Ciudad securitaria,
policialización y violencia soberana
Por Sergio Job, Mercedes Ferrero y
Noelia Feldmann (Rebelión)
“La ciudad cesa de lucir la vestimenta del
`espacio público´ y se transforma en un aparato de captura y vigilancia de las
poblaciones observables a distancia” (De Giorgi, 2006). Con esta frase el autor
comienza a delinear la gubernamentalidad biopolítica: una forma del poder
asociada a la regulación de los cuerpos y las cosas en el espacio y, por lo
tanto, del espacio mismo. Ese control social produce una morfología del espacio1 que
hemos dado en llamar ciudad
securitaria. En ella opera un dispositivo de seguridad -signado en este
tiempo por la doctrina de la “seguridad ciudadana”- que abre paso a la dinámica
y planificación de las políticas desde un abordaje territorial, introduciendo
la perspectiva de la “geoprevención” (Hernando Sanz, 2008). Esta idea se centra
en el concepto de riesgo y, por tanto, focaliza en la
producción de políticas preventivas y en una territorialización de las
mismas; siendo necesario el desarrollo de un saber penal que permita
identificar con claridad al enemigo y localizarlo en el mapa, a la vez que
entrecruzar estrategias de control de diversa índole.
La lectura desde este paradigma de la seguridad ciudadana redunda
en el uso de herramientas altamente tecnificadas de vigilancia y control social
que, en primera instancia, parecieran no requerir de un aparato policial que
intervenga en forma permanente sobre el espacio, sino más bien que se concentre
en el desarrollo de un saber penal criminológico que abone en la “prevención
temprana del delito”. Sin embargo, la ciudad
securitaria implica una
transformación profunda en sus dispositivos y disposiciones.
Las
relocalizaciones-deslocalizaciones y demás cambios a nivel
urbanístico-arquitectónico, van acompañados por la reconfiguración y
dislocación de las fuerzas de seguridad, particularmente de la policía, que
adquiere en este momento de desarrollo del modelo de acumulación y de las
políticas de gubernamentalidad, un papel central que intentaremos abordar y
esclarecer en el presente artículo.
El desarrollo de estrategias y tecnologías de seguridad avanza en
su perfeccionamiento constante. El gobierno de las poblaciones innova en tácticas
y herramientas en función de los requerimientos de un capitalismo que, en su
fase financiera, alcanza una agudeza en tanto modelo de dominación, que se
expresa en un (auto)control omnipresente de todos y de cada quién. A las formas
“blandas” de la dominación materializadas en las gestiones de las
organizaciones y las políticas sociales (Zibechi, 2011), se yuxtapone la forma
militarizada (Ceceña, 2006) del control y la contención.
Las ciudades latinoamericanas están teñidas por los colores de la
militarización y la
represión. A los verde oliva, se suman algunos tonos azules y
grises, los camuflados de guerra o cuadrillas blanquinegras de los móviles
policiales, y tantas otras variedades de la misma represión (seguridad privada,
grupos parapoliciales, barrabravas, patotas sindicales, etc.), cuya presencia
constante pretende recordarnos que no estamos solos, que el cerco de contención lleva cordones armados que procuran
hacerlo irrompible.
Ahora bien, el crecimiento cuantitativo de las fuerzas de
seguridad no se reduce a un incremento en el número de efectivos, sino que se
materializa también en el aumento de los presupuestos de dichas fuerzas, en la
compra de armamentos, móviles, dispositivos de seguridad electrónica, etc. Las
fuerzas de la (in)seguridad engordan, ascienden, se robustecen, se extienden.
Pero además, se perfeccionan cualitativamente: desde la incorporación de
sofisticadas tecnologías hasta los entrenamientos, prácticas y formación
comandados desde el imperialismo y reafirmados de manera permanente por los
Estados policiales2.
La militarización (y cuando hablamos de ella no nos referimos solo
a la presencia de las fuerzas militares en el espacio, sino y sobretodo a la
extensión del control biopolítico y policíaco a los más diversos ámbitos de la
vida en sociedad) es la forma espacializada de la ficción financiera del
capitalismo. La contención represiva se vuelve la materialidad más patente de
un sistema que se ha desanclado de los patrones “reales” de la economía y que
se complejiza hasta el infinito.
Si la forma material, en un momento determinado del desarrollo de
las relaciones de producción, fue el disciplinamiento y la explotación del
trabajador lisa y llana, hoy y cada vez más en Nuestra América (donde jamás
existió la economía industrial al estilo europeo y desde siempre hubo grandes
sectores de la población por fuera del mercado laboral) aquella forma es
asumida por el control de los cuerpos y la administración de las poblaciones en
el territorio, erigidas desde un poder gubernativo que tiene a la fuerza
policial como elemento estructurante.
“No quiere decir que el mercado desaparezca como disciplinador,
quiere decir que la dimensión militar se sobrepone al mercado desplazándolo de
su carácter de eje ordenador, que la visión del mundo adopta un contenido
particularmente militarizado, y que es a partir de la visión militar que la
totalidad no sólo se reordena sino que cobra un nuevo sentido”. (Ceceña, 2006)
Nos encontramos en una época de rearme del capital, que pone a
todos los individuos en un lugar de tensión, inclusive a los agentes mismos de
ese poder policíaco. El nuevo rol que asumen las fuerzas policiales, además de
estar territorial y estratégicamente diseñado, requiere por parte de sus
agentes funciones renovadas, que ya no pasan solamente por garantizar la
seguridad de la propiedad privada y las libertades individuales. Los agentes de
la policía se vuelven el eslabón principal de un modelo de dominación que
intenta contener en la pasividad, la rendición, la apatía y el cinismo, a todos
los individuos de una sociedad.
Pero para cumplir dicha función se vuelven necesarias estrategias
diferenciadas para cada grupo poblacional. Ejercer la violencia y la arbitrariedad
más cruel frente a los jóvenes de sectores populares; infundir el miedo, la
amenaza constante, y demostrar el manejo de diversos ámbitos de la economía
(narcotráfico, trata de personas, robo organizado, etc.) en las barriadas
populares; manifestar la presencia permanente y participar de “juntas de
participación” con los sectores medios; reprimir las acciones de los sectores
organizados; ostentar su porción de poder frente a los sectores dominantes, a
los cuales se encuentran subyugados.
El control, disciplinamiento y contención social, se sirven de la
presencia notoria y continuada de la fuerza policial en las ciudades; pero no
requiere en todos los casos de su intervención en “sentido positivo”. De alguna
manera se sobreponen las tareas de fiscalización, control, amenaza,
organización, aviso, recopilación de datos, con las de represión, tortura,
amedrentamiento, violaciones a las libertades individuales, etc. Cómo y cuándo
es necesaria cada una de ellas responde al perfeccionamiento permanente de las
acciones de la fuerza, en función de las necesidades y las dinámicas del poder.
De ahí la dislocación que atraviesa a la fuerza policial (Job y
Ferrero, 2011) en su papel de administración total de los tiempos y la vida
urbana. Quizás es en este momento del poder, cuando toma centralidad esa
cualidad soberana de la fuerza policial que bien señala
Agamben (2000). En un texto breve pero contundente, el autor rescata a la
policía como el lugar donde la proximidad y el intercambio constitutivo entre
la violencia y el derecho que caracteriza la figura del soberano, se muestra
con mayor claridad. Y dice: “si el soberano es, de hecho, quien marca el punto
de indistinción entre la violencia y el derecho, proclamando el estado de
excepción y suspendiendo la validez de la ley, los policías están siempre
operando dentro de un similar estado de excepción. Las razones de “orden
público” y “seguridad” sobre las cuales tienen que decidir caso por caso,
definen un área de indistinción entre la violencia y derecho que es exactamente
simétrica a la de la soberanía.”3
Insistimos en aclarar que resaltar la cualidad soberana del poder
policial, bajo ningún punto de vista apunta a quitar la mirada de la
institución y abordar el accionar individual de “pequeños soberanos”. Está
claro que las problemáticas derivadas de la violencia, represión y control
policial, no se tratan ni de errores ni de excesos, sino que responden a una
sistematicidad del poder. Lo que se pretende resaltar aquí, es que el Estado
policial no puede garantizar mediante el sistema legal sus fines últimos,
necesita instaurar una excepcionalidad permanente, dentro de la cual la fuerza
policial cumple el papel más relevante.
Lo que es realmente importante no es la amenaza a aquellos que
infringen la ley, sino más bien la exhibición de esa violencia soberana
(Agamben, 2000), la demostración acechante del poder en aquel cordón de
contención armado -omnipresente tanto espacial como temporalmente-, en orden a
alcanzar la administración total de territorios y poblaciones. Aquel ámbito de
indistinción entre la violencia y el derecho que caracteriza a la práctica
policial, se instituye en las reglamentaciones mismas construidas desde y por el
poder. En el momento actual, las leyes y normas contemplan en sí mismas la
existencia y vigencia de la excepción, instituyendo a partir de allí un ámbito
de apertura a toda clase de nuevas excepcionalidades que, a modo de un espiral
ascendente, amplían la extensión y la voracidad del biopoder.
Notas:
1 Se entenderá al espacio como resultado de disputas entre
poder y resistencia, como ese producto (nunca unilateral) del entrecruzamiento
de dispositivos, tecnologías y disposiciones sociales (Ciuffolini, 2011). En
palabras estrictas de Ciuffolini: “el espacio urbano es la consecuencia de un
proceso histórico y dinámico” (2011: 23), de esas relaciones de
poder-resistencia.
2 Enfocar en el crecimiento y los
cambios de las fuerzas represivas en la actualidad, de ninguna manera quiere
desconocer el rol que las mismas han tenido desde el origen mismo del Estado
como formación social. La dominación, en cualquier de sus formas, se asienta en
la existencia, instauración y ejercicio de la violencia. Los Estados
latinoamericanos han ido refuncionalizando las formas y los blancos de la
violencia en los distintos momentos de su historia económica y política. Sin
embargo, el pilar represivo del Estado adquiere en la actualidad ciertas
cualidades diferenciales, de gran relevancia en tanto la dimensión militar
estructura los demás ámbitos de relaciones.
3 Traducción propia.
Sergio Job y Mercedes Ferrero son integrantes del Colectivo de Investigación “El Llano en llamas” y militantes del Movimiento Lucha y Dignidad en el Encuentro de Organizaciones de Córdoba. Noelia Feldmann es integrante del Colectivo de Investigación “El Llano en llamas” y militante del Espacio de Resistencia al Código de Faltas.
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