Necesitamos, abajo y a la izquierda, enfocar que:
"La historia no sólo de la nación chilena, sino de todo el continente Americano, incluso en sus momentos de mayor auge socializante y republicano, se presenta como un dramático desarrollo de acumulación capitalista, cuyo despliegue se sucede en una serie de etapas que pasan primero por el formato imperial, luego por el diseño Estado nacional y, en una tercera fase, por la actualización ejecutada por los flexibles protocolos de la institucionalidad neoliberal, cuya gestión del territorio y las poblaciones ha intensificado la original voluntad de exclusión, sometimiento y eliminación de los habitantes indígenas en el territorio definido en principio como "soberano", pero que hoy es significado estrictamente a partir de su condición productiva (Villabos-Ruminot, 2006).A partir de lo anterior, la actualidad del conflicto Mapuche no se puede comprender si no es dentro de esta larga y soterrada saga biopolítica de segregación, negación, explotación y exterminio de su condición multiétnica (2006)".
Territorialidad, Biopolítica y
Estado de excepción:
una aproximación al conflicto del
Walmapu como guerra gestional de baja intensidad.
Por Víctor Rodrigo Alarcón Muñoz
Resumen
Este trabajo tiene por
objetivo explorar la relación entre política y vida que se pone en obra, en
medio de la relación histórica que construye el Estado y el régimen
gubernamental que se despliega en Chile con el pueblo Mapuche y su
territorialidad, interrogando las formas y las técnicas disciplinarias de los
dispositivos de gobierno biopolitico y de la lógica centrípeta de la seguridad
inmunitaria que hoy despliegan la positividad flexible de un programa gestional
empresarial que “captura” el Walmapu (territorio Mapuche) bajo la acción de una
guerra de baja intensidad de nuevo orden, la guerra gestional. En esta
perspectiva, se observa el conflicto político actual del Walmapu, como una
ofensiva para alcanzar la normalización de la población Mapuche ahí afincada y
de todo su territorio, a través de lo que aquí denominamos como una guerra
gestional.
En esta estrategia, la soberanía es ejercida con el objetivo de imponer y restituir el “orden” del capitalismo financiero, lo cual define el ejercicio soberano que se despliega como un ejercicio propiamente económico-gestional y ya no simplemente estatal, toda vez que bajo el neoliberalismo sus dispositivos de seguridad y de circulación financiera que operan sobre los territorios, están crecientemente por sobre el Estado, al desplegar un agenciamiento policial financiero y privado no anclado en una lógica pública.La ideología espacio-corporal biopolítica que da forma a estos dispositivos, está signada por lo que Giorgio Agamben define bajo la categoría de Estado de excepción y como resultado arroja la creciente coincidencia del espacio propio del Pueblo Mapuche con un espacio de excepción, transformando el territorio y los cuerpos que le dan forma, en la topología del fracaso de la democracia chilena.
Contexto:
Walmapu, Estado chileno e historia del capital.
En una reciente entrevista el
premio nacional chileno de historia del año 2012, Jorge Pinto, señaló que el
actual conflicto que se sucede en el Walmapu, se origina a partir de la
irrupción del Estado en el territorio Mapuche hacia la segunda mitad del siglo
XIX. Sin pretender desplegar una visión historiográfica, para comprender a
cabalidad la naturaleza económico-gestional del conflicto, es necesario apuntar
que si bien el pueblo Mapuche sostuvo una más que centenaria guerra contra la
corona española, hacia fines del período colonial llegó a un cierto acuerdo en
la relaciones con ésta, el que fue sostenido y gestionado, aunque sin ausencia
de conflicto, a través del sistema diplomático de los parlamentos, cuyo
resultado produjo el reconocimiento efectivo de su autonomía política y
territorial como pueblo nación y que, en el contexto del asentamiento de la
república chilena -aunque con una signatura asimilatoria-, se refrendó con el
parlamento de tapihue de 1825 (Telléz, 2011)2 . Sin embargo,
el proceso constitutivo del Estado chileno, que desde
mitad del s. XIX comienza la prospección del territorio Mapuche, en función de
sus potencialidades económicas, devino hacia finales de los 60', en un violento
proceso de ocupación y despojo que disolvió los rudimentarios mecanismos de
protección logrados con la "diplomacia colonial" y abrió lo que podemos
denominar como una guerra genocida, especialmente por sus consecuencias
biopolíticas, entendiendo en este sentido no sólo el asesinato racial de decenas
de miles de Mapuches, sino la captura de una "población" y de su territorio en
relación a la importancia que juegan estos como "recursos" en los ámbitos de la
economía y la política (Villalobos-Ruminot, 2006).
En su emblemático
texto Indios, ejército y frontera (1983) David Viñas, en medio del extenso
abordaje que realiza sobre la forzosa asimilación estatal de los pueblos
amerindios, cita un pasaje del texto de Stanley J y Barbara H, "La herencia
colonial de América latina", con el objetivo de dar cuenta de
la naturaleza capitalista del proceso general de
"pacificación", en tanto detrás de la táctica liberal criolla, cifrada bajo la
promesa de "igualdad de ciudadanía", estaba la continuación de la violencia
militar por medio del aparato jurídico, con el fin de consumar la captura
económica del territorio Mapuche y sus "poblaciones": "Los indígenas podrían
ahora dividir sus tierras comunalmente poseídas y disponer de ellas a voluntad;
no tendrían impuestos o cortes especiales; en teoría participarían como
ciudadanos de plenos derechos y responsabilidades políticas. Ya no habría
indígenas y no indígenas, únicamente ricos y pobres" (1983).
Para el mapuche su vida y su territorio implica
una copertenencia entre tierra y comunidad, una articulación profunda entre
tiempo, espacio, cosmovisión, técnicas y costumbres. Todo el mundo Mapuche
indisolublemente está ligado al territorio, el fundamento que sostiene su
cultura, formando un "entramado cósmico" entre hombre y tierra que signa la
propia semántica de su nombre, en tanto "gente u hombres de la tierra". En esta
perspectiva, en función de romper esta concepción de propiedad que articula el
fondo cosmovisional Mapuche y que, al igual que otros pueblos, es de naturaleza
comunitaria, la nueva legalidad de los
Estados independientes implementa, a través de sus dispositivos jurídicos, la
puesta en circulación económico-financiera del territorio del Walmapu, proyecto
que revela -desde sus inicios- su naturaleza biopolítica, en el efecto que
genera la imposición de una nueva y desigual relación con la tierra, en tanto y
en cuanto los Mapuches, a partir del despojo de sus derechos ancestrales por
medio de las nuevas constituciones, son compelidos al mercado y a "optar", fruto
de un patrón de acumulación brutalmente desigual, por abandonar sus comunidades
y por incorporarse al sistema como trabajadores asalariados, convirtiéndose así
en un nuevo contingente-cuerpo poblacional económicamente funcional al modelo
capitalista (1983).
La historia no sólo de la nación chilena, sino de todo el continente
Americano, incluso en sus momentos de mayor auge socializante y republicano, se
presenta como un dramático desarrollo de acumulación capitalista, cuyo
despliegue se sucede en una serie de etapas que pasan primero por el formato
imperial, luego por el diseño Estado nacional y, en una tercera fase, por la
actualización ejecutada por los flexibles protocolos de la institucionalidad
neoliberal, cuya gestión del territorio y las poblaciones
ha intensificado la original voluntad de
exclusión, sometimiento y eliminación de los habitantes indígenas en el
territorio definido en principio como "soberano", pero que hoy es significado
estrictamente a partir de su condición productiva (Villabos-Ruminot,
2006).
A partir de lo anterior, la actualidad del conflicto
Mapuche no se puede comprender si no es dentro de esta larga y soterrada saga
biopolítica de segregación, negación, explotación y exterminio de su condición
multiétnica (2006).
El carácter de excepcionalidad que ha reiterado históricamente el
discurso oficial chileno, que sistemáticamente reivindica una ficticia
homogneidad racial y política dentro de su territorio, no es otra cosa que la
estrategia discursiva construida por el proyecto nacional.
Para el mapuche su vida y su territorio implica una copertenencia entre tierra y
comunidad, una articulación profunda entre tiempo, espacio, cosmovisión,
técnicas y costumbres. Todo el mundo Mapuche indisolublemente está ligado al
territorio, el fundamento que sostiene su cultura, formando un "entramado
cósmico" entre hombre y tierra que signa la propia semántica de su nombre, en
tanto "gente u hombres de la tierra". En esta
perspectiva, en función de romper esta concepción de propiedad que articula el
fondo cosmovisional Mapuche y que, al igual que otros pueblos, es de naturaleza
comunitaria, la nueva legalidad de los Estados independientes implementa, a
través de sus dispositivos jurídicos, la puesta en circulación
económico-financiera del territorio del Walmapu, proyecto que revela -desde sus
inicios- su naturaleza biopolítica, en el efecto que genera la imposición de una
nueva y desigual relación con la tierra, en tanto y en cuanto los Mapuches, a
partir del despojo de sus derechos ancestrales por medio de las nuevas
constituciones, son compelidos al mercado y a "optar", fruto de un patrón de
acumulación brutalmente desigual, por abandonar sus comunidades y por
incorporarse al sistema como trabajadores asalariados, convirtiéndose así en un
nuevo contingente-cuerpo poblacional económicamente funcional al modelo
capitalista (1983).
En otras palabras, lo que aquí modestamente se pretende articular,
es un material reflexivo que esté al servicio de la economía política de la
violencia, que el Estado chileno y la gubernamentalidad donde se entrama y opera
la totalizante relación política-vida en el Walmapu.(…)
Walmapu, territorialidad y Estado de excepción.
La actual ofensiva estatal sobre el territorio Mapuche no se produce a través
del "tradicional" modelo jurídico soberano, que persigue la restitución o
consolidación del orden exclusivamente estatal, sino que es emprendida
precipitando la gestión del primero hacia la restitución de un orden jurídico de
corte económico-gestional (Karmy, 2013). En
este sentido, es que la relación que el Estado proyecta hacia el Walmapu cobra
forma "policíaca", en tanto el régimen de policía viene a ser el dispositivo
económico moderno fundamental en el ejercicio de gestión de poblaciones.
En este sentido, no es que lo que Michel Foucault define como poder soberano, en
términos amplios, aquella facultad de disponer de la vida de los individuos,
aquel poder que posee el derecho de vida y de muerte de los sujetos, haya sido
radicalmente desplazado, sino que a pesar de su desintensificación y apertura a
un proceso de cambios hacia el final de la época clásica, no deja de ejercerse
hasta el presente (2012). En un clásico pasaje de la Voluntad de Saber indica:
«Y quizá haya que referir esa forma jurídica a un tipo histórico de sociedad en
donde el poder se ejercía esencialmente como instancia de deducción, mecanismo
de sustracción, derecho de apropiarse de una parte de las riquezas, extorsión de
productos, de bienes, de servicios, de trabajo y de sangre, impuesto a los
súbditos. El poder era ante todo derecho de captación: de las cosas, del tiempo,
los cuerpos y finalmente la vida; culminaba con el privilegio de apoderarse de
ésta para suprimirla.» (Foucault, 2007).
Bajo este prisma, podemos observar, siguiendo la deriva de
reflexiones contemporáneas como las de Agamben y Esposito, que tal modelo de
soberanía sigue operando, pero ya no enclavada en la forma propiamente política
del Estado-nacional, sino en la forma gubernamental de la economía global
(Karmy, 2013), donde el poder soberano sigue ampliamente operando, pero dentro
de una nueva forma de poder que no establece como única relación con la vida su
clausura, sino que se desplaza hacia una administración que se mueve en función
de su potencialidad como recurso (2013). El modelo
soberano sigue siendo el pilar y la plataforma de despegue de la acumulación
basada en la explotación del trabajo humano colectivo, "el punto de cruce
a través del cual se despliega inicialmente el capital" (2013). Sin embargo,
sostiene este mismo autor, a diferencia de los tiempos clásicos economía y
política devienen en un plano de indiferenciación, cuyo resultado es la
instalación de la economía como el paradigma político contemporáneo, es decir,
la economía viene a constituir "el lugar de la decisión soberana" y, en esta
línea, en la potencia definidora del carácter del conflicto político (y por
consecuencia de la guerra), antes circunscrito a la dimensión estrictamente
interestatal, pero hoy articulada en lo que podemos
denominar -siguiendo a Karmy- bajo los términos de guerra gestional, un tipo de
guerra redefinida bajo los objetivos de normalización sistemática y continua del
cuerpo social y sus espacios, que se ordenan en función de la rearticulación y
flexibilización de todos sus límites internos que exige la lógica del capital
global, cuya característica principal es una indefinida circulación que operará
toda situación y todo conflicto, especialmente todo conflicto territorial, según
los ciclos de su "duración" (2013).
Bajo este prisma, la acción
estatal-empresarial en el conflicto político del Walmapu, se configurará como
una larga saga de batallas por la normalización de la población Mapuche,
ejecutada a través de lo que aquí hemos llamado como nueva guerra de baja
intensidad, una estrategia donde ahora la soberanía es ejercida con el objetivo
permanente y sistemático de imponer el “orden” del capitalismo financiero en
toda su extensión, territorial, cultural y político, redefiniendo así el
ejercicio soberano como un ejercicio propiamente económico-gestional y ya no
simplemente estatal, toda vez que bajo el neoliberalismo los dispositivos de
seguridad y de circulación financiera que operan sobre los territorios, están
crecientemente por sobre el Estado, desplegando un agenciamiento policial no
anclado en una lógica pública, regida por una ideología espacio-corporal
biopolítica cuyos protocolos y dispositivos de acción están signados por lo que
Agamben desarrolla bajo la categoría de Estado de excepción,
operación orientada al resultado de una creciente coincidencia del espacio
propio del Pueblo Mapuche con un espacio de excepción, cuestión que transforma
-parafraseando a Agamben- el territorio y los cuerpos que le dan potencia y
forma, en tanto sitio de captura de la vida, en uno de los hechos políticos
fundamentales de la contemporaneidad chilena. En los primeros años de la
dictadura, la citada marca del "tiempo presente chileno",
el Estado desata una profundización de su histórica
estrategia de descomposición territorial del pueblo mapuche, interrumpida
temporalmente por el Gobierno de la Unidad Popular, a través primero de la
brutal represión de las comunidades que habían recuperado en años anteriores sus
tierras ancestrales (con una desconocida cifra de asesinados, torturados y
desaparecidos) y , como complemento (igualmente una histórica práctica) al
imponer una ley de política única de tierras, que terminó de dividir las
propiedades comunitarias al convertirlas en propiedades particulares. En este
sentido, como rescata Gonzalo Díaz, al acabar con la propiedad colectiva se
genera un “mercado de tierras” que produce, como consecuencia, que los
descendientes de los propietarios vayan vendiendo sus partes heredadas
–principalmente a capitales chilenos–, "con lo que se consolida la
desintegración territorial del Wallmapu como tal y su integración al régimen
jurídico territorial del Estado de Chile" (Diaz, 2012). Bajo estas
consideraciones se aprecia, entonces, que la fase del capitalismo que se abre en
Chile con la dictadura, instala un diseño que
intensificará la circulación económica de la realidad en su conjunto, cuestión
que precipitará especialmente sobre la redefinición de la propiedad de los
territorios y a la normativa jurídica de sus recursos (por ejemplo el agua como
recurso concesionable a perpetuidad, despojada de su control público), para lo
cual recurre a extensivas estrategias de sometimiento y control punitivo
(Cortes, 2010).
A partir de estos protocolos
administrativos, este proyecto económico-gestional impulsa sobre el territorio y
el cuerpo Mapuche dos procesos simultáneos, a saber, sobre el territorio, la
circulación económica permanente propia de la expansión de la lógica financiera
contemporánea y, en segundo lugar, la activación de espacios disciplinarios de
control propios de la topología política contemporánea, esto es, el estado de
excepción. Ambos procesos constituyen categorías que revelan el nuevo tipo de
ideología, en cuyas estrategias fundamentales el territorio se define como
objetivo del poder y el poder se define bajo la lógica de la espacialidad
dispuesta económico financieramente. La convergencia
de estos procesos, constituye la reactualización de la saga colonial por medio
de la expansión forestal e hidroeléctrica, es decir, la "puesta a punto" de la
privatización de las tierras comunitarias iniciado a comienzos del siglo XX y, a
través de una diversidad de planes gubernamentales de reeducación
en torno al “emprendimiento” (turismo étnico,
microproyectos de forestación industrial etc.), el proceso de asimilación a
través de la reformulación contemporánea de la otrora "educación obligatoria".
Como se observa, entonces, el Estado chileno
reajusta las “fronteras materiales y simbólicas” con el objetivo de consumar la
incorporación, colonización y "civilización” de un pueblo que sigue disponiendo
otra relación política y ontológica con su entorno y con su comunidad, con el
objetivo de convertir el Walmapu en una especie de “espacio vital” del
neoliberalismo en el sur del país,
desplazando el territorio fuera de la ley
(Montajes jurídicos, testigos sin rostro, asesinatos impúnes, ley
antiterrorista) situándolo en un sistemático y continuo estado de excepción,
subordinando de esta forma a su gente y su nombre (Mapuche), el nomos de esa
tierra, al capitalismo gestional contemporáneo y sus políticas de extracción
salvaje de los recursos naturales.
Esta "gobernanza" que el
Estado proyecta sobre el presente Mapuche, para tales objetivos, dispone un
poder-saber que se realiza a través de una positividad elástica, específica y
local, que produce procesos generativos que implementan "arquitecturas"
económico-policiales concretas, redes de relaciones que apuntan a la captura y
control del espacio en que se constituye el Mapuche, en tanto campo de fuerzas
identitarias que significan el actual principal obstáculo para el arrasamiento
de los recursos naturales que son indispensables para la vida de este pueblo. En
este sentido, esta operatoria apunta, sistemáticamente, a asegurar una
modulación espacial y discursiva del walmapu que produzca y ajuste campos de
reconocimiento de la vida en perspectiva de su total reducción y control
(Butler, 2010). En concordancia con estos procedimientos, se observa igualmente
el ensamble del relato mediático sobre el Walmapu, articulado mediante
dispositivos comunicacionales ajustados por las retóricas de la seguridad que
propone el mercado, que son sumados a la tarea de homogenizar su territorio con
toda la espacialidad y territorialidad global bajo la marca de la fragilidad y
del terror, de manera que éste carezca de identidad y sus habitantes se adecuen,
como señala Agamben, a la “imposibilidad de usar, de habitar, de hacer
experiencia.” (Agamben, 2004).
Es decir, la situación actual del territorio Mapuche en su
relación con el poder, muestra que la planificación espacial, en cuya dinámica
los relatos en torno a las políticas seguritarias
cobran una centralidad fundamental, convierte el espacio territorial en una arma
de punición, en “espacios de excepción” (2004) donde las comunidades quedan en
una permanente relación de extrañamiento con su hábitat y excluidas de toda
posibilidad autónoma de decisión sobre él, de manera de configurar un nuevo
paisaje economizado y sometido a la lógica extractivista y al emprendimiento
como una única relación con la tierra, a través de una superposición de
proyectos económicos y de circulación productiva, que reemplazan por la
disposición ideológica neoliberal de los territorios, la concepción de
relación tradicional y ancestral de copertenencia con la tierra que el Pueblo
Mapuche concibe en su cosmovisión y filosofía. De esta forma, en medio de esta
nueva "geografía" económica impuesta sobre el territorio, el Mapuche comienza a
experimentar su tierra como dispuesta meramente hacia la circulación del mercado
en tanto ésta, por medio de la acción económica-gestional del Estado, sufre la
conversión en un medio para el desplazamiento de las políticas económicas
neoliberales que obliteran, como se advirtió, el sentido comunitario de la
relación con la Mapu en la cual la identidad mapuche se encuentra, reconoce e
identifica socialmente. En este sentido,
el Pueblo Mapuche en todo su
territorio, queda recluido crecientemente en sus comunidades, que comienzan a
devenir en verdaderos guettos marginales o marginalizados por los mega proyectos
extractivistas, experimentando su propio espacio territorial como una “amenaza
concreta de violencia” policiaco empresarial, viendo debilitada su integridad
Mapuche, en tanto su disposición dentro del territorio queda marcada
sistemáticamente por una planificación orientada a capturar económicamente sus
cuerpos y sus tierras.
Bajo estos antecedentes, cuando el pueblo
Mapuche y sus organizaciones (como la CAM o las fuerzas de control territorial)
activan sus procesos reactivos ante la expansión capitalista en su territorio,
instalan un problema que no sólo pone de manifiesto las aberraciones y
violaciones jurídicas y medio ambientales de la vorágine neoliberal, sino que
también abre una práctica crítica en relación al develamiento de las operaciones
micropoliticas del Estado nacional y de los grupos económicos ensamblados en
éste, en tanto y en cuanto este proceso -como todo proceso social- no se ha
desarrollado sin la expresión de la histórica resistencia Mapuche y sin el
correspondiente despliegue represivo que constantemente está activando una
acción soberana que instrumentaliza la existencia humana y la destrucción
material de los cuerpos
(Mbembe, 2011). La forma política que modela la
realidad del Walmapu, proyecta por medio de una heterogeneidad ilusoria, un
relato que los artificios del poder construyen en torno a la democracia y una
"definición participativa" de sus condiciones por medio de la sumatoria de todas
las omnipotencias inscritas en el cuerpo social, es decir, a través de un
efectivo mecanismo ideológico de encubrimiento de las estrategias que aseguren
el despeje de cualquier límite interno al poder.
En esta perspectiva, el
territorio Mapuche viene a constituir la topología del colapso de la democracia
chilena, pues en él se materializa la persistencia del monopolio de la decisión,
en una administración que opera desde un adentro/afuera de toda legalidad
posible, enunciando en su espacio lo que Agamben (2004) indica como la paradoja
de la soberanía, es decir, la constitución material de las formas y los modos de
la excepción que "producen y gestionan el territorio" por medio de una
indiferencia entre hecho y derecho (Agamben, 2010). Este colapso democrático se
evidencia, entonces, en la coincidencia de la democracia con el totalitarismo en
el territorio del Walmapu, una antinomia que no desaparece en la indistinción,
sino que pierde su carácter sustancial y se transforma en un campo de tensiones
del cual, en este modelo de producción, resulta cada vez más difícil encontrar
espacios de fuga y autonomía, en tanto crecientemente esa coincidencia se
materializa en la fusión entre el diseño económico territorial y la maquinaria
policial
(Cortes, 2010).
En relación a esta
indistinción propia de la soberanía moderna y contemporánea, Vicente Serrano en
su texto “La herida de Spinoza”, señala que: La
diferencia entre lo que se llama un orden totalitario y un sistema democrático
está precisamente en que el mecanismo mediante el que se pone en ejercicio la
omnipotencia es distinto, pero la tendencia es la misma y el principio de
soberanía latente es el mismo. (2011) Es decir, en el contexto concreto
del Walmapu, esta especie de indistinción es resultado de una ilimitación total
del poder económico-gestional, del desarrollo material y simbólico de un espacio
territorial que se procesa mediante un sistema permanente de agregación de lo no
incluido, de aquello que está afuera y que siempre es posible para la potencia
sin límites y que coincide paradojalmente -como se indicó más arriba- con el
espacio del decisionismo total propio del estado de excepción. Nada puede evitar
ceder a esta "agregación utilitarista", ningún límite interno puede contener su
"expansión", evidenciando que este diseño ideológico del territorio, corresponde
a una profunda matriz biopolítica, en tanto la vida queda capturada y subsumida
en su totalidad, a través del ya mencionado operativo de la excepción que
realiza la soberanía (2011). El territorio del Pueblo
Mapuche deviene, entonces, en un sitio totalitario por excelencia, en tanto y en
cuanto se activa la facultad de disponer de toda la extensión de la vida del
Mapuche, un poder de captación que cubre su base económica, su tiempo, su cuerpo
y finalmente la vida (Foucault, 1998). El neoliberalismo concreta a través de
esta violencia fundacional, su implacable capacidad -que afanosamente intenta
encubrir-, de transformar a los sujetos en productos consumibles (Bauman 2007);
en definitiva, el territorio Mapuche deviene hoy en el espacio de su propio
reemplazo, pues el flujo extenso e intenso del capitalismo, parece apuntar a
obtener el privilegio, sin contención, de apoderarse totalmente de la vida para
disponer su supresión cuando el sistema así lo requiera. Bajo este enfoque, la
configuración del presente del walmapu supera o radicaliza la acción de la
matriz soberana de poder -que se expresaba en la expansión geográfica como
dispositivo de consolidación- al quedar permanentemente sometido de manera total
al paradigma biopolítico de gestión y control, bajo cuyas definiciones la
política se torna en gubernamentalidad, esto es, una administración que vuelca
sus potencias y sus formas hacia el ámbito de la vida, en tanto es regida por
una razón autolimitada bajo los criterios del mercado, ese espacio no estatal
que es el de la libertad económica total (Foucualt, 2010) y que hoy
crecientemente permanece fuera de todo ordenamiento normal (Agamben, 1998). De
esta manera, todo el Walmapu comienza a coincidir con ese espacio cuya
estructura es "todo lo posible", convirtiéndose en la topología de la excepción,
es decir, en la coincidencia con lo que podemos denominar sin eufemismos como
una gran campo de concentración (Agamben, 1998). Finalmente, es preciso señalar
que lo que se pone en juego en este conflicto, más bien, verdadera ofensiva bio-necropolítca
del Estado chileno sobre el Walmapu, es la posibilidad del arrasamiento total de
todo un mundo de la vida, el Mapuche, a través de una violencia cuya lógica
alcanza un predominio no sólo en las fronteras internas del estado chileno, sino
que a nivel global.
Las interrogantes que nos hagamos frente a este drama
territorial, cultural y político, así como otros de esta misma índole (como por
ejemplo el drama Palestino) pueden aportar luces en relación a la naturaleza de
la matriz biopolítica que nos gobierna y sus procedimientos crecientemente
inmunitarios de protección negativa de la vida. En
conflictos como el que comentamos y que, padecemos, está la posibilidad de
recuperar el coraje del pensamiento y abrirnos a la recuperación de una potencia
común capaz de interrumpir ese "humanismo" que nos agobia y que nos deja a todos
arrojados a una especie de prescindible nueva categoría: la de "indios
contemporáneos".
Bibliografía(...)