El desarrollo de
la agricultura, campesinado y agronegocio
¿Es posible la convivencia?
23 de
marzo de 2014
América latina seguirá siendo territorio
de campesinados a pesar del neoliberalismo. Existe nuevamente una fuerte
batalla intelectual, de sentidos, además de la diaria de los campesinos en
territoritorio.
Por Norma
Giarracca *
Alguna vez se dijo que el campesinado es la clase social que “incomoda”.
Incomodaba a los
análisis esquemáticos: clase poseedora de bienes de producción, incluida la
tierra, y los desposeídos por otro lado. Entonces, ¿dónde ubicar a campesinos
que podían ser dueños de pequeñas parcelas, pero no acumulaban capital y permanecían
pobres? El dilema se resolvía en el largo plazo porque los campesinos, dentro
de tales esquemas analíticos, tenderían a desaparecer. Algunos se enriquecerían
y se convertirían en pequeños capitalistas (lo que ahora llaman “agricultura
familiar”) y otros en proletarios. Europa, donde estaban muy en boga estas
teorías a comienzos del siglo, y sus partidos comunistas, muy satisfechos por
la colectivización de la comuna rusa a fines de la década de 1920, se llevaron
la sorpresa al finalizar la Segunda Guerra Mundial , cuando comprueban que en
sus propias tierras, ejemplo de los avanzados capitalismos, los alimentos en
gran proporción seguían proviniendo de economías campesinas. ¿Cómo es que a
pesar de los vaticinios de su desaparición aún perduraban?, se interpelaron los
estudios de italianos, franceses, españoles, suizos, pero también los ingleses
mirando al “Tercer Mundo” (desde Journal of Peasant Studies, emblemática
revista marxista ortodoxa, que aún perdura).
Si bien en América
latina, con pasados indígenas campesinos muy a flor de piel, era difícil usar
esos pensamientos “descampesinistas”, la matriz colonial de conocimiento
orientaba a pensar que los campesinados eran una traba al progreso, al
desarrollo y predecían que el mentado desarrollo capitalista, finalmente,
terminaría con ellos. En la década del setenta del siglo veinte hubo un largo
debate entre campesinistas y descampesinistas o proletaristas y, como siempre
ocurre en las batallas de sentidos, estos últimos se convertirían en sustento de
las políticas neoliberales que comienzan en la época: desde la reforma del
artículo 27 de la Constitución de México para facilitar el uso capitalista de
la tierra campesina hasta todo tipo de medidas desregulatorias.
Pero los campesinos
tercamente permanecen produciendo aún con toda una batería de medidas en
contra, el arrinconamiento, hostilidad y un discurso de desprestigio muy
grande. Por eso fue muy importante en los noventa la aparición de Vía
Campesina, una organización que incluía a los campesinos de todos los
continentes, de todas las tradiciones culturales, de todas las lenguas. Solemos
decir que la irrupción de Vía Campesina fue un problema para el capitalismo
neoliberal, concentrador, que reemplaza los alimentos por los commodities. Con
muy pocos puntos de consignas iniciales se convirtió en un opositor de
imposible negociación con el poder, más bien lo desactivaba, lo corroía y
expresaba la (im)posibilidad de otra política.
En el Foro Social
Mundial inaugural en 2001, fue uno de los dispositivos fundamentales para
pensar “otro mundo es posible”. ¿Es posible que la soberanía alimentaria, la
diversidad biológica y cultural (banderas de Vía Campesina) convivan con el “agronegocio” (la agricultura convertida
en actividad extractiva), como ahora se levanta en “mesas de diálogo”? Fue
posible la convivencia con la agricultura capitalista, agroindustrial, previa
al agronegocio. En el modelo de Industrialización por Sustitución de
Importaciones (ISI), en México el campesinado producía para los mercados internos
y la agricultura capitalista para exportación. En nuestro país, fue más
difícil, ya que las zonas campesinas e indígenas fueron también las de
desarrollo agroindustrial y se los utilizaba como mano de obra barata o
trabajadores con tierra, subordinados a su propia lógica. El que coexistía con
la gran agricultura era el “chacarero”.
Hoy es sumamente
difícil la convivencia de campesinado y agronegocio en todo el mundo. No es
posible a nivel agronómico, técnico, ni histórico-cultural. El “agronegocio”
sólo quiere la tierra y los bosques campesinos, ni siquiera los necesita como
mano de obra. Las poblaciones alrededor de las plantaciones sojeras parecen
darse cuenta y llevan una resistencia irreductible; si no pueden convivir con
humanos sin tierra, cómo convivir con agricultores con otra lógica productiva.
Las resistencias campesinas a veces de modo explícito, otras implícito, suponen
poner un límite a la existencia misma del agronegocio extractivista, no
proponen convivir con él; tienen conocimientos y sufrimientos de sobra para
saberlo imposible. También lo conocen bien los inversores sojeros o los
importadores del maíz transgénico en México y los funcionarios internacionales
y nacionales con formación economicista que creen que la “ley del valor” de la teoría
clásica es como la ley de gravedad, imposible de evitar, y que los campesinos
“deben” de-saparecer con la concurrencia al mercado.
Existe nuevamente una fuerte batalla
intelectual, de sentidos, además de la diaria de los campesinos en territorio,
ya que el “campesinado” es portador de significados históricos que no se pueden
borrar con ninguna negociación posible y América latina seguirá siendo
territorio de campesinados a pesar del neoliberalismo. Si hay algo que los
campesinos saben por siglos es volver a empezar, y recordemos que ahora muchos
ya se presentan abiertamente como Pueblos Indígenas, fortalecidos por sus
cosmovisiones y técnicas de producción que les son propias. En México se
autodenominan “comunidades autónomas” y en cada país deberán encontrar sus
formas y denominaciones porque la humanidad, la tierra y los bienes comunes
necesitan que esa forma de producción perdure.
* Socióloga.
Titular de Sociología Rural. FCS-UBA.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/cash/17-7547-2014-03-24.html
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