12 de febrero de 2014
Jorge Eduardo Rulli y Maximiliano Mendoza
Grupo de Reflexión Rural
(GRR)
En el año 2002 escribíamos como Grupo de Reflexión Rural y en
diálogo con nuestro compañero Ignacio Lewkowicz, lo siguiente: Por
otra parte, añadíamos, supuesto que
los mismos apellidos aparecerán ahora en los consorcios de las empresas; pero
los modos de ejercicio del poder, los modos de ejercicio de la dominación, los
núcleos a partir de los cuales se fijan, varían. Así, por más que se trate del
mismo conjunto de individuos, no es la misma la lógica social que se despliega
para afirmar su dominio.”
Todo -o
casi todo- lo que entonces afirmábamos, podríamos reafirmarlo hoy, doce años
después, con la certeza de que sus contenidos mantienen plena vigencia y que
fueron anticipatorios. Los años transcurridos, lamentablemente, nos han dado
suficiente razón, y además han puesto en evidencia las peligrosas derivas de
pensamiento y acciones políticas de todos aquellos que, desde miradas sesgadas
y ancladas en los años setenta, se negaron considerar las nuevas ecuaciones de
la globalización y la nueva configuración del poder en nuestro país, así como
se negaron a la necesidad de reflexionar sobre sus anteriores experiencias y,
sobre todo, se negaron rotundamente a las propuestas de abrir debates políticos
que permitieran cerrar los enormes fracasos que arrastraban consigo, para de
esa manera, no volver a repetirlos, algo que en cierta medida ha ocurrido a lo
largo de todos estos años.
Una Nomenklatura[1] al estilo argentino
A principios de la década pasada empezó a
hacerse notoria la emergencia de una nueva clase dominante, producto de la
profundización de un nuevo esquema productivo primario-exportador, impulsado
por el Estado, el capital transnacional y sus socios locales, y caracterizado
por su profunda dependencia de los mercados globales. Una nueva oligarquía
vinculada a un modelo de país proveedor de materias primas que, además de la
sojización del territorio, se complementa con la megaminería, el fracking, el
monocultivo de árboles y otros proyectos extractivos hegemonizados por
importantes corporaciones transnacionales.
Esta nueva oligarquía instaló su protagonismo
de manera sigilosa. Una oligarquía distante de la otrora “oligarquía vacuna”
que se impusiera al país en las postrimerías del siglo XIX, a instancias del
entonces presidente Julio A. Roca.
Este sector, que tenía en la Sociedad Rural Argentina
(SRA) su representación más genuina, conduciría -con breves interregnos- los
destinos de la Argentina durante buena parte del siglo XX.
Pero la irrupción
histórica de esta nueva oligarquía no-terrateniente (es decir, una oligarquía que no basa su poderío económico
en la propiedad sino en el uso de la tierra) configura un hecho
decisivo que, pocos se han atrevido a analizar. La ligazón que establece el
modelo sojero entre el capital financiero y la investigación
científico-técnica, transformó profundamente el esquema de producción agraria y
redefinió las relaciones de poder. Basta recordar algunas de las definiciones
de uno de los mayores exponentes de este nuevo sector, Gustavo
Grobocopatel[2]: “Soy agricultor y no tengo tierras,
tampoco tengo tractores ni cosechadoras. Y esta es la mayor innovación del
país. En
Argentina, a diferencia del mundo, hoy no tenés que ser hijo de un chacarero o
un estanciero para ser agricultor. Tenés una buena idea y tenés plata, vas,
alquilás un campo, y sos agricultor Soy
agricultor y no tengo tierras, tampoco tengo tractores ni cosechadoras. Y esta
es la mayor innovación del país. En
Argentina, a diferencia del mundo, hoy no tenés que ser hijo de un chacarero o
un estanciero para ser agricultor. Tenés una buena idea y tenés plata, vas,
alquilás un campo, y sos agricultor. Este es un proceso extraordinario y
democrático del acceso a la tierra, donde la propiedad de la tierra no importa;
lo que importa es la propiedad del conocimiento”.
Es evidente que esta nueva oligarquía no
pertenece al universo de las llamadas “familias patricias”. Su genealogía
entronca con la inmigración europea (y otras corrientes inmigratorias) de
finales del siglo XIX y principios del siglo XX, todas caracterizadas por un
humilde origen social. Hoy, muchos de sus descendientes lograron sus fortunas a
partir de una relación prebendaria con el Estado, otros tuvieron importantes
relaciones con el aparato financiero del Partido Comunista de la Argentina, y
otros han aprovechado sus relaciones político-económicas con los Estados
Unidos, con el Estado de Israel y con organismos como el Consejo de las
Américas, el Congreso Judío Mundial, el Club Bilderberg, y otros.
Aceptar esta realidad, implica un cambio de
conciencia y una comprensión de los nuevos desafíos que nos plantea la globalización. Se
trata, en definitiva, de saber reconocer no tanto el enemigo al que debemos
enfrentar, sino de reconocer el problema que tenemos por delante y que debemos
resolver, para sí luego identificar a sus responsables. Lamentablemente, el
kirchnerismo y sus acólitos de izquierda, junto a buena parte de los activistas
e intelectuales provenientes del llamado peronismo
revolucionario de los
años setenta, no sólo se negaron a reconocer a esta nueva clase dominante como
oligarquía sino que, por el contrario, se apoyaron en ella, respaldaron muchas
de sus demandas, hicieron propia buena parte de sus discursos modernizantes
-sobre todo en lo concerniente al valor de las tecnologías de punta y al poder
del conocimiento- y montaron sobre estas bases materiales una narrativa épica
rayana en lo grotesco.
Durante años hemos presenciado constantes
demandas en favor de los pueblos indígenas que fueran víctimas de la Campaña
del Desierto[3], e incluso se gestaron
importantes movimientos de ciudadanía para que se quitara la estatua del ex
presidente Julio Argentino Roca del lugar donde se encuentra emplazada (en la Av. Diagonal Sur
de la Ciudad de Buenos Aires). No apuntamos a la justicia o no de estas
reivindicaciones -que, sin lugar a dudas, requieren un juicio de la historia-,
sino que enfatizamos la instrumentación maliciosa de este tipo de demandas que,
a lo largo de la década pasada, resultaron totalmente funcionales al propósito
oficial de confrontar con la ya casi exánime vieja oligarquía, con el objetivo
de continuar invisibilizando a los nuevos dueños del poder[4]. El mismo rol distractivo y a la vez
desorientador, ha jugado el prolongado litigio por quitar la estatua de
Cristóbal Colón de las cercanías de la Casa de gobierno. El progresismo
imperante y la nueva oligarquía globalizada necesitan desprenderse de los
atributos estéticos e históricos que configuraban el poder de sus antecesores,
y exigen nuevas modalidades discursivas que rinden tributo a los jirones de
banderas y memorias populares, de las que se sirven con total impudicia en la
actualidad.
Hoy, la dirigencia política progresista -tal
como en un management
político- gobierna a nombre e interés de sus verdaderos amos, como
virtuales gerentes de una empresa llamada Argentina. Pero dada la necesidad de
ocultar este tipo de servilismo globalizado, se recurre desesperadamente a los
simulacros, las puestas en escena necesarias para llevar adelante los proyectos
del capitalismo global en nombre de la revolución social. Esos simulacros
grotescos exhiben hoy a un gobierno supuestamente peronista -o que supera al
antiguo peronismo por izquierda,
tal como afirman algunos de sus presuntos filósofos-, que impulsa una
devaluación solicitada por quienes detentan el control del capital financiero y
el comercio exterior en nombre de la “soberanía”, y que además, cuenta con un
ministro de Economía “marxista” que aplica un ajuste económico ortodoxo
celebrado por todo el establishment.
No obstante sus caracteres pesadillescos, las
tensiones que establece el camporismo progresista en función de sus relatos
encubridores, no van mucho más allá de litigar el nombre de las calles, la ubicación
de alguna estatua, el de “escrachar” a algún supermercadista por abusivo o
propagandizar los temas de género y de discriminación a nivel puramente
discursivo. Se trata siempre de centrar la atención en lo accesorio, y de
encubrir o distraernos de lo realmente importante.
Cuando en la Argentina se
“descubre” la existencia de Eduardo Elsztain
Los rasgos más groseros o patéticos de estos
dobles discursos, entreverados de ignorancia y de apuestas por la modernidad y
el crecimiento, ocurrieron en el 2008, cuando durante la llamada “crisis del
campo”, Néstor Kirchner convocaba a luchar contra la oligarquía representada
por la Mesa de Enlace[5], nada menos que, desde las oficinas que a
esos efectos le prestaba el mismísimo Eduardo Elsztain, en el exclusivo barrio
de Puerto Madero.
Elsztain, probablemente sea la mayor fortuna de
la Argentina: es propietario de IRSA Inversiones y Representaciones S.A., la
corporación inmobiliaria más grande del país; también es propietario de CRESUD,
compañía agropecuaria que maneja más de un millón de hectáreas en el Cono Sur; y controla el Banco Hipotecario,
adquirido durante el menemato gracias a los fondos facilitados por el
multimillonario George Soros[6].
Elsztain también es dueño de los shoppings más
grandes del país, y posee varios hoteles de lujo y edificios inteligentes,
tales como el Hotel Intercontinental y el edificio Bouchard Plaza, sede de
Microsoft Argentina[7], ambos emplazados en la Ciudad de Buenos
Aires. Asimismo cuenta con muchos vínculos entre grupos más poderosos del
capitalismo global: forma parte del directorio de la Fundación Endeavor
en Argentina, es un miembro prominente del Congreso Judío Mundial y además
integra el Comité Asesor
Internacional de la Presidencia del Consejo de las Américas, representada esta
última por David Rockefeller.
A pesar de su enorme poderío económico y su
capacidad de influencia en el ámbito político, Eduardo Elsztain se caracteriza
por un marcado perfil bajo. Es mucho más probable que en lo concerniente a la
llamada “Crisis del Campo”, el público recuerde apellidos como Biolcati, Buzzi
o De Ángeli, mientras que la nueva oligarquía que se consolidaba a partir del
paro agrario de 2008, y que se proyectaba además, como clase dominante sobre
los países limítrofes del Cono sur, prácticamente pasó desapercibida para
oficialistas y opositores: Al tiempo que las rutas del país estaban cortadas
por piquetes respaldados por la Mesa de Enlace y la soja transgénica producida
localmente no llegaba a embarcarse, otros como Elsztain ganaban fortunas
aprovechando el momento para exportar y procesar la soja transgénica producida
en países limítrofes (Paraguay, Bolivia y Brasil) a través de los puertos
argentinos.
Eduardo Elsztain fue durante casi diez años el
dueño invisibilizado del país, contando además con la protección política de
organismos como la Delegación de
Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) y el Centro Simon Wiesenthal,
instituciones que ante el menor esbozo de una crítica a su poderío económico,
asumen de inmediato que se está en presencia de un acto de “antisemitismo”, y
proceden a denunciarlo públicamente. Recién en el año 2012, y a raíz de la
cesión de tierras públicas en favor de IRSA para facilitar sus
“emprendimientos inmobiliarios” y la construcción ilegal de un nuevo shopping
en el barrio de Palermo (“Distrito Arcos”)[8],
se generó una cierta resistencia ciudadana, que puso por vez primera el nombre
del personaje en el espacio público. Con la pegatina de afiches callejeros
denunciando la apropiación ilegal del espacio
público en beneficio de IRSA, el nombre de Eduardo Elsztain aparecía por vez
primera asociado con negociados prebendarios. Cabe recordar que por estas
acciones, tanto la CAME como la FECOBA fueron repudiadas por la DAIA y el
Centro Wiesenthal por sus “mensajes discriminatorios”, “consignas
estigmatizantes” y por supuesto, “odio antisemita”.
A poco se dieron, también, los escándalos del
llamado pacto PRO-K en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires; un pacto
que, entre otras cosas, se caracterizó gracias a un megaproyecto impulsado por
el gobierno nacional para la construcción de un “Polo Audiovisual” en Isla De
Marchi y la rezonificación de los terrenos de la ex Ciudad Deportiva
de Boca Juniors, con la irritante finalidad de implementar un viejo proyecto de
IRSA: construir en la zona un barrio de lujo de altísimo nivel denominado
Solares de Santa María[9] (la llamada “Dubai” del Costanera
sur). Ambos proyectos fueron suspendidos gracias a la acción de diversas
organizaciones que protestaron durante las sesiones y audiencias públicas.
De esta manera, los argentinos se anoticiaban
-a raíz de situaciones absolutamente urbanas, vinculadas con el comercio, la
especulación inmobiliaria y el conflicto por el espacio público- de la
existencia y el poder de uno de los hombres que, diez años antes, denunciábamos
desde el GRR y desde el programa Horizonte Sur en la Radio Nacional,
como uno de los principales dueños del país.
Cuando descubrimos que el
imperio en ascenso cuenta con sus propias legiones
de cipayos.
Volvamos ahora a ese país dependiente,
primarizado, centrado en la producción de transgénicos, y recordemos que estos
nuevos procesos extractivos de agriculturización industrial destinados a
sostener la exportación masiva de commodities, tienen su origen en dos
situaciones configuradas por la globalización: Por una parte, la enorme deuda
externa que nos dejaron como legado las dictaduras militares en los años
setenta y sus requerimientos crecientes de divisas; y por otra, la emergencia a
fines de los años ’90 del coloso chino y su insaciable necesidad de materias
primas para poder establecerse como la fábrica del mundo. Es
decir; no podríamos comprender la reprimarización de nuestras economías a
escala latinoamericana si no tuviésemos en cuenta el decisivo rol
neocolonizador de la potencia asiática y de las hegemónicas relaciones que
estableció en el continente.
Debemos, asimismo –con mucha tristeza y
vergüenza- indagar en las probables razones por las que como pueblo, aceptamos
casi alegremente y sin mayores protestas, convertirnos en un enclave de
producción de soja transgénica para el gigante chino. Más todavía, deberíamos
decir que no fueron precisamente las corporaciones transnacionales las que
desplegaron este modelo agro-biotecnológico, sino que fueron más bien sectores
provenientes de la izquierda setentista, muchos de ellos llegados del exilio
y/o provenientes de las filas del Partido Comunista, los que diseñaron e
impulsaron el modelo de los Agronegocios en nuestro país[10]. Las corporaciones, desde luego, no
demoraron en aprovechar esas favorables circunstancias en las que la
intervención de cuadros científicos y técnicos del campo de la biotecnología
vegetal -provenientes de la izquierda tradicional- fue fundamental para abrir
las puertas a las empresas transnacionales, persuadidos de que era preciso
darles protagonismo en el desarrollo de las fuerzas productivas del país.
Indagar en los orígenes de este equívoco
aberrante, tal el de confundir a las subsidiarias locales de las empresas
transnacionales con la burguesía nacional, puede conducirnos a debates que
escapan a este trabajo y que pueden tener que ver tanto con el marxismo mismo,
como con la manera de asimilarlo por parte de nuestra inteligentzia progresista.
Lo que sí podemos aseverar es que ellos no estuvieron solos. A lo largo de esos
años, que fueron los años de la instalación del modelo agro-biotecnológico (las
postrimerías del menemato y durante el gobierno de la Alianza), nada de lo
concerniente a la agricultura industrial, al uso de semillas transgénicas y la
justificación política de las actuales relaciones de dependencia con China, fue
impulsado sin el respaldo de la izquierda tradicional. Baste como prueba las
encendidas palabras pronunciadas por Fidel Castro en 2001, en el peor momento
de la Argentina, respaldando el cultivo de “soya” transgénica en nuestro país[11].
El estímulo al mercado
interno no apunta a la
Justicia Social, sino a enriquecer a Carrefour y al Shopping
de Alto Palermo
Algunos exponentes velados del oficialismo, aún
reconociendo el tremendo peso colonizador del modelo extractivo -y en
particular de la agroexportación- rescatan la intención progresista de
estimular, mediante planes sociales y subsidios, un aparente mercado interno
que remedaría en cierta medida a los antiguos Estados de
Bienestar propios de
la última posguerra. Pretenden hacernos olvidar que el modelo que ahora
denominan “nacional y popular” se instalaba en los años noventa combinando la
industrialización de alimentos con la agricultura química y la biotecnología. Pretenden
hacernos olvidar que el modelo de los Agronegocios incluía la constitución de
cadenas agroalimentarias y las integraciones verticales de empresas, tanto en
la producción industrial de animales, como así también en el creciente
supermercadismo.
El asistencialismo bancarizado y la
estimulación al consumo que estimuló el progresismo a lo largo de la llamada
“Década Ganada”, ha sido un componente indispensable dentro de los marcos de un
mismo modelo: La sojización, el despoblamiento del campo y la concentración
compulsiva de población en los inmensos conurbanos de pobreza, donde quedan reducidos a
clientela obligada del asistencialismo y del consumo de comida chatarra.
Tampoco olvidemos que el coloso chino pretende
constituirse como la fábrica del mundo, puesto que, además de requerir materias
primas de forma insaciable, necesita colocar los productos masivos de su
industria en localizaciones específicas. Esto significa que la expansión del
nuevo colonialismo globalizado necesita ir abriendo cada vez más mercados
locales, más áreas de consumo masivo para colocar sus productos. El mercado
global que China pretende hegemonizar definitivamente será el resultado del
dominio que ejerza en mercados locales, regionales y continentales.
Cuando fuimos
globalizados, pero no quisimos darnos por enterados
La obstinación por parte de ciertos sectores en
desconocer las particularidades de la globalización, sumado al intento
infructuoso de comprender estos fenómenos complejos desde miradas sesgadas o
fragmentadoras la realidad, condujeron a situaciones paradojales y hasta
escandalosas. Tal cosa ocurre cuando, desde posiciones de izquierda y
pretendiendo hacer uso del marxismo, algunos pícaros arguyen que la correlación
de fuerzas que requeriría el gobierno para darle batalla a las corporaciones
actualmente no resulta suficiente. Para justificar este razonamiento, añaden
que mientras esperan por ese respaldo popular, es preciso reconocer estas
etapas intermedias como partes necesarias de un proceso general. Se recurre al
argumento de que no existen otras alternativas de poder, o bien se reconoce que
existen otras, pero que son peores y es necesario optar por el “mal menor”,
convalidando las decisiones más degradantes tomadas por el gobierno nacional.
Lo que algunos dan en llamar “asignaturas pendientes”, cuando reconocen un
problema en la sojización, la megaminería o el fracking, y no son capaces de
admitir que en realidad esas “asignaturas pendientes” son más bien los núcleos
duros del modelo kirchnerista, sin los cuales inclusive el kirchnerismo no
podría ser lo que es.
No faltan igualmente los astutos que, a
propósito de estas situaciones, nos recuerdan que lo mejor es enemigo de lo bueno, un acierto peroniano que muchos no
supieron respetar ni acatar en su momento y que ahora, con dejos de conciencia
culposa, aplican a destiempo. La consecuencia de estos razonamientos
anacrónicos se ponen de manifiesto en una parcialización de la realidad: Muchos
pretenden destacar como logros importantes las medidas sociales del Gobierno,
tales como la
Asignación Universal por Hijo (AUH) o la extensión a muchas
capas de la población desprotegida del derecho a una pensión o jubilación
mínima, como si acaso ellas fueran independientes del sometimiento nacional a
un complejo sojero-minero-exportador hegemonizado por corporaciones transnacionales.
No son capaces de admitir -y mucho menos de problematizar- que la AUH es una
versión local de un sinnúmero de planes similares impulsados y financiados por
el Banco Mundial para la región, o que el Banco Hipotecario controlado por
Eduardo Elsztain hará un gran negocio como fiduciario del plan Pro.Cre.Ar
financiado por el ANSES. Vale decir, con el dinero de los propios jubilados.
Las réplicas de estos modelos a lo largo de
América Latina, modelos en que las nuevas dependencias se complementan con políticas
asistenciales, son impulsadas por gobiernos vinculados a un pensamiento
progresista y modernizante. Estas notas comunes comprueban que no estamos ante
una situación excepcional, sino que asistimos a un proceso de nuevas
colonialidades perfectamente armonizadas con la globalización.
Actualmente, la ralentización del crecimiento
económico del coloso chino se traduce en las crisis de los llamados “países
emergentes”, tal vez como un preanuncio de la finalización de una época en la
que los altos precios internacionales de los commodities bastaban para que la
Argentina se esperanzara con mantener un ingreso permanente de divisas para
financiar, entre otras cosas, un ilusorio “desarrollo industrial con
sustitución de importaciones” (básicamente un complejo productivo con cero
valor agregado, explicado fundamentalmente por una industria automotriz
transnacional dependiente casi en su totalidad de insumos importados, y en las
terminales de ensamblaje radicadas en Tierra del Fuego).
Durante diez años reiteramos, en diversos
escritos, los enormes riesgos que suponía mantener una economía dependiente en
términos casi absolutos de la exportación de soja transgénica, sumado a la
debilidad estructural de tener, además, relaciones de intercambio asimilables
al esquema centro-periferia, en donde un mercado imperialista compra nuestras
materias primas a la vez que nos abastece de manufacturas industriales en casi
todos los rubros… hasta de clavos y tornillos. Ahora pagamos las consecuencias.
China se estremece y la Argentina siente que está al punto del colapso. Para
colmo, la embriaguez de la fiesta de
la soja nos permitió
olvidar alegremente durante diez años la inmensa deuda externa, cuyos
vencimientos ahora nos agobian y es preciso hacer todo lo posible para conseguir
divisas.
Cuando los antiguos
ropajes y las tragedias devienen en farsa y grotesco
Las memorias de esa revolución que expresó el
peronismo, fueron quebrantadas a través de diversos instrumentos políticos,
económicos y culturales. La represión desatada a partir del golpe militar de
1955, sumada a la ilusión desarrollista del frigerismo-frondizismo, los
extravíos y los desgarramientos de los años setenta, el feroz disciplinamiento
social de la última dictadura militar a partir del horror institucionalizado y
más tarde, por las aberraciones perpetradas por el menemismo y en la
actualidad, por la sofisticada tergiversación histórica operada por el
kirchnerismo, contribuyeron a una dislocación generalizada de las memorias
populares, proceso que facilitó el camino para un uso abusivo de dicho acervo
simbólico para la aceptación de un nuevo modelo de colonialidad.
Más allá de esta esquemática interpretación,
está claro que gracias a esta secuencia ininterrumpida de procesos políticos
que hicieron de la Argentina nuevamente un país colonial, la empresa
tergiversadora de la intelligentzia tuvo el camino libre para emprender sus
campañas contra los sentidos genuinos de la liberación nacional. Actualmente en
la Argentina, la fascinación por los modelos neodesarrollistas impulsados por
el progresismo latinoamericano, redundó localmente en el retroceso del
posperonismo a formas retrógradas propias del desarrollismo de los años ’60.
Sin ir más lejos, en varios escritos hemos expuesto largamente acerca de cómo,
la reivindicación constante que se realiza de la figura de John William Cooke,
primero como respaldo a Frondizi y luego como hombre de la revolución cubana,
así como en el desmedido énfasis que se suele imprimir al rol desempeñado por
F.O.R.J.A. en los orígenes del peronismo. Ambos ejemplos contribuyen a la
justificación histórica de este nuevo desarrollismo, respaldado por una
progresía burguesa que convoca a las más diversas extracciones políticas.
No podríamos dejar de señalar -con enorme pena- cuánto ha pesado en este afán
justificatorio, en el arte de montar falsas antinomias y en la elaboración de
escenarios de cartón pintado, el rol de los intelectuales oficialistas que se
reúnen en la
Biblioteca Nacional. Esta institución ha devenido, por obra y
gracia de antiguos compañeros, en una gran fábrica de relatos y usina de los
simulacros encubridores de las nuevas dependencias. Si a estos extravíos,
agachadas y desmemorias de muchos exponentes de viejas militancias, le sumamos
los propios extravíos del pensamiento de una izquierda tradicional -puesto
gravemente en examen frente a la crisis de la modernidad y del cambio
climático- todavía incapaz por otra parte, de escapar de los esquemas
emancipatorios decimonónicos, lo que obtendremos son las razones principales
que explican la extendida servidumbre de las militancias partidarias al modelo
neocolonial y las causas de la indefensión generalizada de nuestro Pueblo.
En medio de las zozobras de la sociedad
argentina, enfrentada, como en un carrusel a la repetición cíclica y dramática
de situaciones similarmente penosas, no faltan los militantes e intelectuales
funcionales al sistema que nos sorprenden al descubrir recién ahora, el inmenso
poder de los exportadores, y alzan sus voces reclamando medidas de gobierno que
pongan control sobre la hemorragia constante de divisas que sufrimos. Necios y
tardíos cacareos de ese gallinero de escribas que tienen su refugio en la Biblioteca Nacional.
Durante años ignoraron la globalización y
desconocieron a las empresas transnacionales que, como Cargill, Bunge, ADM,
Dreyfus, Nidera, Toepfer, Noble, Vicentín, Aceitera Gral. Deheza, Molinos Río
de la Plata, Louis Dreyfus, entre otras, controlaron las exportaciones y
procedieron con absoluta impunidad y sin controles estatales[12], tal como reiteradamente denunciara
hasta su muerte nuestro amigo Julio Nudler, en Página 12. Incluimos en esas denuncias una famosa nota del año
2004 intitulada “De Títeres y Titiriteros”[13] en
la que, este olvidado pero meritorio periodista, develaba la sistemática acción
de destrucción y vaciamiento de los organismos de control del Estado que
llevaban adelante los hombres de Néstor Kirchner. Justamente, ello motivó que
dicha nota, fuera escandalosamente censurada por el entonces director del
diario oficialista, Ernesto Tiffenberg[14].
De la misma forma, esos “intelectuales orgánicos”
que durante años nos insinuaron que la Asignación Universal
por Hijo (AUH) y las jubilaciones extendidas anticipaban de alguna manera el
socialismo que nos habían prometido como generación maravillosa, ahora impulsan
desde el Estado campañas contra personajes secundarios de algunas de las
empresas que participan del modelo. Al igual que durante la crisis desatada por
la resolución 125 en 2008[15], están cubriendo las apariencias con un
nuevo y desvergonzado simulacro; simulacro que, en definitiva, no hace sino
tratar de legitimar la continuidad del sistema de los Agronegocios, más allá
del recambio de gobierno en el 2015.
Cuando la realidad es como
un clavo ardiendo
El modelo agro-minero-exportador
asistencializado y legitimado por narrativas de izquierda ha llegado a un punto
crítico y hace agua. Ya tenemos unas 25 millones de hectáreas de cultivos transgénicos
y un acelerado deterioro de los suelos, así como una suba importante de los
insumos y una notoria estrechez de los márgenes de ganancia para los
productores del campo. Esa situación difícilmente podrá revertirse ya que
mientras el precio de los insumos sube, el de las commodities tiende a
estancarse o a descender. En realidad, la crisis no la sufrimos solamente
nosotros, sino que alcanza a todos los llamados países emergentes, países que
se ataron al gigante asiático, que concentraron su esfuerzo en la producción de
uno o dos productos de exportación y abandonaron toda esperanza en desarrollos
autónomos. China pareciera haber alcanzado un techo en su crecimiento, esa
situación es tal vez irreversible, en especial teniendo en cuenta los terribles
Cambios Climáticos que se sucederán a consecuencia de haberse sobrepasado en la
atmósfera planetaria las 400 ppm de CO2 , y deja en situación comprometida a
los países que apostaron su destino a una sola carta.
Recuerdos del futuro
Quisiéramos terminar este escrito, haciendo
referencia compasiva y solidaria, a los millones de hombres y mujeres que, en
este proceso y bajo patrones de pensamiento cerradamente urbanos y
modernizantes, fueron compulsivamente desarraigados de los lugares en que
vivían y obligados a emigrar a las grandes ciudades. Millones de seres
desempleados por un modelo de agricultura industrial que desechaba mano de obra
y que requería inmensos territorios vacíos de población, devinieron seres
desolados en la más pura acepción castellana del vocablo. Poblaciones que
tuvieron que emigrar por desempleo, por haber sido expulsados de los campos en
que vivían, o por motivos tales como las fumigaciones constantes y la
contaminación de territorios que conllevó el que muchos parajes se convirtiesen
en prácticamente inhabitables.
La proyección de la nueva oligarquía sobre los
países vecinos del Cono Sur y el contrabando de semillas de Monsanto a través
de las fronteras, los sumó al gran proyecto de la República Unida de
la Soja, proyecto que nos proponía hace años desvergonzadamente, la empresa
Syngenta[16]. Se añadieron de esa manera, nuevas e
innumerables legiones de desocupados y desarraigados latinoamericanos a
nuestros conurbanos, hasta convertirlos en las actuales inmensas periferias de
pobreza e indigencia. Por un
lado, tenemos paisajes
devastados, territorios desertizados, profundamente deforestados, con una
monstruosa pérdida de la biodiversidad; y por la otra, poblaciones desoladas,
hacinadas en megalópolis, condenadas a vivir entre inundaciones y deshechos
tóxicos. No son impactos
colaterales como muchos tecnócratas repiten con evidente ánimo exculpatorio;
son, por el contrario, consecuencias perfectamente previsibles de las
decisiones tomadas por la dirigencia política para favorecer a las
corporaciones transnacionales; consecuencias que deberían al menos haber
sospechado. Esta es la terrible realidad que nos deja un modelo que está
llegando a su consumación, y en la que todos quedamos expuestos al colapso.
Debemos, tomar conciencia del camino recorrido
y de la necesidad imprescindible de apostar por cambios radicales. La
sojización amenaza sencillamente dejarnos sin país y sin suelos aptos para
cultivar nuestros alimentos. Pero estas realidades que para muchos desvelados
todavía forman parte del terreno de las abstracciones, son en cambio el
infierno de cada día para millones de seres humanos urbanizados de forma
compulsiva, una encerrona en la que están cautivos y sin mayores esperanzas.
Rehenes de los diversos punteros y grupos sociales (kirchneristas,
filokirchneristas, antikirchneristas y de la izquierda funcional), están
obligados a la servidumbre de participar en actos políticos y piquetes, a
cambio de planes sociales o, en el peor de los casos, de bolsones de comida.
Las periferias urbanas son el lugar donde los aparatos represivos y las mafias coinciden y se coaligan para
generar negociados basados en la explotación de mano de obra
barata, esclava o infantil, como el narcotráfico, la trata de personas y la prostitución
generalizada. Otros casos dan cuenta de muchos territorios que son paulatinamente ocupadas por el poder
narco que desplaza poco a poco a la policía de su empresa criminal. Para los
peri urbanizados y para sus hijos queda tan sólo la marihuana fermentada con
tóxicos para las plagas que les enferma los pulmones, o directamente el paco
que les quema el cerebro. Las cocinas de la droga se mueven a su antojo por
esas periferias desoladas y para muchos, alquilarles el rancho por unas horas
puede significar la diferencia entre comer o no comer durante varios días.
El asistencialismo y el clientelismo han hecho
estragos en el campo de la cultura y de los mecanismos para la supervivencia. Condenados a vivir en un contexto de
egoísmo extremo, los desplazados deben sobrevivir en el más puro desamparo, en
muchos casos renegando de sus propias identidades culturales para asimilarse a
una identidad urbana atravesada por los valores de la sociedad de consumo.
Deben renegar de una cultura que implicaba reconocimientos y reciprocidades,
pero que por sobre todas las cosas implicaba un suelo dónde arraigarse para
vivir en comunidad. Para peor, se les priva de muchos de los recursos de que
disponían naturalmente para sobrevivir en situaciones difíciles: algunos
municipios del gran Buenos Aires –varios de los cuales continúan siendo
semirurales- se empeñan en imponer numerosas prohibiciones de carácter urbano-consumista
en las periferias, donde ya no permiten ni siquiera tener un pequeño gallinero
o un lechón para engorde. La dirigencia política parece empeñada en consolidar
una urbanización total, extendiendo el desamparo de todos, aunque ello
signifique condenarlos al hambre. Parecen decididos a borrar todos los relictos
de vida autónoma o campesina que pudieran pervivir en las barriadas. Confían en
la militancia rentada y en las organizaciones sociales para contener posibles
estallidos, que en otras circunstancias habrían sido inevitables.
Intuimos que en el porvenir se debatirá una
tensión entre los hombres y mujeres acorralados, que pugnarán por liberarse del
aprisionamiento de los aparatos clientelares. Porque a diferencia de otras
épocas, el concepto de revolución ya casi nada expresa y, a pesar de
nuestros desvelos, no hemos podido insuflarle otros contenidos que modifiquen
las generalizadas perspectivas de factura eurocéntrica sobre el poder, la
racionalidad y el control de poblaciones. Desde la muerte de Juan Perón, sin
duda han sido los sectores medios
los que han luchado por apropiarse del destino común de los argentinos. La
incógnita, desde entonces, ha sido la de saber si esos sectores medios o las organizaciones que los expresaban,
podrían llegar a ser los artífices de ese destino tan deseado, tal como en
otras épocas lo fueron los caudillos y lo fuera Perón en la posguerra. Bajo
diversas banderas y discursos, los intentos se han repetido una y otra vez, a
lo largo de la historia contemporánea… inútilmente. Desde la Plaza de Lonardi a
la de los Montoneros; desde el menemismo y Chacho
Álvarez hasta Néstor y Cristina, toda la partidocracia clasemediera ha operado
como una maquinaria hegemónica de desclasamiento y desmemoria. Pero nunca como
en estas épocas aciagas, estos sectores habían conseguido un desmantelamiento
tan profundo de las resistencias; nunca como ahora lograron tanta parálisis en
los sectores populares. Todo porvenir se hace por ello, totalmente incierto y
es probable que continuemos dando vueltas en el gastado carrusel de los relatos
y de los ensueños del poder de los sectores medios.
A los vencidos, al pueblo llano que alguna vez
fuera grasita o descamisado, le queda siempre y por supuesto, probar el antiguo
camino de la Rebelión, camino en el que se trataría de recuperar -como tantas
otras veces en la historia- la propia y secuestrada humanidad, para ir una vez
más detrás de aspiraciones de justicia y de felicidad en comunidad. Ahora, y
como pocas veces antes, es realmente poco lo que tienen para perder. Lo que no
sabemos todavía, es si acaso les han dejado las fuerzas suficientes como para
que vuelvan a soñar esos sueños, y puedan quebrantar el desaliento y la malla
de contención que hoy los encierra.
Notas: [1] Me permito denominar “Nomenklatura” a esta nueva
oligarquía por sus semejanzas con la plutocracia rusa post-soviética, que por
una parte se adueña de las empresas –de las que fueron funcionarios o
testaferros- y que por la otra, crece como oligarquía prebendaria a costa del
Estado. Este caso en la Argentina fue denominado de distintas maneras: “Patria
Contratista”, “Capitalismo de Amigos”, etc.