Impacto de la crisis venezolana en la izquierda latinoamericana
El búmeran
bolivariano
Publicado
el: 10 abril, 2019
El modelo
que durante años funcionó como un faro que inspiraba a otras fuerzas en la
región, hoy es un lastre. La crisis que atraviesa Venezuela debería generar un
debate acerca de los límites y errores del único país que se autoproclamó
socialista después de la caída del Muro de Berlín.
Hace 20 años, el triunfo de
Hugo Chávez fue seguido con un entusiasmo limitado por la izquierda
latinoamericana. Un tanto folklórico, el ex paracaidista había organizado en
1992 un golpe de Estado militarmente fallido pero, a la larga, políticamente
exitoso (1), y tras su victoria en las elecciones presidenciales
de 1998 sorprendió al jurar su cargo sobre la “Constitución
moribunda”. En un comienzo, sus posicionamientos ideológicos resultaban
ambiguos: si bien había tenido acercamientos con la izquierda durante su
carrera militar, al mismo tiempo se había rodeado de asesores como el
nacionalista argentino, con posiciones cercanas a los militares carapintadas,
Norberto Ceresole, y por otro lado elogiaba la Tercera Vía de Tony Blair. Fue tras el
golpe que sufrió en 2002 que la experiencia chavista terminó de ser incorporada
como acervo de una izquierda latinoamericana que había encontrado en la
tradición nacional-popular una tabla de salvación frente a la crisis del
socialismo real y las derrotas de los 70. El sueño de Jorge Abelardo Ramos de
articular populismo y socialismo parecía hacerse parcialmente realidad, primero
en Venezuela y después en Bolivia y Ecuador. Pero lo que en un momento fue una
locomotora hoy se volvió un peso para los progresismos regionales, a punto tal
que nadie puede ganar hoy una elección en América Latina sin diferenciarse del
madurismo, en el contexto de una masiva migración de venezolanos que dan
carnadura –y voz– a los fracasos de su gobierno.
Cultura de campamento
Es difícil atribuir a la
“maldición de la abundancia” el derrumbe económico que atraviesa Venezuela;
otros países de la región y del mundo dependen de las exportaciones
hidrocarburíferas y no sufren un retroceso de características post-bélicas –la
caída del PIB en Venezuela ronda el 50% en los últimos cinco años, un hecho
inédito en la región– (2). Hasta hace un par de años, gracias a la
combinación de una serie de dimensiones a menudo poco debatidas por las
izquierdas latinoamericanas, el chavismo había logrado postergar la discusión
sobre la “vía venezolana al socialismo… petrolero” hasta que ya no haya
“conspiraciones imperialistas” en el horizonte, es decir, ad infinitum. Entre esas dimensiones encontramos el carisma excepcional de
Chávez (imposible de transmitir y que combinaba “padre severo” con “madre
cariñosa”); un tipo de mesianismo compasivo de matriz cristian a;
un cripto estalinismo tropical desorganizado que entronca con rituales y marcos
interpretativos del socialismo real, y una visión militarista de los problemas
propia de un caudillismo pretoriano (3). Todo esto en el marco de una gran
ineficiencia administrativa, incluso en comparación con otros “populismos” de
la región.
Tras la muerte de Chávez (marzo de
2013), sin una institucionalidad bolivariana propiamente dicha y en un contexto
de una pronunciada caída de los precios de los hidrocarburos, la fórmula
bolivariana –petróleo+carisma+empoderamiento simbólico de los excluidos– se
debilitó hasta desembocar en la situación actual.
Frente a esa deriva, una parte de la
izquierda crítica intentó anclarse en una suerte de “melancolía chavista”, y
atribuir los problemas al liderazgo de Nicolás Maduro, el “hijo de Chávez”.
Pero la profundidad de la crisis (hiperinflación, derrumbe del PBI,
inseguridad), junto a la falta de espacios de deliberación política real en el
Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), impidieron la emergencia de un “chavismo
crítico” con incidencia social, por lo que una parte de él terminó en el Frente
Amplio Venezuela Libre, que agrupa fuerzas vivas, iglesias, partidos e
intelectuales de diferentes tendencias.
Venezuela vive, como señaló el
sociólogo Marc Saint-Upéry, en una suerte de “autoritarismo anárquico y
desorganizado” (4), incapaz incluso de imponer la autoridad del
Estado, como lo demuestran la crisis del sistema carcelario, el “pranato”
(mafia) minero (5) y las cifras brutales de inseguridad (80
muertes violentas por cada 100.000 habitantes), que han acabado incluso con
parte de la sociabilidad nocturna. A ello hay que sumar los Operativos para la
Protección y Liberación del Pueblo (OLP) y más recientemente las maniobras de
las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES), que en ambos casos rutinizaron el
gatillo fácil en los barrios (6), además de una gestión predatoria de
Petróleos de Venezuela (Pdvsa), la gallina de los huevos de oro de la revolución. La
situación es tan mala que el propio Maduro habló –después de casi dos décadas–
del “falso socialismo”, en un intento de convencer a los electores de que voten
por “un nuevo comienzo”.
Mientras este modelo parecía
funcionar, por ejemplo reduciendo la pobreza, Venezuela, amplificada por la
retórica de Chávez, se había transformado en un faro político en la región, con
discursos que revitalizaron la tradición antiimperialista y hasta “ponían en la
agenda” el socialismo. No obstante, desde el comienzo del proceso se podían
observar todo tipo de problemas, tapados, hasta donde era posible, por el boom
de los precios petroleros (que subieron alrededor del 1.000% durante la era Chávez ). Detrás de
estos discursos a menudo se escondían las culturas políticas forjadas por
Acción Democrática y Copei desde 1958.
En las últimas dos décadas se
han ensayado varias estrategias –en la primera etapa, “operativos
cívico-militares”– para llevar adelante “procesos de inclusión masivos y
acelerados” a través de una distribución más justa de la renta petrolera, junto
con un sistema comunal que debería absorber a la democracia liberal. Algunos
críticos del rentismo hablan de la “cultura de campamento”, en la que
predominan los operativos extraordinarios sin continuidad en el tiempo (7). Pero fue el propio Chávez quien, admitiendo
implícitamente el fracaso de una agenda de desarrollo post-hidrocarburífera (la
“siembra del petróleo”), definió el proyecto en marcha como “socialismo
petrolero”. Durante una emisión de Aló
Presidente, su programa semanal, el mandatario
venezolano explicó: “Estamos empeñados en construir un modelo socialista muy diferente
al que imaginó Marx en el siglo XIX. Ese es nuestro modelo, contar con esta
riqueza petrolera”.
Las imágenes del socialismo
En este marco emergió lo que el
economista marxista Manuel Sutherland define como un “populismo clientelar
lumpen”, que se fue superponiendo a los efectos iniciales del empoderamiento
simbólico de las capas más postergadas. Esto explica en parte la persistencia
del chavismo en sectores de la sociedad que encontraron en Chávez al líder que,
seguramente sin haber leído a Ernesto Laclau, construyó el “significante vacío”
en el que se inscribieron las múltiples demandas de los de abajo. Pero también
la degradación actual.
El caso
venezolano deja en evidencia que, desde la caída del Muro de Berlín en 1989, no
fue posible pensar, ni teórica ni prácticamente, un tipo de transformación
socialista integral de la sociedad sin caer en la cultura anti-pluralista del
socialismo real. Y en esa deriva no fue menor el rol de Cuba, embarcada hoy en
una serie de reformas pero sin perder la vocación totalitaria en diversos
terrenos de la vida social. Venezuela, sin dudas, no se transformó en Cuba: no
logró poner en práctica algunas políticas públicas de inclusión social
sistemática –como lo hicieron los cubanos en materia de salud y educación–, y no
terminó de desmantelar totalmente la “democracia liberal” (aunque la Asamblea Nacional
Constituyente inaugurada en 2017 modeló un gobierno de facto que se sitúa por encima de los
poderes constituidos y anuló en los hechos a la Asamblea Nacional
–de mayoría opositora desde 2015 y declarada en desacato por una justicia
completamente subordinada al chavismo–).
De este modo, el “silencio
Cuba”, al decir de Claudia Hilb, de muchas izquierdas latinoamericanas –y de
más allá también– devino en un “silencio Venezuela”, que no significó, como
tampoco ocurrió en el caso de la isla, no hablar de Venezuela, sino evitar
enfrentar los problemas apelando de manera mecánica a las “agresiones
imperiales”. Bajo el mismo acoso imperial, la Bolivia de Evo Morales lleva más
de una década de crecimiento y consolidación macroeconómica, baja inflación y
estabilidad cambiaria.
Lo cierto es
que la misma Venezuela
que pareció alentar la expansión del socialismo en la región terminó
convirtiéndose en un búmeran para las izquierdas. No es de extrañar que las
fuerzas de derecha latinoamericanas incluyan a Venezuela –o, mejor dicho, a los
riesgos, más imaginados que reales, de venezuelización– en las campañas electorales. Incluso Sebastián Piñera llegó a
hablar, con tonalidades de realismo mágico, de los peligros de transitar hacia
“Chilezuela” si triunfaba el candidato de centroizquierda, por no hablar del
“efecto Venezuela” en la política argentina, colombiana y brasileña. Por
supuesto, esos relatos pueden descartarse como propios de la tradicional
retórica conservadora que busca desprestigiar a los gobiernos populares. Pero
eso significaría desconocer que Venezuela es el único país que se proclamó
“socialista” con posterioridad a la caída del Muro de Berlín y que hoy replica
imágenes clásicas de la decadencia del socialismo real: desabastecimiento,
colas, hiperinflación, migraciones masivas y un Estado crecientemente
pretoriano.
Las derivas del Foro de San
Pablo
El giro a la derecha en la
región no alentó una revisión crítica de la “década ganada” sino actitudes
reactivas y retroutopías sobre las “primaveras populares” perdidas. Esto puedo
verse en la 24ª Asamblea del Foro de San Pablo, celebrada en julio de 2018 en La Habana. La presencia en
su seno de las figuras del ala más conservadora de Cuba, como el vicesecretario
del Partido Comunista de Cuba (PCCh), José Ramón Machado Ventura, contribuyó al
repliegue ideológico y a la retórica contra el cerco imperial. Pero el imperio
requiere un análisis más fino, al menos para reconocer que los halcones de la era Bush que hoy buscan
derrocar a Maduro –y le ofrecen una playa paradisíaca si se va del país o la de Guantánamo si se
queda– conviven con un Trump que llegó a la Casa Blanca
supuestamente apoyado por Vladimir Putin, en el marco de la emergencia de la
“derecha alternativa”.
Problemas como la corrupción
fueron englobados en el encuentro del Foro en el gran relato de la conspiración
política-judicial. Y aunque sería ingenuo negar las operaciones y el rol de la
política y los jueces celebrities, lo cierto
es que la ética pública constituye una demanda popular generalizada. De hecho,
en los países gobernados por la derecha las izquierdas ganan también con
discursos “honestistas”, como ocurrió en México con Andrés Manuel López
Obrador. Pero incluso más allá de esta cuestión –que hoy tiñe todas las
campañas electorales– la solidaridad acrítica del Foro con el gobierno de
Venezuela y con Daniel Ortega en Nicaragua –que logró mantenerse en el poder
sin escatimar represión a sangre y fuego– deja ver una subestimación de las
izquierdas regionales de la crisis política y moral de gran parte de sus
fuerzas y del problema democrático. Una subestimación que recuerda reacciones
frente a la crisis del socialismo real poco antes del derrumbe de la Unión Soviética ,
en 1991.
“Empate catastrófico”
Habrá que ver cómo termina el
“empate catastrófico” iniciado con la guerra de poderes lanzada en 2015, cuando
la oposición ganó dos tercios de la Asamblea Nacional. Juan
Guaidó, en una especie de acto “leninista”, se hizo proclamar “presidente
encargado”, tratando de aprovechar los “instantes huidizos” de la política. E hizo de la “ayuda humanitaria”
–con apoyo de Estados Unidos– su caballito de batalla para mostrar que tiene
algún poder material y tratar de quebrar a las Fuerzas Armadas. Es claro que la
caída de Maduro sería un golpe inevitable para las izquierdas de la región
(maduristas y no maduristas).
Sin embargo, la experiencia del
socialismo real advierte sobre los riesgos de atar la suerte de la izquierda a
proyectos políticos cuyo único mérito es “resistir al imperio”, aunque resulten
opresivos para quienes viven en ellos, y de reclamar Estado de Derecho,
libertades democráticas y justicia independiente sólo cuando gobierna la derecha. No puede
ignorarse que la persistencia de Maduro en el poder, en las condiciones
actuales, tiene también un efecto disuasivo sobre cualquier proyecto de
transformación social que se identifique como socialista. Lo entendió Bernie
Sanders, que hoy lidera uno de los movimientos más dinámicos de la izquierda
global, quien hizo una crítica democrática radical al gobierno venezolano al
tiempo que rechazaba el injerencismo de los halcones de la Casa Blanca (8).
1. En parte este éxito fue posibilitado, de manera
involuntaria, por el indulto otorgado por el presidente Rafael Caldera.
2. Pablo Stefanoni, “¿A dónde va Venezuela? (si es que va a
alguna parte)”, entrevista a Manuel Sutherland, Nueva Sociedad, ed. digital, Nueva Sociedad, Buenos Aires, enero de 2019.
3. Marc
Saint-Upéry y Pablo Stefanoni, “Le cauchemar de Bolívar: crise et fragmentation
des gouvernements de l’Alba”, Hérodote, París, 2019.
4. Marc Saint-Upéry, El sueño de Bolívar. Los desafíos de las izquierdas
latinoamericanas, Paidós,
Barcelona, 2008.
5. Pranes son los jefes del hampa. Ver “El Arco Minero del
Orinoco. Diversificación del extractivismo y nuevos regímenes biopolíticos”, Nueva Sociedad, Nº 274, marzo-abril de 2018.
6. “Las FAES. Reflexiones sobre la (in)seguridad en
Venezuela”, entrevista a Keymer Ávila, Aporrea, 3-1-2019; Rebecca
Hanson y Verónica Zubillaga, “Los operativos militarizados en la era
post-Chávez. Del punitivismo carcelario a la matanza sistemática”, Nueva Sociedad, Nº 278, noviembre-diciembre de 2018.
7. Rafael
Uzcátegui, La Revolución
como espectáculo. Una crítica anarquista al gobierno bolivariano, Libros de Anarres, Buenos Aires, 2010.
8. Tuit, 24 de enero de 2019.
* Jefe de redacción de
la revista
Nueva Sociedad.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
Fuente: https://www.bolpress.com/2019/04/10/el-bumeran-bolivariano/
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