Medio siglo de
educación popular
9 de junio de 2018
Por Raúl Zibechi (La Jornada)
Entre las múltiples creaciones que alumbró la revolución mundial de 1968 (concepto acuñado por Immanuel
Wallerstein), la educación popular es una de las más trascendentes, ya que ha
cambiado en profundidad los modos como concebimos y practicamos el acto
educativo, en particular en el seno de los movimientos anti-sistémicos.
En 1967 Paulo Freire publicó su primer libro, La educación como práctica de la
libertad, y en 1968 redacta
el manuscrito de Pedagogía del
oprimido, que se publica en 1970. Este libro influyó sobre varias
generaciones y llegó a vender la astronómica cifra de 750 mil ejemplares, algo
extraordinario para un texto teórico. Desde la década de los años setenta los
trabajos de Freire fueron debatidos en los movimientos, que adoptaron sus
propuestas pedagógicas como forma de profundizar el trabajo político de los
militantes con los pueblos oprimidos.
Una de las principales preocupaciones de
Freire consistía en superar el vanguardismo imperante en esos años. Defendía la
idea de que para transformar la realidad hay que trabajar con el pueblo y no
para el pueblo, y que es imposible superar la deshumanización y la
internalización de la opresión sólo con propaganda y discursos generales y
abstractos.
De ese modo sintonizaba con los principales
problemas legados por la experiencia de la Unión Soviética ,
pero también abordaba críticamente los métodos de trabajo de las guerrillas
nacidas al influjo de la revolución cubana. Casi la totalidad de la generación
de militantes de las décadas de 1960 y 1970 estábamos firmemente convencidos de
representar los intereses de los sectores populares (incluyendo pueblos
originarios y descendientes de esclavos arrancados de África), pero no se nos
ocurría consultarlos acerca de sus intereses y menos aún sobre sus estrategias
como pueblos.
Creo que la educación popular es una de las
principales corrientes de pensamiento y acción emancipatoria nacidas en el
entorno de la revolución de 1968. Buena parte de los movimientos tienen alguna
relación con la educación popular, no sólo en sus prácticas educativas y las pedagogías
que asumen, sino sobre todo en los métodos de trabajo en el seno de las
organizaciones.
Freire se mostraba preocupado por transformar
las relaciones de poder entre los revolucionarios y entre éstos y los pueblos
(el vocablo revolución es uno de los más usados en Pedagogía del oprimido),
probablemente porque estaba intentando superar los límites del proceso
soviético. Sus propuestas metodológicas buscaban potenciar la autoestima de los
oprimidos, jerarquizando sus saberes, que no los consideraba inferiores a los
saberes académicos. Se propuso acortar las distancias y jerarquías entre los
educadores-sujetos y los alumnos-objetos, con métodos de trabajo que mostraron
enorme utilidad para potenciar la organización de los sectores populares.
Gracias a las formas de trabajo de la
educación popular, los oprimidos pudieron identificar el lugar estructural de
subordinación que los atenazaba, lo que contribuyó a la creación de las más
diversas organizaciones de base en todo el continente.
En la década neoliberal de 1990, la educación
popular fue tomando otros caminos. Un excelente trabajo de la socióloga
brasileña Maria da Gloria Gohn (goo.gl/zBZVks), destaca que se produjo un
profundo viraje que llevó a laprofesionalización de los educadores populares, se
debilita la horizontalidad y se consolidan relaciones de poder entre los que
enseñan y los que aprenden. Los educadores populares van dejando de la lado la
relación militante con sus alumnos para vincularse con la población como grupos de beneficiarios.
La mayoría de los educadores populares
trabajan para ONG (antes eran militantes organizados que, por supuesto, no
recibían paga) y se difunde la idea de que los
gobiernos ya no son el enemigo sino fomentadores de iniciativas sociales para
incluir a los excluidos. En adelante, la educación popular se dirige a
individuos y ya no a sujetos colectivos, las metodologías ocupan un lugar
central desplazando los debates político-ideológicos y el concepto deciudadano sustituye al de clase.
Los educadores populares tienden a convertirse
en auxiliares rentados de las políticas estatales cuando, señala Gohn, dejan de
luchar por la igualdad y el cambio social y trabajan para incluir, precaria y marginalmente, a
los excluidos. Los posgrados ocupan el lugar que antes tenían los
educadores-militantes, mientras predomina un estilo que deja de lado la
organización para la lucha, para adoptar la agenda de las financiadoras
internacionales interesadas en proyectos para aprender
a insertarse en una economía desregulada y en un mercado de trabajo sin
derechos sociales.
Es evidente que no todos los educadores populares tomaron este
camino. Aunque un sector mayoritario se ha incorporado a los ministerios de
Desarrollo Social durante los gobiernos progresistas, aún con críticas e
insatisfacciones, el sector más activo y rebelde trabaja junto a los nuevos
movimientos, a las fábricas recuperadas y los campesinos sin tierra, y dedican
tiempo y esfuerzos para la formación con sectores populares rurales y urbanos.
Una porción considerable de la nueva
generación de educadores populares (sin título y sin nombre) se dedica a
aprender los saberes populares en sus territorios, no para codificarlos ni
usarlos con fines propios sino para potenciar la organización de los de abajo.
El historiador chileno Gabriel Salazar sostiene que los sectores populares se
educan a sí mismos, en sus espacios y en base a sus cosmovisiones. El objetivo de la autoeducación
popular es crear poder, sostiene.
Los caminos se bifurcaron, como suele suceder
en todos los procesos emancipatorios. Lo importante es que la educación popular
está viva, que viene mutando desde que emergen nuevos sujetos colectivos y que
tiene la capacidad de incorporar saberes de los pueblos. Una parte de los
educadores decidió que la pedagogía crítica consiste en bajar y no subir.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=242652
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