El agua ya no penetra
Agosto de 2015
Por Jorge Rulli *
Empresarios, funcionarios y pobladores de las zonas inundadas
postergaron el debate sobre las consecuencias del modelo agroexportador actual.
Los sojales desplazaron chacras y tambos que con molinos y bombas extraían
grandes cantidades de agua. Las enormes maquinarias compactan el suelo y los
pesticidas matan la microvida: no quedaron ni los túneles de las lombrices.
Así, el agua ya no penetra, circula hasta acumularse y las inundaciones
castigan a los pueblos mucho más que a los lotes agrícolas. Jorge Rulli , miembro del
Grupo de Reflexión Rural, traza un mapa del modelo de producción y propone
modificar los modos en los que se utiliza el suelo.
La siembra directa fue concebida como una agricultura natural,
ecológica, con abundantes rotaciones y con sumo respeto por la vida del suelo.
Se implementaba con máquinas simples y livianas. Hasta que el mercado pidió más
productividad y una escala mayor: la maquinaria mutó en enormes sembradoras,
enormes tractores, enormes mosquitos pulverizadores, cuyas toneladas de peso,
dejan necesariamente el terreno compactado. Al no labrar el suelo, el agua de
lluvia tiene más dificultades para penetrar. La demanda en aumento de porotos
de soja y su precio sostenido durante una década dejó de lado las rotaciones
con otros cultivos, que posibilitaban, luego de la cosecha, abandonar sobre los
suelos materia orgánica o barbecho para reponerlos. Hay más: se pulveriza glifosato
y otros agroquímicos de modo masivo para eliminar malezas perennes y así, año
tras año, se fue afectando sensiblemente la microvida del suelo, que facilita
la reposición de los nutrientes, así como el laboreo que realizan las
lombrices, hoy ya en muchos campos inexistentes. En conclusión, el terreno está
desnudo, el agua corre y no penetra en el subsuelo.
El proceso de globalización le impuso a la Argentina en los años
‘90 un modelo de país productor de transgénicos y exportador de forrajes. Las
consecuencias de la implantación de ese modelo extractivo y de producción
masiva de comodities a lo largo de los años, fueron inmensos territorios
vaciados de sus poblaciones rurales, cientos de pueblos en estado de extinción,
cuatrocientos mil pequeños productores arruinados, entre ellos el cierre
definitivo de millares de tambos, y muchísimos chacareros endeudados debido a
la incorporación de nuevos paquetes tecnológicos con dependencia a insumos,
semillas genéticamente modificadas, herbicidas de Monsanto y maquinarias de
siembra directa.
El mercado impuso sus reglas: la principal fue la necesidad
creciente de disminuir costos para competir. Los fondos de inversión que
expropiaron los aportes jubilatorios de los argentinos y los fondos fiduciarios
generados por algunas empresas para supuestamente democratizar la agricultura,
aportaron los recursos financieros para la implementación de los nuevos
monocultivos de soja Roundup Ready (RR, que resiste al herbicida glisfosato) en
una escala gigantesca. La vieja oligarquía pastoril desapareció en medio de la
mayor transferencia histórica de tierras desde la campaña al desierto, para dar
lugar en su mismo nicho histórico a una nueva clase empresarial y plutocrática,
no ya patricia como la Sociedad Rural Argentina , sino de recientes
orígenes inmigratorios. La concentración de campos y la expulsión de
poblaciones sintetizaron el modelo neocolonial impuesto por el proceso
globalizador.
Los emigrados del campo conformaron nuevos e inmensos cinturones
de pobreza urbana, y descubrieron en la ciudad el festival de las importaciones
y el consumo, en simultáneo con el creciente desempleo producido por el cierre
masivo de las empresas industriales. Un vasto plan de asistencialismo y de
empleos de inferior calidad, subsidiados por el Banco Mundial y cargados a la
creciente deuda externa, la distribución de raciones alimentarias y un tejido
férreo de control en las barriadas, contuvieron por años la creciente pobreza.
Lo paradójico de esta situación de insurgencia que vivía la Argentina a
principios del milenio fue que muchas de las luchas sociales localizadas, tales
como los asentamientos y luchas por el derecho a la vivienda, en la medida que
confrontaban con situaciones abusivas de injusticia y no se proponían otro
modelo de país ni regresar a los lugares de origen, devinieron funcionales al
sistema de agricultura a escala y control del territorio por los grandes
pooles, vinculados a los exportadores y mediante ellos, a los mercados
globales.
El predominio de visiones urbanas sin arraigos culturales y a la
vez, reverenciales de tecnologías y de modelos que rinden culto del progreso,
colaboraron de manera eficaz, en mantener invisible el rol que nos fuera
asignado de país exportador de comodities, con una agricultura sin agricultores,
subsidiada por corporaciones como Monsanto para la producción masiva de
transgénicos. Esas visiones urbanas impidieron prever las consecuencias
necesarias e inevitables del festival de cultivos transgénicos que podría estar
llegando actualmente a los treinta millones de hectáreas.
El modelo del agro negocio sojero desplazó miles de chacras y, en
particular, desplazó tambos. Cada tambo contaba con varios molinos y/o bombas
para riego o bebederos, que diariamente extraían grandes cantidades de agua,
abatiendo las capas de agua a sus niveles tradicionales de 30 a 60 metros de profundidad.
Esos espacios tamberos fueron reemplazados por siembra directa.
Reconozcamos que no faltaron avisos que anunciaban la situación
que hoy nos preocupa. En el congreso de los Consorcios Rurales de
Experimentación Agricola (CREA) de 2014, en una exposición denominada “Del mito
de la sustentabilidad a la realidad del compromiso ambiental”, se dijo lo
siguiente: “Una visión estática de la
naturaleza generó el ‘principio precautorio’ que reclama conocer las
consecuencias de nuevas intervenciones agrícolas antes de implementarlas. Ante
ese desafío se generaron en el sector productivo metodologías de ‘buenas
prácticas’ orientadas a una supuesta sustentabilidad. Pero es difícil definir cómo
deberían ser esas prácticas a priori. Cambia el ambiente y lo que sabemos de
él; cambian las tecnologías y las opciones, y la mejor práctica hoy puede ser
mala mañana”. Esta presentación estuvo a cargo de Esteban G.
Jobbágy, investigador del Grupo de Estudios Ambientales del Instituto de
Matemática Aplicada de San Luis (Conicet-UNSL), durante una conferencia
ofrecida en el Congreso Tecnológico CREA que se estaba desarrollando en Mar del
Plata, Rosario y Santiago del Estero de manera simultánea. “Los efectos del desmonte sobre la materia orgánica del suelo y el
stock de carbono, sobre las napas freáticas o las poblaciones de grandes
mamíferos nativos, requieren observaciones y observadores distintos y deben en
todos los casos y etapas sumar aportes del sistema de ciencia y tecnología”,
añadió. Jobbágy dijo en ese momento algo por lo demás evidente y de sentido
común: que era improbable anticipar todas las consecuencias hidrológicas que el
reemplazo de pasturas y montes por agricultura tendría en nuestras llanuras.
“Hemos generado excesos hídricos sostenidos y lo que en un
principio se atribuyó exclusivamente a las fluctuaciones climáticas, hoy
aparece también vinculado a los cambios en el uso del territorio: ascensos
freáticos de diez metros en Marcos Juárez (Córdoba) desde los años ’70, con
lotes que se inundan por primera vez en la historia; napas que salvan la
producción en años secos pero que ponen en jaque siembras y cosechas en años
más húmedos; sales que aparecen en la superficie cuando menos lo esperamos”, comentó.
“Hay que aprender sobre la marcha. Para eso es necesario integrar a expertos
y observadores locales, plantear problemas actuales e hipotéticos y avanzar
gradualmente con el cambio reservando zonas de control, además de medir las
variables consideradas más sensibles, hacer transparente la información y su
interpretación, debatir y negociar” Jobbágy señaló también que “la agricultura,
como todas las actividades humanas de gran escala, es insustentable. La
historia desde la revolución industrial hasta hoy ha mostrado repetidamente que
lo único sustentable es el progreso. Aparecen nuevos problemas, generamos
nuevas soluciones. Y esas soluciones traen nuevos problemas”, comentó.
Consideremos que no estamos leyendo a un contestatario o a un
ecologista, sino a un profesional que se preocupa por mejorar la capacidad del
proceso productivo por mantener sus estándares. La idea de que cada solución
tecnológica entraña nuevos problemas y la necesidad, a su vez, de generar
nuevas soluciones tecnológicas, es un criterio típicamente empresarial, que no
tiene en cuenta los ecosistemas naturales y que sólo privilegia la ganancias
mediante la continuidad del consumo y la producción de nuevos artilugios y de
nuevos tóxicos.
El uso de agrotóxicos en los sojales condujo, por ejemplo, a la
insólita situación de que los conocidos bichos bolitas se convirtieran en
plaga. Estos insectos se alimentaban de materia muerta que fue desaparciendo
por la ausencia de suficientes procesos de humificación; y entonces comenzaron a
comer cultivos. Así, se crearon cócteles de venenos específicos para
eliminarlos.
En ese mismo congreso, Jobbágy indicó acertadamente que la
contaminación por sobre-fertilización, que encabeza la lista de preocupaciones
en otras grandes regiones productoras, no es prioritaria en la Argentina. Pero sí
lo es la pérdida de hábitats naturales y de recursos hídricos. “Desde lo global un concepto que se ha popularizado para expresar
la preocupación por la agricultura y la disponibilidad de agua es la huella
hídrica ¿Cuánta agua de lluvia o de riego hemos utilizado para obtener una
unidad de producto? Pero el agua no tiene el mismo valor en todas partes ¿Vale
lo mismo el agua que permitió producir un litro de leche usando alfalfa regada
en Mendoza o maíz picado y pasturas de secano en la cuenca del Salado? La
importación ciega de indicadores envasados como la huella hídrica representa un
obstáculo en el abordaje del problema producción-ambiente”, dijo.
“De hecho, en una enorme parte de nuestras llanuras el uso conservador
del agua que hace la agricultura nos causa problemas más serios: niveles
freáticos más elevados, menor capacidad de albergar excesos de lluvia y, por lo
tanto, anegamientos e inundaciones más frecuentes en la región pampeana o
ascenso de sales en la región chaqueña son algunos de estos problemas. No
necesitamos ahorrar agua de lluvia en estas llanuras: necesitamos usar las
lluvias tan exhaustivamente como la hacían las pasturas o los bosques que
reemplazamos con cultivos anuales. Y aquí empiezan a surgir varias tensiones:
las inundaciones castigan a los pueblos mucho más que a los lotes agrícolas.
Los tambos son el sistema productivo que generan menores excesos, pero uno de
los que más caro paga la
inundación. Lleva tiempo y esfuerzo entender estos problemas
hidrológicos que no conocen fronteras entre disciplinas”, explicó.
Jobbágy señalo también que,en lo que respecta a la protección de
ecosistemas naturales (aspecto regulado por la “Ley de Bosques” Nº 26.331) es necesario buscar
acuerdos en un marco que permita distinguir las situaciones de ganar-ganar,
perder-perder o ganar-perder en cuanto a ambiente y producción. “La quema de más del 95% de la biomasa desmontada en cordones es
un claro ejemplo de perder-perder: deterioramos el suelo y desperdiciamos un
recurso valioso.
Salir de esa práctica requiere pocas innovaciones y acuerdos”,
argumentó el investigador.“Encontramos un claro ganar-ganar en la intensificación verde:
aumento del doble cultivo, uso de cultivos de cobertura, ciclos más largos,
aplicados en épocas de excesos o napas elevadas en las llanuras. Bajamos el
riesgo de anegamiento y aumentamos la producción”, añadió. “Los sistemas que alternan cultivos tardíos de soja y maíz han
mostrado enormes virtudes productivas y han permitido afianzar empresas
agrícolas sobre ambientes que antes se consideraban hídricamente marginales.
Una de las claves de la secuencia es que usa conservadoramente el agua evitando
estrés y riesgo productivo. Pero, como contraparte, aumenta el incentivo de
desmonte en una gran fracción de los bosques del Chaco y el Espinal que antes
tenían poco atractivo agrícola. Y además esa secuencia genera mayor drenaje
profundo y ascenso freático, incrementando el riesgo de salinización en las
tierras que anteriormente fueron ocupadas por bosque”, explicó
refiriendo a la llamada extensión de la frontera agrícola, que tantas
devastaciones de bosque nativo y conflictos con los pequeños pastores y
campesinos ha provocado a lo largo de los últimos años.
“El compromiso ambiental del sector agropecuario está listo para
ir más allá de la sustentabilidad y enfrentar el desafío del cambio. Podemos
esperar a que lleguen las demandas ambientales y afrontarlas una por una con
acciones puntuales y efectos de imagen. O podemos liderar el debate territorial
de la próxima década ofreciendo lo que mejor sabemos hacer, que es gestionar
creativamente las fuerzas de la naturaleza”, concluyó
con cierto optimismo.
Evidentemente los acontecimientos provocados por las desmedidas
ganancias de estos años y la imprevisibilidad de sus consecuencias inevitables,
han superado por lejos a esta dirigencia empresarial tanto como a los
funcionarios del sector. Podríamos hacer extensivo este juicio a buena parte de
la población refugiada en las ciudades que ahora, también, sufren las
inundaciones. Que se discuta si los responsables están o no están presentes en
los lugares de la catástrofe nos parece absolutamente pueril, tanto como
discutir sobre subvenciones a los damnificados. Se trata, en cambio, de
modificar de modo radical y de una vez por todas los procesos irracionales y de
abuso del suelo que condujeron a esta catástrofe; se trata de comprender los
procesos de preservación y de recuperación de los ecosistemas agrícolas; y se
trata asimismo, de leer detenidamente la Encíclica Laudato Sí ,
para extraer sus enseñanzas a la vez que aprovechar el enorme caudal de energía
que nos proporciona, si deseamos afrontar el desafío de que estas situaciones
no vuelvan a repetirse y que en vez de aportar a los “cambios climáticos” seamos
capaces de aportar a la preservación de la vida en el planeta tal como nos lo
pide el Papa Francisco.
En medio de la catástrofe provocada por las lluvias y por una
agricultura guiada por los mercados estamos convencidos que pueden nacer
esperanzas nuevas y nuevos debates que tienen relación con la recuperación de
una conciencia ambiental, tanto como con los modos de asumir la participación
ciudadana. Nuestra emergencia desesperada a más de veinte años de aprobadas las
primeras sojas transgénicas sigue siendo una frontera de la globalización y
también de las tensiones con la mayor multinacional de las semillas, cuyas
últimas amenazas fueron las de cobrar por su propia cuenta regalías en los
puertos sobre su soja intacta, en asistencia con las empresa exportadoras.
Recordemos que la Argentina aportó en la posguerra a solucionar el hambre del
mundo y de Europa particularmente, gracias a sus producciones sustentables y
ahora, por el contrario, luego de muchos años de cosechas récord de
transgénicos, queda expuesta nuestra pobre calidad de vida, millones de
hectáreas inundadas o al borde de la desertización y una economía de
exportación cada vez más frágil y basada en los caprichos de los mercados
internacionales.
* Jorge Rulli. Peronista histórico y actualmente militante
ecologista, fue desde hace más de una década, junto con otros referentes,
fundador del Grupo de Reflexión Rural (G.R.R.)
Nota publicada en Revista Anfibia
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