a sus conductores. No toda crítica puede ser
des-calificada como sinónimo de “traición”, “resabio burgués”, de
“hacerle el juego a la derecha” o ser “funcional al imperialismo”. Para
muchos sectores de la izquierda, ésta parece ser una premisa
indiscutible. Nosotros, en cambio, pensamos que esto forma parte del
catálogo de los más gravosos yerros históricos de la izquierda,
asociados más al estalinismo que al socialismo que queremos y
necesitamos para el siglo XXI [3].
1. 4.- Algunos, reconociendo la pertinencia
argumental de las críticas, las rechazan sin embargo por inoportunas;
“aún siendo válidas, en esta coyuntura, terminan alentando el triunfo de
la derecha”, se dice. Pero es
necesario preguntarse si es la crítica lo que debilita al proceso
bolivariano, o si es su silenciamiento lo que está contribuyendo a su
desmoronamiento. Hoy,
efectivamente, las fuerzas de la derecha y los ataques pro-imperialistas
son más virulentos que siempre. Pero, si
la derecha se ha hecho más fuerte y más peligrosa no ha sido, creemos,
por los aciertos y los avances del proceso revolucionario sino, por el
contrario, por su involución y por los impases que hoy lo estancan.
Los problemas están ahí; siguen ahí: el rentismo petrolero, una élite
racista cuyas bases de poder no han sido horadadas, la dependencia
alimentaria del país y el déficit alimentario y sanitario de los
sectores populares, el deterioro de los bienes y servicios públicos,
incluso de la ética pública y la valoración social de lo público, ni qué
hablar de lo comunal/comunitario… Es necesario, entonces, pensar los
límites, procurar sacarlos a la luz y debatirlos; no acallarlos ni
ocultarlos. Eso, seguro, no nos lleva a ningún buen lugar, ni buen
futuro.
1. 5.- Las izquierdas –conviene recordarlo- han
cifrado siempre sus esperanzas históricas en las potentes armas de la
crítica. Para las fuerzas emancipatorias en general, la crítica es
pedagogía política del oprimido/a; es espacio de aprendizaje histórico
de quienes luchan por su propia auto-emancipación. Desde esa postura, no
hay proceso revolucionario sin un continuo proceso de educación popular,
que significa aprender haciendo, construir conocimientos colectivos
desde y para la liberación a partir de la continua deconstrucción y
resignificación de sujetos, prácticas y procesos. Sin
auto-crítica, no hay educación popular; sin educación popular, no hay
cambio revolucionario.
2.- La derecha, golpista,
pro-imperialista… y funcional al gobierno.
2. 1.- La caótica situación del pueblo
venezolano es en gran medida agravada por violentas e ilegales maniobras
de desestabilización agenciadas por sectores oligárquicos internos en
alianza con fuerzas pro-imperialistas norteamericanas. Estos sectores se
ven y actúan como los principales beneficiarios de la crisis. La
aprovechan no sólo para desestabilizar al gobierno, sino para hundirlo
cada vez más en el descrédito y la deslegitimación. Cuanto más degradada
salga la imagen del gobierno y cuanto peor sean las condiciones de la
crisis, mayor será el margen de maniobra económico y político y hasta el
nivel de impunidad ideológico y jurídico que heredará el próximo
gobierno. Cualquier
escenario que otorgue a estos sectores el control del Estado signará una
gravosa derrota que repercutirá larga e imprevisiblemente sobre los
sectores populares y las aspiraciones emancipatorias en el país, en la
región y a nivel global. Nadie que honestamente se diga “de izquierda”
puede alentar esa “salida”. Sobre esto no cabe la menor duda y nunca
estuvo en discusión.
2. 2.- Las expresiones extremas de la derecha
-presentes y activas en Venezuela y en toda Nuestra América -, lo
sabemos, condensa lo peor del poder reaccionario que históricamente ha
urdido este mundo de muerte; son
una clase minoritaria que ha construido su reducto de privilegios a
costa de la mundialización de la violencia ecocida, racista, clasista,
patriarcal. Con ella, aliada histórica del imperialismo
norteamericano, no hay condiciones de diálogo, ni nos despierta ninguna
ingenua expectativa política, excepto lograr avanzar en la erosión y
deconstrucción de las condiciones económicas, sociales y políticas que
la hicieron posible. Frente a ellas, en todo caso, se activa el complejo
dilema freireano/fanoniano del genuino cambio revolucionario: de cómo
transformar las condiciones estructurales de la opresión histórica que
encarnan, sin que esto signifique o desemboque en un simple cambio de
posiciones y roles entre opresores y oprimidos.
2. 3.- Esa derecha
extrema, golpista y pro-imperialista, constituye tanto una amenaza real
como un ficticio salvoconducto al que el gobierno venezolano se empeña
en aferrarse como el único reducto restante para (auto)representarse y
pretender legitimarse como lo que evidentemente ya no es: un gobierno
popular, de izquierda y (menos que menos) socialista. Los planes de
la derecha golpista son, hoy por hoy, el único argumento en pie al que
apela el oficialismo de izquierda para seguir soslayando los graves
problemas de corrupción, ineptitud, autoritarismo, violación del orden
constitucional y las propias políticas económicas regresivas que el
gobierno de Maduro ha venido implementando, en el marco de la grave
crisis generalizada (económica, social, política e institucional) que
atraviesa al pueblo venezolano. Así, quienes
son objetivamente el peor enemigo de los intereses populares, funcionan
también, paradójicamente, como el principal aliado coyuntural del actual
gobierno y sus defensores.
2. 4.- El
gobierno venezolano y lo que llamamos la “izquierda oficialista” justamente
por abroquelarse en la defensa ciega e irrestricta de cualesquiera de
las medidas y políticas del mismo (actitud que hacen extensiva a los
gobiernos de Evo Morales en Bolivia, y de la “revolución ciudadana” en
Ecuador), adjudican al golpismo de derecha y al imperialismo (definido
en clave exclusivamente norteamericana), el origen y el fondo de los
graves problemas sociales que afectan al pueblo venezolano, y de la
crisis política que atraviesan los ‘gobiernos progresistas’ en general,
en la región.
Se niegan así a reconocer en qué medida la crisis es también, en
buena medida, producto de las políticas gubernamentales aplicadas y
hasta qué punto son los propios gobiernos y sus políticas en curso
quienes están obturando las posibilidades transformativas y, al
contrario, alimentando las salidas más reaccionarias .
Si en los casos de Bolivia y Ecuador no se ha llegado una situación
crítica comparable, en el caso de Venezuela no se puede desconocer que
ya no sólo estamos ante un escenario donde el propio Gobierno ha venido
aplicando medidas abiertamente neoliberales y represivas [4] ,
sino donde se ha ingresado a un estado tal de descomposición del tejido
social y deterioro de la vida colectiva que se hace ya prácticamente
insostenible y que, hoy por hoy, es el principal caldo de cultivo de las
expresiones más extremas y reaccionarias de la derecha [5] .
2. 5.- Nos
parece imprescindible reconocer que las fuerzas de extrema derecha no
engloban (ni mucho menos!) a toda la oposición movilizada contra el
actual gobierno, de la misma manera que no se puede confundir el proceso
bolivariano en general con el gobierno, ni atribuir su legítimo
monopolio a quienes hoy detentan el control del Estado. El binarismo
maniqueo con que la izquierda oficialista mira la coyuntura política
venezolana no sólo supone una burda distorsión de un escenario político
más complejo, sino que además termina invisibilizando temas, sujetos y
procesos que están por afuera de esa polaridad hegemónica construida,
únicamente funcional a los sectores más regresivos dentro de la
oposición y del gobierno[6] .
Pareciera cada vez más evidente que la violencia política del actual
escenario venezolano corresponde menos a una lucha
de clases que a la una
mera confrontación entre élites por el control de la renta petrolera [7].
2. 6.- En particular, no se puede ignorar que
fuerzas cada vez más numerosas del chavismo en particular y de la
izquierda en general, así como líderes chavistas altamente
representativa/os, entre ella/os, ex ministra/os y alta/os
funcionaria/os de los anteriores gobiernos de Chávez han venido
reaccionando críticamente ante los extravíos del rumbo político del
Gobierno de Maduro y su entorno. Se trata de fuerzas políticas pro-chavistas
que están afuera del gobierno, trabajando en la construcción de
alternativas a la polarización de élites extremistas que domina la
coyuntura política. Fundamentalmente, se
trata de actores y procesos colectivos que procuran construir
alternativas de re-encauzamiento, recuperación y profundización de las
transformaciones revolucionarias que inició el chavismo, y no su
implosión.
3.- La democracia (mero fetichismo burgués o
piso mínimo del socialismo?).
3. 1.- La escalada de violencia que hoy se
cierne sobre la sociedad venezolana brota de un círculo perverso de
hegemonía bipolar montado entre extrema derecha e ‘izquierda’
oficialista, que se retroalimenta recíprocamente llevándose por delante,
como un torbellino, las fuerzas y posibilidades de una salida
democrática y pacífica de la crisis, a esta altura cada vez más remota. Si
a la derecha la democracia nunca le importó realmente, para ciertos
sectores de la izquierda oficialista pareciera ser una condición
accesoria, prescindente y/o sacrificable en pos de las coyunturas
políticas. Tal parece ser
la clave de lectura aplicada al gobierno venezolano.
3. 2.- Empeñado en considerarlo el demiurgo
exclusivo del ‘proceso revolucionario’, el oficialismo de izquierda
soslaya las graves violaciones de derechos constitucionales y la deriva
autoritaria del gobierno de Maduro. Apelando
a una retórica de “lucha de clases” y de “guerra defensiva contra la
agresión imperialista”, instituye una suerte de lógica política
maquiavélica desde la cual se afirma que “todo vale” cuando se trata de
“salvar el proceso revolucionario”. Se confunde claridad ideológica con
apoyo incondicional. Y
desde esa mirada, toda oposición es expresión de la derecha, o funcional
a ella. Abierta o soterradamente, en la escalada de la crisis, se
instala una razón de estado jacobina, que deposita la tarea de la
“defensa de la revolución bolivariana” en el Estado y más precisamente,
en las élites militares y del PSUV que detentan hoy su control. De
ese modo, lejos de dar lugar a una apertura de mayor participación
popular y a hacer del pueblo organizado el principal bastión de defensa,
estamos asistiendo a un proceso de concentración burocrático-militar y
autoritarismo, que en definitiva, resulta funcional a los planes e
intereses de las derechas más extremas.
3. 3.- Al
equiparar la actual crisis política con el intento del golpe de Estado a
Chávez en el 2002, la izquierda oficialista omite una diferencia
fundamental: la contundente movilización popular que la hizo fracasar.
Entre muchas, la diferencia determinante que separa a los gobiernos de
Chávez respecto del actual gobierno de Maduro, es el abrumador apoyo en
las urnas que tenía aquel y que éste ha perdido. Le
guste o no a quien sea, la legitimidad política de Chávez estaba
monolíticamente construida y acorazada sobre amplias mayorías
electorales. El gobierno de Maduro no sólo no puede exhibir semejante
argumento, sino que, desde la dura derrota electoral sufrida en las
elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2015, ha incurrido en
crecientes violaciones a la Constitución bolivariana con el objeto de
seguir gobernando unilateralmente, incluso con un índice de apoyo
extremadamente bajo. No sólo ha violentado los procedimientos de
renovación del Tribunal Supremo de Justicia y del Consejo Nacional
Electoral, se han aprobado leyes orgánicas sin el concurso de la
Asamblea Legislativa, y se ha impedido la realización de un referéndum
revocatorio (un mecanismo constitucional de democracia participativa,
impulsado por amplios sectores sociales y políticos), sino que además,
se han suspendido sin fecha las elecciones a gobernador que debieron
realizarse en el 2016. En
definitiva, desde la estrepitosa derrota electoral en 2015, no hay
elecciones en Venezuela; el gobierno ha bloqueado ese elemental
instrumento constitucional por el mero hecho manifiesto de que no está
en condiciones de obtener siquiera un resultado decoroso.
3. 4.- Es
claro que la democracia no se reduce a lo electoral; pero sin elecciones
no hay democracia. En
este sentido, nuestro llamado a respetar y defender la vigencia
elemental de los derechos humanos y de las condiciones procedimentales
mínimas de un Estado de Derecho, no tienen nada que ver con fetichismo
burgués; la reivindicación de las condiciones y el carácter democrático
de los procesos políticos, de ninguna manera suponen la idealización de
la institucionalidad liberal, sino todo lo contrario: trascender
revolucionariamente los límites de la “democracia representativa” supone
no borrar o violentar esos mínimos, sino ir más allá de ellos. El
rechazo al autoritarismo y la defensa de los Derechos Humanos no pueden
ser asimilados a una postura “liberal-burguesa”; son parte de las
banderas fundamentales de nuestros pueblos en su histórica lucha contra
el colonialismo (externo e interno) y el imperialismo, la opresión de
clase, racial y de género. El compromiso con la democracia que
demandamos en nuestro comunicado se refiere, sí, a la de elecciones
libres y periódicas, pero no exclusivamente a eso: hablamos
explícitamente de “democracia participativa”, “democracia igualitaria”,
“ciudadanos en las calles”, “ampliación de las arenas públicas para la
toma colectiva y comunitaria de las decisiones” y “ampliación de la
frontera de derechos en pos de una sociedad más justa”. Me pregunto,
¿será posible que en el siglo XXI volvamos a recaer y reivindicar los
crasos errores de las fallidas experiencias del socialismo realmente
(in)existente del siglo pasado? ¿No ha remarcado el propio Comandante
Chávez que lo democrático debiera ser un aspecto irrenunciable y
distintivo del socialismo del siglo XXI?
3. 5.- El flagrante autoritarismo del actual gobierno venezolano no
significa que sea un gobierno ni fuerte, ni mucho menos monolítico. Al
contrario, se trata de un gobierno claramente débil y fragmentado,
incapaz de generar amplios consensos sociales y de procesar
democráticamente las disidencias. El oficialismo de izquierda sigue
pensando la revolución desde el poder del Estado; cree que la suerte de
la revolución se juega en el mantenimiento del gobierno, y por ello se
aferran a él, por cualquier medio y a toda costa. La
lucha contra la arbitrariedad, los abusos de poder, las violaciones a
derechos civiles y políticos básicos, la importancia del pluralismo el
respeto por la diversidad y el diálogo como medio de construcción
política, no son banderas del liberalismo; las entendemos como
condiciones indispensables para cualquier proceso político que se
pretenda emancipatorio. De
otro modo, no se
ve
cómo afrontar de modo creativo y superador los complejos desafíos de
la construcción del poder popular a partir de un campo de opresiones
múltiples, estructuralmente heterogéneo, que demanda aprender a conjugar
la diversidad y complementariedad de las luchas; no a regresar a viejos
dogmatismos como la apelación al rol esclarecido de “vanguardias” y
dictaduras del proletariado.
Más allá de estos aspectos cruciales, la lamentable deriva de
crisis generalizada y autoritarismo que signa la trayectoria del
gobierno venezolano en los últimos años
pone de manifiesto problemas de fondo en la concepción del
proceso revolucionario;
problemas que no se circunscriben a los yerros del gobierno de Maduro, ni sólo
al proceso bolivariano, sino que afectan al conjunto de las experiencias
gubernamentales del ciclo progresista. Esos problemas de fondo, tienen que ver, a
nuestro entender, con creer que superar el neoliberalismo era
simplemente cuestión de volver al keynesianismo; con reducir el
imperialismo a una cuestión de agresión externa, y básicamente
norteamericana; en fin, con haber pensado que era posible construir una
sociedad más justa, más igualitaria y democrática sobre la base de la
profundización del extractivismo.
Esos problemas, la dificultad para verlos como obstáculos
insalvables en los procesos emancipatorios,
expresan sintomáticamente el
sesgo colonial de la mirada progresista. Permiten comprender el camino trunco dejado por los gobiernos que
asumieron ese ideario y también el por qué del sabor amargo, del malestar
de resaca social dejado
tras el fin de ciclo. Por eso mismo, discutirlos como tales, como
límites, es una condición necesaria para reinventar la idea de
revolución; para re-imaginar y re-dimensionar la naturaleza y magnitud
de los cambios que precisamos hacer en dirección a la construcción del
socialismo del siglo XXI.
A inicios del siglo XXI, las cadenas que subyugan al pueblo
nuestroamericano se revistieron (una vez más) de las flores propias de
la fantasía colonial (neo)desarrollista… Ahora que esas flores están
marchitas, debemos volver a lidiar con la cadena misma…. En
Nuestramérica, la América indígena, campesina, afrodescendiente,
mestiza, favelada, el nombre de esa cadena bien podría ser resumido bajo
el de “regímenes extractivistas” . En el caso venezolano, el problema no
es, a nuestro modo de ver, el “régimen de Maduro”, ni el del “chavismo
como régimen”;
el problema
es justamente cómo el chavismo en el Estado terminó profundizando y
ampliando el viejo régimen del extractivismo petrolero.
[1] Nos
referimos al “Llamado
Internacional urgente a detener la escalada de violencia en Venezuela.
Mirar a Venezuela, más allá de la polarización”.( http://llamadointernacionalvenezuela.blogspot.com.ar/2017/05/llamado-internacional-urgente-detener_30.html ).
Ese comunicado ha provocado varias contestaciones, más que críticas,
diría descalificatorias, entre ellas, un “contra-comunicado” también
colectivo titulado “¿Quién
acusará a los acusadores? Respuesta a la solicitada de intelectuales
contra el proceso bolivariano de Venezuela” (http://contrahegemoniaweb.com.ar/quien-acusara-a-los-acusadores-respuesta-a-la-solicitada-de-intelectuales-contra-el-proceso-bolivariano-de-venezuela/ ).
[2] Cuando
este escrito (y su segunda parte) ya estaba prácticamente terminado, se
publicó un dossier editado por Daniel Chávez, Hernán Ouviña y Mabel
Thwaites Rey (“Venezuela. Debates urgentes desde el Sur”, disponible en: https://www.tni.org/files/publication-downloads/venezuela-sur.pdf )
en el que intervienen varia/os firmantes de los comunicados arriba
mencionados. Afortunadamente, ese texto se aleja del tipo y estilo de
confrontación que se vino dando y se centra en lo que justamente
reclamamos en estas líneas. Por mi parte, destaco que en esa publicación
muchos de quienes firmaron el segundo comunicado hacen críticas al
proceso bolivariano y al actual gobierno venezolano muy en sintonía con
las preocupaciones que motivaron nuestra comunicación inicial.
[3] Una
lacónica reflexión de Marcelo Pereira, nos parece sumamente apropiada al
respecto: “Las izquierdas ya deberían haber aprendido, tras numerosas
lecciones desde el siglo pasado, que el criterio de defender todo lo que
sea atacado por la derecha –o, peor, la idea de que algo debe ser
defendido porque la
derecha lo ataca– es una pésima brújula para quienes quieren rumbear
hacia relaciones sociales más libres y más justas. Pero parece que
todavía no lo aprendieron.” (Resaltado en el original. http://nuso.org/articulo/las-izquierdas-latinoamericanas-y-la-cuestion-de-venezuela/ ).
[4] Las
medidas de política económica aplicadas por el gobierno de Maduro ante
la crisis económica desencadenada por la abrupta caída de los precios
internacionales del petróleo (producto que representa el 96 % de las
exportaciones del país) han sido abiertamente regresivas para los
procesos que venían en marcha, combinando un agravamiento del
endeudamiento externo, la liberalización y apertura al capital
transnacional, y la profundización del extractivismo, ahora extendido a
la explotación a gran escala de yacimientos minerales. La creación de
Zonas Económicas Especiales con grandes incentivos fiscales y
desregulaciones a favor del capital transnacional, el Decreto
presidencial de creación del “Arco Minero del Orinoco” y la firma de
acuerdos con empresas mineras extranjeras para su explotación, poniendo
en suspensión hasta la propia normativa constitucional en una zona de
112.000 km2, así como los enormes volúmenes de drenaje de divisas tanto
por el pago de los servicios de la deuda externa como por mecanismos de
corrupción en el manejo del comercio exterior, completamente controlado
por el Estado, son algunos de los más graves e inobjetables ejemplos de
este giro hacia un “neoliberalismo mutante” (la expresión es de Emiliano
Terán Mantovani) encarado por el Gobierno.
[5] Entre
de la gran cantidad de diagnósticos y análisis sobre el actual escenario
sociopolítico y económico venezolano tomamos como referencia y sustento
de nuestras reflexiones dos textos que a nuestro entender sintetizan con
claridad y profundidad la naturaleza, complejidad y gravedad de la
crisis, a saber: “La implosión de la Venezuela rentista”, de Edgardo
Lander (https://www.aporrea.org/energia/a230770.html),
“Siete claves para entender la crisis actual, de Emiliano Terán
Mantovani (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=225731)
y “Venezuela: un barril de pólvora”, de Edgardo Lander y Santiago
Arconada Rodríguez (http://nuso.org/articulo/venezuela-un-barril-de-polvora/?page=2).
[7] Raúl
Zibechi, “Venezuela, el Estado y el Poder. Cuando la izquierda es el
problema”. http://www.lafogata.org/zibechi2017/04/raul.20.1.htm
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=229906
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=229906