Venezuela y
el poder que se
necesita
27 de enero de 2018
Por Guillermo Almeyra (Rebelión)
El gobierno de Nicolás Maduro, a diferencia
del de Hugo Chávez, utiliza el apoyo de los trabajadores para mantener el statu quo, es decir, el régimen
capitalista y su propia administración, no para intentar construir las bases
del poder popular. Como con Chávez, pero en mucho mayor medida, el Partido
Socialista Unido de Venezuela (PSUV) es sólo un aparato burocrático
ultracentralizado y sirve apenas para la lucha meramente electoral contra una
oposición cuyos diversos aparatos partidarios son igualmente electoralistas.
El PSUV es un instrumento del gobierno, no un
partido socialista. Nunca tuvo una vida interna democrática. Jamás discutió
ideas ni estrategias ni los problemas que enfrentan los trabajadores en su vida
cotidiana ni cómo vencer a la contrarrevolución apoyada por el imperialismo.
Por el contrario, radió y separó a quienes - desde el campo de la revolución y
en interés de ésta- hacían propuestas tácticas diferentes o discutían la
estrategia conservadora de la dirección partidaria y del gobierno.
La construcción de las bases de un poder de
los trabajadores y del socialismo requiere en cambio un partido vivo, libre y
democrático, que haga continuamente un balance de los errores cometidos y de
los resultados de sus proyectos y campañas y que tenga por lo tanto una vida
interna y una independencia que le permita controlar al aparato del Estado –que
sigue siendo burocrático y capitalista- durante el capitalismo de Estado
resultante de las nacionalizaciones y de la creación de organismos
centralizadores. Ese partido, si se quiere construir conciencia política y las
bases para el socialismo, en vez de ser un mero instrumento electoral de las
autoridades gubernamentales, debe ser el tutor de éstas y su legitimador y debe
fijar los objetivos del gobierno.
Maduro ha tenido la habilidad suficiente para
ganar la batalla electoral de la Asamblea Nacional
Constituyente y la batalla en las urnas en las elecciones
regionales y municipales. Ha podido dividir a los opositores negociadores con
el gobierno y electoralistas de los golpistas, rompiendo así la Mesa de Unidad
Democrática. Sobre esa base, tras el diálogo en la República Dominicana
en el que un ala de la oposición reconoció implícitamente a la Asamblea Nacional
Constituyente y al gobierno (por segunda vez después de las últimas
elecciones), ahora ha sido posible adelantar la fecha de las elecciones
presidenciales para aprovechar la desorganización de los opositores y encarar
con confianza un nuevo triunfo en esos comicios en marzo próximo.
La derrota electoral del sector electoralista
de la oposición, sin embargo, no resuelve los problemas del país sino que crea
apenas una mejor situación política, sobre todo porque acalla a la jauría de
los medios de (des)información
venezolanos y mundiales que hasta hace poco denunciaban la supuesta “dictadura”
de Maduro (mientras trabajaban en favor de un golpe de Estado apoyado por los
marines yanquis).
Maduro, en efecto, cuenta sólo con el respaldo electoral de la mayoría sobre la base de que
pocos quieren volver a un pasado que todos recuerdan de corrupción,
sometimiento al imperialismo y matanzas y, por eso, apoyan al gobierno al que
consideran mal menor. Tiene también como respaldo un nivel de conciencia
mayoritariamente antiimperialista, pero no socialista y sobre todo el
sostén de las Fuerzas Armadas Bolivarianas (FAB) que es la base principal de su
bonapartismo particular. Ahora bien, en las FAB y en el gobierno se anida en
gran parte la boliburguesía ya existente en tiempos de Chávez pero que éste
combatía y las organizaciones del poder popular del chavismo perdieron su
contenido potencialmente alternativo y son ahora meros organismos
burocratizados, simples agencias gubernamentales.
El estado de la economía es desastroso. Ya
emigraron por Colombia 450 mil venezolanos. La economía sumergida, el
reabastecimiento en particular, está en manos de la especulación y de los
bachaqueros (negociantes en pequeña escala transfronterizos ilegales). La gran
burguesía sigue teniendo en sus manos las palancas de mando (bancos, grandes
empresas, comercio exterior). La inflación del 700 por ciento en 2017 redujo
brutalmente el poder adquisitivo de los salarios e ingresos de los más pobres a
pesar de los aumentos nominales en los mismos. La lucha burocrática contra la
burocracia, la utilización de la policía contra la especulación, el
ocultamiento de mercancías vitales para el abastecimiento y el encarcelamiento
de dirigentes corruptos, son sólo paliativos. Venezuela retrasará por tercer
año consecutivo su generosa ayuda en petróleo a Cuba porque, si bien la reserva
petrolera puede respaldar una moneda virtual, se necesita petróleo en barriles
para pagar la deuda con China y los intereses de la deuda externa y la
producción está cayendo debido a la situación económica y social que impacta a
los trabajadores del sector y los desorganiza.
Venezuela sólo podrá obtener estabilidad si desarrolla el poder
popular hoy asfixiado y burocratizado. Sin la energía y la plena participación
de los trabajadores y sin profundizar la revolución persistirán la amenaza del descontento
masivo, de su utilización por los imperialistas y los golpistas y la separación
entre el gobierno y su base de apoyo, la cual es volátil dado su carácter
electoral.
Un gobierno más sólido, incluso duro, será siempre frágil y las
elecciones no lo blindarán contra los cambios internos y externos en el
panorama político y social. Venezuela está enferma de falta de democracia en el
partido, en los sindicatos, en las bases mismas. El control obrero y popular
podría curarla. Las victorias electorales, si bien importantes, son efímeras.
Hay que ganar en marzo pero imponiendo al mismo tiempo un golpe de timón hacia
la construcción del socialismo.
almeyraguillermo@gmail.com
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