Estudiantes y obreros fueron sus ejes vitales
Los dispositivos
subversivos de mayo del 68
22 de mayo de 2018
Por Miguel Pinto Parabá (Rebelión)
La eclosión social francesa se desarrolló en
un momento de crisis internacional. Fue un terremoto político, social y
cultural que no se quedó encerrado en un solo país. Inspiró a miles de jóvenes
del orbe que, raudamente, se lanzaron a la lucha contra el mundo colonizador,
excluyente y explotador del capital.
El Mayo francés de 1968 no fue un simple movimiento
“estudiantil”, “espontáneo”, “aislado”, “utópico” y dirigido por “hijitos de
papá”, como quieren hacer creer a las nuevas generaciones las élites conservadoras
del mundo y sus sistemas de difusión.
Al contrario, fue más bien parte de un tsunami social, cultural y político, donde
jóvenes de diversos países y clases sociales se rebelaron contra el orden
establecido después de la Segunda Guerra Mundial.
París se constituyó en el epicentro de esa
sublevación estudiantil y obrera que se irradió por varias regiones de Francia
y otros países.
50 años después, su eco aún retumba en la mente
de millones los seres humanos, que aún sueñan con edificar un planeta distinto.
Los días de furia
La noche de las barricadas del 10 de mayo se constituyó en el
“rugido de furia” que desencadenó la revuelta popular.
El balance de esa jornada impactó al planeta:
cerca de 500 detenidos, más de 1000 heridos, alrededor de 200 automóviles
incendiados y el populoso “Barrio Latino” arrasado.
Por presión de las bases, el 11 de mayo, las
centrales obreras decretaron la huelga general en toda Francia. El día 13,
cerca de un millón de personas protestaron en las calles de París. En la cúpula
de la Sorbona ondearon tres banderas: la roja, la negra y la del vietcong. El 15 de mayo, los
obreros tomaron las fábricas. Una semana después, Francia quedó absolutamente
paralizada: 10 millones de obreros se lanzaron a la huelga [1].
El desenlace socio-político tuvo dos tiempos: uno inmediato y otro
retardado. El gobierno francés conducido por el histórico líder Charles de
Gaulle desvirtuó el movimiento y convocó a elecciones generales para junio de
1968. De Gaulle en las urnas triunfó. Sin embargo, en abril de 1969, fue
derrotado en un referéndum que pretendió legitimar algunas reformas.
Inmediatamente, como parte de todo ese proceso, renunció y se retiró de forma
definitiva de la política.
En torno a esa realidad y al recordar sus 50 años, el debate sobre la connotación global y anti-sistémica de Mayo del 68 volvió a cobrar fuerza.
El giro ideológico-político
La cadena de acontecimientos de París de 1968,
sin lugar a dudas, quedó grabada en la memoria colectiva y la historia de la
humanidad con tinta indeleble.
Permaneció guardada perpetuamente en reportajes
y documentales de radio y televisión; primeras planas de periódicos,
fascículos, revistas y libros de la época; fotografías, graffitis y afiches, y sesudos debates teóricos.
El sociólogo Juan María Sánchez-Prieto, en su
ensayo “La historia imposible del Mayo francés”, narró la resonancia inmediata
que generó en el campo intelectual:
“Imposible o no de explicar, es un tema poco
elaborado desde el punto de vista de la historiografía, aunque reclamó
enseguida una vasta producción de distinto tipo. Al terminar 1968 se habían
publicado más de cincuenta libros referidos a los hechos de mayo [2]. Son libros apresurados, a menudo obra de los
actores, que resultan, no obstante, necesarios para tratar de recomponer la
atmósfera del momento, lo que no siempre traducen los análisis de los
sociólogos, que pretendieron proporcionar enseguida una lectura académica de
los hechos [3]. Estudios más recientes comienzan a proporcionar
claves nuevas para entender y explicar el movimiento” [4].
La revuelta desencadenó una explosión ideológico-política que
iluminó el camino de miles de jóvenes que lucharon e incluso murieron por la
construcción de un mundo nuevo.
Su médula internacionalista
El Mayo
francés fue también un grito
de libertad que se extendió a escala planetaria.
Se desarrolló en una coyuntura en que las
luchas anticapitalistas y antiimperialistas se internacionalizaron.
En esa perspectiva, el historiador Eric
Hobsbawm realizó una sugerente explicación de la rebelión de Mayo:
“Fue global, no sólo porque la ideología de la
tradición revolucionaria, de 1789
a 1917, era universal e internacionalista, (…) sino
porque, por primera vez, el mundo, o al menos el mundo en el que vivían los
ideólogos estudiantiles, era realmente global. Los mismos libros aparecían,
casi simultáneamente, en las librerías estudiantiles de Buenos Aires, Roma y Hamburgo (en 1968 no
faltaron los de Herbert Marcuse). Los mismos turistas de la revolución
atravesaban océanos y continentes, de París a La Habana, a Sao Paulo y a
Bolivia. (…) Los estudiantes de los últimos años sesenta no tenían dificultad
en reconocer que lo que sucedía en la Sorbona, en Berkeley o en Praga era parte
del mismo acontecimiento en la misma aldea global en la que, según el gurú
canadiense Marshall McLuhan (otro nombre de moda en los sesenta), todos
vivíamos” [5].
Ese fue el modo en que el levantamiento francés
se intrincó con otros sucesos revolucionarios.
La guerra de guerrillas en Vietnam y otras
latitudes del mundo estaba en su apogeo. Para ese entonces, Ernesto Che Guevara –quien fue asesinado en
Bolivia en 1967– ya era el símbolo internacional del hombre nuevo.
Una respuesta a la crisis
El Mayo
francés no surgió de la nada,
como rayo en cielo despejado.
Se desarrolló en una coyuntura en que el auge
económico-social de la posguerra se agotó.
En 1965, según el economista Napoleón Pacheco,
comenzó el “proceso de deterioro” de la época de oro que el sistema capitalista
disfrutó desde fines de los años cuarenta [6].
La pugna económica e interimperialista entre
Estados Unidos, Europa y Japón deterioró la arquitectura económica mundial y,
en ese momento, sembró las bases de una nueva crisis nacional general.
Pese a las medidas de emergencia que los
expertos adoptaron, la crisis orgánica se propagó en cadena por todos los
continentes. A fines de la década del ´60 este fenómeno se agudizó y el sistema
financiero internacional se derrumbó
Así, desde principios de los años 70 hasta
mediados de los 80, las ganancias globales quedaron prácticamente estancadas.
Y, como siempre, los trabajadores y los pobres
fueron los más afectados.
El big
bang socio-político
Todo eso generó una insubordinación social compleja,
diversa y de talante universal, que tuvo ciertos antecedentes y una particular
lógica.
En 1962, el intento de la Unión Soviética de
instalar una base de misiles en Cuba marcó un importante punto de ruptura en la
aldea global.
Ese delicado hecho reactivó la Guerra Fría
(1945-1991) y, por ende, tensionó las relaciones económicas, sociales,
culturales y militares en varias regiones del globo terráqueo.
En ese mismo periodo, los pueblos de Guinea
(1952-1958) y Argelia (1954-1962) lograron su independencia de Francia; la
insurgencia angoleña venció en su cruzada “anticolonialista” (1961-1975), y la
guerrilla comunista vietnamita derrotó al ejército estadounidense (1963-1973).
En 1966, China comenzó su “revolución cultural”
y respaldó públicamente a otros procesos revolucionarios en el planeta.
Entre 1966 y 1970, en la India, el gobierno de
Indira Gandhi lanzó medidas nacionalistas y empezó una agresiva reforma
agraria.
Los enfrentamientos religiosos, nacional-étnicos y
económico-políticos en los países del Medio Oriente, desde mediados de los años
60, también se radicalizaron y pusieron en cuestión la influencia
estadounidense e inglesa sobre las grandes reservas de petróleo de esa región.
Los acontecimientos de Mayo del 68, dentro de esa red
de hechos, fueron acompañados por la “Primavera de Praga” en Checoslovaquia (1968), el
“Otoño Caliente” en Italia (1969), los movimientos “antirracistas” y
“pacifistas” en los Estados Unidos y otros sucesos subversivos.
Los estudiantes y obreros franceses
insurrectos, por tanto, nunca estuvieron solos.
Su vínculo con América Latina
Después del triunfo de la revolución cubana en
1959, en América Latina los movimientos guerrilleros se propagaron por
República Dominicana, Guatemala, El Salvador, Colombia, Venezuela, Argentina,
Chile, Uruguay, Perú y Bolivia.
En ese marco, en el corazón de América del Sur,
en octubre de 1967, se produjo el asesinato del famoso guerrillero Ernesto Che
Guevara, quien inmediatamente se convirtió para miles de varones y mujeres del
mundo en un ejemplo a seguir.
Cuando faltaban pocos días para que se
inauguren los Juegos Olímpicos Internacionales en México, en octubre de 1968,
la matanza y desaparición de cerca de 300 estudiantes en Tlatelolco (ubicado en el Distrito Federal de
México), impresionó igualmente al planeta y demostró que la rebeldía no era
monopolio de la juventud europea.
En Argentina se suscitó también, en 1969, el
“Cordobazo”, un levantamiento obrero, estudiantil y popular con rasgos
anticapitalistas, que culminó con la muerte de estudiantes, obreros y policías.
Esa coyuntura histórica, como se puede
observar, fue crucial y difícil para el orden establecido en el continente.
Su perspectiva socialista
El Mayo
francés, de ese modo, fue un levantamiento que sacudió las enmohecidas estructuras
políticas y sociales del sistema impuesto después de la posguerra , donde la
juventud y el movimiento obrero aparecieron como actores políticos relevantes.
En ese contexto, varios partidos comunistas y
socialistas –“estalinistas” o “burocratizados”, según algunas corrientes–fueron
rebasados por los acelerados acontecimientos [7].
De esa manera, todo esto delineó los rasgos
centrales de los hechos de principios de la década del ´70, que se
caracterizaron por poseer elevados grados de conflictividad.
En Bolivia, en ese marco, se desarrolló también
una experiencia explosiva que alcanzó fama mundial: La Asamblea Popular de 1971.
El denominado “soviet” boliviano fue la
creación histórica de la Central Obrera Boliviana y la Federación Sindical
de Trabajadores Mineros. Y los jóvenes tampoco estuvieron al margen de la
organización de este órgano de poder, que tuvo el objetivo de construir el
socialismo en Bolivia y el continente.
Pero, esa otra historia…
Notas
Notas
[1] Cohn-Bendit , Daniel, Jean-Paul Sartre y Herbert
Marcuse (1968) .Cronología de la semana rabiosa, en La imaginación al poder . Buenos Aires: Edic. Insurrexit.
pp.4-19
[2] Lista elaborada por Sánchez-Prieto:
“Destacan, entre otros: CLUB JEAN-MOULIN, Que
faire de la Révolution de Mai? Seuil, París, 1968. F . DUPRAT: Les journées de Mai 68: les dessous d'une révolution,
Nouvelles Editions Latines, París, 1968. A . GLUCKSMANN: Stratégie et révolution en France
1968, Bourgois, París, 1968.
A . GRIOTTERAY: Des barricades ou des reformes? Fayard, París, 1968. M . PAILLET: Table rase: 3 mai-30 juin 1968,
Robert Laffont, París, 1968. W. ROCHET: Les enseignements de Mai-Juin 1968,
Les Editions Sociales, París, 1968. J. SAUVAGEOT, A. GEISMAR, D. COHN BENDIT y
J-P. DUTEUIL: La révolte
étudiante, Seuil, París, 1968. UNEF-SNE-Sup: Le livre noir des journées de Mai,
Seuil, París, 1968” .
[3] Sánchez-Prieto: “R. BOUDON: «La crise
universitaire francaise: essai de diagnostic sociologique», Annales, 24, 1969, págs. 738-764. M . DE CERTEAU: La prise de paróle, Desclée de
Brouwer, París, 1968. M .
CROZIER: La société bloquée,
Seuil, París, 1970. [Didier Anzieu] EPISTÉMON: Ces idées qui ont ébranlé la France,
Fayard, París, 1968. A .
TOURAINE: Le mouvement de mai
ou le communisme utopique, Seuil, París, 1968. S. ZEOEL: Les idées de Mai, Gallimard,
París, 1968” .
[4] Sánchez-Prieto, Juan
(2001). La historia imposible del Mayo francés,
en Revista de Estudios
Políticos, Núm. 112: abril-junio. Madrid: Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales. pp.109-133
[5] Hobsbawn, Eric (1999). El tercer mundo y la revolución,
en Historia del siglo XX.
Buenos Aires: Edit. Crítica. p.445
[6] Pacheco, Napoleón (2001). La deuda externa boliviana entre
1950 y 1970: la resolución de las obligaciones antiguas, en La deuda externa de Bolivia. La Paz: CEDLA. pp.198-199
[7] Cohn-Bendit, Daniel, Jean-Paul
Sartre y Herbert Marcuse (1968). La
imaginación al poder . Buenos
Aires: Edic. Insurrexit.
Miguel Pinto Parabá es periodista.
Medio siglo de
educación popular
9 de junio de 2018
Por Raúl Zibechi (La Jornada)
Entre las múltiples creaciones que alumbró la revolución mundial de 1968 (concepto acuñado por Immanuel
Wallerstein), la educación popular es una de las más trascendentes, ya que ha
cambiado en profundidad los modos como concebimos y practicamos el acto
educativo, en particular en el seno de los movimientos anti-sistémicos.
En 1967 Paulo Freire publicó su primer libro, La educación como práctica de la
libertad, y en 1968 redacta
el manuscrito de Pedagogía del
oprimido, que se publica en 1970. Este libro influyó sobre varias
generaciones y llegó a vender la astronómica cifra de 750 mil ejemplares, algo
extraordinario para un texto teórico. Desde la década de los años setenta los
trabajos de Freire fueron debatidos en los movimientos, que adoptaron sus
propuestas pedagógicas como forma de profundizar el trabajo político de los
militantes con los pueblos oprimidos.
Una de las principales preocupaciones de
Freire consistía en superar el vanguardismo imperante en esos años. Defendía la
idea de que para transformar la realidad hay que trabajar con el pueblo y no
para el pueblo, y que es imposible superar la deshumanización y la
internalización de la opresión sólo con propaganda y discursos generales y
abstractos.
De ese modo sintonizaba con los principales
problemas legados por la experiencia de la Unión Soviética ,
pero también abordaba críticamente los métodos de trabajo de las guerrillas
nacidas al influjo de la revolución cubana. Casi la totalidad de la generación
de militantes de las décadas de 1960 y 1970 estábamos firmemente convencidos de
representar los intereses de los sectores populares (incluyendo pueblos
originarios y descendientes de esclavos arrancados de África), pero no se nos
ocurría consultarlos acerca de sus intereses y menos aún sobre sus estrategias
como pueblos.
Creo que la educación popular es una de las
principales corrientes de pensamiento y acción emancipatoria nacidas en el
entorno de la revolución de 1968. Buena parte de los movimientos tienen alguna
relación con la educación popular, no sólo en sus prácticas educativas y las pedagogías
que asumen, sino sobre todo en los métodos de trabajo en el seno de las
organizaciones.
Freire se mostraba preocupado por transformar
las relaciones de poder entre los revolucionarios y entre éstos y los pueblos
(el vocablo revolución es uno de los más usados en Pedagogía del oprimido),
probablemente porque estaba intentando superar los límites del proceso
soviético. Sus propuestas metodológicas buscaban potenciar la autoestima de los
oprimidos, jerarquizando sus saberes, que no los consideraba inferiores a los
saberes académicos. Se propuso acortar las distancias y jerarquías entre los
educadores-sujetos y los alumnos-objetos, con métodos de trabajo que mostraron
enorme utilidad para potenciar la organización de los sectores populares.
Gracias a las formas de trabajo de la
educación popular, los oprimidos pudieron identificar el lugar estructural de
subordinación que los atenazaba, lo que contribuyó a la creación de las más
diversas organizaciones de base en todo el continente.
En la década neoliberal de 1990, la educación
popular fue tomando otros caminos. Un excelente trabajo de la socióloga
brasileña Maria da Gloria Gohn (goo.gl/zBZVks), destaca que se produjo un
profundo viraje que llevó a laprofesionalización de los educadores populares, se
debilita la horizontalidad y se consolidan relaciones de poder entre los que
enseñan y los que aprenden. Los educadores populares van dejando de la lado la
relación militante con sus alumnos para vincularse con la población como grupos de beneficiarios.
La mayoría de los educadores populares
trabajan para ONG (antes eran militantes organizados que, por supuesto, no
recibían paga) y se difunde la idea de que los
gobiernos ya no son el enemigo sino fomentadores de iniciativas sociales para
incluir a los excluidos. En adelante, la educación popular se dirige a
individuos y ya no a sujetos colectivos, las metodologías ocupan un lugar
central desplazando los debates político-ideológicos y el concepto deciudadano sustituye al de clase.
Los educadores populares tienden a convertirse
en auxiliares rentados de las políticas estatales cuando, señala Gohn, dejan de
luchar por la igualdad y el cambio social y trabajan para incluir, precaria y marginalmente, a
los excluidos. Los posgrados ocupan el lugar que antes tenían los
educadores-militantes, mientras predomina un estilo que deja de lado la
organización para la lucha, para adoptar la agenda de las financiadoras
internacionales interesadas en proyectos para aprender
a insertarse en una economía desregulada y en un mercado de trabajo sin
derechos sociales.
Es evidente que no todos los educadores populares tomaron este
camino. Aunque un sector mayoritario se ha incorporado a los ministerios de
Desarrollo Social durante los gobiernos progresistas, aún con críticas e
insatisfacciones, el sector más activo y rebelde trabaja junto a los nuevos
movimientos, a las fábricas recuperadas y los campesinos sin tierra, y dedican
tiempo y esfuerzos para la formación con sectores populares rurales y urbanos.
Una porción considerable de la nueva
generación de educadores populares (sin título y sin nombre) se dedica a
aprender los saberes populares en sus territorios, no para codificarlos ni
usarlos con fines propios sino para potenciar la organización de los de abajo.
El historiador chileno Gabriel Salazar sostiene que los sectores populares se
educan a sí mismos, en sus espacios y en base a sus cosmovisiones. El objetivo de la autoeducación
popular es crear poder, sostiene.
Los caminos se bifurcaron, como suele suceder
en todos los procesos emancipatorios. Lo importante es que la educación popular
está viva, que viene mutando desde que emergen nuevos sujetos colectivos y que
tiene la capacidad de incorporar saberes de los pueblos. Una parte de los
educadores decidió que la pedagogía crítica consiste en bajar y no subir.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=242652
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