Des-caudillizar el poder
y des-apoderar la política
4 de abril de 2017
Por Arturo D. Villanueva Imaña
Rompiendo con aquel ciclo de continuidad que los gobiernos
llamados progresistas nos habían acostumbrado durante al menos la última
década, Latinoamérica y Bolivia en particular vuelven a sacudirse por el
surgimiento e impronta de vientos de renovación democrática.
Hasta ahora, la ola renovadora ha favorecido el retorno de la
derecha y aquel neoliberalismo (hoy cada vez más radical y que a pesar de haber
sido expulsado), resulta que está provocando una fuerte interpelación acerca
del futuro que queremos construir y las alternativas que se plantean para
lograrlo.
En vista de los resultados electorales sucedidos en varios países,
aparece cada vez más evidente la restauración de regímenes que están
reimplantando políticas neoliberales más agresivas. Las mismas, ahondan y
exacerban el carácter enajenador del modelo salvajemente extractivista y
desarrollista que implantaron los gobiernos autodenominados de “izquierda”, en
favor (claro está), de grandes intereses corporativos y transnacionales que, a
su turno, reactualizan y tienden a imponer un colonialismo de nuevo sello.
Sea producto del desencanto sin alternativas, de
un gran rechazo y bronca acumuladas, de la indignación y resistencia a la
impostura y la traición, o del reciclamiento de la derecha y el neoliberalismo
que han sido propiciados bajo el auspicio y la alianza que los propios
gobiernos progresistas les brindaron; lo cierto es que la derecha está de
retorno. Sucede
que nuestros pueblos no tuvieron oportunidad, ni pudieron construir o elegir
otra alternativa que no fuese la repetición del modelo económico extractivista
que sucedió al neoliberalismo.
Y aunque en el plano del ejercicio gubernamental se pueden
distinguir diferencias de matiz por el énfasis estatista o privatizador que
impulsan progresistas o neoliberales reciclados; lo
que se impone en la práctica y la cotidianidad social actual, es el mismo tipo
de sobreexplotación del hombre y la naturaleza, con los graves efectos y daños
socio ambientales y climáticos que debe soportar y sufrir el pueblo.
Ahora bien, habida cuenta que la resistencia y rechazo popular
todavía no han logrado construir una alternativa política que no sea de
derecha, ni articular una propuesta estratégica contra el modelo económico
extractivista; es indudable que para retomar y cumplir aquella agenda popular
de transformaciones que inclusive se constitucionalizó en países como Bolivia,
queda un importante desafío. Es decir, comenzar por articular los
diversos movimientos de protesta, resistencia y denuncia, para convertirlos en
una lucha conjunta contra el modelo extractivista y desarrollista que origina
los principales problemas de la economía, la sociedad y la naturaleza.
A diferencia de lo que ya ha sucedido electoralmente en otros
países en los que se ha cambiado de signo político, pero no de modelo
económico, en Bolivia todavía se tiene tiempo y oportunidad para evitar dicho
efecto pernicioso. Un efecto cuyo origen y riesgo se explican por la impostura
y traición de un gobierno autocalificado como de izquierda, pero que le allanó
el camino nada menos que a esa derecha neoliberal que decía combatir, y que
ahora se predispone a volver a gobernar.
El ámbito del poder y la política.
Sin embargo, la reflexión de los siguientes acápites estará
orientada a un plano diferente, aunque conexo. Me refiero al plano del poder y
la política y la forma cómo ambos se han ido construyendo y desvirtuando, en
tanto más se favorecía la concentración del poder y la caudillización de la
política.
Si existe algún fenómeno peculiar que caracterice la praxis
política en Latinoamérica, éste no es otro que un caudillismo personalista,
estrechamente asociado al propósito de conquista, conservación y concentración
del poder a toda costa.
Sea como resultado de la persistencia de prácticas o afinidades
monárquicas; sea por la internalización de valores individualistas y
competitivos que corresponden a la visión liberal y capitalista que favorece
los emprendimientos personales y privados; sea porque se desdeña prácticas
colectivas, sociales y comunitarias; o sea porque ha prevalecido un tipo de
sociedad patriarcal y machista, donde domina en forma excluyente el varón elegido;
lo cierto es que este tipo de ejercicio político contribuye a un proceso de
individualización, concentración y caudillización del poder y la política. Es decir,
una forma de comportamiento político que al mismo tiempo de desplazar prácticas
comunitarias y colectivas de gestión pública y política, donde prevalece el
debate y la construcción colectiva de consensos y la participación social;
termina desvirtuando y quitando a la democracia la oportunidad de
devolver el poder al pueblo, y concentrarlo cada vez más en caudillos y cúpulas
que usurpan la iniciativa popular, para hacer prevalecer dominios y voluntades
individualistas, excluyentes y sectarias.
Es una especie de privatización y concentración del poder y la
política, que resulta muy similar, equivalente y compatible a la concentración
de la riqueza y los medios de
producción que detentan y defienden los intereses particulares e
individualistas del sistema capitalista predominante. Es tan compatible y
equivalente en el plano económico, que resulta muy funcional para ejercer y
reproducir poder en el plano político. En fin, se convierte en una potente
herramienta para usurpar y enajenar poder en las manos individuales del
caudillo y su séquito; provocando que la praxis política tienda a ser reducida
a meros actos electorales, y la democracia sea secuestrada en favor de
intereses minoritarios y particulares.
En otras palabras, se trata de un fenómeno que se encuentra en la
antípoda del ideal democrático orientado a constituir un gobierno del pueblo y
para el pueblo, donde el ejercicio de la política no esté orientado a escoger
caudillos y favorecer intereses individualistas y minoritarios, sino a devolver
la capacidad de gestión, decisión y participación social al pueblo. A cambio, la
caudillización del poder y la política es mucho más coincidente y funcional a
los valores capitalistas, liberales y republicanos, donde prevalece el
individualismo, la competencia y la concentración de riqueza y poder en pocas
manos.
El plano de la democracia.
En el ámbito de la democracia sucede un fenómeno similar, porque
desoyendo una histórica tradición de lucha de los pueblos indígenas que
insistentemente reivindican la necesidad de reconstituir sus territorios
colectivos y su capacidad de autogobierno comunitario, se ha hecho prevalecer
el enfoque occidental de fuerte contenido presidencialista e individual. El mismo, favorece la
conformación y elección de gobiernos supuestamente representativos, pero que
generalmente responden a los intereses minoritarios que concentran la riqueza y
los medios de influencia sobre la población. Prevalece
un enfoque democrático-representativo ajeno, frente a la reivindicación de una
capacidad de autodeterminación y gobierno colectivo, que responde a las
prácticas propias de comunidades y ayllus.
Como si ello no fuese suficiente, tampoco se toma en cuenta y se
termina despreciando las mismas prácticas democráticas de los movimientos
sociales. Ellos, cotidiana y sistemáticamente deliberan colectivamente, construyen
consensos y adoptan decisiones participativas sobre todos aquellos asuntos y
problemas que inciden o afectan su modo de vida, trabajo y las relaciones con
el entorno. Es más, desatendidos, olvidados, o marginados por el Estado y la
gestión pública de gobierno, inclusive han logrado resolver necesidades y
problemas acuciantes, sobre la base de la cooperación, la solidaridad, la
autogestión y el trabajo comunitario.
Existen ejemplos innumerables de esta capacidad de gestión pública
y política tanto en áreas rurales como en centros urbanos, que no han
necesitado del rol del Estado, para poder efectivizar la conquista de sus
derechos, como la atención y resolución de sus problemas y demandas.
Ello no se traduce únicamente en una mayor capacidad de gestión
comunitaria y autogestión pública y política; sino que implica un ejercicio
democrático y ciudadano, que va mucho más allá de acudir circunstancial y
ocasionalmente a las urnas, para que después otros decidan por todos, a cuenta
el voto emitido y la delegación de poder conferida.
A contrapelo de estas experiencias prácticas e históricas que
indudablemente dan cuenta de un tipo de ejercicio democrático centrado en la
iniciativa colectiva y comunitaria del pueblo, y donde la gestión pública y
política ya no es un atributo del Estado, los partidos políticos, o el
gobierno; es indudable que responde y se acerca mejor al tipo de democracia y
ejercicio político que siempre se ha deseado como la forma de gobierno más
cercana al pueblo.
Por todo ello, persistir en un modelo
democrático tradicional, basado casi exclusivamente en la búsqueda de
representatividad electoral, donde su mayor valor consiste en el balotaje de
mayorías y minorías; no sólo resulta anacrónico, sino totalmente insuficiente
para profundizar la democracia.
Si se trata de responder adecuadamente a las
formas cómo se ejerce la política y se constituye un gobierno más cercano al
pueblo, pero se insiste en reproducir el modelo democrático tradicional, sólo
se contribuirá a perpetuar una forma de democracia elitista y meramente formal.
Peor es el resultado, cuando dicha democracia representativa se desvirtúa bajo
prácticas pactistas y/o caudillistas, que convierten la política y el ejercicio
democrático en una forma de usurpación de la voluntad popular, y un medio de
conquista del poder como fin último.
Como consecuencia de lo analizado en ambos
planos, y mientras persistan ambos fenómenos distorsionadores de la democracia
y la política, puede concluirse la imposibilidad de profundizar la democracia
en un sentido popular, así como de impedir la realización de las tareas de
transformación democrática que acompañen los cambios en la economía.
Un apunte final en la perspectiva de construir
una alternativa de izquierda, hacer política en forma diferente y devolver el
poder pueblo. Un proceso de profundización de la democracia y transformación
social no será posible, si paralela y simultáneamente no recoge y pone en
práctica el modo de gestión pública y política que la sociedad ya ejercita. No
por nada las movilizaciones y la protesta de los movimientos sociales que
se expresan cotidianamente en las calles, repudian la caudillización,
partidización y/o aprovechamiento electoralista con que actúan algunos
sectores, partidos y gobiernos (incluidos los llamados progresistas).
Fuente: http://www.bolpress.com/2017/04/04/des-caudillizar-el-poder-y-des-apoderar-la-politica