Y hacerlo reconstruyendo los
sentidos comunes.
Iñaki Gil de San Vicente (Rebelión), en “Debate sobre cuatro cuestiones
urgentes”/15 de
noviembre de 2014, señala:
(...)La visión de la
ideología como conjunto de opiniones e ideas sobre la realidad demostró en este
momento su acierto y su límite. Lo primero porque cientos de miles de personas
oprimidas y enfadadas radicalizaron parcialmente sus ideas sociopolíticas,
democráticas, culturales, etc., su ideología en suma; pero lo segundo, su
límite, porque no fueron más allá, no profundizaron más allá de las meras ideas
progresistas, no llegaron a una praxis revolucionaria con objetivos históricos,
estrategia general y tácticas concretas, es decir, no dieron el salto de la
ideología progresista a la teoría revolucionaria. Y no lo dieron porque de
repente se les ofreció como salida a su rabia el camino más fácil: el electoral
desde una visión totalmente «nueva», no contaminada por las corrupciones y
ataduras del resto de alternativas electorales. Esta salida fue Podemos como años antes lo había sido el PSOE
que surgió de la nada, salvando todas las distancias.
Sobre el magma del
malestar social complejo apareció la propuesta vertical, ambigua, polisémica,
abstracta y de política-espectáculo, televisiva, de Podemos, la expresión más plena del concepto de
ideología como bloque de ideas, pero sólo de ideas que no de teorías. La
diferencia entre idea progresista y teoría revolucionaria radica en que la
primera se mueve en el ámbito de lo deliberadamente impreciso, mientras que la
segunda, la teoría revolucionaria, lo hace deliberadamente en la radicalidad
más concreta. Las ideas ambiguas son cómodamente reducidas a eslóganes
sencillos que se repiten en TV, Internet, radios, prensa en general, pero la
teoría requiere de esfuerzo intelectual crítico realizado en colectivo y en
base a métodos democráticos-radicales de debate y contrastación. La idea
progresista reducida a eslogan reiterado, a frase hecha que sirve para
responder a cualquier pregunta, puede atraer a mucha gente cabreada e indignada
pero no puede ofrecer un objetivo histórico, una estrategia y una táctica
colectivas, sino grandes sueños imprecisos.
Peor aún, las ideas generales reducidas a tópicos, a muletillas
repetidas durante pocos segundos en programas televisivos pensados para anular
toda sistematicidad expositiva, hacer mucho ruido y aspaviento que impida toda
reflexión bajo luces multicolores que dirigen la atención a la imagen y no al
contenido, estas ideas huecas se rellenan fácilmente con contenidos reformistas
blandos como ya lo está haciendo Podemos;
del mismo modo que el espectáculo de luz y sonido en tiempo real de unas
supuestas «votaciones democráticas» individualizadas en extremo con el
voto-electrónico, sirve para legitimar el verticalismo burocrático previamente
impuesto a la vez que anular todo debate interno riguroso y serio.
La crisis que azota al
capitalismo español ha terminado forzando una primera y relativa toma de
conciencia de amplias masas populares, como no podía ser menos. Pero por ahora
sólo relativo y primer paso en el largo proceso de radicalización teóricamente
asentada. Uno de los mayores obstáculos a vencer no es otro que el de superar
el subjetivismo y la reducción del pensar a la simple amalgama de ideas
generales; dicho de otro modo, el movimiento ha de dar el paso a una crítica
radical del orden existente. Mientras no lo logre y tienda a estancarse en la
esperanza electoralista y parlamentarista, como parece que está ya ocurriendo porque Podemos no hace ningún llamamiento a la
movilización en la calle para reconquistar derechos y condiciones de vida y
trabajo destrozados por la represión, si así ocurriera se tendrá que empezar de
nuevo.
No
hace falta decir que uno de los problemas decisivos a los que ya debe responder
no sólo Podemos sino el movimiento obrero y popular,
la «gente», la «sociedad civil» como dice ambigua e interesadamente Podemos, es el de cómo acelerar
-desde el internacionalismo- el proceso independentista de las naciones
oprimidas por su Estado, ése al que apenas nunca citan y menos aún llaman por
su nombre verdadero echando la culpa de todo a una «casta» que nunca definen
con un mínimo de rigor teórico y político. (...)Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=192026
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